LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Viernes,
30 de agosto de 2013
En
América Latina:
SANTA
ROSA DE LIMA,
PATRONA
DE AMÉRICA LATINA
Fiesta
– Color litúrgico Blanco
Los
he unido al único Esposo, Cristo, para presentarlos a Él como una virgen pura
LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA
DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CRISTIANOS DE CORINTO 10, 17—11, 2
Hermanos:
El
que se gloría, que se gloríe en el Señor. Porque el que vale no es el que se
recomienda a sí mismo, sino aquel a quien Dios recomienda.
¡Ojalá
quisieran tolerar un poco de locura de mi parte! De hecho, ya me toleran. Yo
estoy celoso de ustedes con el celo de Dios, porque los he unido al único
Esposo, Cristo, para presentarlos a Él como una virgen pura.
Palabra
de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 148, 1-2.
11-13a. 13c-14
R.
¡Los jóvenes y las vírgenes, alaben el nombre del Señor!
Alaben
al Señor desde el cielo,
alábenlo
en las alturas;
alábenlo,
todos sus ángeles,
alábenlo,
todos sus ejércitos. R.
Los reyes de la
tierra y todas las naciones,
los príncipes y los
gobernantes de la tierra;
los ancianos, los
jóvenes y los niños,
alaben el Nombre del
Señor. R.
Su majestad está
sobre el cielo y la tierra,
y Él exalta la fuerza
de su pueblo.
¡A Él, la alabanza de
todos sus fieles,
y de Israel, el
pueblo de sus amigos! R.
EVANGELIO
Vende
todo lo que posee y compra el campo
EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO 13, 44-46
Jesús
dijo a la multitud:
El
Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo
encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y
compra el campo.
El
Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar
perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía
y la compró.
Palabra
del Señor.
Homilía del Cardenal Joseph Ratzinger en el Santuario de
Santa Rosa
Lima,1986.
Rosa
de Lima, la cual se llamaba en verdad Isabel, recibió su nombre de una mujer
india que trabajaba en su casa paterna. Esta mujer simple condensó en este
nombre todo lo que ella había visto y experimentado en Isabel. La rosa
representa la reina de las flores y por lo tanto el prototipo de la belleza de
la creación de Dios. La rosa no es, sin embargo, solamente placentera a
nuestros ojos, sino que con su perfume crea una nueva atmósfera alrededor de
nosotros, tocando así todos nuestros sentidos y, por así decirlo, nos arrebata
de este mundo cotidiano hacia un mundo mejor y más alto. Ella nos alegra
precisamente porque, al menos por un instante, nos hace experimentar también el
bien a través de lo bello.
Esta
mujer india, que ha permanecido desconocida pero que dio a Isabel el nombre de
Rosa, reaccionó propiamente de esta manera ante la belleza de esta pequeña niña
y, ciertamente, no sólo ante su belleza exterior y corpórea.
Así
como la rosa no sólo parece hermosa, sino que de su interior difunde a su
alrededor belleza a través de su perfume, así seguramente debió parecerlo
también esta niña: por medio de su belleza exterior ella había percibido
también la belleza interior. Ciertamente, que esta mujer india no habría dado
este nombre tan lleno de ternura y de veneración si, por parte de esta niña, no
hubiera habido algo cálido y bueno que llamara su atención: el perfume del
bien. En este modo de llamarla se puede advertir el afecto de esta mujer, como
también, por otra parte, el hecho de que después con ocasión de la
confirmación, recibida de las manos de Santo Toribio de Mogrovejo, Rosa misma
haya aceptado definitivamente este nombre muestra su "sí", su
constante afecto por aquella mujer india.
En
su canonización, la Iglesia ha interpretado este nombre como una forma de
testimonio profético y lo ha usado en referencia a una bella expresión de San
Pablo, el cual dice de sí mismo que Dios había difundido el perfume del
conocimiento de Cristo en el mundo entero a través de él. "Nosotros somos
el perfume de Cristo entre aquellos que se salvan" (2 Cor 2, 14ss).
Aquello que Pablo, el apóstol de los gentiles, una vez pudo decir de su acción,
vale ahora de nuevo para la pequeña Rosa, que proviene del país sudamericano,
Isabel de Flores: ella se ha convertido en la Rosa de Lima que difunde el
perfume del conocimiento de Cristo en el mundo entero.
