LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Miércoles, 27 de Noviembre
de 2013
Semana 34ª durante el
año
Nuestra Señora de la
Medalla Milagrosa
LECTURA DEL LIBRO DEL PROFETA DANIEL
5,1-6.13-14.16-17.23-28
En
aquellos días, el rey Baltasar dio un gran banquete en honor de mil
funcionarios suyos y se puso a beber con ellos. Animado por el vino, Baltasar
mandó traer los vasos de oro y de plata que su padre, Nabucodonosor, había
robado del templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey y sus
funcionarios, sus mujeres y sus concubinas.
Trajeron,
pues, los vasos de oro y de plata robados del templo de Jerusalén, y en ellos
bebieron el rey y sus funcionarios, sus mujeres y sus concubinas. Bebieron y
comenzaron a alabar a sus dioses de oro y plata, de bronce y de hierro, de
madera y de piedra.
De
repente aparecieron los dedos de una mano, que se pusieron a escribir en la
pared del palacio, detrás del candelabro, y el rey veía cómo iban escribiendo
los dedos. Entonces el rey se demudó, la mente se le turbó, le faltaron las
fuerzas y las rodillas le empezaron a temblar.
Trajeron
a Daniel y el rey le dijo: “¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados, que
mi padre Nabucodonosor trajo de Judea? Me han dicho que posees el espíritu de
Dios, inteligencia, prudencia y sabiduría extraordinarias. Me han dicho que
puedes interpretar los sueños y resolver los problemas. Si logras leer estas
palabras y me las interpretas, te pondrán un vestido de púrpura y un collar de
oro y serás el tercero en mi reino”. Daniel le respondió al rey: “Puedes
quedarte con tus regalos y darle a otro tus obsequios. Yo te voy a leer esas
palabras y te las voy a interpretar.Tú te has rebelado contra el Señor del
cielo: has mandado traer los vasos de su casa, y tú y tus funcionarios, tus
mujeres y tus concubinas han bebido en ellos; has alabado a dioses de plata y
de oro, de bronce y de hierro, de madera y de piedra, que no ven ni oyen ni
entienden, pero no has glorificado al Dios que tiene en sus manos tu vida y tu
actividad. Por eso Dios ha enviado esa mano para que escribiera.
Las
palabras escritas son: ‘Contado, Pesado, Dividido’ y ésta es su interpretación.
‘Contado’: Dios ha contado los días de tu reinado y les ha puesto límite.
‘Pesado’: Dios te ha pesado en la balanza y te falta peso. ‘Dividido’: Tu reino
se ha dividido y se lo entregarán a los medos y a los persas”.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor
SALMO
RESPONSORIAL Dn 3, 62-67
R
Bendito seas para siempre, Señor.
Sol y
luna, bendigan al Señor.
Estrellas
del cielo, bendigan al Señor /R
Lluvia
y rocío, bendigan al Señor.
Todos
los vientos, bendigan al Señor /R
Fuego y
calor, bendigan al Señor.
Fríos y
heladas, bendigan al Señor /R
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21,12-19
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Los perseguirán y los apresarán,
los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes
y gobernantes por causa mía.
Con
esto ustedes darán testimonio de mí. Grábense bien que no tienen que preparar
de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá
resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.
Los
traicionarán hasta sus padres y hermanos, sus parientes y amigos. Matarán a
algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un
cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús
MORIR EN CRISTO
Catequesis del Papa Francisco
Texto
completo de la catequesis del Papa en la Plaza de San Pedro.
«Creo
en la resurrección de la Carne: morir en Cristo»
Queridos
hermanos y hermanas
Buenos
días y felicitaciones porque son valientes, con este frío en la plaza. ¡Muchas
felicitaciones!
Deseo
concluir las catequesis sobre el “Credo”, desarrolladas durante el Año de la
Fe, que se clausuró el domingo pasado. En esta catequesis y en la próxima,
quisiera considerar el tema de la resurrección de la carne, enfocando dos
aspectos, así como los presenta el Catecismo de la Iglesia Católica. Es decir,
nuestro morir y nuestra resurrección en Jesucristo. Hoy me detengo en el primer
aspecto, «morir en Cristo».
1.
