LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Miércoles 20 de Noviembre
de 2013
33ª Semana del tiempo
ordinario. C
LECTURA DEL SEGUNDO
LIBRO DE LOS MACABEOS 7, 1. 20-31
En
aquellos días, arrestaron a siete hermanos junto con su madre. El rey Antíoco
Epifanes los hizo azotar para obligarlos a comer carne de puerco, prohibida por
la ley.
Muy
digna de admiración y de glorioso recuerdo fue aquella madre que, viendo morir
a sus siete hijos en el espacio de un solo día, lo soportó con entereza, porque
tenían puesta su esperanza en el Señor. Llena de generosos sentimientos y
uniendo un temple viril a la ternura femenina, animaba a cada uno de ellos en
su lengua materna, diciéndoles:
“Yo
no sé cómo han aparecido ustedes en mi seno; no he sido yo quien les ha dado el
aliento y la vida, ni he unido yo los miembros que componen su cuerpo. Ha sido
Dios, creador del mundo, el mismo que formó el género humano y creó cuanto
existe. Por su misericordia, él les dará de nuevo el aliento y la vida, ya que
por obedecer sus santas leyes, ustedes la sacrifican ahora”.
Antíoco,
pensó que la mujer lo estaba despreciando e insultando. Aún quedaba con vida el
más pequeño de los hermanos y Antíoco trataba de ganárselo, no sólo con
palabras, sino hasta con juramentos le prometía hacerlo rico y feliz, con tal
de que renegara de las tradiciones de sus padres; lo haría su amigo y le daría
un cargo. Pero como el muchacho no le hacía el menor caso, el rey mandó llamar
a la madre y le pidió que convenciera a su hijo de que aceptara, por su propio
bien. El rey se lo pidió varias veces, y la madre aceptó. Se acercó entonces a
su hijo, y burlándose del cruel tirano, le dijo en su lengua materna: “Hijo
mío, ten compasión de mí, que te llevé en mi seno nueve meses, te amamanté tres
años y te he criado y educado hasta la edad que tienes. Te ruego, hijo mío, que
mires el cielo y la tierra, y te fijes en todo lo que hay en ellos; así sabrás
que Dios lo ha hecho todo de la nada y que en la misma forma ha hecho a los
hombres. Así, pues, no le tengas miedo al verdugo, sigue el buen ejemplo de tus
hermanos y acepta la muerte, para que, por la misericordia de Dios, te vuelva
yo a encontrar con ellos”.
Cuando
la madre terminó de hablar, el muchacho dijo a los verdugos: “¿qué esperan? No
voy a obedecer la orden del rey; yo obedezco los mandamientos de la ley dada a
nuestros padres por medio de Moisés. Y tú, rey, que eres el causante de tantas
desgracias para los hebreos, no escaparás de las manos de Dios”.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL
16, 1. 5-6. 8b. 15
R
Escóndeme, Señor, bajo la sombra de tus alas.
Señor,
hazme justicia y
a
mi clamor atiende;
presta
oído a mi súplica,
pues
mis labios no mienten /R
Mis
pies en tus caminos se mantuvieron firmes,
no
tembló mi pisada. A ti mi voz elevo,
pues
sé que me respondes. Atiéndeme, Dios mío,
y
escucha mis palabras /R
Protégeme,
Señor, como a las niñas de tus ojos,
bajo
la sombra de tus alas escóndeme, pues yo, por serte fiel,
contemplaré
tu rostro y al despertarme,
espero
saciarme de tu vista /R
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 19,11-28
En
aquel tiempo, como ya se acercaba Jesús a Jerusalén y la gente pensaba que el
Reino de Dios iba a manifestarse de un momento a otro, él les dijo esta
parábola:
“Había
un hombre de la nobleza que se fue a un país lejano para ser nombrado rey y
volver como tal. Antes de irse, mandó llamar a diez empleados suyos, les
entregó una moneda de mucho valor a cada uno y les dijo: ‘Inviertan este dinero
mientras regreso’.
