LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Jueves, 28 de Noviembre
de 2013
Semana 34ª durante el
año
LECTURA DEL LIBRO DEL
PROFETA DANIEL 6,12-28
Yo,
Daniel, tuve una visión nocturna: los cuatro vientos del cielo agitaron el
océano y de él salieron cuatro bestias enormes, todas diferentes entre sí. La
primera bestia era como un león con alas de águila. Mientras yo lo miraba, le
arrancaron las alas, lo levantaron del suelo, lo incorporaron sobre sus patas,
como un hombre y le dieron inteligencia humana.
La
segunda bestia parecía un oso en actitud de incorporarse, con tres costillas
entre los dientes de sus fauces. Y le decían: “Levántate; come carne en
abundancia”.
Seguí
mirando y vi otra bestia semejante a un leopardo, con cuatro alas de ave en el
lomo y con cuatro cabezas. Y le dieron poder.
Después
volví a ver en mis visiones nocturnas una cuarta bestia, terrible, espantosa y
extraordinariamente fuerte; tenía enormes dientes de hierro; comía y trituraba,
y pisoteaba lo sobrante con sus patas. Era diferente a las bestias anteriores y
tenía diez cuernos. Mientras estaba observando los cuernos, despuntó de entre
ellos otro cuerno pequeño, que arrancó tres de los primeros cuernos. Este
cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería blasfemias.
Vi
que colocaban unos tronos y un anciano se sentó. Su vestido era blanco como la
nieve y sus cabellos blancos como lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas
encendidas. Un río de fuego brotaba delante de él. Miles y miles lo servían,
millones y millones estaban a sus órdenes. Comenzó el juicio y se abrieron los
libros.
Admirado
por las blasfemias que profería aquel cuerno, seguí mirando hasta que mataron a
la bestia, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras bestias les
quitaron el poder y las dejaron vivir durante un tiempo determinado.
Yo
seguí contemplando en mi visión nocturna y vi a alguien semejante a un hijo de
hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos
siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la
gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo
servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás
será destruido. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.los pueblos y naciones de
todas las lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder
eterno, y su reino jamás será destruido.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL Dn
3, 68-74
R
Bendito seas para siempre, Señor.
Montañas
y colinas,
bendigan
al Señor Todas las plantas de la tierra,
bendigan
al Señor /R
Fuentes,
bendigan
al Señor.
Mares
y ríos, bendigan al Señor /R
Ballenas
y peces, bendigan al Señor.
Aves
del cielo, bendigan al Señor.
Fieras
y ganados, bendigan al Señor /R
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21,29-33
En
aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos esta comparación: “Fíjense en la
higuera y en los demás árboles. Cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que
ya está cerca el verano. Así también, cuando vean que suceden las cosas que les
he dicho, sepan que el Reino de Dios está cerca. Yo les aseguro que antes de
que esta generación muera, todo esto se cumplirá. Podrán dejar de existir el
cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO
EN LA CASA SANTA MARTA EL 28/11/ 2013
Hay “poderes mundanos” que querrían que la religión
fuera “una cosa privada”. Pero a Dios, que ha vencido el mundo, se lo adora
hasta el final “con confianza y fidelidad”. Es el pensamiento que el Papa
Francisco ofreció esta mañana durante la homilía de la Misa celebrada en la
capilla de la Casa de Santa Marta. Los cristianos que hoy son perseguidos –
dijo – son el signo de la prueba que anuncia la victoria final de Jesús.
En la lucha final entre Dios y el Mal, que la
liturgia propone al final del año, hay una gran insidia, que el Papa llama “la
tentación universal”. La tentación de ceder a los halagos de quien quisiera
salirse con la suya sobre Dios. Pero precisamente quien cree, tiene un punto de
referencia límpido hacia el cual mirar. Es la historia de Jesús, con las
pruebas que padeció en el desierto y después las “tantas” soportadas en su vida
pública, sazonadas con “insultos” y “calumnias”, hasta la afrenta extrema, la
Cruz, pero donde el príncipe del mundo pierde su batalla ante la Resurrección
del Príncipe de la paz. El Papa Francisco indicó estos pasajes de la vida de
Cristo porque en el trastorno final del mundo, descrito en el Evangelio, la
puesta en juego es más alta que el drama representado por las calamidades
naturales:
“Cuando Jesús habla de estas calamidades en otro
pasaje nos dice que se producirá una profanación del templo, una profanación de
la fe, del pueblo: que se producirá la abominación, se producirá la desolación
de la abominación. ¿Qué significa eso? Será como el triunfo del príncipe de
este mundo: la derrota de Dios. Parece que él, en aquel momento final de
calamidades, parece que se adueñará de este mundo, será el amo del mundo”.
He aquí el corazón de la “prueba final”: la
profanación de la fe. Que, entre otras cosas, es muy evidente – observó
Francisco – dado lo que padece el profeta Daniel, en el relato de la primera
lectura: echado en la fosa de los leones por haber adorado a Dios en lugar de
al rey. Por tanto, “la desolación de la abominación” – reafirmó el Papa – tiene
un nombre preciso, “la prohibición de adoración”:
“No se puede hablar de religión, es una cosa
privada, ¿no? De esto públicamente no se habla. Se quitan los signos
religiosos. Se debe obedecer a las órdenes que vienen de los poderes mundanos.
Se pueden hacer tantas cosas, cosas bellas, pero no adorar a Dios. Prohibición
de adoración. Éste es el centro de este fin. Y cuando llegue a la plenitud – al
‘kairós’ de esta actitud pagana, cuando se cumpla este tiempo – entonces sí,
vendrá Él: ‘Y verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y
gloria’. Los cristianos que sufren tiempos de persecución, tiempos de
prohibición de adoración son una profecía de lo que nos sucederá a todos”.
Y sin embargo, concluyó el Papa Francisco, en el
momento en el que los “tiempos de los paganos se habrán cumplido” será el
momento de levantar la cabeza, porque estrá “cerca” la “victoria de
Jesucristo”:
“No tengamos miedo, sólo Él nos pide fidelidad y
paciencia. Fidelidad como Daniel, que ha sido fiel a su Dios y ha adorado a
Dios hasta el final. Y paciencia, porque los cabellos de nuestra cabeza no
caerán. Así lo ha prometido el Señor. Esta semana nos hará bien pensar en esta
apostasía general, que se llama prohibición de adoración y preguntarnos: ‘¿Yo
adoro al Señor? ¿Yo adoro a Jesucristo, el Señor? ¿O un poco a medias, hago el
juego del príncipe de este mundo?’. Adorar hasta el final, con confianza y
fidelidad: ésta es la gracia que debemos pedir esta semana”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Fuente: es Radio Vaticano va
Reflexión
Dan.
6, 12-28. Quien confíe en el Señor jamás será defraudado por Él. Y todo lo que
el Señor realice a favor nuestro no será sólo para que nosotros sintamos su
cercanía y su amor de Padre, sino para que todos conozcan el amor que Dios
tiene a quienes han puesto en Él toda su confianza, lo reconozcan como su Dios
y Padre y experimenten su amor desde nosotros. La Iglesia de Cristo no sólo es
depositaria del amor y de la salvación de Dios; sino que, además, debe
convertirse en el instrumento a través del cual todos lleguen al conocimiento
de Dios; y esto, no sólo porque lo anuncie denodadamente a través de la
proclamación constante del Evangelio, sino porque, a pesar de verse perseguida
y condenada a muerte, jamás dé marcha atrás en el amor y en la confianza que ha
depositado en Dios. Muchos hermanos nuestros, por esa confianza en Dios, fueron
perseguidos y entregados a la muerte, y ahora viven para siempre como un
ejemplo de santidad para toda la Iglesia. Viendo cómo Jesús, después de padecer
ahora reina para siempre; y viendo que es el mismo camino de testimonio que han
experimentado muchos hermanos nuestros, con la mirada fija en Dios,
esforcémonos constantemente en dar testimonio de nuestra fe, sin jamás
avergonzarnos del Señor, aun cuando seamos objeto de burla, de persecución y de
muerte, pues desde la Resurrección de Cristo sabemos que, no la muerte, sino la
vida, tiene la última palabra.
Dan.
3, 60-74. Hay momentos en que el amor a Dios se inflama en nuestro corazón.
Entonces todo sonríe y uno se siente amado por el Amado. Parece uno caminar
entre algodones, y por muy fuertes que sean las persecuciones, uno está
dispuesto a darlo todo por el Señor. Pero de repente todo ese sentimiento se
derrumba y la imaginación misma deja de funcionar; pareciera que el rocío, la
nieve, el hielo, el frío, la noche y las tinieblas se han apoderado de nuestro
ser. Pareciera que todo ha perdido sentido y deja uno de caminar en el goce de
Dios y de su cielo, y vuelve uno a la tierra en medio de angustias y de
momentos difíciles y amargos que meten, incluso, dudas en la cabeza acerca de
que si el Señor le sigue a uno amando, o si se alejó y nos dejó en la más
terrible de las soledades. ¡Alerta! El Señor siempre está a nuestro lado. En
esos momentos no podemos caer en la rutina, pues estaríamos al borde del
abandono de nuestra fidelidad a Él. Hay que orar, aun cuando la oración sepa a
pasto seco y no satisfaga el corazón. Rocíos y nevadas, bendigan al Señor;
hielo y frío, bendigan al Señor; heladas y nieves, bendigan al Señor; noches y
días, bendigan al Señor; luz y tinieblas, bendigan al Señor; rayos y nubes,
bendigan al Señor; tierra, bendice al Señor. Que esta sea nuestra confesión de
fe en el Señor en esos momentos en que lo sentimos lejos, y en que todo
pareciera haber perdido sentido.
Lc.
21, 20-28. Jerusalén, ciudad de paz; ese es su nombre; esa es su vocación. De
ahí brotará la salvación como un río en crecida que fecundará toda la tierra, y
la hará producir frutos agradables a Dios; y llegará incluso hasta el mar de
aguas saladas y lo saneará, pues nada hay imposible para Dios. Pero Jerusalén
se ha corrompido y, llegado Aquel que ha cumplido las promesas y el anuncio de
la Ley y los Profetas, ha sido rechazado. Por eso Jerusalén ha sido destruida y
no ha quedado en ella piedra sobre piedra, y sus hijos han sido dispersados por
todas las naciones. Los que formamos la Iglesia del Cordero, ¿realmente creemos
en Él? No podemos responder con sólo nuestras palabras; nuestra respuesta ha de
darse de un modo vital, pues son nuestras obras, son nuestras actitudes hacia
nuestro prójimo, es nuestra vida misma lo que manifiesta hasta qué punto
vivimos fieles al Señor. El momento en que se acabe este mundo no debe
confundirnos ni angustiarnos. El Señor nos pide una vigilancia activamente
amorosa para que cuando Él venga levantemos la cabeza, sabiéndonos hijos amados
de Dios. No descuidemos nuestra fe constante en el Señor a pesar de lo que
tengamos que padecer, pues si nos alejamos de Él y comenzamos a destruirnos
unos y otros, por más que proclamemos el Nombre del Señor, nuestro mal
comportamiento echaría por tierra toda la obra de salvación. Entonces, en lugar
de ser parte de la construcción del Reino de Dios seríamos destruidos
irremediablemente. Trabajemos por el Señor; y no lo hagamos por temor, ni por
interés, sino por amor, un amor que nos lleve a permitirle al Señor hacer su obra
de salvación en nosotros, y en el mundo por medio nuestro, aun cuando por ello
también nosotros tengamos que entregar nuestra propia vida por el bien de
todos, pues nadie tiene amor más grande por sus amigos que el que da la vida
por ellos.
Dios,
nuestro Dios misericordioso y Padre, nos ha convocado en este día en torno a
Jesús, su Hijo, Señor nuestro. No se dirige a nosotros por medio de señales que
nos llenen de terror y angustia, sino en la sencillez de los signos frágiles
mediante los cuales se manifiesta a nosotros. Ahí esta su Palabra, dirigida a
nosotros con toda sencillez, pero con toda su fuerza salvadora. Ahí está Él
convertido en alimento nuestro en la sencillez de los signos sacramentales del
pan y del vino; pero con todo su poder que nos fortalece para seguirle siendo
fieles trabajando para que su Evangelio llegue a todos. Ahí está su Iglesia,
representada mediante los miembros de la misma que nos hemos reunido para
celebrar al Señor; somos frágiles e inclinados a la maldad, pero el Señor nos
llena de su Espíritu para que seamos un signo de alegría, de paz, de
misericordia y de luz para el mundo entero. Abramos nuestro corazón a Él, para
que, habitando en nosotros, Él nos convierta en un signo de su amor para todos
los pueblos.
Dios
no nos llamó a unirnos a Él para que nos convirtamos en perseguidores de
nuestros semejantes. Hemos de desterrar de nosotros todo sentimiento y todo
gesto de envidia y persecución. Hemos de ser un signo de Cristo que salva, y no
dar una imagen que el Señor no tiene: condenar a quienes van de camino por este
mundo, pues Él no vino a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido.
Sólo al final, confrontada nuestra vida con su Palabra, se hará el juicio de
nuestras obras, para que reconozcamos si somos o no dignos de estar para
siempre con el Señor. Por eso debemos vivir con la cabeza levantada, no por
orgullo, sino para contemplar a Aquel que nos ha precedido con su cruz, y poder
seguir sus huellas amando y sirviendo a nuestro prójimo, pues no hay otro
camino, sino el mismo Cristo, que nos lleve al Padre. Que no sólo acudamos al
Señor para darle culto, sino que vayamos a Él para ser fortalecidos con su
Espíritu, y poder así vivir nuestro compromiso de fe en medio de los diversos
ambientes en que se desarrolle nuestra existencia. No vivamos en el temor,
pensando que el mundo se nos acabará de un momento a otro; vivamos más bien
amando al Señor y a nuestro prójimo para que, cuando Él vuelva, nos encuentre
dispuestos a ir con Él a gozar de la Gloria del Padre.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de pasar haciendo siempre el bien a todos; que
esto lo hagamos no por simple filantropía, sino porque amamos a nuestro prójimo
como el Señor nos ha amado a nosotros, y porque seamos conscientes de que lo
que hagamos a los demás se lo estaremos haciendo al mismo Cristo, pudiendo así
Él reconocernos como suyos al final del tiempo. Amén.
Reflexión de Homilía católica.
Santoral
San
Hilario, Santa Quieta, San Santiago de la Marca
y
San Andrés Trân Van Trông
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