LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Jueves
22 de Agosto de 2013
Vigésima
semana del tiempo ordinario. Ciclo C
SANTA MARÍA REINA
Memoria
LIBRO
DE LOS JUECES 11,29-39a.
El
espíritu del Señor descendió sobre Jefté, y este recorrió Galaad y Manasés,
pasó por Mispá de Galaad y desde allí avanzó hasta el país de los amonitas.
Entonces
hizo al Señor el siguiente voto: "Si entregas a los amonitas en mis manos,
el
primero que salga de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva
victorioso, pertenecerá al Señor y lo ofreceré en holocausto".
Luego
atacó a los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos.
Jefté
los derrotó, desde Aroer hasta cerca de Minit - eran en total veinte ciudades -
y hasta Abel Queramím. Les infligió una gran derrota, y así los amonitas
quedaron sometidos a los israelitas.
Cuando
Jefté regresó a su casa, en Mispá, le salió al encuentro su hija, bailando al
son de panderetas. Era su única hija; fuera de ella, Jefté no tenía hijos ni
hijas.
Al
verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: "¡Hija mía, me has destrozado!
¿Tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Yo hice una promesa al Señor, y
ahora no puedo retractarme".
Ella
le respondió: "Padre, si has prometido algo al Señor, tienes que hacer
conmigo lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos,
los amonitas".
Después
añadió: "Sólo te pido un favor: dame un plazo de dos meses para ir por las
montañas a llorar con mis amigas por no haber tenido hijos".
Su
padre le respondió: "Puedes hacerlo". Ella se fue a las montañas con
sus amigas, y se lamentó por haber quedado virgen.
Al
cabo de los dos meses regresó, y su padre cumplió con ella el voto que había
hecho. La joven no había tenido relaciones con ningún hombre. De allí procede
una costumbre, que se hizo común en Israel.
Palabra
de Dios
SALMO
Salmo
40(39),5.7-8a.8b-9.10.
Feliz
el hombre que cuenta con el Señor,
que
no escucha a los cínicos
ni
se pierde en sus mentiras.
No
quisiste sacrificios ni ofrendas
—lo
dijiste y penetró en mis oídos—
no
pediste holocaustos ni víctimas.
Entonces
dije: «Aquí estoy,
de
mi está escrito en el rollo del Libro.
He
elegido, mi Dios, hacer tu voluntad,
y
tu Ley está en el fondo de mi ser».
Publiqué
tu camino en la gran asamblea,
no
me callé, Señor, tú bien lo sabes.
EVANGELIO
SEGÚN SAN MATEO 22,1-14.
Jesús
les habló otra vez en parábolas, diciendo:
"El
Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo.
Envió
entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a
ir.
De
nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi
banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores
animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'.
Pero
ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a
su negocio;
y
los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al
enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con
aquellos homicidas e incendiaran su ciudad.
Luego
dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados
no eran dignos de él.
Salgan
a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'.
Los
servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron,
buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando
el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el
traje de fiesta.
'Amigo,
le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció en
silencio.
Entonces
el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las
tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'.
Porque
muchos son llamados, pero pocos son elegidos".
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Reflexión:
Jue.
11, 29-39. Jamás pongamos a prueba al Señor. Dejémonos, más bien, guiar por su
Espíritu que ha venido a habitar en nosotros como en un templo.
La
narración tan dramática de Jefté y su hija única debe servirnos de ejemplo para
no prometerle al Señor cosas insensatas. Dios quiere que confiemos
incondicionalmente en Él, y que sepamos que Él nos levantará victoriosos sobre
nuestros enemigos, para que no seamos vencidos ni por las tentaciones, y ni
siquiera por la muerte. Lo único que Él quiere de nosotros es que seamos fieles
a su Nueva y eterna Alianza que ha hecho con nosotros, de tal forma que en
verdad nos manifestemos, día a día, como hijos de Dios; Él espera que su
Palabra no caiga en nosotros en el vacío, sino que produzca frutos abundantes
de buenas obras.
En
el fondo de todo esto se nos pide que surja de nosotros una actitud de
fidelidad que se exprese con aquellas palabras: Hágase en mi, Señor, tu
voluntad.
Sal.