El
afectuoso sobrenombre, que la desconocida mujer había dado a la pequeña niña,
se ha revelado como una profecía y así también ella, aunque sin nombre, toma
parte siempre junto a Rosa y ambas en conjunto expresan algo original de este
país y de su misión: la herencia europea junto con aquella de los indios ha
dado origen a una nueva expresión de la fe; en esta nueva síntesis se encuentra
el perfume del conocimiento que emana de Rosa. ¿No es sorprendente, quizá, que
para una mujer que nunca dejó la ciudad de Lima, valga la misma alabanza que se
aplicó al infatigable apóstol de los gentiles, el cual recorrió a lo largo y a
los ancho todo el mundo hasta entonces conocido? El difundió en todo el mundo
el perfume de Cristo a través de su predicación, a través de su actividad sin
descanso, de su acción y de sus sufrimientos. Rosa de Lima lo ha difundido y
continúa difundiéndolo hasta hoy simplemente a través de su ser. Su figura
humilde y pura irradia su luz a través de los siglos sin mudas palabras; ella
es el perfume de Cristo que hace resonar de sí misma su anuncio más fuertemente
que a través de escritos e impresos. Así ella es también una gran maestra de
vida espiritual, cuyas palabras están llenas de la profundidad de una
experiencia vivida de Cristo en la consumación interior de sus sufrimientos
vividos en comunión con Jesús Crucificado. "Me encontraba, llena de
asombro, en la luz de la más serena contemplación que une todo, cuando en medio
de este resplandor vi brillar la crus del Redentor; y al interno de este arco
luminoso divisé la santísima humanidad de mi Señor Jesucristo". En estas
palabras suyas se manifiesta el fundamento más profundo de su existencia: el
estar inflamada por las llamas del fuego que provienen de EL. "He venido a
traer el fuego sobre la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera prendido!"
(Lc 12, 49): Rosa de Lima se dejó encender por este fuego y aún hoy de su
figura llegan hasta nosotros la luz y el calor – luz y calor que transforman
esta tierra oscura y fría.
Rosa
de Lima puso en su vida espiritual tres puntos esenciales, que son válidos como
programas para la Iglesia de hoy así como lo fueron en su tiempo.
1.
Como primer punto está la oración, entendida no como recitación de fórmulas,
sino como un dirigirse interiormente al Señor, como estar en su luz, como
dejarse incendiar por su fuego santo.
2.
Los otros dos puntos esenciales provienen de aquí espontáneamente: puesto que
ella ama a Cristo, el despreciado, el doliente, Aquel que por nosotros se ha
hecho pobre, ella también ama a todos los pobres que llegaron a ser sus
hermanos más cercanos. El amor preferencial por los pobres no es un
descubrimiento de nuestro siglo – al máximo es un redescubrimiento, puesto que
esta jerarquía del amor era bien clara para todos los grandes santos. Era
clarísima sobre todo para Rosa de Lima, cuya mística del sufrimiento con todos
los pobres y los que sufren, que brota de la solidaridad con el Cristo
doliente.
3.
De aquí deriva también su tercer punto esencial: la misión. A través de sus
palabras y de sus reflexiones aparece una perspectiva universalista. Ella
deseaba poder ir, libre de las ataduras y de los límites que comporta nuestra
corporeidad, a través de las calles de todo el mundo y conducir los hombres
hacia el Salvador doliente. Rosa se expresaba de esta manera:
"¡Escucharme, pueblos! ¡Escucharme, naciones! Por mandato de Cristo os
exhorto". Ahora ella está libre de vínculo de un solo lugar; ahora ella
va, como santa, por las calles de toda la tierra. Ahora ella vuelve a llamar
con la autoridad de Cristo a todos nosotros, a la entera cristiandad, a vivir
con radicalidad a partir del centro, de la más profunda comunión con Jesús,
porque sólo así y de ningún otro modo el mundo puede ser salvado.
"¡Escuchadme, pueblos! ¡Escuchadme, naciones! ¡Por mandato de Cristo os
exhorto!" Así nos habla ella hoy. Esta mujer es, por asó decirlo, una
personificación de la Iglesia latinoamericana: inmersa en el sufrimiento, sin
grandes medios exteriores y sin poder, pero aferrada por el fervor de la
cercanía de Jesucristo.
