viernes, 29 de noviembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Miércoles, 27 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Miércoles, 27 de Noviembre de 2013
Semana 34ª durante el año
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa

LECTURA DEL LIBRO DEL PROFETA DANIEL 5,1-6.13-14.16-17.23-28

En aquellos días, el rey Baltasar dio un gran banquete en honor de mil funcionarios suyos y se puso a beber con ellos. Animado por el vino, Baltasar mandó traer los vasos de oro y de plata que su padre, Nabucodonosor, había robado del templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey y sus funcionarios, sus mujeres y sus concubinas.

Trajeron, pues, los vasos de oro y de plata robados del templo de Jerusalén, y en ellos bebieron el rey y sus funcionarios, sus mujeres y sus concubinas. Bebieron y comenzaron a alabar a sus dioses de oro y plata, de bronce y de hierro, de madera y de piedra.

De repente aparecieron los dedos de una mano, que se pusieron a escribir en la pared del palacio, detrás del candelabro, y el rey veía cómo iban escribiendo los dedos. Entonces el rey se demudó, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas y las rodillas le empezaron a temblar.

Trajeron a Daniel y el rey le dijo: “¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados, que mi padre Nabucodonosor trajo de Judea? Me han dicho que posees el espíritu de Dios, inteligencia, prudencia y sabiduría extraordinarias. Me han dicho que puedes interpretar los sueños y resolver los problemas. Si logras leer estas palabras y me las interpretas, te pondrán un vestido de púrpura y un collar de oro y serás el tercero en mi reino”. Daniel le respondió al rey: “Puedes quedarte con tus regalos y darle a otro tus obsequios. Yo te voy a leer esas palabras y te las voy a interpretar.Tú te has rebelado contra el Señor del cielo: has mandado traer los vasos de su casa, y tú y tus funcionarios, tus mujeres y tus concubinas han bebido en ellos; has alabado a dioses de plata y de oro, de bronce y de hierro, de madera y de piedra, que no ven ni oyen ni entienden, pero no has glorificado al Dios que tiene en sus manos tu vida y tu actividad. Por eso Dios ha enviado esa mano para que escribiera.

Las palabras escritas son: ‘Contado, Pesado, Dividido’ y ésta es su interpretación. ‘Contado’: Dios ha contado los días de tu reinado y les ha puesto límite. ‘Pesado’: Dios te ha pesado en la balanza y te falta peso. ‘Dividido’: Tu reino se ha dividido y se lo entregarán a los medos y a los persas”.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor


SALMO RESPONSORIAL Dn 3, 62-67
R Bendito seas para siempre, Señor.

Sol y luna, bendigan al Señor.
Estrellas del cielo, bendigan al Señor /R

Lluvia y rocío, bendigan al Señor.
Todos los vientos, bendigan al Señor /R

Fuego y calor, bendigan al Señor.
Fríos y heladas, bendigan al Señor /R


EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21,12-19

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Los perseguirán y los apresarán, los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernantes por causa mía.

Con esto ustedes darán testimonio de mí. Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.

Los traicionarán hasta sus padres y hermanos, sus parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús

 MORIR EN CRISTO 
Catequesis del Papa Francisco
Texto completo de la catequesis del Papa en la Plaza de San Pedro.
«Creo en la resurrección de la Carne: morir en Cristo»

Queridos hermanos y hermanas
Buenos días y felicitaciones porque son valientes, con este frío en la plaza. ¡Muchas felicitaciones!
Deseo concluir las catequesis sobre el “Credo”, desarrolladas durante el Año de la Fe, que se clausuró el domingo pasado. En esta catequesis y en la próxima, quisiera considerar el tema de la resurrección de la carne, enfocando dos aspectos, así como los presenta el Catecismo de la Iglesia Católica. Es decir, nuestro morir y nuestra resurrección en Jesucristo. Hoy me detengo en el primer aspecto, «morir en Cristo».

1. Entre nosotros comúnmente, hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos atañe a todos y nos interroga de forma profunda, en especial cuando nos toca de cerca, o cuando golpea a los pequeños, los indefensos de una manera que nos resulta «escandalosa». A mí siempre me impactó la pregunta: ¿por qué sufren los niños? ¿Por qué mueren los niños? Si se entiende como el fin de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que despedaza todo sueño, toda perspectiva, toda relación e interrumpe todo camino. Ello sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse de casualidad en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero también hay un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para sus propios intereses, un vivir sólo para las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión equivocada de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte, negarla o banalizarla, para que no nos asuste.

2. Pero contra esta falsa solución, se rebela el ‘corazón’ del hombre, el anhelo que todos tenemos de infinito, la nostalgia que todos tenemos de lo eterno. Y, entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdimos a un ser querido – nuestros padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo un amigo – percibimos que, aun ante el drama de la pérdida, aun lacerados por la separación, se eleva del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no acaba con la muerte.

Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y digna de confianza en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el pasaje de la muerte. La Iglesia, en efecto reza: «Si nos entristece la certeza de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura». ¡Ésta una hermosa oración de la Iglesia!

Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida fue camino con el Señor, un camino de confianza en su inmensa misericordia, voy a estar preparado para aceptar el último momento de mi existencia terrena, como confiado abandono definitivo en sus manos acogedoras, en espera de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos. Contemplar cara a cara aquel rostro maravilloso del Señor, verlo como Él es: hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia esa meta: encontrar al Señor.

En este horizonte se comprende la invitación de Jesús a estar siempre listos, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo nos es dada también para preparar la otra vida, aquella con el Padre celestial. Y para ello hay un camino seguro: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. Ésta es la seguridad: yo me preparo a la muerte estando cerca de Jesús. ¿Y cómo se está cerca de Jesús?: con de la oración, con los Sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él mismo se identificó en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos en la célebre parábola del juicio final, cuando dice: «tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver... Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo». (Mt 25,35-36.40). Por lo tanto, un camino seguro es el de recuperar el sentido de la caridad cristiana y del compartir fraterno, cuidar las llagas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en el compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia ese Reino preparado para nosotros. El que practica la misericordia no teme la muerte. Piensen bien en esto: ¡el que practica la misericordia no teme la muerte! ¿Están de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? El que practica la misericordia no teme la muerte. Y ¿por qué no teme la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos y la supera con el amor de Jesucristo.

Si abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón a los hermanos más pequeños y necesitados, entonces también nuestra muerte será una puerta que nos llevará al cielo, a la patria bienaventurada, hacia la cual nos dirigimos, anhelando morar para siempre con nuestro Padre, Dios, con Jesús, con la Virgen María y los santos.

(Traducción del italiano: Cecilia de Malak – RV)

FUENTE: ES  RADIO VATICANA VA

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RESUMEN DE LA CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO Y SUS SALUDOS EN NUESTRO IDIOMA:
Queridos hermanos y hermanas:
Concluyendo ya las catequesis sobre el Credo, hoy quisiera detenerme en la "resurrección de la carne", y hablarles del sentido cristiano de la muerte y de la importancia de prepararnos bien para morir en Cristo. Para quien vive como si Dios no existiese, la muerte es una amenaza constante, porque supone el final de todo en el horizonte cerrado del mundo presente. Por eso, muchos la ocultan, la niegan o la banalizan para vivir sin aprensión la vida de cada día.
Sin embargo, hay un deseo de vida dentro de nosotros, más fuerte incluso que el miedo a la muerte, que nos dice que no es posible que todo se quede en nada. La respuesta cierta a esta sed de vida es la esperanza en la resurrección futura.
La victoria de Cristo sobre la muerte no sólo nos da la serena certeza de que no moriremos para siempre, sino que también ilumina el misterio de la muerte personal y nos ayuda a afrontarla con esperanza. Para ser capaces de aceptar el momento último de la existencia con confianza, como abandono total en las manos del Padre, necesitamos prepararnos. Y la vigilancia cristiana consiste en la perseverancia en la caridad. Así, pues, la mejor forma de disponernos a una buena muerte es mirar cara a cara las llagas corporales y espirituales de Cristo en los más débiles y necesitados, con los que Él se identificó, para mantener vivo y ardiente el deseo de ver un día cara a cara las llagas transfiguradas del Señor resucitado.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Guatemala, Argentina y los demás países latinoamericanos. No olviden que la solidaridad fraterna en el dolor y en la esperanza es premisa y condición para entrar en el Reino de los cielos. Muchas gracias. 

Fuente: es radio vaticana va

Reflexiones

Dan. 5, 1-6. 13-14. 16-17. 23-28. Somos templo del Espíritu de Dios y vaso de elección en el que reposa el Señor. No podemos convertirnos en asiento de maldad y corrupción, ni podemos utilizar a los demás para saciar en ellos nuestras inclinaciones pecaminosas. Nadie está autorizado para pisotear la dignidad de su prójimo. Dios nos ha consagrado para que seamos suyos, por lo que debemos vivir siendo santos como Dios es Santo. No podemos robar la inocencia ni ser motivo de escándalo para los pequeños, pues de ellos es el Reino de los cielos. No podemos echar las cosas santas a los perros ni a los cerdos, pues Dios saldrá en defensa de los suyos, y entonces ¿quién podrá soportar la llegada del Señor? Entonces temblaremos en su presencia y querremos taparnos el rostro, pero sabremos que su sentencia está pronunciada contra aquellos a quienes hubiese sido mejor colgarles al cuello una de esas enormes piedras de molino, y arrojarlos al fondo del mar. Pero, mientras Dios nos concede este tiempo de gracia, no despreciemos la oportunidad que el Señor no da, sino que más bien volvamos a Él con el corazón arrepentido, dejándonos perdonar y salvar por Él. Así, llenos de su amor, volveremos a pertenecerle con un corazón indivisible, y nos esforzaremos para que, quienes se alejaron de Él o fueron vejados en su dignidad, encuentren en Cristo el camino que los lleve a la unión con el Padre amoroso y misericordioso, y se libren de la destrucción y de la muerte, que caerá sobre aquellos que miraron al que traspasaron, pero no quisieron abandonar sus propios caminos equivocados.

