jueves, 5 de junio de 2014

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA MIERCOLES 04 DE JUNIO DE 2014


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MIERCOLES 04 DE JUNIO DE 2014
VII  MIERCOLES DE PASCUA
NUESTRA SEÑORA DE LA LUZ

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 46, 2)
Pueblos todos, aplaudan y aclamen a Dios con gritos de júbilo. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA
Dios misericordioso, concede benignamente a tu Iglesia que, congregada por el Espíritu Santo, te sirva con todo su corazón y permanezca con sinceridad en comunión fraterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

Ahora los dejo en manos de Dios, que puede hacerlos crecer y alcanzar la herencia prometida.

DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES: 20, 28-38

En aquellos días, Pablo dijo a los presbíteros de la comunidad cristiana de Éfeso: "Miren por ustedes mismos y por todo el rebaño, del que los constituyó pastores el Espíritu Santo, para apacentar a la Iglesia que Dios adquirió con la sangre de su Hijo.
Yo sé que después de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos rapaces, que no tendrán piedad del rebaño y sé que, de entre ustedes mismos, surgirán hombres que predicarán doctrinas perversas y arrastrarán a los fieles detrás de sí. Por eso estén alerta. Acuérdense que durante tres años, ni de día ni de noche he dejado de aconsejar, con lágrimas en los ojos, a cada uno de ustedes.
Ahora los encomiendo a Dios y a su palabra salvadora, la cual tiene fuerza para que todos los consagrados a Dios crezcan en el espíritu y alcancen la herencia prometida. Yo no he codiciado ni el oro ni la plata ni la ropa de nadie. Bien saben que cuanto he necesitado para mí y para mis compañeros, lo he ganado con mis manos. Siempre he mostrado que hay que trabajar así, para ayudar como se debe a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: 'Hay más felicidad en dar que en recibir' ".
Dicho esto, se arrodilló para orar con todos ellos. Todos se pusieron a llorar y abrazaban y besaban a Pablo, afligidos, sobre todo, porque les había dicho que no lo volverían a ver. Y todos lo acompañaron hasta el barco.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 67
R/. Reyes de la tierra, canten al Señor. Aleluya.

Señor, despliega tu poder, reafirma lo que has hecho por nosotros, desde Jerusalén, desde tu templo, a donde vienen los reyes con sus dones. R/.

Cántenle al Señor, reyes de la tierra, denle gloria al Señor que recorre los cielos seculares, y que dice con voz como de trueno: "Glorifiquen a Dios". R/.

Sobre Israel su majestad se extiende y su poder, sobre las nubes. Bendito sea nuestro Dios. R/.

ACLAMACIÓN (Cfr. Jn 17, 17) R/. Aleluya, aleluya.
Tu palabra, Señor, es la verdad; santifícanos en la verdad. R/.


Padre, que ellos sean uno, como nosotros.


DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN: 17, 11-19

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: "Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me diste; yo velaba por ellos y ninguno de ellos se perdió, excepto el que tenía que perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y mientras estoy aún en el mundo, digo estas cosas para que mi gozo llegue a su plenitud en ellos. Yo les he entregado tu palabra y el mundo los odia, porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en la verdad. Tu palabra es la verdad. Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados en la verdad".

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta, Señor, el sacrificio que tú mismo nos mandaste ofrecer, y, por estos sagrados misterios, que celebramos en cumplimiento de nuestro servicio, dígnate llevar a cabo en nosotros la santificación que proviene de tu redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Pascua o de la Ascensión.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Jn 15, 26-27)
Cuando venga el Abogado que yo les enviaré, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, dará testimonio de mí, dice el Señor, y también ustedes darán testimonio. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que la participación en este sacramento celestial, multiplique en nosotros tu gracia, Señor, y, purificándonos con su poder, nos haga siempre más capaces de seguir recibiendo tan admirable don. Por Jesucristo, nuestro Señor.



CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LOS DONES DEL ESPIRITU SANTO:
“EL DON DE PIEDAD”

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

Hoy queremos examinar un don del Espíritu Santo que a menudo viene mal entendido o considerado de una manera superficial, y que en cambio toca el corazón de nuestra identidad y de nuestra vida cristiana: es el don de la piedad.

Hay que dejar claro que este don no se identifica con tener compasión por alguien, tener piedad del prójimo, sino que indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro profundo vínculo con Él, un vínculo que da sentido a toda nuestra vida y nos mantiene unidos, en comunión con Él, incluso en los momentos más difíciles y atormentados.

