LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Martes, 27 de agosto
de 2013
Semana 21ª durante el
año
Santa Mónica, madre
de San Agustín
Memoria obligatoria –
Blanco
Deseábamos
entregarles, no solamente el Evangelio de Dios, sino también nuestra propia
vida
LECTURA DE LA PRIMERA
CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CRISTIANOS DE TESALÓNICA 2, 1-8
Ustedes
saben muy bien, hermanos, que la visita que les hicimos no fue inútil. Después
de ser maltratados e insultados en Filipos, como ya saben, Dios nos dio la
audacia necesaria para anunciarles su Buena Noticia en medio de un penoso
combate.
Nuestra
predicación no se inspira en el error, ni en la impureza, ni en el engaño. Al
contrario, Dios nos encontró dignos de confiamos la Buena Noticia, y nosotros
la predicamos, procurando agradar no a los hombres, sino a Dios, que examina
nuestros corazones.
Ustedes
saben -y Dios es testigo de ello- que nunca hemos tenido palabras de adulación,
ni hemos buscado pretexto para ganar dinero. Tampoco hemos ambicionado el
reconocimiento de los hombres, ni de ustedes ni de nadie, si bien, como
Apóstoles de Cristo, teníamos el derecho de hacemos valer.
Al
contrario, fuimos tan condescendientes con ustedes, como una madre que alimenta
y cuida a sus hijos. Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseábamos
entregarles, no solamente la Buena Noticia de Dios, sino también nuestra propia
vida: tan queridos llegaron a sernos.
Palabra
de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
138, 1-6
R.
¡Señor, Tú me sondeas y me conoces!
Señor,
Tú me sondeas y me conoces, Tú sabes si me siento o me levanto; de lejos
percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis
pasos te son familiares. R.
Antes
que la palabra esté en mi lengua, Tú, Señor, la conoces plenamente; me rodeas
por detrás y por delante y tienes puesta tu mano sobre mí; una ciencia tan
admirable me sobrepasa: es tan alta que no puedo alcanzarla. R.
EVANGELIO
Hay
que practicar esto. sin descuidar aquello
EVANGELIO DE NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO 23, 23-26
Jesús
habló diciendo:
¡Ay
de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta,
del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la
misericordia y la fidelidad!
Hay
que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el
mosquito y se tragan el camello! ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos
hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro
están llenos de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa
por dentro, y así también quedará limpia por fuera.
Palabra
del Señor.
Reflexión
1Tes. 2, 1-8. Piensa, como padre o
madre de familia, como catequista, como persona de la vida consagrada, como
consagrado por medio del Sacramento del Orden, ¿cuánto amas a aquellos a
quienes les anuncias el nombre de Dios? ¿En qué forma tratas de conducirlos
hacia Cristo? ¿Sólo les anuncias el Evangelio de Cristo, o estás dispuesto,
incluso, a dar tu vida en amor por ellos? Tal vez encontremos mucha oposición,
crítica y persecución por parte de quienes no quieren recibir la fe; tal vez
haya muchas otras cosas que quisieran desanimarnos en el anuncio del Nombre de
Dios; pero si realmente amamos a quienes evangelizamos y queremos hacerles el
bien, a pesar de los sufrimientos e injurias, permaneceremos firmes en la
predicación del Evangelio. Con una actitud así estaremos dando testimonio de
que no anunciamos errores, sino la Verdad en Cristo, que nos ha convencido
primero a nosotros y le ha dado un nuevo sentido a nuestra existencia. Quien
proclame el nombre del Señor como asalariado, será movido por intereses
mezquinos y con disimulada codicia; siempre se preguntará qué puede sacar en
provecho propio de aquellos a quienes se dirige; y si ve, que, en ese aspecto no
valen la pena, se alejará de ellos y tratará de no aceptar compromisos con
quienes no puedan dejarle jugosos dividendos. El Señor nos pide amar y
proclamar su nombre sin ir a quienes nos dirigimos más que con una sola túnica,
sandalias y bastón, sin dinero en la cartera y sin intención de apropiarnos de
su riqueza, pues sería tal vez escandaloso el que, con intención de largos
rezos, les arrebatáramos a los demás, incluso de un modo sutil, sus bienes. Lo
que hemos recibido gratis, entreguémoslo gratuitamente a los demás.
