LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Viernes,
31 de Enero de 2014
III
Semana del Tiempo Ordinario
San
Juán Bosco
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Lc 4, 18)
El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la Buena
Nueva a los pobres y anunciar su liberación a los cautivos.
ORACIÓN
COLECTA
Dios
nuestro, que en la persona de san Juan Bosco otorgaste a la juventud un padre y
un maestro, enciende nuestro corazón con el mismo amor con que encendiste el
suyo, para que en la entrega total a los demás, busquemos servirte sólo a ti.
Por nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA
DE LA PALABRA
Pon
a Urías en el sitio más peligroso, para que lo maten.
DEL
SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL: 11, 1-4. 5-10. 13-17
En
la época del año en que los reyes acostumbraban salir a la guerra, David envió
a Joab con sus oficiales y todo Israel contra los amonitas. Los derrotaron y
pusieron sitio a Rabbá.
David
se había quedado en Jerusalén. Un día, al atardecer, se levantó de dormir y se
puso a pasear por la terraza del palacio; desde ahí vio a una mujer que se
estaba bañando. Era una mujer muy hermosa. David mandó preguntar quién era
aquella mujer y le dijeron: "Es Betsabé, hija de Eliam, esposa de Urías,
el hitita". David mandó unos criados a buscarla. Se la trajeron a su casa
y durmió con ella. La mujer quedó embarazada y le mandó decir a David:
"Estoy encinta".
Entonces
David le envió un mensaje a Joab: "Haz que venga Urías, el hitita".
Joab cumplió la orden, y cuando Urías se presentó a David, el rey le preguntó
por Joab, por el ejército y por el estado de la guerra. Luego le dijo: "Ve
a descansar a tu casa, en compañía de tu esposa". Salió Urías del palacio
de David y éste le mandó un regalo. Pero Urías se quedó a dormir junto a la
puerta del palacio del rey, con los demás servidores de su señor, y no fue a su
casa. Le avisaron a David: "Urías no fue a su casa". Al día
siguiente, David lo convidó a comer con él y lo hizo beber hasta embriagarse.
Ya tarde, salió Urías y se volvió a quedar a dormir con los servidores de su señor
y no fue a su casa. A la mañana siguiente escribió David a Joab una carta y se
la envió con Urías. En ella le decía: "Pon a Urías en el sitio más
peligroso de la batalla y déjalo solo para que lo maten". Joab, que estaba
sitiando la ciudad, puso a Urías frente a los defensores más aguerridos. Los
sitiados hicieron una salida contra Joab y murieron algunos del ejército de
David, entre ellos, Urías, el hitita.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL: Del salmo 50
R/.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Por
tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis
ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados. R/.
Puesto
que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo
pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo. R/.
Es
justa tu sentencia y eres justo, Señor, al castigarme. Nací en la iniquidad, y
pecador me concibió mi madre. R/.
Haz
que sienta otra vez júbilo y gozo y se alegren los huesos quebrantados. Aleja
de tu vista mis maldades y olvídate de todos mis pecados. R/.
ACLAMACIÓN
(Cfr. Mt 11, 25)
R/.
Aleluya, aleluya.
Yo
te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los
misterios del Reino a la gente sencilla. R/.
El
hombre siembra su campo, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece.
DEL
SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 4, 26-34
En
aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de Dios se parece a lo
que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las
noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la
tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las
espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los
granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la
cosecha".
Les
dijo también: "¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola
lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra,
es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte
en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden
anidar a su sombra".
Y
con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de
acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas;
pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Que
estos dones, Señor, que te presentamos en honor de tus santos y que van a dar
testimonio de tu poder y de tu gloria, nos alcancen de ti la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (Mt 28, 20)
Yo
estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo, dice el Señor.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Fortalecidos
con el pan de la vida, te pedimos, Señor, que a ejemplo de san Juan Bosco,
podamos servirte con entrega absoluta y amar a nuestros hermanos con amor
incansable. Por Jesucristo, nuestro Señor.
