jueves, 8 de agosto de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Jueves, 8 de Agosto de 2013
Semana 18ª durante el año.

Primera lectura
LIBRO DE LOS NÚMEROS 20,1-13.
En el primer mes, toda la comunidad de los israelitas llegó al desierto de Cin, y el pueblo se estableció en Cades. Allí murió y fue enterrada Miriam.
Como la comunidad no tenía agua, se produjo un amotinamiento contra Moisés y Aarón.
El pueblo promovió una querella contra Moisés diciendo: "¡Ojalá hubiéramos muerto cuando murieron nuestros hermanos delante del Señor!
¿Por qué trajeron a este desierto a la asamblea del Señor, para que muriéramos aquí, nosotros y nuestro ganado?
¿Por qué nos hicieron salir de Egipto, para traernos a este lugar miserable, donde no hay sembrados, ni higueras, ni viñas, ni granados, y donde ni siquiera hay agua para beber?".
Moisés y Aarón, apartándose de la asamblea, fueron a la entrada de la Carpa del Encuentro y cayeron con el rostro en tierra. Entonces se les apareció la gloria del Señor,
y el Señor dijo a Moisés:
"Toma el bastón y convoca a la comunidad, junto con tu hermano Aarón. Después, a la vista de todos, manden a la roca que dé sus aguas. Así harás para ellos agua de la roca y darás de beber a la comunidad y a su ganado".
Moisés tomó el bastón que estaba delante del Señor, como él se lo había mandado.
Luego Moisés y Aarón reunieron a la asamblea frente a la roca, y Moisés les dijo: "¡Escuchen, rebeldes! ¿Podemos hacer que brote agua de esta roca para ustedes?".
Y alzando su mano, golpeó la roca dos veces con el bastón. El agua brotó abundantemente, y bebieron la comunidad y el ganado.
Pero el Señor dijo a Moisés y a Aarón: "Por no haber confiado lo bastante en mí para que yo manifestara mi santidad ante los israelitas, les aseguro que no llevarán a este pueblo hasta la tierra que les he dado".
Estas son las aguas de Meribá - que significa "Querella"- donde los israelitas promovieron una querella contra el Señor y con las que él manifestó su santidad.

Palabra de Dios.


Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9.
Vengan, alegres demos vivas al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva;
partamos a su encuentro dando gracias;
aclamémosle con cánticos.

¡Entremos, agachémonos, postrémonos;
de rodillas ante el Señor que nos creó!
Pues él es nuestro Dios
y nosotros el pueblo que él pastorea,
el rebaño bajo su mano.
Ojalá pudieran hoy oír su voz.

«No endurezcan sus corazones como en Meribá,
como en el día de Masá en el desierto,
allí me desafiaron sus padres
y me tentaron, aunque veían mis obras.



EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 16,13-23.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá".
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".

Palabra del Señor.

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Reflexión
Núm. 20, 1-13. Ciertamente Moisés y Aarón pasaban continuamente momentos amargos al tener que cumplir con la misión que Dios les había confiado. Pero el Señor estaría siempre de su parte. Ante los diversos dones de Dios (carne en abundancia; maná durante todo el trayecto por el desierto, etc.) siempre darían su lugar al Señor; el pueblo sabría que era Dios quien se manifestaba como un Padre providente para con su pueblo.
Ahora Moisés, cansado, agobiado por el pueblo, lleno de enojo no glorifica al Señor y proclama: Escúchenme, rebeldes ¿creen que podemos hacer brotar agua de esta roca para ustedes? No son Moisés ni Aarón quienes les dan el agua, sino Dios. A pesar de que su Nombre no fue glorificado, Dios, al golpear Moisés la roca con la vara, concede agua en abundancia; esa roca acompañará al pueblo hasta la tierra prometida, conforme nos dice san Pablo en 1Cor 10, 4.
Dios nos llama para que entremos a la Patria eterna. Por medio de Cristo ha derramado en Nosotros el Espíritu Santo, fuente de agua viva que brota hasta la vida eterna, saciando nuestra sed de amor y de eternidad.
Tratemos de que toda nuestra vida sea una continua glorificación del Nombre de Dios.