Sal. 139 (138). Dios nos conoce
profundamente. Él está junto a nosotros no como un policía que espera vernos
fallar para castigarnos, sino como un Padre que vela amorosamente por sus
hijos. Como un amigo Él pone su mano sobre nosotros para darnos confianza, para
que sepamos que está siempre con nosotros y que, aún en los momentos más
difíciles, jamás nos abandonará. Por eso vivámosle fieles, llenos de confianza
en Él. Sabiendo que Él conoce hasta nuestros pensamientos más íntimos, tratemos
de vivirle fieles, sin miedos
infundados,
sino con el amor de un hijo que siente la cercanía de su Dios y Padre. Mt. 23,
23-26. Ojalá y nuestra justificación pudiese venir sólo por ser fieles
cumplidores de la Ley, hasta en sus más mínimos detalles. Ojalá y en realidad
fuéramos santos por arrodillarnos largas horas en la presencia de Dios. Podemos
dar la impresión de ser rectos; pero tenemos que reportarnos a nuestro propio
interior, a lo que ve Dios y sabemos nosotros como nuestra verdadera realidad
personal. Vivir sin hipocresías nos ha de llevar a corregir aquello que
llevamos en el corazón, para no ser sólo hombres de fe de pura fachada; para no
ser mausoleos valiosos externamente, pero con el corazón lleno de carroña y
podredumbre, de rapacidad y codicia. Ante el Señor, que conoce hasta lo más
secreto de nuestro corazón, no cuenta lo exterior, sino el corazón; al Señor no
podemos comprarlo, ni deslumbrarlo, ni seducirlo con exterioridades, pues la
mirada de Dios no es como la del hombre: el hombre ve las apariencias, pero el
Señor ve el corazón. Por eso, pidámosle que nos llene de su justicia, de su
misericordia y de su fidelidad; que nos revista, incluso, de su propio Hijo,
para que todo lo que hagamos y digamos sea para glorificar su Nombre y para
pasar haciendo el bien, no con actos que sean meramente externos, sino el fruto
de la presencia del Señor en nosotros, sabiendo que, efectivamente, de la
abundancia del corazón habla la boca.
En
esta Eucaristía nos reunimos en torno al Señor para elevarle nuestros cantos de
alabanza, glorificando su santo Nombre. Llenos de gratitud por habernos
redimido, nos alegramos en su presencia porque se manifiesta como el
Dios-con-nosotros. Tal vez, como lo hacemos diariamente, hoy venimos a su
presencia para cumplir con algo que hemos convertido casi en un precepto
sagrado. Junto con la asistencia a la Eucaristía, elevaremos, cumplidamente,
algunas otras oraciones durante el día, como actos de piedad que nos hemos
impuesto como una seria obligación. Damos la impresión de ser personas
realmente unidas con el Señor. Ojalá y en verdad, al celebrar la Eucaristía
vivamos una íntima comunión con Él, de tal forma que cambien nuestros
criterios, pensamientos, palabras y obras, y no se queden en exterioridades
inútiles, sino que sean el fruto del amor que Dios ha infundido en nosotros.
Por
eso los que vivimos unidos a Cristo estamos llamados a luchar contra la
corrupción, y a ser testigos de una auténtica caridad que se traduzca en una
vida realmente justa, en misericordia hacia los desprotegidos, en fidelidad a
nuestra alianza con el Señor, y al servicio al prójimo llevado a cabo dentro de
un verdadero amor fraterno. Quienes creemos en Cristo no podemos orar pidiendo
a Dios la paz, o rogando al Señor para que proteja a quienes están en peligro,
o a quienes nosotros mismos hemos puesto en peligro a causa de que nuestro
corazón, en lugar de tener a Dios se ha llenado de maldad, de odio; no podemos
esperar que sea el Señor quien remedie los desequilibrios causado por nuestro
afán de poder o de dinero viviendo ciegos ante el dolor de quienes nos rodean.
Tratemos de no ser cristianos de fachada, aparentemente limpios por fuera pero
por dentro llenos de rapacidad y de codicia. Seamos los primeros en pasar
haciendo el bien a todos, siguiendo las huellas de Cristo, de tal forma que la
justicia, la misericordia y la fidelidad sea lo que impulse nuestra vida para
que, por ningún motivo, actuemos con hipocresías, sino con la sinceridad que
nos viene de permanecer en Cristo Jesús.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de vivir con un corazón fiel al Señor, que nos
haga ser un signo creíble de Él ante nuestros hermanos. Amén.
Homilia catolica
Fuente: celebrando la vida
Santoral:
Santa Mónica,
San Guerín y San Amadeo
No hay comentarios:
Publicar un comentario