LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Miércoles,
28 de agosto de 2013
Semana
21ª durante el año
SAN
AGUSTÍN
Obispo
de Hipona y Dr. De la Iglesia
Memoria
obligatoria – Blanco
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL
SAN PABLO A LOS CRISTIANOS DE TESALÓNICA 2, 9-13
Recuerden,
hermanos, nuestro trabajo y nuestra fatiga: cuando les predicábamos la Buena
Noticia de Dios, trabajábamos día: y noche para no serles una carga. Nuestra
conducta con ustedes, los creyentes, fue siempre santa, justa e irreprochable:
ustedes son testigos, y Dios también. Y como recordarán, los hemos exhortado y
animado a cada uno personalmente, como un padre a sus hijos, instándoles a que
lleven una vida digna de Dios, que los está llamando a su Reino y a su gloria.
Nosotros,
por nuestra parte, no cesamos de dar gracias a Dios, porque cuando recibieron
la Palabra que les predicamos, ustedes la aceptaron no como palabra humana,
sino como lo que es realmente, como Palabra de Dios, que actúa en ustedes, los
que creen.
Palabra
de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 138, 7 -12b
R.
¡Señor, Tú me sondeas y me conoces!
¿A
dónde iré para estar lejos de tu espíritu?
¿A
dónde huiré de tu presencia?
Si
subo al cielo, allí estás Tú;
si
me tiendo en el Abismo, estás presente. R.
Si
tomara las alas de la aurora
y
fuera a habitar en los confines del mar,
también
allí me llevaría tu mano
y me
sostendría tu derecha. R.
Si
dijera: «¡Que me cubran las tinieblas
y la
luz sea como la noche a mi alrededor!»,
las
tinieblas no serían oscuras para ti
y la
noche sería clara como el día. R.
EVANGELIO
Ustedes
son hijos de los que mataron a los profetas
EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
SEGÚN SAN MATEO 23, 27-32
Jesús
habló diciendo:
¡Ay
de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos
por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así
también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por
dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.
¡Ay
de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los
profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: «Si hubiéramos vivido en
el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la
sangre de los profetas»! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son
hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen entonces la medida de sus
padres!
Palabra
del Señor.
Reflexión
1 Tesalonicenses 2,9-13:
Pablo sigue recordando los «esfuerzos y fatigas» que le costó la evangelización
en Tesalónica. Y, como ayer, se atreve a presentar su actuación como «leal,
recta e irreprochable».
En
concreto, alude a un aspecto de su ministerio que también aparece en otras
cartas (sobre todo en 1 Co 9): que «trabajó día y noche» porque nunca quiso ser
«gravoso a nadie». Ayer ya aludía a que, en su estancia en aquella ciudad, no
se le podía achacar ninguna «codicia disimulada» o interés económico. Ya
sabemos que Pablo era tejedor de oficio, fabricaba lonas para tiendas (cf.Hch
18,3).
Si
ayer comparaba su amor al de una madre, hoy dice que «tratamos con cada uno de
vosotros personalmente, como un padre con sus hijos»: y se ve que el amor de un
padre presenta matices distintos, porque empleó con ellos un «tono suave y
enérgico».
El
conjunto de su ministerio en Tesalónica es muy positivo, y Pablo vuelve a dar
gracias a Dios porque en esta ciudad hubo bastantes personas que acogieron la
predicación «no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra
de Dios».
El
ejemplo de Pablo nos sigue interpelando.
Nuestra
actuación en favor de la comunidad ha de ser intachable, desinteresada, sin
buscarnos a nosotros mismos o las ventajas económicas. De nuevo el salmo 138
nos recuerda que estamos ante la mirada penetrante de Dios: «Señor, tú me
sondeas y me conoces... ¿a dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de
tu mirada?».
Para
nuestra vida de entrega por los demás, si ayer se nos presentaba como modelo el
amor de una madre, hoy se nos habla del amor de un padre, con un trato personal
a la vez suave y enérgico, ayudando a todos a «vivir como se merece Dios».
