CATEQUESIS DE JUAN PABLO II SOBRE LA VIRGEN DE LAS
LÁGRIMAS
NUESTRA SEÑORA DE SIRACUSA
CATEQUESIS
DEL 6 DE NOVIEMBRE DE 1994
Las
Lágrimas de la Virgen testimonian su presencia
1.
Hay un lugar en Jerusalén, en la ladera del Monte de los Olivos, donde, según
la tradición, Cristo lloró por la ciudad de Jerusalén. En esas lágrimas del
Hijo del hombre hay casi un eco lejano de otro llanto al que se refiere la
primera lectura tomada del libro de Nehemías. Después del regreso de la
esclavitud Babilónica, los Israelitas decidieron reconstruir el templo. Pero
antes escucharon las palabras de la sagrada Escritura y del sacerdote Esdras,
que bendijo después al pueblo con el libro de la Ley. En ese momento todos
rompieron en llanto. En efecto, leemos que el gobernador Nehemías y el
sacerdotes Esdras dijeron a los presentes: "Este día está consagrado al
Señor, vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis". "No estéis
tristes, la alegría del Señor es vuestra fortaleza" (Ne 8, 9. 10). El
llanto de los israelitas era de alegría por haber recuperado el templo y haber
reconquistado la libertad.
2.
Por el contrario, el llanto de Cristo en el Monte de los Olivos no fue de
alegría, En efecto, exclamó: "¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los
profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir
a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis
querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa" (Mt 23, 37-38).
En
el llanto de Jesús por Jerusalén se manifiesta su amor a la ciudad santa y, al
mismo tiempo, el dolor que experimentaba por su futuro no lejano, que prevé: la
ciudad será conquistada y el templo destruido; los jóvenes serán sometidos a su
mismo suplicio, la muerte en cruz. "Entonces se pondrán a decir a los
montes: ‘¡caed sobre nosotros!’ Y a las colinas: ‘¡cubridnos!’ Porque si en el
leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?" (Lc 23, 30-31).
3.
Sabemos que Jesús lloró en otra ocasión, junto a la tumba de Lázaro. "Los
judíos entonces decían: ‘Mirad cómo quería’. Pero algunos de ellos dijeron:
‘Éste que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no
muriera?’" (Jn 11, 36-37). Entonces Jesús, manifestando nuevamente una
profunda turbación, fue al sepulcro, ordenó quitar la piedra y, elevando la
mirada al Padre, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, sal fuera!"(cf. Jn
1, 38-43).
4.
El evangelio nos habla también de la conmoción de Jesús, cuando exultó en el
Espíritu Santo y dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has
revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10,
21). Jesús se alegra por la paternidad divina; se alegra porque puede revelarla
y, por último porque pude irradiarla de modo especial para los pequeños. El
evangelista Lucas define todo eso como un regocijo en el Espíritu Santo.
Regocijo que impulsa a Jesús a revelarse aún más: "Todo me ha sido
entregado por mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quien
es el Padre sino el Hijo, y Aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar"
(Lc 10, 22).
5.
En el Cenáculo, Jesús predice a los Apóstoles su llanto futuro: "En
verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se
alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo",
Y añade: "La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha
llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del
aprieto, por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo" (Jn 16,
20-21). Así, Cristo habla de la tristeza y de la alegría de la Iglesia, de su
llanto y de su alegría, refiriéndose a la imagen de una mujer que da a luz.
6.
Los relatos evangélicos no recuerdan nunca el llanto de la Virgen. No
escuchamos su llanto ni en la noche de Belén, cuando le llegó el tiempo de dar
a luz al Hijo de Dios, ni tampoco en el Gólgota, cuando estaba al pie de la
cruz. Ni siquiera podemos conocer sus lágrimas de alegría, cuando Cristo
resucitó.
Aunque
la sagrada Escritura no alude a ese hecho, la intuición de la fe habla en favor
de él. María, que llora de tristeza o de alegría, es la expresión de la
Iglesia, que se alegra en al noche de Navidad, sufre el Viernes santo al pie de
la cruz y se alegra nuevamente en el alba de la Resurrección. Se trata de la
Esposa del Cordero, que nos ha presentado la segunda lectura, tomada del libro
del Apocalipsis (cf. 21, 9).
7.
Conocemos algunas lágrimas de María por las apariciones con las que ella de vez
en cuando acompaña a la Iglesia en su peregrinación por los caminos del mundo.
María llora en La Salette, a mediados del siglo pasado, antes de las
apariciones de Lourdes, en un período durante el cual el cristianismo en
Francia afronta una creciente hostilidad.