*****
Santos:
Juan Bosco, fundador; Marcela de Roma, viuda: Francisco Javier Bianchi,
presbítero. Memoria (Blanco)
*****
REFLEXIÓN:
EL PECADO DEL REY DAVID
2
S 11, 1-4. 5-10. 13-17; Mc 4, 26-34
David
aparece fuera de lugar en este relato. Comete una serie de abusos graves contra
Betsabé y Urías porque está desubicado. Como rey de Israel le corresponde estar
liderando a su pueblo en el campo de batalla, pero se queda en el palacio,
durmiendo en exceso hasta entrado el día. Como dice el refrán popular: "la
ociosidad es la madre de todos los vicios". El rey ocioso se comporta como
un déspota, manda llamar a Betsabé como si fuese un objeto, sin mediar palabra,
se acuesta con ella y la despide; y finalmente, trata de encubrir su falta
infructuosamente. Así como el narrador nos relata la manera cómo David, se dejó
alienar por el deseo, el creyente que se abre con docilidad al Evangelio de
Jesús, sin que él sepa cómo, misteriosamente, es impulsado por la fuerza de
Dios, para vivir conforme al espíritu del Reino. (www misal . com . mx)
REFLEXIÓN:
2Sam.
11, 1-4. 5-10. 13-17. De lo que son capaces los poderosos para apropiarse de lo
que no es suyo, y para evitar ser descubiertos en sus desórdenes y
desequilibrios personales.
Ante
los hombres parecerán justos, pero no ante Dios, pues Él conoce hasta lo más
profundo de nuestros corazones.
Cuesta
permanecer fieles a Dios, especialmente cuando el corazón del hombre se
encuentra inclinado hacia el mal desde su más tierna adolescencia.
Por
eso no podemos buscar nosotros mismos el peligro; y si el peligro sale a
nuestro paso debemos centrarnos en Dios para que Él sea nuestra fortaleza,
nuestra defensa, nuestra roca de salvación.
Pero
si cometemos algún error no tratemos de lavarlo a nuestro modo; no tratemos de
justificarnos a costa de la destrucción de los inocentes, pues eso, en lugar de
manifestarnos como salvadores nos manifestaría como sanguinarios,
desequilibrados por el poder e incapaces de enfrentar nuestra propia vida.
Que
Dios nos conceda luz para saber reconocernos pecadores y nos dé sabiduría para
saber confiar nuestra vida a Aquel que es el único que nos puede mantener
firmes en el bien: nuestro Dios y Padre.
Sal.
51 (50). Puestos de rodillas, humillados en la presencia de Dios golpeemos
nuestro pecho diciéndole: Apiádate de mí, Señor, porque soy un pecador. Y Dios
tendrá compasión de nosotros.
Pues
¿quién de nosotros puede decir que no tiene pecado, si hasta el justo peca
siete veces al día? Dios es rico en misericordia para cuantos lo invocan.
Volvamos a Él; y sabiendo que lo hemos ofendido pidámosle que nos perdone, pues
pecamos contra el cielo y contra Él y ya no merecemos llamarnos hijos suyos.
Dios,
por medio de la sangre de su Hijo, purificará nuestros corazones de todo
pecado; nos revestirá de Cristo y nos hará nuevamente hijos suyos.
No
nos quedemos instalados en nuestras maldades. Si tenemos la esperanza de
disfrutar de la Vida eterna, y ahora de un mundo más fraterno, más justo, más
en paz esforcémonos por hacer todo realidad entre nosotros. No importa lo que
hayamos sido antes; lo único que importa es lo que haremos en el futuro de
nuestra vida, fortalecidos y guiados por el Espíritu Santo.
Y
Dios está dispuesto a ponerse de nuestro lado, pues Él, por darnos una vida
nueva nos entregó a su propio Hijo. ¿Acaso necesitamos una prueba mayor para
entender que Dios no quiere que nos sigamos destruyendo, sino que alcancemos en
Él la plenitud de la vida?
Mc.
4, 26-34. Muchas veces nos sentamos a planear nuestro trabajo de
evangelización. Armamos pláticas; adjuntamos dinámicas; ponemos un horario de
trabajo apostólico; ponemos momentos fuertes de oración con quienes nos
escucharán.
Tal
vez invitemos a vivir un encierro para encontrarnos con el Señor.
