LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Jueves,
29 de agosto de 2013
Semana
21ª durante el año
Memoria
del martirio de San Juan Bautista
Dios
llevará con Jesús a los que murieron con Él
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA
DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CRISTIANOS DE TESALÓNICA 4, 13-18
No
queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los que ya han muerto,
para que no estén tristes como los otros, que no tienen esperanza. Porque
nosotros creemos que Jesús murió y resucitó: de la misma manera, Dios llevará
con Jesús a los que murieron con Él. Queremos decirles algo, fundados en la
Palabra del Señor: los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no
precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del
Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del
cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después
nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al
cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el
Señor para siempre.
Consuélense
mutuamente con estos pensamientos.
Palabra
de Dios.
SALMORESPONSORIAL 95,1.3-5.11-13
R.
¡El Señor viene a gobernar la tierra!
Canten
al Señor un canto nuevo, cante al Señor toda la tierra. Anuncien su gloria
entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos. R.
Porque
el Señor es grande y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses.
Los dioses de los pueblos no son más que apariencia, pero el Señor hizo el
cielo. R.
Alégrese
el cielo y exulte la tierra, resuene el mar y todo lo que hay en él; regocíjese
el campo con todos sus frutos, griten de gozo los árboles del bosque. R.
Griten
de gozo delante del Señor, porque Él viene a gobernar la tierra: Él gobernará
al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad. R.
EVANGELIO
Quiero
que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO SEGÚN SAN MARCOS 6, 17-29
En
aquel tiempo:
Herodes,
en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la
mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a
Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». Herodías odiaba a
Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo
que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía, quedaba
perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
Un
día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños,
ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de
Galilea. Su hija, también llamada Herodías, salió a bailar, y agradó tanto a
Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras
y te lo daré». Y le aseguró bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me
pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella fue a preguntar a su madre: «¿Qué
debo pedirle?» «La cabeza de Juan el Bautista», respondió ésta.
La
joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: «Quiero
que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista».
El
rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados,
no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de
Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre
una bandeja, la entregó a la joven y ésta se la dio a su madre.
Cuando
los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo
sepultaron.
Palabra
del Señor.
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Reflexión
CATEQUESIS DE BENEDICTO XVI SOBRE SAN
JUAN BAUTISTA
El miércoles 29 de
Agosto de 2012. en Castelgandolfo, el Papa Benedicto XVI continuó con sus
enseñanzas sobre los santos, hablando sobre San Juán Bautista.
He aquí sus palabras
compartidas por varios medios de comunicación como Vatican va, Aci prensa, Radio vaticana, Revista eclessia.
“Queridos
hermanos y hermanas:
En
este último miércoles del mes de agosto, se recuerda la memoria litúrgica del
martirio de san Juan Bautista, el precursor de Jesús. En el Calendario Romano,
es el único Santo del que se celebra tanto su nacimiento, el 24 de junio, como
su muerte, por medio del martirio. La de hoy, por lo tanto, es una memoria que
se remonta a la dedicación de una cripta de Sebaste, en Samaria, donde, ya a
mediados del IV siglo, se veneraba su cabeza. El culto se extendió luego en
Jerusalén, en las Iglesias de Oriente y en Roma, con el título de Degollación
de san Juan Bautista. En el Martirologio Romano, se menciona un segundo
hallazgo de la preciosa reliquia, transportada, para la ocasión, a la iglesia
de S. Silvestre en Campo Marzio, de Roma.
Estas
pequeñas referencias históricas nos ayudan a comprender cuán antigua y profunda
es la veneración de san Juan Bautista. En los Evangelios se destaca muy bien su
papel, con relación a Jesús. En particular, san Lucas narra su nacimiento, su
vida en el desierto y su predicación. Y san Marcos nos habla de su dramática
muerte, en el Evangelio de hoy. Juan el Bautista comienza su predicación en la
época del emperador Tiberio, en el 27-28 d. C. Y la clara invitación que dirige
a las personas que acudían a escucharlo, es la de preparar el camino para
acoger al Señor, allanando los senderos y nivelando los caminos desparejos de
la propia vida, a través de una conversión radical de corazón (cfr. Lc 3, 4).
Pero
el Bautista no se limita a predicar la penitencia, sino que, reconociendo a
Jesús como “Cordero de Dios”, que vino para quitar el pecado del mundo (Jn 1,
29), tiene la profunda humildad de indicar a Jesús como verdadero Enviado de
Dios, haciéndose a un lado, para que Él pueda crecer, ser escuchado y seguido.
Como último acto, el Bautista testimonia con su sangre su fidelidad a los
mandamientos de Dios, sin desmayar o dar marcha atrás, cumpliendo hasta el
fondo su misión. San Beda, monje del siglo IX, en sus homilías, dice así: “Por
[Cristo] dio su vida, a pesar de que no recibió la orden de renegar a
Jesucristo, sino sólo la de callar la verdad. Y puesto que no calló la verdad,
murió por Cristo, que es la verdad “(Hom. 23: CCL 122, 354). Precisamente, por
amor a la verdad, no pactó y no tuvo miedo de dirigir palabras fuertes a los
que habían perdido el camino de Dios.