Dan. 3, 62-67. Que toda la naturaleza bendiga al Señor, pues Él ha hecho resplandecer su Rostro sobre todas las cosas. Efectivamente, condenada al fracaso, no por propia voluntad, sino por aquel que así lo dispuso, la creación vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y de participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. No podemos convertirnos en destructores de la naturaleza; ella está a nuestro servicio, y, con nosotros, participa de la dignidad que le corresponde conforme a la voluntad soberana del Creador de todo. Por eso no podemos hacer de las cosas nuestro enemigo; no podemos utilizarla para destruirnos unos y otros, pues la continuaríamos esclavizando al mal y a la corrupción. Ella debe estar al servicio del bien de todos, pues todos tienen el mismo derecho a disfrutar de los bienes de la tierra para vivir con dignidad y decoro. Cuando la naturaleza cumpla con la función que el Señor le ha asignado estará, con ello, bendiciendo al Señor, pues estará, finalmente, al servicio de la vida y no de la muerte.

Lc. 21, 12-19. En esta exhortación que el Señor nos hace a permanecer firmes en el testimonio de nuestra fe, aceptando con amor todas las consecuencias que nos vengan por confesarnos hijos en el Hijo; y en que nos invita a perseverar sin claudicar de nuestro compromiso con Cristo cuando la persecución arrecie; y en que nos promete que si nos mantenemos firmes, conseguiremos la vida, pareciéramos escuchar aquellas palabras de Jesús: Bienaventurados serán ustedes cuando los injurien y los persigan, y digan contra ustedes toda clase de calumnias por causa mía. Alégrense y regocíjense, porque será grande su recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes. Cuando los Israelitas fueron al destierro el Señor les habló por medio de uno de sus profetas diciéndoles: El Señor los ha traído para que, por medio de ustedes, los paganos conozcan al Señor. Y el Señor nos dice: cuando sean llevados a los tribunales déjenme hablar a mí por medio de ustedes, pues con esto ustedes darán testimonio de mí. Dejemos que el Espíritu Santo hable por medio nuestro. Muchas veces queremos hablar con la erudición humana. Y lo que salva no son nuestras palabras, sino la Palabra que Dios sigue pronunciando día a día por medio de su Iglesia. Por eso debemos aprender a estar a los pies del Maestro para que, cuando vayamos a proclamar su Nombre, podamos decir como los auténticos profetas: esto dice el Señor, en lugar de decir lo que dice determinado autor humano, por muy eruditas que sean sus palabras. Y cuando Dios hable nadie podrá resistir a esas palabras que Él pronuncie por medio nuestro. Entonces el malvado podrá volver al Señor y el reino del Malo habrá llegado a su fin, no por obra nuestra, sino por la obra que Dios realice por medio nuestro.
En torno a Cristo Él pronuncia su Palabra sobre nosotros. Su Espíritu nos la hace comprender. La Iglesia, unida a su Señor, se convierte, así, en una Palabra viva, en el Evangelio viviente del Padre para todos los pueblos. El Señor nos instruye con su Palabra y con su ejemplo, para que vayamos nosotros también a proclamar su Evangelio no sólo con los labios, sino con la vida que se entrega para que los demás encuentren al Señor, unan su vida a Él, participen de sus dones y se salven. Cristo entrega su vida para que nosotros tengamos vida. Él fue odiado y perseguido hasta que, finalmente, dio su vida por nosotros. Ese es el camino que debemos afrontar quienes nos unimos a Él no sólo en la oración, sino en la participación de su Cuerpo, que se entrega por nosotros y de su Sangre, que se derrama por nosotros, para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo.
La Misión está dada. No podemos entrar en comunión de vida con el Señor para después convertirnos en vaso de maldad y de corrupción. Cristo nos quiere como signos claros de su amor en medio del mundo y al paso de la historia. Meditemos si hemos colaborado para que desaparezcan las injusticias, las maldades, las guerras y persecuciones en el mundo, o si, llamándonos cristianos, hemos colaborado para que el mal avance en el mundo. Cristo quiere que demos testimonio de Él no sólo con una vida personal intachable, sino haciendo nuestras las miserias y sufrimientos de todos para darles una solución adecuada, no desde nuestras imaginaciones cortas y miopes, sino desde la inspiración del Espíritu que nos lleva, no por donde nosotros queramos, sino por donde Él quiere. Entonces, a pesar de que tengamos que pasar por la muerte, el mismo Espíritu nos conducirá hasta la Gloria del Padre, y todo lo que hayamos tenido que padecer por el Nombre de Dios será comprendido como los caminos incomprensibles de Dios para nosotros, pero dentro de la voluntad decidida y salvífica de Dios para la humanidad de todos los tiempos y lugares.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de estar abiertos a las inspiraciones de su Espíritu Santo en nosotros, dejándonos conducir por Él hasta lograr la eterna bienaventuranza. Amén.

Reflexión de Homilía católica

Santoral:
Santa Catalina Labouré, San Máximo,San Severino y San Virgilio.


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