Llora
también aquí, en Siracusa, al término de la segunda guerra mundial. Se puede
comprender dicho llanto precisamente en el marco de esos hechos trágicos: la
inmensa hecatombe causada por el conflicto; el exterminio de los hijos e hijas
de Israel; y la amenaza para Europa que proviene del este, constituida por el
comunismo declaradamente ateo.
También
en ese período llora la imagen de la Virgen de Czestochowa, en Lublín: éste es
un hecho poco conocido fuera de Polonia. Por el contrario se difundió
ampliamente la noticia del acontecimiento de Siracusa, y fueron numerosos los
peregrinos que vinieron aquí. También el cardenal Stefan Wyszynski vino aquí en
peregrinación en 1957, después de haber sido excarcelado. Yo mismo, que por
aquel entonces era un obispo joven, vine aquí durante el Concilio, y pude
celebrar la santa misa el día de la conmemoración de todos los fieles difuntos.
Las
lágrimas de la Virgen pertenecen al orden de los signos; testimonian la
presencia de la Madre Iglesia en el mundo. Una madre llora cuando ve a sus
hijos amenazados por algún mal, espiritual o físico. María llora participando
en el llanto de Cristo por Jerusalén, junto al sepulcro de Lázaro y, por
último, en el camino de la cruz.
8.
Pero conviene recordar también las lágrimas de Pedro, El evangelio de hoy narra
la confesión de Pedro en las cercanías de Cesarea de Filipo. Escuchemos las
palabras de Cristo: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no
te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los
cielos" (Mt 16, 17). Hay otras palabras muy conocidas del Redentor a
Pedro: "En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me
hayas negado tres veces" (Jn 13, 38). Y así sucedió. Pero, cuando en la
casa del sumo sacerdote, Jesús miró a Pedro en el momento en que cantó el
gallo, éste "recordó las palabras del Señor. Y, saliendo fuera, rompió a
llorar amargamente" (Lc 22, 61-62). Lágrimas de dolor y de conversión, que
confirman la verdad de su confesión. Gracias a ellas, después de la
resurrección, pudo decir a Cristo: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que
te amo" (Jn 21, 17).
9.
Hoy, aquí en Siracusa, puedo dedicar el santuario de la Virgen de las Lágrimas.
Aquí estoy finalmente, por segunda vez, pero ahora vengo como Obispo de Roma,
como Sucesor de Pedro, y realizo con alegría este servicio a vuestra comunidad,
a la que saludo con afecto.
10.
Oigo resonar hoy en mí, en este lugar, las palabras que Cristo dirige a Pedro:
"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas
del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de
los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 18-19).
Estas
palabras de Cristo expresan la suprema autoridad que él posee como Redentor: el
poder de perdonar los pecados, que adquirió al precio de su sangre derramada en
el Gólgota; el poder de absolver y perdonar.
11.
Santuario de la Virgen de las Lágrimas, has nacido para recordar a la Iglesia
el llanto de la Madre.
Recuerda
también el llanto de Pedro, a quien Cristo confió las llaves del reino de los
cielos para el bien de todos los fieles. Que esas llaves sirvan para atar y
desatar, para redimir toda miseria humana.
Vengan
aquí, entre estas paredes acogedoras, cuantos están oprimidos por la conciencia
del pecado y experimenten aquí la riqueza de la misericordia de Dios y de su
perdón. Los guíen hasta aquí las lágrimas de la Madre. Son lágrimas de dolor
por cuantos rechazan el amor de Dios, por las familias separadas o que tienen
dificultades, por la juventud amenazada por la civilización de consumo y a
menudo desorientada, por la violencia que provoca aún tanto derramamiento de
sangre, y por las incomprensiones y los odios que abren abismos profundos entre
los hombres y los pueblos.
Son
lágrimas de oración: oración de la Madre que da fuerza a toda oración y se
eleva suplicante también por cuantos no rezan, porque están distraídos por un
sin fin de otros intereses, o porque están cerrados obstinadamente a la llamada
de Dios.
Son
lágrimas de esperanza, que ablandan la dureza de los corazones y los abren al
encuentro con Cristo redentor, fuente de luz y paz para las personas, las
familias y toda la sociedad.
Virgen
de las Lágrimas, mira con bondad materna el dolor del mundo. Enjuga las
lágrimas de los que sufren, de los abandonados, de los desesperados y de las
víctimas de toda violencia.
Alcánzanos
a todos lágrimas de arrepentimiento y vida nueva, que abran los corazones al
don regenerador del amor de Dios. Alcánzanos a todos lágrimas de alegría,
después de haber visto la profunda ternura de tu corazón.
¡Alabado
sea Jesucristo!
6
de Noviembre de 1994
Juán
Pablo II
Fuente: ACI prensa
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