martes, 20 de agosto de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTIA
Martes 20 de Agosto de 2013
Vigésima semana del tiempo ordinario. Ciclo C

LIBRO DE LOS JUECES 6,11-24a.

El Ángel del Señor fue a sentarse bajo la encina de Ofrá, que pertenecía a Joás de Abiézer. Su hijo Gedeón estaba moliendo trigo en el lagar, para ocultárselo a los madianitas.
El Ángel del Señor se le apareció y le dijo: "El Señor está contigo, valiente guerrero".
"Perdón, señor, le respondió Gedeón; pero si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos sucede todo esto? ¿Dónde están todas esas maravillas que nos contaron nuestros padres, cuando nos decían: 'El Señor nos hizo subir de Egipto?' Pero ahora él nos ha desamparado y nos ha entregado en manos de Madián".
El Señor se volvió hacia él y le dijo: "Ve, y con tu fuerza salvarás a Israel del poder de los madianitas. Soy yo el que te envío".
Gedeón le respondió: "Perdón, Señor, pero ¿cómo voy a salvar yo a Israel, si mi clan es el más humilde de Manasés y yo soy el más joven en la casa de mi padre?".
"Yo estaré contigo, le dijo el Señor, y tú derrotarás a Madián como si fuera un solo hombre".
Entonces Gedeón respondió: "Señor, si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres realmente tú el que está hablando conmigo.
Te ruego que no te muevas de aquí hasta que yo regrese. En seguida traeré mi ofrenda y la pondré delante de ti". El Señor le respondió: "Me quedaré hasta que vuelvas".
Gedeón fue a cocinar un cabrito y preparó unos panes sin levadura con una medida de harina. Luego puso la carne en una canasta y el caldo en una olla; los llevó debajo de la encina y se los presentó.
El Ángel del Señor le dijo: "Toma la carne y los panes ácimos, deposítalos sobre esta roca y derrama sobre ellos el caldo". Así lo hizo Gedeón.
Entonces el Ángel del Señor tocó la carne y los panes ácimos con la punta del bastón que llevaba en la mano, y salió de la roca un fuego que los consumió. En seguida el Ángel del Señor desapareció de su vista.
Gedeón reconoció entonces que era el Ángel del Señor, y exclamó: "¡Ay de mí, Señor, porque he visto cara a cara al Ángel del Señor!".
Pero el Señor le respondió: "Quédate en paz. No temas, no morirás".
Gedeón erigió allí un altar al Señor y lo llamó: "El Señor es la paz". Todavía hoy se encuentra ese altar en Ofrá de Abiézer.

Palabra de Dios.


Salmo 85(84),9.11-12.13-14.

Quiero escuchar lo que dice el Señor,
pues Dios habla de paz
a su pueblo y a sus servidores,
con tal que en su locura no recaigan.

La Gracia y la Verdad se han encontrado,
la Justicia y la Paz se han abrazado;
de la tierra está brotando la verdad,
y del cielo se asoma la justicia.

El Señor mismo dará la felicidad,
y dará sus frutos nuestra tierra.
La rectitud andará delante de él,
la paz irá siguiendo sus pisadas.»


EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 19,23-30.

Jesús dijo entonces a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos.
Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos".
Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible".
Pedro, tomando la palabra, dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.
Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.
Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.

Palabra del Señor
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Reflexión

Jue. 6, 11-24. Dios no escogió a los sabios conforme a la ciencia del mundo, sino a los débiles, a lo que no cuenta según los criterios de los hombres, para hacerlos instrumentos suyos; sólo así se manifestará en verdad el poder de Dios.
La persona orgullosa y pagada de sí misma podrá pensar que está en su mano el darle la salvación al mundo; pero lo único que hará será destruir y causar dolor a los demás, pues no sabrá escuchar la Palabra de Dios y vivir conforme a ella, sino actuar conforme a sus pensamientos e imaginaciones enfermizas.
Saberse poca cosa ante el llamado que Dios nos hace y preguntarnos cómo podrá ser eso, nos conduce a la respuesta divina: No tengas miedo, Yo seré quien lo haga, tú serás mi intermediario; sólo escucha mi voz y déjate conducir por Mí. Mi Espíritu vendrá sobre ti y mi Poder te cubrirá con su sombra; entonces Yo, por medio tuyo haré grandes cosas en favor de todos.
No nos conformemos con contemplar a Dios en la oración; sepamos que al relacionarnos con Él debemos ser conscientes de que nos pondrá en camino para ayudar a nuestro prójimo a liberarse de sus esclavitudes, y a superar sus dolores y pobrezas. Dios no sólo nos quiere libres, sino actores en la liberación de sus hijos.
En Cristo, Dios nos llama incluso a dar nuestra vida, esforzándonos denodadamente para que todos puedan encontrarse con el Señor y lleguen a sentir su amor, mediante el cual les quiere manifestar que jamás se ha olvidado de ellos.

