Jueves,
1° de Agosto de 2013
17º Semana del tiempo ordinario. Ciclo C.
Primera
lectura
La nube
cubrió la Carpa del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada
LECTURA
DEL LIBRO DEL ÉXODO 25, 8-9; 40, 16-21. 34-38
El
Señor dijo a Moisés: «Me harás un Santuario y Yo habitaré en medio del pueblo.
En la construcción de la Morada y de todo su mobiliario, te ajustarás
exactamente a los modelos que Yo te mostraré». Moisés realizó exactamente todo
lo que el Señor le había ordenado. En el segundo año, el primer día del primer
mes, se procedió a la erección de la Morada. Para ello, Moisés asentó sus
bases, colocó sus bastidores, dispuso sus travesaños y levantó sus columnas.
Después extendió la carpa por encima de la Morada, y sobre ella colocó la
cobertura de la carpa, como el Señor se lo había ordenado. En seguida tomó las
tablas del Testimonio y las puso en el arca; sujetó las andas en el arca, y
sobre ella colocó la tapa. Entonces condujo el arca hasta el interior de la
Morada, colgó el velo que la protegía y así cubrió el Arca del Testimonio,
conforme a la orden que el Señor le había dado. Entonces la nube cubrió la
Carpa del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada. Moisés no podía
entrar en la Carpa del Encuentro, porque la nube se había instalado sobre ella
y la gloria del Señor llenaba la Morada. En todas las etapas del camino, cuando
la nube se alzaba, alejándose de la Morada, los israelitas levantaban el
campamento. Pero si la nube no se alzaba, ellos no se movían, hasta que la nube
volvía a hacerlo. Porque durante el día, la nube del Señor estaba sobre la
Morada, y durante la noche, un fuego brillaba en ella, a la vista de todo el
pueblo de Israel. Esto sucedía en todas las etapas del camino.
Palabra
de Dios.
SALMO
RESPONSORIAL 83, 3-6a. 8a. 11
R. ¡Qué
amable es tu Casa, Señor del universo!
Mi alma se consume de deseos por los atrios
del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente. R.
Hasta
el gorrión encontró una casa, y la golondrina tiene un nido donde poner sus
pichones, junto a tus altares, Señor del universo, mi Rey y mi Dios. R.
¡Felices
los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar! ¡Felices los que encuentran
su fuerza en ti! Ellos avanzan con vigor siempre creciente. R.
Vale
más un día en tus atrios que mil en otra parte; yo prefiero el umbral de la
Casa de mi Dios antes que vivir entre malvados. R.
EVANGELIO
Recogen
lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve
EVANGELIO
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO 13, 47-53
Jesús
dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece a una red que se echa al
mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a
la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así
sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre
los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar
de dientes. ¿Comprendieron todo esto?»
«Sí»,
le respondieron.
Entonces
agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece
a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».
Palabra
del Señor.
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Reflexión
Ex. 40,
16-21. 34-38. Al principio creó Dios una digna morada para el hombre. Ahora
Dios pide a Moisés que le fabrique una morada para habitar en medio de su
pueblo. Y Moisés construye el templo-tienda de campaña, conforme a la orden de
Dios, siguiendo el modelo y dimensiones que le manifestó el Señor. Y el libro
del Éxodo concluye con la posesión que Dios hace de ese templo, donde escuchará
a Moisés y donde, con un signo de detenerse o levantarse de él, Dios indicará
estacionarse o emprender la marcha.
Por
medio del Evangelio se va construyendo en el interior de cada uno de nosotros
un templo digno al Señor. Dios ha tomado posesión de nuestra vida por medio de
la Fe y del Bautismo. Dios ha colocado en nuestro interior su Espíritu para que
la Iglesia sea el lugar de encuentro entre Dios y los hombres, y podamos así,
conforme al mandato del Señor, encaminar nuestros pasos hacia la posesión de la
Patria eterna. Dios siempre irá con nosotros; a nosotros nos corresponde oír su
voz y no endurecer ante Él nuestro corazón.
Sal. 84
(83). Los peregrinos, que se encaminan hacia Jerusalén para dar culto al Señor,
se llenan de ánimo y fuerzas para continuar su camino, ante el anhelo no sólo
de contemplar el Templo, sino de entrar en relación con Dios, que habita en el
Templo. Consideran dichosos incluso a los pájaros que han hecho sus nidos cerca
de los altares del Señor de los ejércitos. Quienes sirven al templo, más que
una carga, tienen el gran honor de estar con el Señor día y noche.
Jesucristo
nos ha abierto el camino que nos conduce hacia las moradas eternas; Dios es
para nosotros el término de nuestro peregrinar por este mundo. Ojalá y no
perdamos esto de vista, para que nuestros pasos no se desvíen por caminos
equivocados, ni nos quedemos embotados por lo pasajero.
