17º
Semana del tiempo ordinario. Ciclo C.
Sábado,
3 de Agosto de 2013
En el
año jubilar, cada uno regresará a su propiedad
LECTURA
DEL LIBRO DEL LEVÍTICO 25, 1. 8-17
El
Señor dijo a Moisés sobre la montaña del Sinaí: Deberás contar siete semanas de
años -siete veces siete años- de manera que el período de las siete semanas de
años sume un total de cuarenta y nueve años. Entonces harás resonar un fuerte
toque de trompeta: el día diez del séptimo mes -el día de la Expiación- ustedes
harán sonar la trompeta en todo el país. Así santificarán el quincuagésimo año,
y proclamarán una liberación para todos los habitantes del país. Éste será para
ustedes un jubileo: cada uno recobrará su propiedad y regresará a su familia.
Este quincuagésimo año será para ustedes un jubileo: no sembrarán ni segarán lo
que vuelva a brotar de la última cosecha, ni vendimiarán la viña que haya
quedado sin podar; porque es un jubileo, será sagrado para ustedes. Sólo podrán
comer lo que el campo produzca por sí mismo. En este año jubilar cada uno de
ustedes regresará a su propiedad. Cuando vendas o compres algo a tu
compatriota, no se defrauden unos a otros. Al comprar, tendrás en cuenta el
número de años transcurridos desde el jubileo; y al vender, tu compatriota
tendrá en cuenta el número de los años productivos: cuanto mayor sea el número
de años, mayor será el precio que pagarás; y cuanto menor sea el número de
años, menor será ese precio, porque lo que él te vende es un determinado número
de cosechas. No se defrauden unos a otros, y teman a su Dios, porque Yo soy el
Señor, su Dios.
Palabra
de Dios.
SALMO
RESPONSORIAL 66, 2-3. 5. 7-8
R. ¡Que
todos los pueblos te den gracias, Señor!
El
Señor tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro sobre nosotros, para
que en la tierra se reconozca su dominio, y su victoria entre las naciones. R.
Que
todos los pueblos te den gracias. Que canten de alegría las naciones, porque
gobiernas a los pueblos con justicia y guías a las naciones de la tierra. R.
La
tierra ha dado su fruto: el Señor, nuestro Dios, nos bendice.
Que
Dios nos bendiga, y lo teman todos los confines de la tierra. R.
EVANGELIO
Herodes
mandó decapitar a Juan, y sus discípulos fueron a informar a Jesús
EVANGELIO
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO 14, 1-12
La fama
de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: «Éste
es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se
manifiestan en él poderes milagrosos».
Herodes,
en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de
Herodías, la mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía: «No te es lícito
tenerla». Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba
a Juan un profeta.
El día
en que Herodes festejaba su cumpleaños, su hija, también llamada Herodías,
bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle
lo que pidiera.
Instigada
por su madre, ella dijo: «Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el
Bautista».
El rey
se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que
se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre
una bandeja y entregada a la joven, y ésta la presentó a su madre. Los
discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a
informar a Jesús.
Palabra
del Señor.
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Reflexión
Lv. 25,
1. 8-17. Año jubilar; año de gracia; todo retorna a su legítimo dueño: los
esclavos, la tierra; se recobrarán las propiedades y se volverá a la familia.
En Cristo, Dios ha proclamado para nosotros el Año de Gracia del Señor. Ese año
se cumple hoy para nosotros, perdurará hasta el final de los tiempos. Nosotros,
por medio de la Sangre de Cristo, hemos sido liberados de la esclavitud del
pecado; volvemos a Dios, nuestro legítimo Dueño; y volvemos no sólo como
criaturas, sino elevados a la dignidad de hijos suyos, por nuestra unión a su
Hijo amado. No volvamos esta liberación y este año de gracia en una nueva
esclavitud, a causa de nuestros pecados. No sea que nos suceda lo que dice la
Escritura en otro lugar: Como el perro vuelve a su vómito, el necio insiste en
su estupidez. Si hemos sido salvados por Cristo, dejémonos conducir por su
Espíritu.
Sal. 67
(66). Parece resonar aquella bendición con la que Aarón bendecía a los
Israelitas: El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro
sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz.