Pero
sus compatriotas lo aborrecían y enviaron detrás de él a unos delegados que
dijeran: ’No queremos que éste sea nuestro rey’.
Pero
fue nombrado rey, y cuando regresó a su país, mandó llamar a los empleados a
quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno.
Se
presentó el primero y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras diez
monedas’. Él les contestó: ‘Muy bien. Eres un buen empleado. Puesto que has
sido fiel en una cosa pequeña, serás gobernador de diez ciudades’. Se presentó
el segundo y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras cinco monedas’. Y el
señor le respondió: ‘Tú serás gobernador de cinco ciudades’.
Se
presentó el tercero y le dijo: ‘Señor, aquí está tu moneda. La he tenido
guardada en un pañuelo, pues te tuve miedo, porque eres un hombre exigente, que
reclama lo que no ha invertido y cosecha lo que no ha sembrado’. El señor le
contestó: ‘Eres un mal empleado. Por tu propia boca te condeno. Tú sabías que
yo soy un hombre exigente, que reclamo lo que no he invertido y que cosecho lo
que no he sembrado, ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que
yo, al volver, lo hubiera recobrado con intereses?’ Después les dijo a los
presentes. ‘Quítenle a éste la moneda y dénsela al que tiene diez’. Le
respondieron: ‘Señor, ya tiene diez monedas’. Él les dijo: ‘Les aseguro que a
todo el que tenga se le dará con abundancia, y al que no tenga, aun lo que
tiene se le quitará. En cuanto a mis enemigos, que no querían tenerme como rey,
tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia’”.
Dicho
esto, Jesús prosiguió su camino hacia Jerusalén al frente de sus discípulos.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
2
Mac. 7, 1. 20-31. El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea Dios!,
pues si para el Señor vivimos, también para Él morimos, pues ya sea por nuestra
vida, ya sea por nuestra muerte, el Señor será siempre glorificado en nosotros.
Él nos creó; y Él nos llama a la vida eterna. Seamos fieles al Señor; no
juguemos entre el bien y el mal; no queramos hacer convivir en nosotros a Dios
y al Demonio. Si somos del Señor, vivamos para Él. Reafirmemos nuestra fe en
que la muerte no tiene la última palabra, sino la vida; pues si Dios tiene el
poder para llamar de la nada a todo lo que existe, tiene también poder para
resucitar, para la vida eterna junto a Él, a quienes le vivamos fieles. No
causemos mal a los demás; no los persigamos, no les hagamos la guerra, no los
asesinemos si no queremos, al final enfrentar el juicio de Dios, como hoy nos
lo hace saber su Palabra por medio del hijo menor de aquella mujer que vio
morir a sus siete hijos, en un sólo día, por ser fieles a la Ley Santa de Dios.
Sal.
17 (16). Muchos males tiene que soportar el justo; pues así como el oro es
acrisolado en el fuego, así el justo lo es en el sufrimiento. De esta manera
entendemos aquellas palabras de Cristo: era necesario que el Hijo del Hombre
padeciera todo esto, para entrar, así, en su Gloria. La Escritura nos dice:
Hijo mío, si quieres seguir al Señor, prepárate para el sacrificio. Si hemos
puesto nuestra vida en manos de Dios, dejemos que Él nos vaya formando hasta
lograr la perfección, llegando a ser conforme a la imagen de su propio Hijo.
Dejemos que vaya haciendo su voluntad, su obra en nosotros, en la misma forma
en que el alfarero realiza su voluntad en la hechura de su alfarería. Y si para
llegar a ser perfectos hemos de ser templados en el fuego, en el dolor, en la
prueba de amor hasta el extremo, mantengámonos firmes en los caminos de Dios
para que contemplemos su Rostro; y, aun cuando tengamos que pasar por el sueño de
la muerte, el Señor nos despertará para saciarnos eternamente de su vista.
Lc.