Entre nosotros comúnmente, hay una forma equivocada de mirar la muerte. La
muerte nos atañe a todos y nos interroga de forma profunda, en especial cuando
nos toca de cerca, o cuando golpea a los pequeños, los indefensos de una manera
que nos resulta «escandalosa». A mí siempre me impactó la pregunta: ¿por qué
sufren los niños? ¿Por qué mueren los niños? Si se entiende como el fin de
todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que despedaza todo
sueño, toda perspectiva, toda relación e interrumpe todo camino. Ello sucede
cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el
nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la
vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la
muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un
encontrarse de casualidad en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero también
hay un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para sus propios intereses, un
vivir sólo para las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión
equivocada de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte,
negarla o banalizarla, para que no nos asuste.
2.
Pero contra esta falsa solución, se rebela el ‘corazón’ del hombre, el anhelo
que todos tenemos de infinito, la nostalgia que todos tenemos de lo eterno. Y,
entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos los momentos
más dolorosos de nuestra vida, cuando perdimos a un ser querido – nuestros
padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo un amigo – percibimos que,
aun ante el drama de la pérdida, aun lacerados por la separación, se eleva del
corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y
recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que
nos dice que nuestra vida no acaba con la muerte.
Esta
sed de vida ha encontrado su respuesta real y digna de confianza en la
resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de
la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la
muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos
capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el pasaje de la muerte.
La Iglesia, en efecto reza: «Si nos entristece la certeza de tener que morir,
nos consuela la promesa de la inmortalidad futura». ¡Ésta una hermosa oración
de la Iglesia!
Una
persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida fue camino con el Señor, un
camino de confianza en su inmensa misericordia, voy a estar preparado para
aceptar el último momento de mi existencia terrena, como confiado abandono
definitivo en sus manos acogedoras, en espera de contemplar cara a cara su
rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos. Contemplar cara a cara
aquel rostro maravilloso del Señor, verlo como Él es: hermoso, lleno de luz,
lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia esa meta: encontrar al
Señor.
En
este horizonte se comprende la invitación de Jesús a estar siempre listos,
vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo nos es dada también para
preparar la otra vida, aquella con el Padre celestial. Y para ello hay un
camino seguro: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. Ésta es la
seguridad: yo me preparo a la muerte estando cerca de Jesús. ¿Y cómo se está
cerca de Jesús?: con de la oración, con los Sacramentos y también en la
práctica de la caridad. Recordemos que Él mismo se identificó en los más
débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos en la célebre parábola
del juicio final, cuando dice: «tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve
sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me
vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver... Les aseguro
que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron
conmigo». (Mt 25,35-36.40). Por lo tanto, un camino seguro es el de recuperar
el sentido de la caridad cristiana y del compartir fraterno, cuidar las llagas
corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en el compartir el
dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia ese
Reino preparado para nosotros. El que practica la misericordia no teme la
muerte. Piensen bien en esto: ¡el que practica la misericordia no teme la muerte!
¿Están de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? El que practica la
misericordia no teme la muerte. Y ¿por qué no teme la muerte? Porque la mira a
la cara en las heridas de los hermanos y la supera con el amor de Jesucristo.
Si
abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón a los hermanos más
pequeños y necesitados, entonces también nuestra muerte será una puerta que nos
llevará al cielo, a la patria bienaventurada, hacia la cual nos dirigimos,
anhelando morar para siempre con nuestro Padre, Dios, con Jesús, con la Virgen
María y los santos.
(Traducción
del italiano: Cecilia de Malak – RV)
FUENTE:
ES RADIO VATICANA VA
****
RESUMEN DE LA CATEQUESIS DEL PAPA
FRANCISCO Y SUS SALUDOS EN NUESTRO IDIOMA:
Queridos
hermanos y hermanas:
Concluyendo
ya las catequesis sobre el Credo, hoy quisiera detenerme en la
"resurrección de la carne", y hablarles del sentido cristiano de la
muerte y de la importancia de prepararnos bien para morir en Cristo. Para quien
vive como si Dios no existiese, la muerte es una amenaza constante, porque
supone el final de todo en el horizonte cerrado del mundo presente. Por eso,
muchos la ocultan, la niegan o la banalizan para vivir sin aprensión la vida de
cada día.
