LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Lunes,
26 de Agosto de 2013
Semana
21ª durante el año
Se
convirtieron a Dios, abandonando los ídolos, para esperar a su Hijo, a quien Él
resucitó
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA
DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CRISTIANOS DE TESALÓNICA 1, 1-10
Pablo,
Silvano y Timoteo saludan a la Iglesia de Tesalónica, que está unida a Dios
Padre y al Señor Jesucristo. Llegue a ustedes la gracia y la paz.
Siempre
damos gracias a Dios por todos ustedes, cuando los recordamos en nuestras
oraciones, y sin cesar tenemos presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo
ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en
nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia.
Sabemos,
hermanos amados por Dios, que ustedes han sido elegidos. Porque la Buena
Noticia que les hemos anunciado llegó hasta ustedes, no solamente con palabras,
sino acompañada de poder, de la acción del Espíritu Santo y de toda clase de
dones. Ya saben cómo procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes.
Y
ustedes, a su vez, imitaron nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo la
Palabra en medio de muchas dificultades, con la alegría que da el Espíritu
Santo. Así llegaron a ser un modelo: para todos los creyentes de Macedonia y
Acaya.
En
efecto, de allí partió la Palabra de el Señor, que no solo resonó en Macedonia
y Acaya: en todas partes se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios, de
manera que no es necesario hablar de esto. Ellos mismos cuentan cómo ustedes me
han recibido y cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para servir
al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo, que vendrá desde el cielo:
Jesús, a quien Él resucitó y que nos libra de la ira venidera.
Palabra
de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 149, 1-6a. 9b
R.
¡El Señor ama a su pueblo!
Canten
al Señor un canto nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que
Israel se alegre por su Creador y los hijos de Sión se regocijen por su Rey. R.
Celebren
su Nombre con danzas, cántenle con el tambor y la cítara, porque el Señor tiene
predilección por su pueblo y corona con el triunfo a los humildes. R.
Que
los fieles se alegren por su gloria y canten jubilosos en sus fiestas.
Glorifiquen a Dios con sus gargantas este es un honor para todos sus fieles. R.
EVANGELIO
¡Ay
de ustedes, guías ciegos!
EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
SEGÚN SAN MATEO 23, 13-22
Jesús
habló diciendo:
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de, los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran.
¡Ay
de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para
conseguir un prosélito, y cuando lo han conseguido lo hacen dos veces más digno
del infierno que ustedes!
¡Ay
de ustedes, guías ciegos, que dicen: "Si se jura por el santuario, el
juramento no vale; pero si se jura por el oro del santuario, entonces sí que
vale"! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro o el santuario
que hace sagrado el oro? Ustedes dicen también: "Si se jura por el altar,
el juramento no vale, pero vale si se jura por la ofrenda que está sobre el
altar".
¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace
sagrada esa ofrenda?
Ahora
bien, jurar por el altar, es jurar por él y por todo lo que está sobre él.
Jurar por el santuario, es jurar por él y por Aquél que lo habita. Jurar por el
cielo, es jurar por el trono de Dios y por Aquél que está sentado en él.
Palabra
del Señor.
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Reflexión
1Tes. 1, 1-10. El
apóstol, guiado por el Espíritu Santo, no sólo anunciará la Palabra de Dios,
sino que colaborará para que el Espíritu Santo engendre a los que el Señor ha
llamado para que sean sus hijos. Aquel que anuncia el Nombre de Dios debe ser
el primer convencido de la salvación que proclama, de tal forma que no sean
sólo sus palabras, sino su testimonio mismo el que dé fe de la eficacia de la
Palabra de Dios. Pablo, convencido de que Jesús es el Mesías prometido, lo
proclama con la valentía que le viene de la fuerza del Espíritu Santo que le
hace pronunciar palabras nada cobardes, sino valientes, aceptando las
consecuencias que pueda traerle el anuncio del Evangelio hecho en esa forma. En
el fondo lo anima la fe, el amor y la esperanza. Los Tesalonicenses, ante ese
testimonio, habiendo abandonado los ídolos, y convertidos al Dios vivo y
verdadero para servirlo, se han convertido en modelo de Iglesia apostólica. La
vida de ellos no es vana palabrería, sino que han manifestado su fe con obras;
su amor, emprendiendo trabajos fatigosos, y su esperanza en Jesucristo siendo
perseverantes en el camino que han iniciado. Todo esto se convierte para
nosotros, cristianos de nuestro tiempo, en modelo de cómo no hemos de proclamar
el Nombre de Dios sólo con los labios, sino desde una vida que se convierta en
ejemplo para que todos se encaminen hacia ese Dios en quien creemos, a quien
obedecemos, a quien amamos y a quien anunciamos con toda valentía, no sólo con
nuestras palabras, sino especialmente con nuestras obras y nuestra vida misma.
Finalmente, recordemos que esto no es obra de nosotros, sino de Dios, por medio
nuestro; por eso a Él hemos de elevar continuamente nuestra acción de gracias.
