viernes, 8 de noviembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA del Viernes 08 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Viernes 08 de Noviembre de 2013
33ª semana del Tiempo Ordinario. C



LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 15,14-21

Hermanos: En lo personal estoy convencido de que ustedes están llenos de bondad y conocimientos para poder aconsejarse los unos a los otros. Sin embargo, les he escrito con cierto atrevimiento algunos pasajes para recordarles ciertas cosas que ya sabían. Lo he hecho autorizado por el don que he recibido de Dios de ser ministro sagrado de Cristo Jesús entre los paganos. Mi actividad sacerdotal consiste en predicar el Evangelio de Dios, a fin de que los paganos lleguen a ser una ofrenda agradable al Señor, santificada por el Espíritu Santo.

Por lo tanto, en lo que se refiere al servicio de Dios, tengo de qué gloriarme en Cristo Jesús, pues no me atrevería a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por mi medio para la conversión de los paganos, valiéndose de mis palabras y acciones, con la fuerza de señales y prodigios y con el poder del Espíritu Santo. De esta manera he dado a conocer plenamente el Evangelio de Cristo por todas partes, desde Jerusalén hasta la región de Iliria. Pero he tenido mucho cuidado de no predicar en los lugares donde ya se conocía a Cristo, para no construir sobre cimientos ya puestos por otros, de acuerdo con lo que dice la Escritura: Los que no habían tenido noticias de él, lo verán; y los que no habían oído de él, lo conocerán.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL  97, 1-4
R Que todos los pueblos aclamen al Señor.

Cantemos al Señor
un canto nuevo,
pues ha hecho maravillas.
Su diestra y su santo brazo
le han dado la victoria /R

El Señor ha dado a conocer su victoria y
ha revelado a las naciones su justicia.
Una vez más ha demostrado Dios su amor y
su lealtad hacia Israel /R

La tierra entera ha contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Que todos los pueblos y
naciones aclamen con júbilo al Señor /R



EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 16,1-8

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador’. Entonces el administrador se puso a pensar: ‘¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan’.

Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto le debes a mi amo?’ El hombre respondió: ‘Cien barriles de aceite’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta’. Luego preguntó al siguiente:

‘Y tú, ¿cuánto debes?’ Éste respondió: ‘Cien sacos de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y haz otro por ochenta’.

El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús


Reflexión

Rom. 15, 14-21. Nuestra misión consiste en anunciarles a todos a Cristo, Buena Nueva del Padre. Aquel que no sólo llegue a conocerlo sino que, por la fe, lo acepte en su vida, estará aceptando la salvación que en Él nos ofrece el Padre Dios. El cumplimiento, así, de la misión de la Iglesia, le lleva a que quienes, por su testimonio y por el anuncio del Evangelio, se acerquen a Cristo, por medio de Él se conviertan en una ofrenda de suave aroma a Dios. Digamos, pues, que el anuncio del Evangelio se convierte en una acción litúrgica de la Iglesia. Nuestros ambientes familiares, y el de muchos grupos así llamados cristianos, han de tener ya a Cristo con ellos mismos, y han de vivir en un verdadero compromiso de fe con el Señor. Sin embargo, somos testigos de cómo se ha deteriorado la fe en muchas personas, familias y grupos. Por eso no debe importarnos el que otros hayan edificado o puesto ya los cimientos de la fe; ahí llegaremos también nosotros con nuestra labor evangelizadora, pues la Iglesia, para ser evangelizadora, primero ha de ser evangelizada. Y, probablemente, tengamos que edificar y reedificar sobre antiguas ruinas, hasta lograr que todos, con una vida intachable, nos convirtamos en una ofrenda agradable a Dios.

Sal 98 (97). Dios, por medio de su Hijo Jesucristo, nos ha manifestado su amor y su lealtad, cumpliéndose en Él las promesas hechas a nuestros antiguos padres: que nos suscitaría un Salvador de la casa de David, su siervo. Por medio de la entrega de Jesús por nosotros se ha realizado la obra más maravillosa del amor de Dios en favor nuestro. Al resucitar Jesús de entre los muertos Él se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte, a la vista de todas las naciones. Por eso aclamemos con júbilo al Señor. Que nuestra aclamación, reconociéndolo como Señor nuestro, no sólo la hagamos con los labios sino con una vida íntegra, conforme a nuestra fidelidad amorosa a su Palabra, y guiados por su Espíritu Santo, que habita en nosotros.

