PALABRAS DEL PAPA DURANTE EL REZO DEL ÁNGELUS
Domingo 18 de agosto de 2013
Queridos hermanos y hermanas, buenos días, en la Liturgia de
hoy escuchamos estas palabras de la Carta a los Hebreos: « Corramos con perseverancia
al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador
de nuestra fe, en Jesús» (Heb 12,1-2). Es una expresión que debemos subrayar de
forma particular en este Año de la fe. También nosotros, durante todo este año,
tenemos la mirada fija en Jesús, porque la fe, que es nuestro “si” a la
relación filial con Dios, viene de Él; viene de Jesús: es Él el único mediador
de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es
el Hijo, y nosotros somos hijos en Él.
Pero la Palabra de Dios de este domingo contiene también una
palabra de Jesús que nos pone en crisis, y que debe ser explicada para no
generar mal entendidos. Jesús dice a los discípulos: « ¿Piensan ustedes que he
venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la
división» (Lc 12,51). ¿Qué cosa significa esto? Significa que la fe no es una
cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de
religión. Como si fuera una torta que se la decora con la crema ¡No! La fe no
es eso. La fe comporta elegir a Dios como criterio-base de la vida, y Dios no
es vacío, no es neutro, Dios es siempre positivo, Dios es ¡amor! Y el amor es
positivo. Después que Jesús vino al mundo, no se puede hacer como si no conociésemos
a Dios. Como si fuera una cosa abstracta, vacía, puramente nominal. No Dios
tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es
fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice: he venido
a traer división; no es que Jesús quiera dividir entre ellos a los hombres, al
contrario: Jesús es nuestra paz, ¡es reconciliación! Pero esta paz no es la paz
de los sepulcros, no es neutralidad. Jesús no trae neutralidad. Esta paz no es
un acuerdo a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al
egoísmo y escoger el bien, la verdad, la justicia, también cuando ello requiere
sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí divide, lo sabemos,
divide también los lazos más estrechos. Pero atención: ¡No es Jesús el que
divide! Él pone el criterio: vivir para sí mismo, o vivir para Dios y para los
demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo u obedecer a Dios. He
aquí en qué sentido Jesús es “signo de contradicción” (Lc 2,34).
Por lo tanto, esta palabra del Evangelio no autoriza de
hecho el uso de la fuerza para difundir la fe. Es precisamente al contrario: la
verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que
comporta renunciar a toda violencia. Fe y violencia son incompatibles. ¡Fe y
violencia son incompatibles!
En cambio fe y fortaleza van juntas. El cristiano no es
violento pero es fuerte y ¿con que fortaleza? con aquella de la mansedumbre; la
fuerza de la mansedumbre, la fuerza del amor.
Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo
algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar,
nos lo dice el Evangelio (cfr Mc 3,20-21). Pero su Madre lo siguió siempre
fielmente, teniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del
Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias también a la fe de María, los
familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana
(cfr Hch 1,14).
Pidamos a María que también nos ayude a nosotros a tener la
mirada bien fija en Jesús y a seguirlo siempre, también cuando cuesta.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera-Radio Vaticano)
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