Si
en conjunto podemos sentirnos satisfechos de la obra que realizamos, no nos
atribuyamos el mérito, porque la que da eficacia a nuestro trabajo es «la
palabra de Dios, que permanece operante en los creyentes». La fuerza
transformadora es la de Dios.
Nosotros
somos instrumentos -ojalá buenos- en sus manos, para bien de la comunidad.
J.
Aldazabal
Enséñame
Tus Caminos
Mt. 23, 27-32. Exterioridades y apariencias. ¿De qué sirven
nuestras apariencias si en el interior estamos cargados de maldad y de
podredumbre? Antes que nada hemos de unir nuestra vida a Dios; hemos de ser
fieles a la Alianza pactada con Él desde el día en que fuimos bautizados, en
que Dios nos aceptó como hijos suyos por nuestra unión a Cristo Jesús, su Hijo;
y en que, razón de esa misma unión, nosotros aceptamos el compromiso de vivir
como hijos de Dios. Hijos fieles que viven y caminan en el amor a Dios y al
prójimo. Sólo a partir de entonces no nos quedaremos en una fe confesada de
labios para afuera. La lealtad de nuestra fe abrirá nuestro ser para que no
sólo habite en él el Señor, sino para que su Palabra tome carne en nuestra
propia vida. No seamos como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera pero
llenos de carroña y podredumbre por dentro; no nos conformemos con construir
mausoleos a los santos, y templos, tal vez joyas arquitectónicas, en honor del
Señor. Entreguémosle, más bien, nuestra vida para que desde ella el Señor
continúe realizando su obra de amor y de salvación en el mundo.
Jesús
fue rechazado y herido por nuestros pecados. Nadie puede eludir su
responsabilidad en la muerte de Cristo, pues Él cargó sobre sí el pecado de la
humanidad. Y en esto consiste el amor de Dios: en que siendo pecadores envió a
su propio Hijo para librarnos de nuestros pecados y hacernos hijos de Dios. Y
el Señor nos sigue amando siempre. Él mismo nos convoca en este día para
ofrecernos su perdón y para sentarnos a su mesa como hijos suyos. Ojalá y
vengamos ante el Señor trayendo el fruto de nuestros trabajos apostólicos. Y
estos no sólo serán los realizados por quienes se han dedicado a proclamar el
Nombre de Dios a sus hermanos, sino también los realizados por aquellos que, en
medio de sus labores diarias, se han esforzado en trabajar por el amor fraterno
y por la justicia social.
¿Qué
hacemos los que nos decimos cristianos? ¿Cuáles son las manifestaciones de
nuestra fe? Probablemente hoy como ayer muchos contribuyan en la construcción o
en el esplendor de los templos que se levantan al Nombre de nuestro Dios y
Padre. Muchos continuarán preocupándose de que las diversas festividades
religiosas se hagan con toda la pompa propia de un festejo en honor del
Altísimo. Pero ¿realmente ha vuelto nuestro corazón a Dios? ¿O también hoy como
ayer nosotros nos hemos quedado en simples exterioridades ante Dios? ¿No
seremos dignos del reproche del Señor en la antigüedad: Este pueblo me honra
con los labios mientras su corazón está lejos de mí? De nada nos servirá
ofrecerle miles y miles de cosas externas al Señor. Es necesario que nuestro
corazón vuelva a Él y que, fieles a su amor y a su Palabra, iniciemos un nuevo
camino: el del amor a Él y el del amor a nuestro prójimo, convertido en amor
servicial y fraterno buscando el bien de todos.
Roguémosle
al Señor,
por
intercesión de la Santísima
Virgen
María, nuestra Madre,
la
gracia de saber vivir nuestra fe
sin
hipocresías, sino como testigos
del
amor que Dios nos ha tenido
y que ha transformado nuestra vida
de
pecadora en justa, para que,
puestos
al servicio de los demás,
contribuyamos
para que también
ellos
alcancen, junto con nosotros,
la
salvación que Dios ofrece a todos. Amén.
Homilia
catolica
Santoral:
San Agustín, San Hermes, San Moisés el Etíope, Beatos Constantino Fernández y Francisco Monzón.
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