Lc. 16, 1-8. Administrar los bienes de Dios. El Señor nos ha enriquecido con su Vida y ha derramado abundantemente su Espíritu Santo en nosotros. Tal vez nos ha pasado lo del hijo pródigo, que hemos malgastado los bienes del Señor, y nos hemos quedado con las manos vacías. El Señor nos pide dejar nuestras miradas egoístas y miopes, y abrir nuestros ojos para trabajar colaborando para que el Reino de Dios llegue a quienes se han alejado de Él, o a quienes viven hundidos en el pecado y dominados por la maldad. Pero no sólo hemos de proclamar el Nombre de Dios; también hemos de compartir los bienes que tenemos con quienes viven en condiciones menos dignas que las nuestras. Cuando anunciemos el Evangelio, o cuando alguien reciba, por medio nuestro, la Vida Divina, o cuando alguien reciba nuestra ayuda en bienes materiales, recordemos que no estamos compartiendo o repartiendo algo nuestro, sino los bienes de Dios que Él puso en nuestras manos, no para acumularlos, sino para socorrer a los necesitados. Esa es la sagacidad que el Señor espera de nosotros: compartir lo nuestro para hacernos ricos ante Dios; pues quien atesora para sí mismo se empobrece ante Dios y pierde su alma.
En esta Eucaristía el Señor nos reúne para llenarnos de su Vida y de su Espíritu. Él no limita su entrega hacia nosotros. Él se da plenamente a todos y a cada uno de nosotros. La presencia del Señor en nosotros es como una gran luz que se enciende; pero esa luz no puede quedarse encerrada, sino que ha de iluminar a todos. Así quienes entramos en comunión de vida con Cristo, nos convertimos en portadores de su amor salvador para todos. Hechos luz, por nuestra unión a Cristo, el Padre Dios no sólo acepta la ofrenda que hacemos de su Hijo mediante estos signos sacramentales de su Pascua, sino que nos contempla también a nosotros, que nos convertimos en una ofrenda agradable a Él por saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica, y por unirnos a Cristo mediante la fe y el Bautismo. Sabemos que hemos malgastado la vida de Dios en nosotros. Pero Dios, nuestro Padre lleno de amor y de misericordia, vuelve hacia nosotros su mirada para perdonarnos y para confiarnos nuevamente el anuncio de su Evangelio, para hacerlo llegar a todos tanto con las palabras, como, especialmente, con las obras y con la vida misma. Ojalá y no defraudemos la confianza que el Señor ha depositado en nosotros.
El Señor, por medio nuestro, quiere continuar haciendo su obra de salvación en favor de todos los pueblos. Aquel que se convierta en portador de Cristo debe amoldar sus palabras, sus obras, sus actitudes y su vida misma al Señor. A nosotros corresponde permitirle al Señor, desde nuestra propia vida, consolar a los tristes, perdonar a los pecadores, socorrer a los pobres y hacer a todos hijos de Dios en Cristo, para que, convertidos en una ofrenda agradable a Él, todos lleguemos a participar de su Gloria. No denigremos el Nombre de Dios entre nosotros con actitudes pecaminosas. Más bien propiciemos el que al ver los demás nuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Dios y Padre, que está en los cielos.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir amando a todos. Que nuestro amor no se limite a algún grupo, sino que esté abierto a todos para que, distribuyendo con amor la Gracia de Dios, todos lleguemos algún día a alabar su Nombre eternamente. Amén.


Reflexión de: Homilía católica.


HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA 
PARABOLA DEL ADMINISTRADOR DESHONESTO
Esta viernes por la mañana, en la Misa celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta, el Papa Francisco rezó por los tantos niños y jóvenes que reciben de sus padres "pan sucio", que ganan como fruto de los sobornos y de la corrupción, y que sin embargo tienen hambre de dignidad.

Basándose en la parábola del administrador deshonesto, el Santo Padre habló del "espíritu del mundo" y de la "mundanidad", y de cuán peligrosa es esta "mundanidad". Mientras Jesús "rezaba al Padre para que sus discípulos no cayeran en la mundanidad".

"Cuando pensamos en nuestros enemigos, verdaderamente pensemos primero en el demonio, porque es precisamente lo que nos hace mal. El clima, el estilo de vida le gusta tanto al demonio y esta mundanidad: vivir según los valores –entre comillas– del mundo. Y este administrador es un ejemplo de mundanidad. Alguno de ustedes podrá decir: ‘¡Pero este hombre ha hecho lo que hacen todos!’. ¡Pero no todos! Algunos administradores, administradores de empresas, administradores públicos; algunos administradores del gobierno... Quizá no sean tantos. Pero es un poco esa actitud del camino más breve, más cómodo para ganarse la vida".

El Pontífice afirmó que el patrón alaba al administrador deshonesto por su astucia: "¡Eh sí, ésta es una alabanza al soborno! Y el hábito del soborno es un hábito mundano y fuertemente pecador. Es un hábito que no viene de Dios: ¡Dios nos ha pedido que llevemos el pan a casa con nuestro trabajo honesto! Y este hombre, administrar, lo llevaba, ¿pero cómo? ¡Daba de comer a sus hijos pan sucio! Y sus hijos, tal vez educados en colegios costosos, tal vez crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su papá como comida suciedad, porque su papá, llevando el pan sucio a la casa, ¡había perdido la dignidad! ¡Y esto es un pecado grave! Porque se comienza tal vez con una pequeña coima, ¡pero es como la droga, eh!"

Por tanto, afirmó el Santo Padre, el hábito del soborno se vuelve una dependencia. Pero si hay una "astucia mundana", dijo, también hay una "astucia cristiana", que es la de hacer las cosas no con el espíritu del mundo, sino honestamente. Y esto lo dice Jesús cuando invita a ser astutos como las serpientes y sencillos como las palomas: poner juntas estas dos dimensiones "es una gracia del Espíritu Santo", un don que debemos pedir. Y concluyó con una oración:

"Quizás hoy nos hará bien a todos nosotros rezar por tantos niños y muchachos que reciben de sus padres pan sucio: ¡también éstos están hambrientos, están hambrientos de dignidad! Rezar para que el Señor cambie el corazón de estos devotos del soborno y se den cuenta de que la dignidad viene del trabajo digno, del trabajo honesto, del trabajo de cada día y no de estos caminos más fáciles que al final te quitan todo".

"Y después, concluiría como aquel otro del Evangelio que tenía tantos graneros, tantos silos repletos y no sabía qué hacer de ellos: ‘Esta noche deberás morir’, le dijo el Señor. Esta pobre gente que ha perdido la dignidad en el hábito de los sobornos ¡sólo lleva consigo, no el dinero que ha ganado, sino la falta de dignidad! ¡Recemos por ellos!"

VATICANO 08 Nov. 13 / 10:42 am (ACI/EWTN Noticias)

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