Sin
embargo, hay un deseo de vida dentro de nosotros, más fuerte incluso que el
miedo a la muerte, que nos dice que no es posible que todo se quede en nada. La
respuesta cierta a esta sed de vida es la esperanza en la resurrección futura.
La
victoria de Cristo sobre la muerte no sólo nos da la serena certeza de que no
moriremos para siempre, sino que también ilumina el misterio de la muerte
personal y nos ayuda a afrontarla con esperanza. Para ser capaces de aceptar el
momento último de la existencia con confianza, como abandono total en las manos
del Padre, necesitamos prepararnos. Y la vigilancia cristiana consiste en la
perseverancia en la caridad. Así, pues, la mejor forma de disponernos a una
buena muerte es mirar cara a cara las llagas corporales y espirituales de
Cristo en los más débiles y necesitados, con los que Él se identificó, para
mantener vivo y ardiente el deseo de ver un día cara a cara las llagas
transfiguradas del Señor resucitado.
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos
provenientes de España, México, Guatemala, Argentina y los demás países
latinoamericanos. No olviden que la solidaridad fraterna en el dolor y en la
esperanza es premisa y condición para entrar en el Reino de los cielos. Muchas
gracias.
Fuente: es radio vaticana va
Reflexiones
Dan. 5, 1-6. 13-14.
16-17. 23-28.
Somos templo del Espíritu de Dios y vaso de elección en el que reposa el Señor.
No podemos convertirnos en asiento de maldad y corrupción, ni podemos utilizar
a los demás para saciar en ellos nuestras inclinaciones pecaminosas. Nadie está
autorizado para pisotear la dignidad de su prójimo. Dios nos ha consagrado para
que seamos suyos, por lo que debemos vivir siendo santos como Dios es Santo. No
podemos robar la inocencia ni ser motivo de escándalo para los pequeños, pues
de ellos es el Reino de los cielos. No podemos echar las cosas santas a los
perros ni a los cerdos, pues Dios saldrá en defensa de los suyos, y entonces ¿quién
podrá soportar la llegada del Señor? Entonces temblaremos en su presencia y
querremos taparnos el rostro, pero sabremos que su sentencia está pronunciada
contra aquellos a quienes hubiese sido mejor colgarles al cuello una de esas
enormes piedras de molino, y arrojarlos al fondo del mar. Pero, mientras Dios
nos concede este tiempo de gracia, no despreciemos la oportunidad que el Señor
no da, sino que más bien volvamos a Él con el corazón arrepentido, dejándonos
perdonar y salvar por Él. Así, llenos de su amor, volveremos a pertenecerle con
un corazón indivisible, y nos esforzaremos para que, quienes se alejaron de Él
o fueron vejados en su dignidad, encuentren en Cristo el camino que los lleve a
la unión con el Padre amoroso y misericordioso, y se libren de la destrucción y
de la muerte, que caerá sobre aquellos que miraron al que traspasaron, pero no
quisieron abandonar sus propios caminos equivocados.
Dan. 3, 62-67. Que toda la
naturaleza bendiga al Señor, pues Él ha hecho resplandecer su Rostro sobre
todas las cosas. Efectivamente, condenada al fracaso, no por propia voluntad,
sino por aquel que así lo dispuso, la creación vive en la esperanza de ser
también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y de participar así en
la gloriosa libertad de los hijos de Dios. No podemos convertirnos en
destructores de la naturaleza; ella está a nuestro servicio, y, con nosotros,
participa de la dignidad que le corresponde conforme a la voluntad soberana del
Creador de todo. Por eso no podemos hacer de las cosas nuestro enemigo; no
podemos utilizarla para destruirnos unos y otros, pues la continuaríamos
esclavizando al mal y a la corrupción. Ella debe estar al servicio del bien de
todos, pues todos tienen el mismo derecho a disfrutar de los bienes de la
tierra para vivir con dignidad y decoro. Cuando la naturaleza cumpla con la
función que el Señor le ha asignado estará, con ello, bendiciendo al Señor,
pues estará, finalmente, al servicio de la vida y no de la muerte.