Sal. 95 (94). Adoremos y bendigamos al Señor que nos hizo. Él, además de ser nuestro Dios, es nuestro Padre. Por eso acerquémonos a Él con el corazón agradecido; pero no han de ser sólo nuestros labios, sino toda nuestra vida la que se convierta en una continua acción de gracias al Señor.
Por eso, hemos de tener abierta nuestra inteligencia para escuchar su Palabra, dispuesto nuestro corazón para meditarla, presta nuestra voluntad para cumplirla e impulsada nuestra vida por su Espíritu para que se convierta en un auténtico testimonio de nuestra fe.
Ojalá que, por tanto, no endurezcamos nuestro corazón, sino que estemos dispuestos a vivir en plena comunión con el Señor, para que no sólo estemos ante Él de rodillas, sino que lo amemos sirviendo fraternalmente a nuestro prójimo, como el Señor nos lo ha ordenado en el mandamiento nuevo que nos dio.

Mt. 16, 13-23. Jesús no puede ser confesado por nosotros como un concepto, tal vez muy elaborado, a partir de estudios profundos sobre su persona humano-divina.
Tampoco podemos quedarnos en una fe recibida por tradición familiar, pero que en nada nos compromete con Él.
Mientras no entremos en una estrecha relación personal con Jesús, no podemos convertirnos en quienes proclaman el Evangelio desde un auténtico testimonio de vida. Quien en verdad ha entrado en comunión personal con Cristo, puede ser parte de la construcción de la Iglesia, que, como Comunidad litúrgica, prefigura en la tierra la unión y la alabanza que todos tributaremos a Dios en la eternidad.
Pedro confiesa a Jesús como Mesías, el Hijo de Dios vivo. El anuncio del Evangelio nos lleva también a nosotros a hacer esa confesión de fe. Si no hemos llegado, convencidos, a ella, el Evangelio no ha dado el fruto deseado en nosotros.
La misión de la Iglesia es evangelizar, para que quien crea y se bautice se salve. Y creer es aceptar que Jesús es el Hijo de Dios, y entrar en comunión de vida con Él. Al confesar a Jesús muerto y resucitado estamos siendo edificados sobre la fe de Pedro; pues, así como Abraham es la roca de la que fue tallado el pueblo de Dios (Is 51, 1-2), así la fe de Pedro le da fundamento a la Iglesia de Cristo.
Quien se aparte de la fe en Cristo como el Siervo sufriente y quiera verlo en la Gloria sin padecer, le estará haciendo el juego al maligno y tendrá que ponerse atrás de Jesús para contemplar su camino hacia la Gloria, pasando por la ignominia de la cruz. Entonces, una vez convertido y tomando su propia cruz tras las huellas de Cristo, Pedro podrá confirmar a sus hermanos en la fe.
Jesús nos invita a seguirlo, también nosotros, hacia la Gloria, cargando nuestra cruz de cada día.

En esta Eucaristía se congrega la Iglesia de Cristo con el convencimiento de ver en Él al Mesías e Hijo de Dios vivo; convencimiento nacido del Espíritu que nos hace comprender las Escrituras y llegar a la verdad plena.
No sólo ofrecemos al Padre el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Nosotros, junto con Él, nos ofrecemos al Padre como ofrenda de suave aroma.
Que el Señor nos ayude a no huir de nuestra propia cruz. Que junto con Cristo, sepamos entregar nuestra vida para que todos tengan vida, y la tengan en abundancia. Entonces seremos dignos de participar, junto con Cristo, de la Gloria que Él posee ya a la diestra de Dios Padre.

En un mundo en que hay muchos anhelos de felicidad, pero que se rehuye al esfuerzo, al sacrificio; en un mundo en que todo se quisiera lograr casi de modo mágico, quienes creemos en Cristo hemos de manifestar, con nuestras obras y actitudes, que hay que aprender a esforzarse, a luchar, a sacrificarse, incluso a dar la propia vida con tal de que la sed de la auténtica felicidad quede saciada en todos los corazones.
No son los bienes materiales que pudiéramos dar a los demás; es la vida que se hace cercanía, que se hace diálogo de amor concreto lo que, finalmente, dará paz, alegría y gozo a quienes han perdido incluso el sentido de la vida a causa de la pobreza, o de las injusticias de que han sido víctimas.
¿Quién es para nosotros nuestro prójimo? Jesús nos dirá al final del tiempo: lo que hiciste al más insignificante de mis hermanos, a Mí me lo hiciste.
Ojalá que nuestra fe en Jesús nos lleve no sólo a darle culto, sino a servirlo amorosamente en nuestro prójimo, amándolo como nosotros hemos sido amados por Cristo.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser personas de fe en Cristo; con una fe viva que se manifieste con las obras, para que, viendo el mundo esas buenas obras glorifique a nuestro Padre, que está en los cielos. Amén.

Homilia católica



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