miércoles, 29 de enero de 2014

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA del Miércoles 29 de Enero de 2014


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Miércoles 29 de Enero de 2014
III semana del tiempo ordinario

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 84, 9)
Dios anuncia la paz a su pueblo, a todos sus amigos y a cuantos se convierten a Él de corazón.

ORACIÓN COLECTA
Mueve, Señor, nuestros corazones para que correspondamos generosamente a la acción de tu gracia y recibamos, así, con abundancia, los dones de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA
Yo engrandeceré a tu hijo y consolidaré su reino.

DEL SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL: 7, 4-17

En aquellos días, el Señor le habló al profeta Natán y le dijo: "Ve y dile a mi siervo David que el Señor le manda decir esto: `¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa, para que yo habite en ella? Desde que saqué a Israel de Egipto hasta el presente, no he tenido casa, sino que he andado en una tienda de campaña, por dondequiera que han ido los hijos de Israel. ¿Acaso en todo ese tiempo le pedí a alguno de los jueces, a quienes puse como pastores de mi pueblo, Israel, que me construyera una casa de cedro?'
Di, pues, a mi siervo David: 'Yo te saqué de los apriscos y de andar tras las ovejas, para que fueras el jefe de mi pueblo, Israel. Yo estaré contigo en todo lo que emprendas, acabaré con tus enemigos y te haré tan famoso como los hombres más famosos de la tierra.
Le asignaré un lugar a mi pueblo, Israel; lo plantaré allí para que habite en su propia tierra. Vivirá tranquilo y sus enemigos ya no lo oprimirán más, como lo han venido haciendo desde los tiempos en que establecí jueces para gobernar a mi pueblo, Israel. Y a ti, David, te haré descansar de tus enemigos. Además, yo, el Señor, te hago saber que te daré una dinastía; y cuando tus días se hayan cumplido y descanses para siempre con tus padres, engrandeceré a tu hijo, sangre de tu sangre, y consolidaré su reino. Él me construirá una casa y yo consolidaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Si hace el mal, yo lo castigaré con vara fuerte y con azotes, pero no le retiraré mi favor, como lo hice con Saúl, a quien quité de tu camino. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y tu trono será estable eternamente' ".
Natán comunicó a David todas estas palabras, conforme se las había revelado el Señor.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 88
R/. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.

"Un juramento hice a David, mi servidor, una alianza pacté con mi elegido: 'Consolidaré tu dinastía para siempre y afianzaré tu trono eternamente'. R/.

Él me podrá decir: 'Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva'. Y yo lo nombraré mi primogénito sobre todos los reyes de la tierra. R/.

Yo jamás le retiraré mi amor ni violaré el juramento que le hice. Nunca se extinguirá su descendencia y su trono durará igual que el cielo". R/.

ACLAMACIÓN
R/. Aleluya, aleluya.

La semilla es la palabra de Dios y el sembrador es Cristo; todo aquel que lo encuentra vivirá para siempre. R/.



Salió el sembrador a sembrar.

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 4, 1-20

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago, y se reunió una muchedumbre tan grande, que Jesús tuvo que subir en una barca; ahí se sentó, mientras la gente estaba en tierra, junto a la orilla. Les estuvo enseñando muchas cosas con parábolas y les decía:
"Escuchen. Salió el sembrador a sembrar. Cuando iba sembrando, unos granos cayeron en la vereda; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, donde apenas había tierra; como la tierra no era profunda, las plantas brotaron enseguida; pero cuando salió el sol, se quemaron, y por falta de raíz, se secaron. Otros granos cayeron entre espinas; las espinas crecieron, ahogaron las plantas y no las dejaron madurar. Finalmente, los otros granos cayeron en tierra buena; las plantas fueron brotando y creciendo y produjeron el treinta, el sesenta o el ciento por uno". Y añadió Jesús: "El que tenga oídos para oír, que oiga".
Cuando se quedaron solos, sus acompañantes y los Doce le preguntaron qué quería decir la parábola. Entonces Jesús les dijo: "A ustedes se les ha confiado el secreto del Reino de Dios; en cambio, a los que están fuera, todo les queda oscuro; así, por más que miren, no verán; por más que oigan, no entenderán; a menos que se conviertan y sean perdonados". Y les dijo a continuación: "Si no entienden esta parábola, ¿cómo van a comprender todas las demás? 'El sembrador' siembra la palabra.
`Los granos de la vereda' son aquellos en quienes se siembra la palabra, pero cuando la acaban de escuchar, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos.
`Los que reciben la semilla en terreno pedregoso', son los que, al escuchar la palabra, de momento la reciben con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes, y en cuanto surge un problema o una contrariedad por causa de la palabra, se dan por vencidos. 'Los que reciben la semilla entre espinas' son los que escuchan la palabra; pero por las preocupaciones de esta vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás, que los invade, ahogan la palabra y la hacen estéril. Por fin, los que reciben la semilla en tierra buena' son aquellos que escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha: unos, de treinta; otros, de sesenta; y otros, de ciento por uno".