Lc. 21, 12-19. En esta exhortación
que el Señor nos hace a permanecer firmes en el testimonio de nuestra fe,
aceptando con amor todas las consecuencias que nos vengan por confesarnos hijos
en el Hijo; y en que nos invita a perseverar sin claudicar de nuestro
compromiso con Cristo cuando la persecución arrecie; y en que nos promete que
si nos mantenemos firmes, conseguiremos la vida, pareciéramos escuchar aquellas
palabras de Jesús: Bienaventurados serán ustedes cuando los injurien y los
persigan, y digan contra ustedes toda clase de calumnias por causa mía.
Alégrense y regocíjense, porque será grande su recompensa en los cielos, pues
así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes. Cuando los
Israelitas fueron al destierro el Señor les habló por medio de uno de sus profetas
diciéndoles: El Señor los ha traído para que, por medio de ustedes, los paganos
conozcan al Señor. Y el Señor nos dice: cuando sean llevados a los tribunales
déjenme hablar a mí por medio de ustedes, pues con esto ustedes darán
testimonio de mí. Dejemos que el Espíritu Santo hable por medio nuestro. Muchas
veces queremos hablar con la erudición humana. Y lo que salva no son nuestras
palabras, sino la Palabra que Dios sigue pronunciando día a día por medio de su
Iglesia. Por eso debemos aprender a estar a los pies del Maestro para que,
cuando vayamos a proclamar su Nombre, podamos decir como los auténticos
profetas: esto dice el Señor, en lugar de decir lo que dice determinado autor
humano, por muy eruditas que sean sus palabras. Y cuando Dios hable nadie podrá
resistir a esas palabras que Él pronuncie por medio nuestro. Entonces el
malvado podrá volver al Señor y el reino del Malo habrá llegado a su fin, no
por obra nuestra, sino por la obra que Dios realice por medio nuestro.
En
torno a Cristo Él pronuncia su Palabra sobre nosotros. Su Espíritu nos la hace
comprender. La Iglesia, unida a su Señor, se convierte, así, en una Palabra
viva, en el Evangelio viviente del Padre para todos los pueblos. El Señor nos
instruye con su Palabra y con su ejemplo, para que vayamos nosotros también a
proclamar su Evangelio no sólo con los labios, sino con la vida que se entrega
para que los demás encuentren al Señor, unan su vida a Él, participen de sus
dones y se salven. Cristo entrega su vida para que nosotros tengamos vida. Él
fue odiado y perseguido hasta que, finalmente, dio su vida por nosotros. Ese es
el camino que debemos afrontar quienes nos unimos a Él no sólo en la oración,
sino en la participación de su Cuerpo, que se entrega por nosotros y de su
Sangre, que se derrama por nosotros, para que vayamos y hagamos nosotros lo
mismo.
La
Misión está dada. No podemos entrar en comunión de vida con el Señor para
después convertirnos en vaso de maldad y de corrupción. Cristo nos quiere como
signos claros de su amor en medio del mundo y al paso de la historia. Meditemos
si hemos colaborado para que desaparezcan las injusticias, las maldades, las
guerras y persecuciones en el mundo, o si, llamándonos cristianos, hemos
colaborado para que el mal avance en el mundo. Cristo quiere que demos
testimonio de Él no sólo con una vida personal intachable, sino haciendo
nuestras las miserias y sufrimientos de todos para darles una solución
adecuada, no desde nuestras imaginaciones cortas y miopes, sino desde la
inspiración del Espíritu que nos lleva, no por donde nosotros queramos, sino
por donde Él quiere. Entonces, a pesar de que tengamos que pasar por la muerte,
el mismo Espíritu nos conducirá hasta la Gloria del Padre, y todo lo que
hayamos tenido que padecer por el Nombre de Dios será comprendido como los
caminos incomprensibles de Dios para nosotros, pero dentro de la voluntad
decidida y salvífica de Dios para la humanidad de todos los tiempos y lugares.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de estar abiertos a las inspiraciones de su Espíritu Santo en
nosotros, dejándonos conducir por Él hasta lograr la eterna bienaventuranza.
Amén.
Reflexión
de Homilía católica
Santoral:
Santa
Catalina Labouré, San Máximo,San Severino y San Virgilio.
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