Sal. 85 (84). No con basta verse liberado de la esclavitud y del destierro. De nada sirve volver a tomar posesión de la tierra prometida, si vuelven a surgir las infidelidades. Es necesario que nuestra vida sea un acto de fe verdadero en el Señor; es necesario ser constructores de la paz; es necesario vivirle fieles a Él.
Pero puesto que somos frágiles, y nuestro corazón está inclinado al mal desde muy temprana edad, pedimos a Dios que nos muestre su bondad para que, derramando su justicia en nosotros, podamos producir abundantes frutos de salvación.
Por eso nos acogemos a la misericordia divina, reconocemos nuestras culpas, y volvemos a Él con el corazón contrito y humilde. Sólo entonces estará abierto el camino para que el Señor llegue a nosotros y, conducidos por Él, cargando con amor nuestra cruz de cada día, podamos seguir sus pisadas hasta lograr la posesión de la vida que no acaba, de la patria que ya no perderemos, y de la gloria que nos hará disfrutar de una felicidad que jamás tendrá fin.

Mt. 19, 23-30. Y tu ¿por qué sigues a Jesús? ¿cuál es la razón de tu fe que continúa vinculándote a Él? ¿cuando haces una obra buena, o renuncias a algo, es porque esperas que el Señor te devuelva cien veces más de lo que has dejado? Es necesario caminar con el corazón puesto en el amor que le tenemos al Señor. No podemos apegar nuestro corazón, ni siquiera nuestros deseos, a los bienes pasajeros. Dejarlo, venderlo todo, darlo todo a los pobres significa, en el fondo, un seguimiento radical, único, exclusivo en el amor y confianza total en Dios.
Para pasar por la puerta estrecha, para poder pasar por el ojo de una aguja y participar del Reino de Dios, necesitamos desembarazarnos de muchas cosas que nos impiden hacerlo y que se han pegado a nosotros como si fueran parte de nuestra piel.
Aspiremos a que sólo el Señor sea nuestra recompensa; manifestémoslo diciendo junto con el Salmista: El Señor es el lote de mi heredad; mi vida está en sus manos. Y si el Señor nos confía el ciento por uno de lo que hemos dejado, seamos conscientes de que lo hace porque quiere que no nos engolosinemos con lo pasajero, sino para que tengamos la oportunidad de ser las manos que, con generosidad, administran los bienes del Señor para socorrer a los necesitados.

Contemplemos a Cristo que por amarnos, y con una fidelidad intensa y amorosa a la voluntad del Padre, por nosotros se despoja, incluso, de su propia vida. ¿Acaso podremos negar que en verdad nos ama, y que su amor ha llegado hasta el extremo, hasta la perfección? Despojado de todo y habiendo puesto su Espíritu únicamente en las manos de su Padre Dios, Él vive eternamente a su Diestra, con toda la perfección que posee como Dios, pero también como el Hombre perfecto. Convertido en el único mediador entre Dios y los hombres, no sólo intercede por nosotros, sino que, como Hombre que ha recibido la plenitud de Dios, no la retiene para sí mismo, sino que nos la comunica continuamente para que también nosotros, que vivimos en comunión con Él, ya desde ahora pregustemos los bienes eternos.
Quienes en la Eucaristía nos hacemos uno con Cristo, no lo hacemos para buscar una santificación egoísta, sino para convertirnos en un signo del amor de Dios que se continúa entregando, en la historia, a favor de todos por medio de la Iglesia. Y no es que la Iglesia sea una mediadora distinta, paralela a Cristo; es más bien el mismo Cristo, Cabeza de la Iglesia, a la que Él vive unido en una nueva y definitiva Alianza, quien continúa su obra de salvación por medio de este signo sacramental, su Pueblo Santo, que une a los hombres con Dios, y a los hombres entre sí.

Muchos han escuchado el llamado de Dios para que vayan a sus hermanos y les lleven el mensaje de salvación, y les ayuden a liberarse de sus esclavitudes y pecados. Tal vez han pasado años acudiendo a la celebración con que damos culto a Dios.
Nuestro corazón se ha conmovido ante la Palabra de Dios y tal vez nos hemos angustiado porque el interior de muchas personas se ha deteriorado de tal forma que las ha llevado a convertirse en un signo de destrucción y de muerte para los demás. Tal vez estamos entregando un mundo más destruido y menos humano de como lo recibimos nosotros. ¡Cómo quisieran muchos colaborar para que viviésemos más unidos por un auténtico amor fraterno! Sin embargo, muchos contemplan su vida y piensan que primero hay que corregirse uno mismo para poder proclamar, después, la salvación que Dios ofrece a todos. Y pasan los años y se queda uno estacionado y pudriéndose como el agua estancada.
Recordemos que no somos nosotros los que, con nuestras obras, nos salvamos; es Dios quien nos salva, quien nos renueva, quien crea en nosotros un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Como Pedro, hemos de aprender a decirle a Dios: Señor, tú lo conoces todo; tú bien sabes que te quiero. Deposita tu vida ante Dios, así como se encuentra ahora; ponte en sus manos como el barro tierno; es entonces cuando Él hará su obra en ti y tu podrás ir, no con la sabiduría humana, sino con la fuerza que procede de Él, a proclamar lo misericordioso que ha sido el Señor para contigo.
Entonces el Evangelio se proclamará desde la experiencia de un Dios que te ha amado y te ha dado toda la riqueza de su ser para que tú la compartas con todos. Entonces no te gloriarás de ti mismo ni de tus logros, sino que te gloriarás en el Señor, que, a pesar de tus miserias y cobardías, te ha escogido para que seas un signo de su amor liberador, en este nuestro mundo actual que necesita que la Luz de Cristo vuelva a brillar para todos los pueblos.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que, como Ella, aprendamos a decirle: He aquí a tu siervo, a tu sierva, hágase en mí según tu Palabra. Amén.


Homilía catolica


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