Puesto que Dios se ha convertido para nosotros en una bendición juzgando al mundo
con justicia y concediéndonos abundantes cosechas para alimentarnos, que todos
lo alaben con júbilo y que le rinda honor el mundo entero. Y ¿cómo no alabar a
Dios si por medio de su Hijo Jesucristo el Señor nos bendijo con toda clase de
bendiciones? Por eso confiemos en Él, pues si nos ha dado lo más preciado que
es su Hijo, cómo no nos va a conceder todo lo que le pidamos en su Nombre,
siempre y cuando eso no estorbe nuestro camino de salvación? Por eso, que Dios
sea bendito por siempre. Mt. 14, 1-12. Parece que la voz de la conciencia de
aquello que uno ha hecho para perjudicar a los demás no puede acallarse tan
fácilmente. Sólo quien ha perdido la conciencia de un Dios que es Padre, que
nos pide amarnos y respetarnos como hermanos; sólo quien ha perdido la
capacidad de confrontar sus acciones con la Palabra de Dios, con los auténticos
valores, o por lo menos con la ley natural, vivirá sin trascendencia; sus
intereses serán sólo temporales y al final pensará que perecerá como los
animales. Quien, finalmente haya perdido el sentido de sus actos que destruyen
a su prójimo tendría que preguntarse qué sentido tiene para él creer en un Dios
a quien le reza, tal vez para cometer tropelías, pero no para saber amar; para
saber reconocer ante Él los propios errores e iniciar una vida donde la Palabra
de Dios no se tome como un juego sino como un compromiso para proclamarla no
sólo con las palabras, sino con una vida que se renueve por obra del Espíritu
Santo. No basta entristecerse por el mal que uno ha cometido; es necesario
volver la mirada hacia Dios para podernos encontrar con Él y, desde Él,
podernos encontrarnos con nuestro prójimo para tenderle la mano y no para
destruirlo; para salvarlo, no para condenarlo. En esta Eucaristía el Señor nos
reúne en torno a Él, libres de la esclavitud de nuestros pecados. En Cristo nos
bendice, nos manifiesta su Rostro Misericordioso y nos da su Paz. Él sabe que
hay muchas cosas que tenemos que corregir, que hay muchas más que oprimen
nuestra conciencia. A pesar de todo Él nos ofrece su perdón. Él espera de
nosotros que desaparezca el corazón de piedra y estrenemos un corazón nuevo, de
carne, capaz de amar; Él infunde en nuestro corazón su Espíritu Santo para que
amemos en el mismo estilo como nosotros hemos sido amados por Cristo. Ese
estilo de amor lo celebramos en esta Eucaristía, donde contemplamos la entrega
Pascual de Cristo: Su pasión, su muerte, su resurrección, su glorificación.
¿Queremos estar donde Él está? No hay otro camino sino el de la Pascua de
Cristo que hacemos nuestra, no sólo para aprovecharla, sino para hacerla un
signo de amor concreto en favor de nuestro prójimo. Hemos sido enviados a
proclamar el Año de Gracia del Señor. Seamos esa Buena Noticia de amor para
nuestro prójimo. Que los intereses temporales que muchas veces mueven los
pensamientos y las voluntades de las gentes de hoy no ofusquen nuestras
decisiones, de tal forma que se conviertan en un criterio equivocado de acción
para quienes creemos en Cristo. Es cierto que por el Nombre de Cristo podemos dejarnos
golpear en las dos mejillas, y dejar que nos despojen de lo que tenemos,
incluso entregar nuestra vida, como testimonio supremo de nuestra fe en el
Señor. Sin embargo, no podemos utilizar el Nombre del Señor para despojar,
golpear, asesinar a los demás. Las guerras santas jamás pueden ser
justificadas, pues el Dios-Amor-
Misericordia
por medio de su Hijo no vino a condenar, sino a salvar todo lo que se había
perdido; y a quienes creemos en Él no nos envió a condenar, sino a salvar; no
nos envió a dar una noticia de destrucción y de muerte, sino la Buena Noticia
del Amor Fraterno y de la necesidad de abandonar los caminos de maldad y de
volver a Dios para actuar, no conforme a nuestros criterios, muchas veces
mezquinos, sino conforme a los criterios de Dios, que es Amor, que es Verdad,
que es Vida y que, así, se convierte en Camino que hemos de seguir con lealtad,
si es que en verdad somos personas de fe, y no manipuladores de esa fe para
amoldarla a nuestros caprichos y visiones equivocadas. Roguémosle a nuestro
Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María,
nuestra Madre, la gracia de vivir con toda lealtad nuestra fe. Que seamos
portadores de la misma Bendición con que nosotros hemos sido bendecidos en
Cristo. Así, con una conciencia limpia, podremos en verdad, no sólo llamarnos,
sino ser hijos de Dios que trabajen para que el Reino del Dios-Amor se haga
realidad en todos los corazones. Amén.
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Reflexión:
Homilía católica
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Santoral: San Pedro Julián
Eymard, Santa Lidia y Santa Juana de Chantal
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