Al
paso del tiempo podemos angustiarnos porque vemos que el tiempo programado de
trabajo está llegando a su fin y no se logran los frutos que, según nuestros
planes, deberían darse con grandes conversiones, pues todo el teatro que
armamos le debería haber movido el tapete a cualquiera.
Tal
vez algunos, más sensibles, respondan acercándose a Dios, y al poco tiempo los
veamos nuevamente perdidos y desorientados en su vida.
Hoy
el Señor nos invita a sembrar; a sembrar con la humildad de quien sabe que la
Semilla, que es la Palabra, hará su obra por la fuerza divina que posee, y no
por la eficacia humana que nosotros queramos darle.
Por
eso el Evangelizador debe ser consciente de que es un colaborador de Dios y no
el dueño que pueda manipular a su arbitrio la salvación.
A
pesar de que pareciera muy poco lo que pudiésemos hacer a favor del Reino, el
Señor hará que eso poquito germine, que crezca y que llene, incluso, toda la
tierra para dar cobijo, resguardo, salvación, perdón, a todas las personas.
Aprendamos
a trabajar por el Evangelio sin querer violentar los caminos de Dios.
Aprendamos a escuchar al Señor y a llevar su mensaje de salvación, orando para
que el Señor haga que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en
aquellos que sean evangelizados.
Entonces
nosotros desapareceremos, y sólo el Señor recibirá la gloria que merece por el
gran amor que nos ha tenido.
El
Señor nos ha convocado en torno a Él en esta celebración Eucarística.
Dios
nos quiere a nosotros, quiere que entremos en Alianza de amor con Él. Antes que
nada nosotros debemos ser los primeros en apropiarnos la conversión y la salvación
que Dios nos ofrece. Si queremos que la Palabra de Dios llegue a los demás no
sólo como información, sino como testimonio de vida, debemos tener la apertura
suficiente al Don de Dios en nosotros.
Al
entrar en comunión de vida con el Señor Él quiere hacernos signos de su amor
para cuantos nos traten.
Es
verdad que somos pecadores, pues ante Dios ¿quién podría mantenerse en pie?
Pero Dios jamás ha dejado de amarnos. Por librarnos del pecado y de la muerte
nos envió a su propio Hijo que murió clavado en una cruz para que fuésemos
recibidos como hijos en la casa del Padre; y mediante su gloriosa resurrección
nos dio nueva vida para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel
que por nosotros murió y resucitó.
Por
eso, a pesar de nuestras grandes miserias, jamás dejemos de confiar en el amor
de Dios; más bien tratemos de darle la mejor de nuestras respuestas con una
vida intachable, fortalecidos mediante el Sacramento de Salvación, que hoy nos
ofrece.
Vivamos
plenamente nuestra comunión de vida con Cristo para que ya no seamos signos de
maldad ni de muerte, sino de amor, de gracia y de vida.
No
importa lo que hayamos sido en el pasado. Por muy pecadores que hayamos sido
Dios siempre está dispuesto a perdonar a quien vuelva a Él arrepentido, no sólo
a pedirle perdón sino con la disposición de iniciar un nuevo camino a impulsos
del Espíritu Santo que Dios ha derramado en nuestros corazones.
No
cerremos nuestro corazón a este día de gracia que Dios nos concede.
Esforcémonos por conocer al Señor, experimentemos su amor misericordioso en
nosotros y permitamos que su vida, la que Él sembró mediante su Misterio
Pascual en nosotros, produzca abundancia de frutos de buenas obras.
Por
eso las esperanzas de los hombres no pueden verse truncadas por aquellos que
esperan de la Iglesia un poco más de paz, de alegría y de seguridad para sus
vidas; no podemos defraudar a quienes esperan encontrar, en nosotros, el Camino
que los conduzca a la Salvación.
Seamos
el signo de Cristo que sale al encuentro de todos para perdonarlos, para
tenderles la mano en sus necesidades y para guiarlos por el camino del bien
hasta encontrarse con Dios como Padre.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar con fidelidad su Palabra para
que, haciéndola nuestra, podamos cumplirla con gran amor, manifestando así que
la Palabra de Dios es fecunda en quien la recibe con fe, con amor y con una
gran esperanza de darle un nuevo rumbo a la propia vida. Amén.
Reflexión
de: Homilia católica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario