viernes, 29 de noviembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Jueves, 28 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Jueves, 28 de Noviembre de 2013
Semana 34ª durante el año

LECTURA DEL LIBRO DEL PROFETA DANIEL 6,12-28
Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: los cuatro vientos del cielo agitaron el océano y de él salieron cuatro bestias enormes, todas diferentes entre sí. La primera bestia era como un león con alas de águila. Mientras yo lo miraba, le arrancaron las alas, lo levantaron del suelo, lo incorporaron sobre sus patas, como un hombre y le dieron inteligencia humana.

La segunda bestia parecía un oso en actitud de incorporarse, con tres costillas entre los dientes de sus fauces. Y le decían: “Levántate; come carne en abundancia”.

Seguí mirando y vi otra bestia semejante a un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y con cuatro cabezas. Y le dieron poder.

Después volví a ver en mis visiones nocturnas una cuarta bestia, terrible, espantosa y extraordinariamente fuerte; tenía enormes dientes de hierro; comía y trituraba, y pisoteaba lo sobrante con sus patas. Era diferente a las bestias anteriores y tenía diez cuernos. Mientras estaba observando los cuernos, despuntó de entre ellos otro cuerno pequeño, que arrancó tres de los primeros cuernos. Este cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería blasfemias.

Vi que colocaban unos tronos y un anciano se sentó. Su vestido era blanco como la nieve y sus cabellos blancos como lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas encendidas. Un río de fuego brotaba delante de él. Miles y miles lo servían, millones y millones estaban a sus órdenes. Comenzó el juicio y se abrieron los libros.

Admirado por las blasfemias que profería aquel cuerno, seguí mirando hasta que mataron a la bestia, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras bestias les quitaron el poder y las dejaron vivir durante un tiempo determinado.

Yo seguí contemplando en mi visión nocturna y vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL Dn 3, 68-74
R Bendito seas para siempre, Señor.

Montañas y colinas,
bendigan al Señor Todas las plantas de la tierra,
bendigan al Señor /R

Fuentes,
bendigan al Señor.
Mares y ríos, bendigan al Señor /R

Ballenas y peces, bendigan al Señor.
Aves del cielo, bendigan al Señor.
Fieras y ganados, bendigan al Señor /R


EVANGELIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21,29-33

En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos esta comparación: “Fíjense en la higuera y en los demás árboles. Cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano. Así también, cuando vean que suceden las cosas que les he dicho, sepan que el Reino de Dios está cerca. Yo les aseguro que antes de que esta generación muera, todo esto se cumplirá. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.



HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO
EN LA CASA SANTA MARTA EL 28/11/ 2013

Hay “poderes mundanos” que querrían que la religión fuera “una cosa privada”. Pero a Dios, que ha vencido el mundo, se lo adora hasta el final “con confianza y fidelidad”. Es el pensamiento que el Papa Francisco ofreció esta mañana durante la homilía de la Misa celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Los cristianos que hoy son perseguidos – dijo – son el signo de la prueba que anuncia la victoria final de Jesús.

En la lucha final entre Dios y el Mal, que la liturgia propone al final del año, hay una gran insidia, que el Papa llama “la tentación universal”. La tentación de ceder a los halagos de quien quisiera salirse con la suya sobre Dios. Pero precisamente quien cree, tiene un punto de referencia límpido hacia el cual mirar. Es la historia de Jesús, con las pruebas que padeció en el desierto y después las “tantas” soportadas en su vida pública, sazonadas con “insultos” y “calumnias”, hasta la afrenta extrema, la Cruz, pero donde el príncipe del mundo pierde su batalla ante la Resurrección del Príncipe de la paz. El Papa Francisco indicó estos pasajes de la vida de Cristo porque en el trastorno final del mundo, descrito en el Evangelio, la puesta en juego es más alta que el drama representado por las calamidades naturales:

“Cuando Jesús habla de estas calamidades en otro pasaje nos dice que se producirá una profanación del templo, una profanación de la fe, del pueblo: que se producirá la abominación, se producirá la desolación de la abominación. ¿Qué significa eso? Será como el triunfo del príncipe de este mundo: la derrota de Dios. Parece que él, en aquel momento final de calamidades, parece que se adueñará de este mundo, será el amo del mundo”.

He aquí el corazón de la “prueba final”: la profanación de la fe. Que, entre otras cosas, es muy evidente – observó Francisco – dado lo que padece el profeta Daniel, en el relato de la primera lectura: echado en la fosa de los leones por haber adorado a Dios en lugar de al rey. Por tanto, “la desolación de la abominación” – reafirmó el Papa – tiene un nombre preciso, “la prohibición de adoración”:

“No se puede hablar de religión, es una cosa privada, ¿no? De esto públicamente no se habla. Se quitan los signos religiosos. Se debe obedecer a las órdenes que vienen de los poderes mundanos. Se pueden hacer tantas cosas, cosas bellas, pero no adorar a Dios. Prohibición de adoración. Éste es el centro de este fin. Y cuando llegue a la plenitud – al ‘kairós’ de esta actitud pagana, cuando se cumpla este tiempo – entonces sí, vendrá Él: ‘Y verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y gloria’. Los cristianos que sufren tiempos de persecución, tiempos de prohibición de adoración son una profecía de lo que nos sucederá a todos”.

Y sin embargo, concluyó el Papa Francisco, en el momento en el que los “tiempos de los paganos se habrán cumplido” será el momento de levantar la cabeza, porque estrá “cerca” la “victoria de Jesucristo”:

“No tengamos miedo, sólo Él nos pide fidelidad y paciencia. Fidelidad como Daniel, que ha sido fiel a su Dios y ha adorado a Dios hasta el final. Y paciencia, porque los cabellos de nuestra cabeza no caerán. Así lo ha prometido el Señor. Esta semana nos hará bien pensar en esta apostasía general, que se llama prohibición de adoración y preguntarnos: ‘¿Yo adoro al Señor? ¿Yo adoro a Jesucristo, el Señor? ¿O un poco a medias, hago el juego del príncipe de este mundo?’. Adorar hasta el final, con confianza y fidelidad: ésta es la gracia que debemos pedir esta semana”.

(María Fernanda Bernasconi – RV).

Fuente: es Radio Vaticano va


Reflexión

Dan. 6, 12-28. Quien confíe en el Señor jamás será defraudado por Él. Y todo lo que el Señor realice a favor nuestro no será sólo para que nosotros sintamos su cercanía y su amor de Padre, sino para que todos conozcan el amor que Dios tiene a quienes han puesto en Él toda su confianza, lo reconozcan como su Dios y Padre y experimenten su amor desde nosotros. La Iglesia de Cristo no sólo es depositaria del amor y de la salvación de Dios; sino que, además, debe convertirse en el instrumento a través del cual todos lleguen al conocimiento de Dios; y esto, no sólo porque lo anuncie denodadamente a través de la proclamación constante del Evangelio, sino porque, a pesar de verse perseguida y condenada a muerte, jamás dé marcha atrás en el amor y en la confianza que ha depositado en Dios. Muchos hermanos nuestros, por esa confianza en Dios, fueron perseguidos y entregados a la muerte, y ahora viven para siempre como un ejemplo de santidad para toda la Iglesia. Viendo cómo Jesús, después de padecer ahora reina para siempre; y viendo que es el mismo camino de testimonio que han experimentado muchos hermanos nuestros, con la mirada fija en Dios, esforcémonos constantemente en dar testimonio de nuestra fe, sin jamás avergonzarnos del Señor, aun cuando seamos objeto de burla, de persecución y de muerte, pues desde la Resurrección de Cristo sabemos que, no la muerte, sino la vida, tiene la última palabra.

Dan. 3, 60-74. Hay momentos en que el amor a Dios se inflama en nuestro corazón. Entonces todo sonríe y uno se siente amado por el Amado. Parece uno caminar entre algodones, y por muy fuertes que sean las persecuciones, uno está dispuesto a darlo todo por el Señor. Pero de repente todo ese sentimiento se derrumba y la imaginación misma deja de funcionar; pareciera que el rocío, la nieve, el hielo, el frío, la noche y las tinieblas se han apoderado de nuestro ser. Pareciera que todo ha perdido sentido y deja uno de caminar en el goce de Dios y de su cielo, y vuelve uno a la tierra en medio de angustias y de momentos difíciles y amargos que meten, incluso, dudas en la cabeza acerca de que si el Señor le sigue a uno amando, o si se alejó y nos dejó en la más terrible de las soledades. ¡Alerta! El Señor siempre está a nuestro lado. En esos momentos no podemos caer en la rutina, pues estaríamos al borde del abandono de nuestra fidelidad a Él. Hay que orar, aun cuando la oración sepa a pasto seco y no satisfaga el corazón. Rocíos y nevadas, bendigan al Señor; hielo y frío, bendigan al Señor; heladas y nieves, bendigan al Señor; noches y días, bendigan al Señor; luz y tinieblas, bendigan al Señor; rayos y nubes, bendigan al Señor; tierra, bendice al Señor. Que esta sea nuestra confesión de fe en el Señor en esos momentos en que lo sentimos lejos, y en que todo pareciera haber perdido sentido.

Lc. 21, 20-28. Jerusalén, ciudad de paz; ese es su nombre; esa es su vocación. De ahí brotará la salvación como un río en crecida que fecundará toda la tierra, y la hará producir frutos agradables a Dios; y llegará incluso hasta el mar de aguas saladas y lo saneará, pues nada hay imposible para Dios. Pero Jerusalén se ha corrompido y, llegado Aquel que ha cumplido las promesas y el anuncio de la Ley y los Profetas, ha sido rechazado. Por eso Jerusalén ha sido destruida y no ha quedado en ella piedra sobre piedra, y sus hijos han sido dispersados por todas las naciones. Los que formamos la Iglesia del Cordero, ¿realmente creemos en Él? No podemos responder con sólo nuestras palabras; nuestra respuesta ha de darse de un modo vital, pues son nuestras obras, son nuestras actitudes hacia nuestro prójimo, es nuestra vida misma lo que manifiesta hasta qué punto vivimos fieles al Señor. El momento en que se acabe este mundo no debe confundirnos ni angustiarnos. El Señor nos pide una vigilancia activamente amorosa para que cuando Él venga levantemos la cabeza, sabiéndonos hijos amados de Dios. No descuidemos nuestra fe constante en el Señor a pesar de lo que tengamos que padecer, pues si nos alejamos de Él y comenzamos a destruirnos unos y otros, por más que proclamemos el Nombre del Señor, nuestro mal comportamiento echaría por tierra toda la obra de salvación. Entonces, en lugar de ser parte de la construcción del Reino de Dios seríamos destruidos irremediablemente. Trabajemos por el Señor; y no lo hagamos por temor, ni por interés, sino por amor, un amor que nos lleve a permitirle al Señor hacer su obra de salvación en nosotros, y en el mundo por medio nuestro, aun cuando por ello también nosotros tengamos que entregar nuestra propia vida por el bien de todos, pues nadie tiene amor más grande por sus amigos que el que da la vida por ellos.
Dios, nuestro Dios misericordioso y Padre, nos ha convocado en este día en torno a Jesús, su Hijo, Señor nuestro. No se dirige a nosotros por medio de señales que nos llenen de terror y angustia, sino en la sencillez de los signos frágiles mediante los cuales se manifiesta a nosotros. Ahí esta su Palabra, dirigida a nosotros con toda sencillez, pero con toda su fuerza salvadora. Ahí está Él convertido en alimento nuestro en la sencillez de los signos sacramentales del pan y del vino; pero con todo su poder que nos fortalece para seguirle siendo fieles trabajando para que su Evangelio llegue a todos. Ahí está su Iglesia, representada mediante los miembros de la misma que nos hemos reunido para celebrar al Señor; somos frágiles e inclinados a la maldad, pero el Señor nos llena de su Espíritu para que seamos un signo de alegría, de paz, de misericordia y de luz para el mundo entero. Abramos nuestro corazón a Él, para que, habitando en nosotros, Él nos convierta en un signo de su amor para todos los pueblos.
Dios no nos llamó a unirnos a Él para que nos convirtamos en perseguidores de nuestros semejantes. Hemos de desterrar de nosotros todo sentimiento y todo gesto de envidia y persecución. Hemos de ser un signo de Cristo que salva, y no dar una imagen que el Señor no tiene: condenar a quienes van de camino por este mundo, pues Él no vino a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido. Sólo al final, confrontada nuestra vida con su Palabra, se hará el juicio de nuestras obras, para que reconozcamos si somos o no dignos de estar para siempre con el Señor. Por eso debemos vivir con la cabeza levantada, no por orgullo, sino para contemplar a Aquel que nos ha precedido con su cruz, y poder seguir sus huellas amando y sirviendo a nuestro prójimo, pues no hay otro camino, sino el mismo Cristo, que nos lleve al Padre. Que no sólo acudamos al Señor para darle culto, sino que vayamos a Él para ser fortalecidos con su Espíritu, y poder así vivir nuestro compromiso de fe en medio de los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia. No vivamos en el temor, pensando que el mundo se nos acabará de un momento a otro; vivamos más bien amando al Señor y a nuestro prójimo para que, cuando Él vuelva, nos encuentre dispuestos a ir con Él a gozar de la Gloria del Padre.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de pasar haciendo siempre el bien a todos; que esto lo hagamos no por simple filantropía, sino porque amamos a nuestro prójimo como el Señor nos ha amado a nosotros, y porque seamos conscientes de que lo que hagamos a los demás se lo estaremos haciendo al mismo Cristo, pudiendo así Él reconocernos como suyos al final del tiempo. Amén.

Reflexión de Homilía católica.




Santoral
San Hilario, Santa Quieta, San Santiago de la Marca

y San Andrés Trân Van Trông

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