1. Este vínculo con el Señor no debe interpretarse como un deber o una imposición: es un vínculo que viene desde dentro. Se trata, en cambio, de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos ha dado Jesús, una amistad que cambia nuestras vidas y nos llena de entusiasmo y alegría. Por esta razón, el don de la piedad suscita en nosotros, sobre todo, gratitud y alabanza. Es éste, en realidad, el motivo y el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración.

Cuando el Espíritu Santo nos hace sentir la presencia del Señor y de todo su amor por nosotros, nos reconforta el corazón y nos mueve de forma natural a la oración y la celebración. Piedad, por tanto, es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de aquella capacidad de rezarle con amor y sencillez que caracteriza a los humildes de corazón.

2. Si el don de la piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como sus hijos, al mismo tiempo nos ayuda a derramar este amor también sobre los otros y a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí que seremos movidos por sentimientos de piedad – ¡no de pietismo! - hacia quien nos está cerca y por aquellos que encontramos cada día. ¿Por qué digo no de pietismo? porque algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos, hacer cara de estampita, ¿así no? y también fingir el ser como un santo, ¿no? No, este no es el don de la piedad. En piamontés nosotros decimos: hacer la “mugna quacia”, éste no es el don de piedad ¡eh!

De verdad seremos capaces de gozar con quien está alegre, de llorar con quien llora, de estar cerca de quien está solo o angustiado, de corregir a quien está en error, de consolar a quien está afligido, de acoger y socorrer a quien está necesitado. Hay una relación, muy, muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre. El don de piedad que nos da el Espíritu Santo nos hace apacibles. Nos hace tranquilos, pacientes, en paz con Dios, al servicio de los otros con apacibilidad.

Queridos amigos, en la Carta a los Romanos, el apóstol Pablo afirma: “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios: “¡Abba, Padre!”.

Pidamos al Señor que el don de su Espíritu pueda vencer nuestro temor, nuestras incertidumbres, incluso nuestro espíritu inquieto, impaciente y pueda hacernos testimonios gozosos de Dios y de su amor. Adorando al Señor en la verdad y también en el servicio a los próximos, con mansedumbre y también con la sonrisa, que siempre el Espíritu nos da en la alegría. Que el Espíritu Santo nos dé a todos nosotros este don de la piedad. Gracias.

Miércoles 04 de Junio de 2014.
Publicado por: ACIPRENSA. Texto completo gracias a la traducción de Radio Vaticana.


REFLEXION

a.- Hch. 20, 28-38: Despedida de los presbíteros de Efeso.    En este discurso, Pablo pide a los presbíteros, celo, humildad y renuncia al  egoísmo. El deseo implícito de Pablo, es traspasar su responsabilidad y  ejemplaridad de vida, en la fundación y gobierno de las comunidades a los  presbíteros de la Iglesia. Dios los llamó, para apacentar el rebaño de su Hijo, que  adquirió con su muerte y resurrección. Es el Espíritu Santo, el responsable de la  elección de los dirigentes de las comunidades (cfr. Hch. 13, 1). Si bien, la imagen  del rebaño, es conocida en el AT, en el Nuevo, es la comunidad cristiana, el nuevo  rebaño del Señor Jesús (cfr. Lc. 15,4; Jn. 10; 1 Pe. 2, 25). Luego, ese título pasará  a los apóstoles y más tarde a los encargados por la comunidad local (cfr. Jn. 21,  15-17; 1 Cor. 9,7; 1 Pe. 5, 2-3). La Iglesia les ha sido confiada por Cristo, no son  sus amos o dueños,  Él la adquirió con su propia sangre, esta es la razón de la  redención y origen de la comunidad eclesial. Pablo, advierte sobre la culpa en los  desvíos doctrinales que puedan sufrir como comunidad, porque esos peligros  provienen del exterior y del interior, persecuciones y herejías. Su trabajo consistió  en predicar, se ganó el pan con la labor de sus manos, no fue gravoso para nadie;  fue humilde en el trato y en la presentación de la doctrina en forma pública y en las  casas. ÉL representa a la Iglesia apostólica y legítima de Cristo, cosa que los  maestros gnósticos que se habían infiltrado, también en el judaísmo, no pueden  invocar.  Los presbíteros deben ser como Pablo, un soporte para la comunidad en lo  doctrinal y en lo pastoral para sus comunidades, evitando la dispersión y la herejía  (v. 28. 31).  Si bien, los responsables son los dirigentes, es Dios quien debe velar  por ellos. ÉL debe continuar la obra comenzada por ellos con la recepción de la  palabra de  gracia divina que les ha confiado y el cuidado pastoral. La gracia es la  actualización de la obra de Dios realizada en Cristo dentro de la comunidad eclesial, que edifica al creyente y a la propia Iglesia. Santificados son los creyentes, familia  de Dios, con derecho a la herencia prometida desde antiguo (cfr. Dt. 33, 3-4).  Finalmente, Pablo nos comunica que conoce la palabra de Jesús mientras estaba  vivo, y no sólo la conocía sino la seguía. Por primera vez Lucas, relaciona a Pablo  con la predicación terrena de Jesús, es decir, no sólo lo vio Resucitado, sino que  conoce su predicación: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (v. 35). Con una  palabra, no suya, sino de Jesús, Pablo se despide de la comunidad. Palabra que  suena a bienaventuranza, que beatifica no actitudes sino directamente a las  personas. Quien la pone en práctica, da generosamente, libre de todo egoísmo, sólo  por amor, vive la nueva condición de hijos de Dios.   