Sal. 149. Los
Asideos, movimiento observante y fiel de la Ley santa de Dios, estaban
convencidos de que al combatir a los infieles, y al encadenar a reyes y
príncipes que perseguían a los fieles del Señor, estaban cumpliendo la voluntad
de Dios, enrolándose, así, en una guerra santa. Aún en sus lechos, antes del
combate, alababan al Señor convencidos de que siempre saldrían victoriosos,
pues Dios estaba con ellos. Este Salmo refleja ese espíritu victorioso y
festivo en honor del Señor, amigo de su pueblo y que otorga la victoria a los
humildes.
Quienes creemos en Cristo y confiamos en Él, sabemos que nuestra
lucha no es contra los príncipes de este mundo, sino contra los poderes, contra
las potestades, contra los que dominan este mundo de tinieblas, contra los
espíritus del mal. Sin embargo, confiados en Cristo y en su victoria que es
nuestra victoria, vivamos alegres y en una continua alabanza litúrgica del
Nombre del Señor, pues, si le vivimos fieles, el mal no volverá a dominarnos ya
que el Señor, que se ha levantado victorioso sobre el mal, el pecado y la
muerte, estará siempre a nuestro lado para hacer que sea nuestra la salvación
que ha conquistado para nosotros.
Mt. 23, 13-22.
Cosas graves las que denuncia el Señor. Cuando uno se cierra a su Palabra, uno
mismo está cerrando su ingreso al Reino de los cielos. Ya lo diría el Señor:
Para aquel que me rechaza y no acepta mis palabras hay un juez: las palabras
que yo he pronunciado serán las que lo condenen en el último día. Esto es
realmente grave: no querer entrar a formar parte del Reino de Dios por medio de
la fe en Cristo. Pero es más grave todavía el impedir que otros lo hagan. A
quienes tal hacen más valdría atarles una piedra de esos molinos antiguos, y
arrojarlos al fondo del mar.
Aceptar al Señor en nuestra vida por medio de la
fe nos debe llevar a vivir totalmente comprometidos en la vida nueva y eterna
que Él nos comunica, y que hemos de manifestar mediante nuestras buenas obras a
impulsos del Espíritu de Dios en nosotros.
Quien no posee realmente a Dios en
su vida podrá, tal vez, desvelarse en el anuncio del Nombre del Señor, pero si
sus obras no correspondan a lo que anuncia, hará más daño que bien, pues estará
enseñando una respuesta hipócrita a la fe, lo cual hará que quienes le
escuchen, aparenten volver al Señor pero imiten el mal comportamiento y la
falta de compromiso contemplado en quien, usurpando el Nombre de Dios, se
dirigió a ellos. Por eso debemos ser totalmente sinceros ante Dios, ante
nosotros mismos y ante los demás. Ante una vida congruente con nuestra fe no
tendremos necesidad de hacer juramentos para ser dignos de crédito. Es triste
escuchar aquello que condena el Señor: que los fariseos, amantes del dinero,
pensaran que jurar por el templo no obligaba, pero sí el jurar por el oro del
templo. No elevemos a sagrado lo que no lo es, aun cuando nos deslumbre por su
utilidad.
Sólo Dios ha de ser amado; sólo Él ha de estar en el centro de
nuestra vida. Si por algún motivo llegásemos a jurar en su Nombre, que no sea
para darle credibilidad a nuestra palabras, sino para comprometernos a caminar
con mayor rectitud en su presencia, quedando consagrados a Él; o para pasar
haciendo el bien, convertidos en un signo suyo para nuestros hermanos.
En
esta Eucaristía celebramos el gran amor que Dios nos ha manifestado por medio
de su Hijo que, hecho uno de nosotros, entregó su vida para que nosotros
tengamos vida, y la tengamos en abundancia.
Los que entramos en comunión de
vida con el Señor aceptamos hacer nuestro el camino de la cruz de Cristo, no
sólo para poder llegar al Padre Dios, sino también para que, por medio nuestro,
Dios continúe realizando su obra de salvación a favor de todos los pueblos.
Junto con Cristo nos ofrecemos como una ofrenda agradable al Padre; y junto con
Cristo entregamos nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra sangre para que el
mundo tenga vida. Por eso, no podemos estar en la presencia del Señor de un
modo hipócrita; venimos ante Él para comprometernos a vivir como Él, y a
pedirle que nos ayude a ser un signo de su amor para nuestros hermanos. Venimos
para ser los primeros en ir, con nuestra cruz, dando ejemplo de fe, de amor y
de entrega en favor de todos. No podemos, por tanto, conformarnos con escuchar
la Palabra de Dios, y tal vez anunciarla con valentía, pero continuar ligados a
la maldad.
Cristo nos quiere libres de pecados, nos quiere signos claros de su
amor, rectos en nuestras obras y palabras. Por eso, junto con Cristo,
consagremos nuestra vida al Padre para que, concediéndonos su Espíritu, al
igual que Cristo pasemos haciendo el bien a todos.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de vivir sin hipocresías nuestra fe, para que podamos, en
Nombre de Dios, seguir construyendo su Reino entre nosotros. Amén.
Homilia
catolica
Santoral:
San Cesáreo, Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars y Beato Junípero Serra
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