Agradezcamos
al Señor por habernos dado esta mujer, Démosle gracias por el coraje de su fe,
que ÉL ha vuelto a despertar aquí en América Latina. Pidámosle que su presencia
sea cada vez más fuerte y que su perfume se extienda desde aquí a todo el
mundo.
Homilía
del Card. Joseph Ratzinger en el Santuario de Santa Rosa, 1986, Lima.
Reflexión
de las lecturas
2Cor 10, 17-11, 2.
Hemos sido cortados de un olivo silvestre, al que por naturaleza pertenecíamos,
y hemos sido injertados contra la naturaleza en el olivo fértil.
La
alegría que encuentra el esposo con su esposa, es la alegría que el Señor
encuentra con su Pueblo.
Llenémonos
de orgullo en el Señor, que ha querido escoger, para sí, a su Iglesia. No
importándole lo que hayamos sido antes, Él nos escogió para que entremos en
Alianza nueva y eterna con Él; por eso debemos conservarnos y conducirnos con
la debida pureza de espíritu.
Somos
del Señor; por eso no podemos permanecer en el pecado, lejos de Él; más bien
hemos de caminar en una continua conversión hasta lograr la perfección de Aquel
que nos ha llamado para que seamos santos, como Él es Santo.
Sal 148. El
universo entero estalle en alabanzas al Señor, su Creador y Rey. Él está por
encima de todo y se manifiesta como el Dios providente, que con su poder
mantiene todo lo que, por amor, llamó a la existencia.
Los
ángeles y los hombres alaben al Señor y denle culto. Con una continua alabanza
a su Nombre permaneceremos constantemente en su presencia; así, en verdad, en
Él viviremos, nos moveremos y seremos.
Si
esta alabanza la eleva la creación entera, cuánto más la hemos de elevar
quienes gozamos de familiaridad con Él, porque hemos sido elevados a la
dignidad de hijos suyos al haber entrado en comunión de vida con el Señor, por
medio de la fe y del bautismo.
Si
somos uno con Cristo, vivamos alabando y no denigrando el Nombre del Señor
entre los pueblos que nos rodean.
Mt. 13, 44-46.
Sólo quien posee la Sabiduría que procede de Dios podrá valorar adecuadamente
el Evangelio y la Vida que Dios le ofrece.
Nadie
vendrá a Cristo si no lo llama el Padre; nadie entenderá a Cristo si no es
conducido por el Espíritu Santo. No basta descubrir, comprender a Cristo como
el Camino, la Verdad y la Vida. A aquel Escriba que le dice a Jesús: Muy bien,
Maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de
Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las
fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos
y sacrificios, Jesús le indica: No estás lejos del Reino de Dios.
Mientras
no seamos capaces de renunciar a todo y centrar, realmente, nuestra vida en sólo
Dios, estaremos, permaneceremos, cerca del Reino de Dios, pero no entraremos en
Él.
El
Señor nos pide que seamos capaces de dejarlo todo y pertenecerle únicamente a
Él; porque, de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde
su vida.
En
esta Eucaristía nosotros nos hacemos uno con el Señor en una nueva y definitiva
alianza. Por Cristo nosotros somos hechos de la familia divina.
Comprender
esta verdad y decidirnos a aceptar al Señor en nuestra vida, equivale a tomar
la decisión de hacer nuestro el tesoro más grande que Dios pudiera ofrecernos.
¿Seremos capaces de no quedar apegados a lo pasajero, a nuestras propias
miserias, con tal de ganar a Cristo para nosotros?
Recordemos
que el Señor renunció incluso a su propia vida, con tal de ganarnos para Él.
Ojalá y no vivamos huyendo de Él, sino centrando sólo en Él nuestra vida y
nuestro amor.
Esta
aceptación de la vida de Dios en nosotros nos compromete a convertirnos en una
manifestación, en un signo, en un Sacramento vivo de su amor en medio de todos
aquellos con quienes entramos en contacto en nuestra existencia.
Quien
posee al Señor y su Espíritu debe dejarse guiar por Él.
De
nada nos serviría entrar en comunión con Cristo por medio de la Eucaristía si
después vivimos como si no conociéramos a Dios.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de vivir, con una verdadera congruencia entre
fe y vida, la Alianza que, en amor, hemos pactado para siempre con el Señor de
nuestra vida y de nuestra historia. Amén.
Homilía
católica
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