40 (39). Quiera Dios abrir nuestros oídos a su voz para que conozcamos el amor
que nos tiene y sepamos por dónde se han de encaminar nuestros pasos. Que Dios
nos conceda fidelidad a sus mandatos y enseñanzas; pues de nada serviría
realizar grandes sacrificios en honor del Señor, si finalmente nos quedamos
honrándolo con los labios, con exterioridades, mientras nuestro corazón está
lejos de Él.
Recordemos
lo que el Señor le dijo a Saúl por medio del profeta Samuel: ¿Acaso no se
complace más el Señor en la obediencia a su palabra que en holocaustos y
sacrificios? La obediencia vale más que el sacrificio; y la docilidad, más que
la grasa de carneros. La rebeldía es como un pecado de superstición; y la
arrogancia como un crimen de idolatría. Ante la Palabra de Dios digamos con
gran amor: Aquí estoy, ¡Oh Dios!, para hacer tu voluntad.
Mt.
22, 1-14. La salvación que Dios ofrece no es exclusiva para los judíos, sino
para toda la humanidad, de todos los tiempos y lugares.
Sin
embargo no basta entrar a formar parte de la Iglesia como convidado, para
disfrutar de todos los bienes que el Señor ha logrado para nosotros mediante su
Pascua. Es necesario revestirse de Cristo y traducir nuestra fe en Él en buenas
obras.
Supongamos
que realmente a la entrada de la casa donde se celebraba el banquete de bodas
se ofrecieran vestiduras adecuadas para que los invitados, llegados de los
cruces de los caminos, estuviesen de modo digno al acontecimiento que se
celebraba; en ese caso la culpa del que se encontraba sin el traje de fiesta
sería de su propia responsabilidad, por no haberlo querido aceptar.
Hay
una frase que hemos de meditar: ante el rey que pregunta: Amigo ¿cómo has
entrado aquí sin traje de fiesta?, si el invitado en lugar de haberse callado
hubiese reconocido su falta y pedido perdón, ¿habría sido condenado a las
tinieblas? Y me pregunto: Si Adán, en lugar de echarle la culpa de su falta a
Eva y a Dios mismo por haberle dado esa mujer, hubiese pedido perdón ¿cómo se
habría escrito la historia ante un Dios, rico en misericordia?
Ante
nosotros están el ejemplo de Judas Iscariote y el de Pedro; ojalá y como Pedro
aprendamos a decirle al Señor: Tú lo sabes todo, a Ti no puedo engañarte; pero
Tú bien sabes que te quiero.
El
Señor nos ha preparado un banquete para celebrar con nosotros su Alianza de
amor, de tal forma que unidos a su Hijo participemos del gozo y de la Gloria
del Hijo de Dios. Nosotros no somos un invitado cualquiera; nosotros hemos sido
llamados y escogidos para vivir en comunión de vida con el Señor.
Mediante
la Sangre del Cordero inmaculado hemos sido purificados de toda mancha y
revestidos de Cristo.
Ojalá
y no vengamos a esta celebración festiva sólo para perder el tiempo rechazando
la oferta de amor y de salvación que el Señor nos hace. No dejemos para más
tarde el vivir con toda lealtad nuestra fe; más tarde puede, por desgracia,
convertirse en el juicio, que en lugar de salvarnos nos condenaría a las
tinieblas exteriores, lejos del Señor.
Revestidos
de Cristo, hechos uno con Él a pesar de que nuestra vida anterior haya podido
no ser tan digna en su presencia, ahora, por la gracia de Dios, estamos cerca,
los que antes estábamos lejos. Por eso la Iglesia del Señor ha de ser un signo
sacramental de Él en el mundo.
Nuestro
encuentro con Cristo nos ha de llevar a una continua conversión, a una
verdadera comunión fraterna y a una auténtica solidaridad con quienes sufren
marginación, hambre y pobreza, o son víctimas de las injusticias.
Quien
no se ha revestido de Cristo, tal vez se siente a la mesa del Señor, pero
volverá a su vida ordinaria, y continuará generando maldad, sufrimiento, dolor
y muerte; pues nadie puede convertirse en un signo de vida, si no tiene consigo
al Autor de la Vida.
Tratemos
de no ser obradores de iniquidad, sino que toda nuestra vida, a imagen de
Cristo, nos haga pasar haciendo el bien a todos.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de manifestar que en verdad su Espíritu habita en nuestro
interior, y nos hace resplandecer con el Rostro del Señor resucitado, que ha de
brillar en su Iglesia por las buenas obras realizadas en favor de todos. Amén.
Homilía
católica.
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