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Acepta, Señor, este santo sacrificio que nos has mandado ofrecer en tu alabanza y concédenos, por él, obedecer siempre tus mandatos para que seamos dignos de tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Mt 28, 20)
Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo, dice el Señor.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Tú que nos has hecho partícipes de tu propia vida en este sacramento, no permitas, Señor, que nos separemos ya de ti, que eres la fuente de todo bien. Por Jesucristo, nuestro Señor.
***
Santos: Sulpicio Severo de Bourges, obispo; José Freinademetz, presbítero. Beato Manuel Domingo y Sol, fundador. Feria (Verde)



REFLEXIÓN:

UNA CADENA DE FAVORES
2 S 7,4-17; Mc 4,1-20

David escucha azorado la retahíla de beneficios que Dios le promete: victorias militares, paz, fama, prosperidad, poder y confianza ante su pueblo. Todos esos bienes en realidad ya los está disfrutando David. Ahora le anuncia uno más: sus descendientes, a diferencia de los de Saúl, se consolidarán como dinastía reinante en Judá. Dios se compromete en alianza con la casa de David, sus descendientes serán ejecutores fieles del proyecto de Dios, que los protegerá y bendecirá o en su caso, los castigará cuando así lo ameriten. Esta promesa no es un "cheque en blanco" para los hijos de David; por desgracia así lo malinterpretaron algunos monarcas que abusaron de su poder y terminaron cometiendo toda clase de abusos contra los israelitas más débiles. El Evangelio muestra que en la vida del creyente, la disponibilidad y la apertura son decisivas para responder al mensaje del Reino. ( www. Misal . com . mx )


2Sam. 7, 4-17. De la descendencia de David, Dios, según su promesa, sacó para Israel un Salvador, Jesús. Nos encontramos en uno de los textos más importantes de la Antigua Alianza, pues Dios promete a David que un descendiente suyo ocupará su trono eternamente. David quería construirle una casa a Dios; pero Dios le dice que más bien Él le construirá una casa, una dinastía a David. Y Dios cumplirá su promesa en Jesús, Hijo de Dios, e Hijo de David. Nosotros hemos sido hechos del Linaje de Dios. Por medio de nuestra unión a Cristo el Reino de Dios va tomando cuerpo entre nosotros día a día. Ese Reino de Dios jamás tendrá fin, y ni las fuerzas del infierno prevalecerán sobre Él. David contempla cómo Dios es fiel a sus promesas. Nosotros, sabiendo que el Señor jamás se volverá para nosotros en un espejismo engañoso, sino que nos manifestará su amor de Padre siempre fiel, hemos de vivir con la dignidad de quienes han sido llamados, como piedras vivas, a formar parte del templo Santo de Dios, construido no por manos humanas, sino por el mismo Dios. Así, integrados al Reino y Familia de Dios, permaneceremos ante Él eternamente.

Sal. 89 (88). Dios es siempre fiel a su Palabra y a sus promesas. Dios nos ha llamado para que seamos sus hijos y jamás se arrepiente de habernos aceptado como tales. Él bien nos conocía de antemano; y a pesar de todo nos amó, pues Él a nadie ha llamado para la perdición, sino para que, hechos hijos suyos, vivamos con Él eternamente. Dios jamás nos retira su favor; siempre está junto a nosotros; pero Él espera de nosotros una respuesta favorable a su amor y una fidelidad incondicional a su Palabra que nos salva. Por eso no sólo hemos de invocar a Dios por Padre; si en verdad somos sus hijos manifestémoslo, más que con los labios con las obras; que ellas den testimonio de nuestro ser de hijos de Dios.

Mc. 4, 1-20. Dios no nos quiere ciegos ni duros de corazón. Él espera que sepamos contemplar su amor y que estemos bien dispuesto a escuchar su Palabra en nuestros corazones, convertidos en un terreno bueno, fértil y dispuesto a dejar que esa Palabra produzca abundantes frutos de salvación, no sólo para provecho personal, sino para provecho de toda la humanidad de todos los tiempos y lugares. Es cierto que ante la Palabra de Dios necesitamos una fe puesta a toda prueba, pues muchas veces encontraremos oposición, persecución o la tentación de querernos dejar deslumbrar y embotar por lo pasajero. Pero Dios, que nos hace partícipes de su mismo Espíritu, llevará adelante su obra de salvación en nosotros y hará que su Iglesia se convierta en portadora de la paz, del perdón, del amor, de la misericordia, de la alegría y de tantos otros frutos que proceden del Espíritu que hace que la Palabra de Dios tome cuerpo en nosotros. Tratemos de estar amorosamente atentos Dios y a la inspiración del Espíritu Santo para que, a pesar de las persecuciones y de las pruebas, permanezcamos siempre fieles al Señor escuchando su Palabra y poniéndola en práctica.

La Iglesia de Cristo se construye en torno a la Eucaristía. En ella la Iglesia se convierte en discípula de su Señor en cuanto a la escucha de su Palabra para ponerla en práctica, y en cuanto a la contemplación de la forma de vida que ha de seguir a ejemplo de su Señor, tomando la cruz de cada día y yendo tras sus huellas. Si el apostolado de la Iglesia no conduce a la Eucaristía es un apostolado inútil, pues la Iglesia vive de la comunión de vida con su Señor. Es en la Eucaristía que el Señor siembra en nosotros su vida y nos fortalece con su Muerte y Resurrección y con la presencia del Espíritu Santo para que, a pesar de los vientos contrarios, podamos dar abundantes frutos de buenas obras que, llegados a su madurez, puedan servir de alimento en el camino de quienes al escucharnos y contemplarnos, quieren escuchar y contemplar al mismo Cristo.

Por eso quienes participamos de la Eucaristía debemos continuar la obra del Señor en el mundo siendo instrumentos suyos para que su Palabra, su Salvación, su Amor, su Vida, su Paz, su Justicia, su Solidaridad y muchas otras cosas que nos vienen de Él, sean sembradas en el corazón de todas las personas. Como dice Pablo: Yo sembré; Apolo regó; pero es Dios quien da el crecimiento. No podemos ser apóstoles desesperados queriendo que ante nuestros trabajos apostólicos surjan de inmediato los frutos esperados. Eso no depende de nosotros sino de Dios. A nosotros sólo nos corresponde estar atentos a la Palabra de Dios, y ser fieles en la transmisión de su Evangelio; ya Dios se encargará de que su obra de salvación se haga realidad en aquellos a quienes Él nos ha enviado. Nosotros somos testigos de cómo muchas veces la propaganda consumista y los salarios injustos han embotado la mente de los hombres y le han puesto su mirada puesta sólo en lo pasajero, de tal forma que apenas tiene tiempo de pensar en solucionar sus necesidades básicas. A nosotros, por voluntad de Dios, corresponde trabajar por un mundo más justo, con menos hambre, más fraterno y más capaz de recibir y vivir conforme al mensaje de salvación para que los frutos del amor y de la justicia nos ayuden a vivir con la alegría no sólo de poseer los bienes terrenos, sino de poseer ya desde ahora, los frutos que nos vienen de creer en Dios y de aceptarlo como Señor de nuestra propia vida.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de manifestar, con nuestras buenas obras, que somos del Linaje y familia de Dios. Que esto no se nos hiele en los labios, sino que se manifieste a través de una vida fecunda de buenas obras, fruto de la presencia de la Vida y del Espíritu de Dios en nosotros. Amén.

Reflexión de Homilia católica .


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