Nuestro
caminar, hecho en comunidad de fe, ha de ser alegre, fraterno y solidario de
unos con otros.
Así,
guiados por un mismo Espíritu, encontraremos en el Señor y en el amor fraterno,
fuerza para no desmayar en nuestro camino.
Mt. 13,
47-53. Nadie puede quedar excluido del anuncio del Evangelio. Todos pueden
llegar a formar parte de la comunidad de fe que ha aceptado a Jesús como el
Salvador enviado por el Padre, y que, engendrado en María Virgen por obra del
Espíritu Santo, nos ha liberado del pecado y nos ha elevado a la dignidad de
hijos de Dios por medio de su Misterio Pascual.
Sin
embargo, no todos los que ha entrado a formar parte de la Iglesia pueden, por
ese simple hecho, considerarse ya salvados.
Examinando
nuestro propio interior nos vamos dando cuenta de que hay muchas cosas de las
que continuamente necesitamos convertirnos. Ojalá y fuésemos totalmente buenos.
Sin embargo, así como reconocemos nuestras miserias y pedimos al Señor que sea
misericordioso con nosotros, así, por ningún motivo, podemos condenar a quienes
vemos que han ido por caminos equivocados. Más bien hemos de salir a su
encuentro para ayudarlos a redescubrir a Dios en su vida de tal forma que le den
una respuesta cada día más comprometida con su fe.
Quien
tiene a Dios podrá aprovechar la novedad del anuncio del Evangelio y de las
enseñanzas contenidas en la Primera Alianza para que, con un nuevo lenguaje,
con nuevos métodos y con un nuevo ardor, lo haga comprensible a todos, y capaz
de transformar el corazón de quienes ven y escuchan a la persona de fe.
En esta
Eucaristía el Señor nos ha convocado en su Templo Santo. Sin distinciones
sociales ni culturales, el Señor nos ha recibido a todos en una comunidad de
fe, que ha de desembocar en una comunidad de amor fraterno, con la esperanza de
darle un nuevo rumbo a nuestra vida social. Dios quiere de nosotros personas
que, día a día, se vayan transformando en un signo más claro y más perfecto de
su amor en medio del mundo. No sólo espera que escuchemos su Palabra, sino que
la hagamos nuestra y la dejemos dar fruto, fruto que nos haga convertirnos en
un buen alimento, como los peces buenos, para cuantos nos traten.
Por
eso, quienes participamos del Pan de Vida, no podemos ser, por nuestras
palabras, obras, actitudes y vida, un alimento que envenene, que destruya a los
demás. La Eucaristía nos ha de llevar a ser un signo de Vida y no de muerte
para aquellos con quienes convivimos en nuestra vida ordinaria.
Puesto
que el Señor habita en nuestros corazones como en un templo, jamás podemos
decir que salimos de su presencia al concluir el culto que le tributamos junto
con la comunidad de fieles. Somos portadores de Cristo; y toda nuestra vida
debe convertirse en un lenguaje que proclame su Nombre ahí donde se desarrolle
nuestra existencia. En el desierto la nube se posaba sobre el santuario de
Dios. Nosotros, mejor aún: hemos sido revestidos de Cristo, hemos sido hechos
un signo sacramental de Él para todos. Como signos del amor misericordioso de
Dios, debemos proclamar su Evangelio a todos; y jamás podemos convertirnos en
jueces implacables de los malvados, pues son a los pecadores a quienes ha sido
enviada la Iglesia para salvarlos, no para condenarlos.
Por
eso, al contemplar la miseria, el pecado en el mundo, tenemos que preguntarnos
hasta dónde hemos tomado nuestra responsabilidad de hacer que la obra salvadora
de Jesús siga llegando a todos, e impulsando su vida.
No
queramos una Iglesia de puros, de santos inmaculados; tendamos hacia allá,
hacia la perfección de nuestro Padre Dios, pero poniendo nuestro empeño en
llamar a todos a una vida de santidad; hagámoslo con el testimonio de quien
sabe perdonar, comprender y amar en el mismo estilo con que Dios nos ha amado
por medio de Jesús, su Hijo.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre y Arca de la Nueva Alianza, ser portadores de Cristo desde
la fe que nos une a Él, desde la esperanza que nos hace capaces de vislumbrar
un mundo renovado en Cristo y caminar hacia Él afrontando todos los riesgos de
haber puesto nuestra esperanza en Dios, hasta lograr que, en verdad, su amor
nos una con el Padre Dios y con nuestros hermanos como un sólo pueblo que
alabe, con el corazón y con los labios, al Señor, desde ahora y después en la
eternidad. Amén.
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Reflexión:
Homilia catolica
Santoral del Jueves 01 de Agosto: San Alfonso María de Ligorio, San Bernardo, Vu Van Duê, Santo Domingo Hanh y Beata María Estela.
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