Ahora
veamos a esta gran figura, su fortaleza en la pasión, su resistencia contra los
poderosos. Nos preguntamos ¿de dónde nace esta vida tan recta, tan coherente,
gastada de forma tan plena por Dios y para preparar el camino a Jesús? La
respuesta es simple: de su relación con Dios, de la oración, que es el hilo
conductor de toda su existencia. Juan es el don divino que sus padres, Zacarías
e Isabel habían invocado durante mucho tiempo (cfr. Lc 1,13), un gran don,
humanamente inesperado, porque ambos eran de edad avanzada e Isabel era estéril
(cfr. Lc 1,7), pero es nada imposible para Dios (cfr. Lc 1:36).
El
anuncio de este nacimiento se produce precisamente en el lugar de la oración,
en el templo de Jerusalén, es más sucede cuando a Zacarías le toca el gran
privilegio de entrar en el lugar más sagrado del templo para hacer la ofrenda
del incienso al Señor (cfr. Lc 1, 8-20). También el nacimiento del Bautista
está marcado por la oración: el canto de alegría, de alabanza y de
agradecimiento que Zacarías eleva al Señor y que rezamos todas las mañanas en
los Laudes, el «Benedictus», exalta la acción de Dios en la historia e indica
proféticamente la misión del hijo Juan: preceder al Hijo de Dios hecho carne
para prepararle los caminos (cfr. Lc 1, 67-79). Toda la existencia del
Precursor de Jesús está alimentada por la relación con Dios, en particular, el
período transcurrido en regiones desiertas (cfr. Lc 1, 80), regiones desiertas
que son lugar de la tentación, pero también lugar en el que el hombre siente su
propia pobreza porque está privado de los apoyos y las seguridades materiales,
y comprende que el único punto de referencia sólido es Dios mismo. Pero Juan
Bautista no es sólo hombre de oración, de contacto permanente con Dios, sino
también una guía hacia esta relación con Dios. El Evangelista Lucas refiriendo
la oración que Jesús enseña a los discípulos, el «Padrenuestro», anota que la
petición es formulada con estas palabras: «Señor enséñanos a orar, como enseñó
Juan a sus discípulos» (cfr. Lc 11, 1).
Queridos
hermanos y hermanas, celebrar el martirio de san Juan Bautista nos recuerda
también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que no se puede descender a
negociar con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La Verdad es verdad y
no hay componendas. La vida cristiana exige, por decirlo de alguna manera, el
«martirio» de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, el valor de dejar
que Cristo crezca en nosotros y sea Él quien oriente nuestro pensamiento y
nuestras acciones. Pero esto sólo puede suceder en nuestra vida si la relación con
Dios es sólida. La oración no es tiempo perdido, no es robar espacio a las
actividades, incluso a las apostólicas, sino que es exactamente lo contrario:
sólo si somos capaces de una vida de oración fiel, constante y confiada, será
el mismo Dios quien nos dará la capacidad y la fuerza para vivir de modo feliz
y sereno, para superar las dificultades y testimoniarlo con valor. Que san Juan
Bautista interceda por nosotros, a fin de que sepamos conservar siempre la
primacía de Dios en nuestra vida. Gracias.”
Benedicto
XVI. Castelgandolfo. 29 de Agosto de 2012.
Meditaciones de Homilia católica sobre las lecturas
Tes. 4, 13-18.
Nuestra vida, como hijos de Dios, en medio de fatigas y persecuciones por el
Nombre del Señor, anunciando con las palabras y testificando con las obras el
Evangelio de la gracia, que Dios nos ha concedido en su Hijo Jesús, tiene una
gran esperanza: estar para siempre con el Señor. Él, que se levantó victorioso
sobre el autor del pecado y de la muerte por su fidelidad amorosa y libre a la
voluntad soberana del Padre Dios, vendrá por nosotros para arrebatarnos de la
muerte y hacernos partícipes de la Vida eterna a quienes ahora le vivamos
fieles, tanto sin perder la victoria que conquistó para nosotros, levantándose
sobre el Diablo, como luchando para que el Reino de Dios llegue a todos. Por
eso no perdamos nuestra fe, sino que, fortalecidos con la presencia del
Espíritu Santo en nosotros, esforcémonos constantemente por conquistar el Reino
de Dios, con la mirada puesta en Jesús, Caudillo y Consumador de nuestra
esperanza.
Sal. 96 (95).
Dios, el Señor, se ha levantado victorioso sobre sus enemigos. Él liberó a los
suyos de la esclavitud; y despojó a quienes poseían la tierra prometida para
entregársela a su Pueblo Santo. Así Dios se ha manifestado como el único Dios
vivo y verdadero, que vela por quienes en Él confían; y ha demostrado la
falsedad de los dioses en quienes confían las demás naciones, que no pueden
velar por ellas ni librarlas de las manos de sus enemigos. Por eso, que cielo,
mar y tierra y todo lo que contienen, se alegren, regocijen, exulten y aclamen
al Señor, que viene a gobernar con justicia al mundo, y a las naciones con
fidelidad. Por medio de Cristo, Dios se ha levantado victorioso sobre el pecado
y la muerte. Quienes hemos depositado en Él nuestra confianza, alegrémonos y
llenémonos de gozo, pues, hechos partícipes de su victoria, nos participa
también, ya desde ahora, de los bienes eternos, que reserva para los que le
viven fieles.
Mc. 6, 17-29.
Jesús, rechazado por sus paisanos, se va a los pueblos de alrededor para
continuar con la proclamación de la Buena Noticia. Entonces envía a sus
apóstoles de dos en dos con el mismo poder que Él ha recibido del Padre. El
enviado, finalmente se convierte en Aquel que le envía; por eso, quien rechaza
al enviado, está rechazando al que lo envió. Si a Jesús lo persiguieron hasta
asesinarlo, el enviado ha de aceptar con valentía, firmeza y lealtad también
ese riesgo, sin diluir, ni acomodar la misión recibida para eludir las
consecuencias que podrían venírsele por cumplir con lo que Dios le ha confiado.
El asesinato de Juan el Bautista, profeta nada endeble aún en el llamado que
hace al mismo rey Herodes a reconocer sus errores y a convertirse, preanuncia a
los apóstoles y a todos los fieles testigos del Señor lo que puede sucederles a
causa de su fidelidad a Él. Jesús nos invita a tomar nuestra cruz de cada día y
a seguirlo. Él sabe que la muerte no tiene la última palabra, sino la vida; y
que esa vida es vida eterna, glorificados como hijos amados junto a Dios.
¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué significa en nuestra vida? Ojalá y no lo
confundamos con un fantasma, ni con la encarnación de algún antepasado. Jesús,
glorificado junto al Padre, continúa entre nosotros con su amor, con su
misericordia, con su entrega, por medio de su Iglesia que lo hace presente en
la historia. Él nos envía para que, en su Nombre, hagamos cercana su salvación
a todas las naciones en todos los tiempos. Ojalá y no nos acobardemos ante lo
que pueda sucedernos si proclamamos su Nombre sin acomodos, sino con fidelidad,
porque, finalmente, la gloria que nos espera supera nuestros sufrimientos que
hayamos de pasar por anunciar el Evangelio con todas sus consecuencias.. Jesús
no se ha quedado en vana palabrería.
En
esta Eucaristía celebramos el testimonio de su amor por nosotros que ha llegado
hasta el extremo. Su muerte, clavado en la cruz, a la par que nos hace
comprender la aceptación voluntaria de la entrega de su vida por nosotros, nos
recuerda hasta dónde puede llegar la obcecación de aquellos que se cierran a la
verdad y al amor, persiguiendo y acabando con la vida de quien sólo pasó
haciendo el bien, pero que se convirtió en un firme reproche a las actitudes de
quienes no quisieron aceptar sus propios errores para darle un nuevo rumbo a su
vida. El Señor nos invita a hacer nuestra su vida y su misión, sin temores ante
lo que podría esperarnos. Él nos dice: En el mundo tendrán tribulaciones; pero,
ánimo, no tengan miedo; yo he vencido al mundo.
Quienes
participamos de esta Eucaristía, voluntariamente aceptamos como nuestra la
misma Misión del Señor con quien entramos en comunión; y aceptamos, también
voluntariamente, todas las consecuencias que nos vengan por vivir y proclamar
su Evangelio siendo fieles a Aquel que nos lo ha confiado. Nadie nos quita la
vida, nosotros estamos dispuestos a entregarla, si es preciso, como el
resultado de nuestra fidelidad a Dios, que nos envía; y de fidelidad a aquellos
a quienes hemos enviados para conducirlos a un encuentro personal y
comprometido con el Señor.
Tratemos
de no ser nosotros mismos los que nos convirtamos en quienes quitan la vida a
los demás, por pagarles un salario de hambre, por corromperles la vida, por
robarles la paz y la alegría y sumirlos en la incertidumbre y la tristeza. No
queramos quedar bien ante los demás; no queramos conservar nuestra vida y
nuestro poder a base de hacer caer la cabeza de los demás. Si el Espíritu del
Señor está realmente en nosotros, pasemos haciendo el bien y no el mal;
trabajemos por la justicia, el amor y la paz; seamos congruentes con aquello
que decimos profesar; seamos constructores de un mundo nuevo donde reine el
amor fraterno y donde todos vivamos unidos en torno a un sólo Dios y Padre.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de saber pronunciar un sí comprometido al amor
que Él nos ofrece, y al amor que quiere confiarnos para hacerlo reinar en el
mundo, aun cuando en eso se nos vaya la vida, sabiendo que, finalmente, la
alegría y la paz junto a Dios serán para nosotros la vida eterna, que ya nadie
jamás podrá arrebatarnos. Amén.
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Santoral: El
Martirio de San Juan Bautista, Beato Edmundo Ignacio Rice y Beata Teresa Bracco.
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