19, 11-28. Jesús va al frente de sus discípulos. Se encamina hacia Jerusalén
donde será nombrado Rey por su Padre Dios. No serán tanto las aclamaciones que
recibirá en su entrada gloriosa a Jerusalén entre Vivas y Hosannas; no será
tanto aquel escarnio inferida por los soldados cuando lo hagan rey de burla; no
será tanto aquel letrero que se mandará poner en lo alto de la cruz y en que
estará escrito: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos. Será aquella Glorificación
que le dé el Padre Dios por su filial obediencia. Y esto mismo es lo que el
Señor espera de quienes vamos tras sus huellas. Él nos confió el anuncio del
Evangelio que, como una buena semilla que se siembra en el campo, ha de
producir más y más fruto, hasta que la salvación llegue hasta el último rincón
de la tierra. No pudimos haber recibido la salvación sólo para disfrutarla de
un modo particularista e intimista. No podemos envolverla en el pañuelo de
nuestra propia piel; la luz que el Señor nos dio no puede esconderse
cobardemente debajo de una olla de barro. El Señor nos quiere apóstoles que,
con la valentía que nos viene de su Espíritu Santo en nosotros, trabajemos
esforzadamente para que su Reino llegue a nosotros con toda su fuerza. Aquel
que no lo haga se estará comparando a aquellos hombres que rechazaron al Señor
y no lo quisieron como Rey en su vida, y sufrirá la misma suerte de rechazo
dada a ellos.
En
esta Eucaristía el Señor nos entrega su Palabra, su Vida que nos salva, y la
comunión fraterna en el amor. Este gran tesoro ciertamente debe ser aprovechado
primeramente por cada uno de nosotros. Nosotros debemos ser los primeros
beneficiados por el Señor, y su presencia en nosotros ha de ser una presencia
transformante, transfigurante, de tal modo que, día a día, vayamos no sólo
siendo iluminados por la Luz del Señor, sino que nos convirtamos en luz que
alumbre el camino de quienes nos rodean. No podemos dejar que el Señor encienda
su Luz en nosotros para después desligarnos de Él. Su presencia en nosotros ha
de ser continua, unidos a Él mediante la oración y la escucha fiel de su
Palabra, pues la salvación no es obra del hombre, sino de Dios en el hombre.
Por eso la Eucaristía, nuestro punto más alto de encuentro con Dios en esta
vida, debe tener en nosotros la máxima importancia, y debe realizarse con un
auténtico amor que nos lleve a ser verdaderos discípulos suyos hasta que su
Iglesia llegue a ser transformada, por Él, en una imagen perfecta de su Hijo
amado, en la historia.
Pero
el tesoro de la Palabra de Dios, de su Vida que nos salva, y de la comunión
fraterna que nos une como hijos de Dios, no puede quedarse encerrada en
nosotros de un modo cobarde. Dios confió a su Iglesia la salvación para que la
haga llegar a toda la humanidad. A cada uno corresponde, en el ambiente en que
se desarrolle su vida, dar testimonio del Señor para conducir a sus hermanos
hacia un verdadero encuentro con Él y lograr, así, un compromiso personal con
Dios. No podemos buscar al Señor para que nos ilumine con su presencia, y
después dedicarnos a ser tinieblas para los demás con actitudes contrarias a
nuestra fe y al amor, que ha de manifestarse con las buenas obras, dando razón
de nuestra esperanza. Vivamos con autenticidad nuestro compromiso con el Señor,
aun cuando por ello tengamos que sufrir burlas, persecución o muerte. Tengamos
firme nuestra esperanza en que el Señor, por serle fieles y dar testimonio de
Él proclamando su amor a todos, al final nos resucitará para que contemplemos
su Rostro, y para que seamos coherederos, junto con su Hijo, de la Gloria que
ha reservado a los suyos.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fidelidad a Cristo, trabajando
constantemente para que su Reino esté en nosotros y, por medio de su Iglesia,
lo haga llegar a la humanidad de todos los tiempos y lugares. Amén.
Reflexión
de Homilía católica
Santoral
San
Edmundo, San Roque de Santa Cruz, Santos Octavo, Adventorio y Solutorio, San
Francisco Javier Can,
Beato
Juan María Boccardo, Beata Ángeles Loret Martí y compañeras.
Homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. (19/11/2013 )
ResponderEliminarUn pueblo que “no respeta a los abuelos” carece de memoria y por lo tanto de futuro. Fue la enseñanza que ofreció esta mañana el Papa Francisco en su homilía de la Misa celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. El Obispo de Roma comentó la vicisitud bíblica del anciano Eleazar, que eligió el martirio para ser coherente con su fe en Dios y para dar testimonio de rectitud a los jóvenes.
Elegir la muerte, en lugar de salvarse, con la ayuda de amigos complacientes, con tal de no traicionar a Dios y también para no mostrar a los jóvenes que, en el fondo, la hipocresía puede volverse útil, aunque se trate de renegar la propia fe. Todo esto se encuentra en la vicisitud del noble Eleazar, figura bíblica del Libro de los Macabeos propuesta en la liturgia del día, que a los verdugos que querían obligarlo a la abjura prefiere el martirio, el sacrificio de su vida antes que una salvación arrancada con la hipocresía. “Este hombre – observó el Papa – ante la elección entre la apostasía y la fidelidad no duda”, rechazando “esa actitud de fingir, de fingir piedad, de fingir religiosidad…”. Es más, en lugar de pensar en sí mismo “piensa en los jóvenes”, en lo que su acto de coraje podrá dejarles como recuerdo:
“La coherencia de este hombre, la coherencia de su fe, pero también la responsabilidad de dejar una herencia noble, una herencia verdadera. Nosotros vivimos en un tiempo en el que los ancianos no cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan, ¡eh! Porque dan fastidio. Los ancianos son los que nos traen la historia, nos traen la doctrina, nos traen la fe y nos la dan en herencia. Son los que, como el buen vino envejecen, tienen esta fuerza dentro para darnos una herencia noble”.
Francisco también recordó una historia que escuchó cuando era chico. Protagonista es una familia – “papá, mamá, tantos niños” – y el abuelo, que cuando tomaba la sopa “se ensuciaba la cara”. Fastidiado, el papá explica a los hijos porqué el abuelo se comporta así. Por eso compra una mesita donde aislar a su padre. Ese mismo papá, un día regresa a su casa y ve a uno de sus hijos que juega con la madera. “¿Qué haces?”, le pregunta. “Una mesita”, responde el niño. “¿Y para qué?”. “Para ti, papá, para cuando tú te vuelvas viejo como el abuelo”:
“Esta historia me ha hecho tanto bien, toda la vida. Los abuelos son un tesoro. La Carta a los hebreos... nos dice: ‘Acuérdense de sus mayores, que les han predicado, aquellos que les han predicado la Palabra de Dios. Y considerando su fin, imiten su fe’. La memoria de nuestros antepasados nos lleva a la imitación de la fe. Verdaderamente la vejez tantas veces es un poco fea, ¡eh! Por las enfermedades que trae y todo esto, pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos es la herencia que nosotros debemos recibir. Un pueblo que no custodia a los abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria”.
“Nos hará bien – comentó el Papa Francisco hacia el final de su homilía – pensar en tantos ancianos y ancianas, tantos que están en casas para ancianos, y también en tantos – es fea la palabra, pero digámosla – abandonados por sus familiares. Son el tesoro de nuestra sociedad”:
“Oremos por nuestros abuelos, nuestras abuelas, que tantas veces han tenido un papel heroico en la transmisión de la fe en tiempo de persecución. Cuando papá y mamá no estaban en casa y también cuando tenían ideas extrañas, que la política de aquel tiempo enseñaba, han sido las abuelas las que han transmitido la fe. Cuarto mandamiento: es el único que promete algo a cambio. Es el mandamiento de la piedad. Ser piadoso con nuestros antepasados. Pidamos hoy la gracia a los viejos Santos - Simeón, Ana, Policarpo y Eleazar - a tantos viejos Santos: pidamos la gracia de custodiar, escuchar y venerar a nuestros antepasados, a nuestros abuelos”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
FUENTE: NEWS VA