b.- Jn. 17, 6. 11-19: Padre, santifícalos en la verdad.  
 Dentro de la oración sacerdotal de Jesús al Padre, ÉL pide la protección del Padre,  para sus discípulos, y para los que creerán en ÉL en el futuro. La idea es que los  proteja, de todo aquello que los pudiera hacer desistir de su fe y de la vida nueva  de cristianos, no pide les retire el sufrimiento y la muerte (v. 11). El Nombre de  Dios, significa su manifestación, el mismo Jesús, es ahora manifestación del poder  de ese Santo Nombre de Dios en la tierra. Por esa manifestación del Nombre de  Dios, quiere que sus discípulos sean protegidos de no perder la fe; otra manifestación del Nombre de Dios, es la del amor. El Nombre de Dios es amor, lo  que pide Jesús, es que se mantengan en el amor mutuo, amor que hace partícipes  a los hombres, de la misma comunión que existe entre el Padre y el Hijo. La unidad  de la Iglesia, debe ser manifestación de este amor trinitario. Durante el ejercicio de  su ministerio, Jesús, los cuidó y protegió a aquellos que el Padre le confió, excepto  el hijo de la perdición, o sea Judas, el que lo traicionó.  En el evangelio de Juan,  este hijo de la perdición, representa el mal (cfr. Jn. 2, 3; 13, 18). Ahora, se  presenta el ministerio terreno de Jesús, y el que  vivirán los apóstoles en el futuro, porque ÉL vuelve al Padre, luego de su misterio pascual. Esta última parte, la  vivirán en la tristeza, por la partida de Jesús, pero asimismo en la alegría de saber  que ÉL, es el enviado del Padre que les ha comunicado la palabra de la vida, es  decir, el evangelio. Si bien, Jesús vuelve al Padre, luego de su resurrección, los  discípulos deberán permanecer en el mundo, para dar frutos de santidad en favor  del testimonio de la fe recibida. El riesgo que tienen los discípulos, es precisamente  perder la fe, en medio de un mundo, dominado por el demonio, de ahí que Jesús, insiste en su oración al Padre: líbralos del mal.  Ser santificados en la verdad,  equivale a consagrar a los discípulos en la verdad, para que realicen la misión de  evangelizar  a todo el mundo. Pero no lo podrán realizar, sino desde la palabra que Jesús les ha comunicado. La santificación,  que Jesús quiere para sus discípulos, es en la verdad, que Él les enseñó con su palabras y obras. La santificación, en  definitiva, de los discípulos comienza con el misterio pascual de muerte y  resurrección de Jesucristo, entrega total, que hace de su existencia al Padre, por la  redención de la  humanidad, cuyo resultado es la misión que ahora ellos deben realizar de cara a la sociedad actual.  Santa Teresa de Jesús, vive en la verdad del amor de Dios y que Jesucristo selló en  su alma.  “Quedome una verdad de esta divina Verdad que se me representó, sin  saber cómo ni qué, esculpida, que me hace tener un nuevo acatamiento a Dios, porque da noticia de su majestad y poder, de una manera que no se puede decir.  Sé entender que es una gran cosa. Quedóme muy gran gana de no hablar sino  cosas muy verdaderas, que vayan adelante de lo que acá (6) se trata en el mundo,  y así comencé a tener pena de vivir en él. Dejóme con gran ternura y regalo y  humildad. Paréceme que, sin entender cómo, me dio el Señor aquí mucho. No me  quedó ninguna sospecha de que era ilusión. No vi nada, mas entendí el gran bien  que hay en no hacer caso de cosas que no sea para llegarnos más a Dios, y así entendí qué cosa es andar un alma en verdad delante de la misma Verdad. Esto  que entendí, es darme el Señor  a entender que es la misma Verdad.” (V 40,3).

(Homiletica org / Padre Julio González Carretti O.C.D )


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