LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Jueves,
30 de Enero de 2014
III
Semana del Tiempo Ordinario
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Sal 109, 4)
El
Señor lo ha jurado y el Señor no se retracta. Tú eres sacerdote para siempre,
como lo es Melquisedec.
ORACIÓN
COLECTA
Señor
Dios, que para gloria tuya y salvación nuestra constituiste a Cristo sumo y
eterno sacerdote, concede al pueblo redimido con su sangre obtener, por la
participación en este memorial, los frutos de la muerte y resurrección de tu
Hijo, que vive y reina contigo.
LITURGIA
DE LA PALABRA
¿Quién
soy yo, Señor, y qué es mi casa?
DEL
SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL: 7, 18-19. 24-29
Cuando
David se enteró por Natán de las promesas divinas, fue a ponerse delante del
Señor y le dijo: "¿Quién soy yo, Señor, y qué es mi casa, para que me
hayas favorecido tanto hasta el presente? Y no contento con esto, extiendes
ahora tus promesas también a mis descendientes. Ciertamente, Señor, no es así
como proceden los hombres.
Tú
has elegido al pueblo de Israel para que sea siempre tu pueblo. Y tú, Señor,
has querido ser su Dios. Ahora, Señor, manténle a tu siervo y a su casa la
promesa que le has hecho y cumple tus palabras. Así tu nombre será glorificado
para siempre y todos dirán: 'El Señor de los ejércitos es el Dios de Israel'.
La casa de tu siervo David permanecerá para siempre en tu presencia, pues tú,
Señor de los ejércitos, Dios de Israel, eres quien le ha hecho esta revelación
a tu siervo. Yo te edificaré una casa; por eso tu siervo se ha atrevido a
dirigirte esta súplica.
Sí,
Señor, tú eres Dios y tu palabra es verdadera. Tú has hecho una promesa a tu
siervo David; dígnate, pues, ahora, bendecir la casa de tu siervo, para que
permanezca para siempre ante ti, porque tú, Señor Dios, lo has dicho, y con tu
bendición, la casa de tu siervo será bendita para siempre".
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL: Del salmo 131
R/.
Dios le dará el trono de su padre David.
Señor,
Dios poderoso de Jacob: en favor de David acuérdate de todos sus afanes y de
aquel juramento que te hizo. R/.
David
juró al Señor: "No he de entrar en la tienda donde habito ni he de subir
al lecho en que descanso, no habré de conceder sueño a mis ojos ni quietud a
mis párpados, hasta que halle un lugar para el Señor, una morada fija para el
Dios poderoso de Jacob". R/.
Dios
prometió a David —y el Señor no revoca sus promesas—: "Pondré sobre tu
trono a uno de tu propia descendencia. R/.
Si
tus hijos son fieles a mi alianza y cumplen los mandatos que yo enseñe, también
ocuparán sus hijos tu trono para siempre". R/.
Esto
es así, porque el Señor ha elegido a Sión como morada: "Aquí está mi
reposo para siempre. Porque así me agradó, será mi casa". R/.
ACLAMACIÓN
(Sal 118, 105)
R/.
Aleluya, aleluya.
Tus
palabras, Señor, son una antorcha para mis pasos y una luz en mi sendero. R/.
La
misma medida que utilicen para tratar a los demás, se usará para tratarlos a
ustedes.
DEL
SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 4, 21-25
En
aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "¿Acaso se enciende una vela para
meterla debajo de una olla o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el
candelero? Porque si algo está escondido, es para que se descubra; y si algo se
ha ocultado, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que
oiga".
Siguió
hablándoles y les dijo: "Pongan atención a lo que están oyendo. La misma
medida que utilicen para tratar a los demás, esa misma se usará para tratarlos
a ustedes, y con creces. Al que tiene, se le dará; pero al que tiene poco, aun
eso poco se le quitará".
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Concédenos,
Señor, participar dignamente en esta Eucaristía, porque cada vez que celebramos
el memorial del sacrificio de tu Hijo, se lleva a cabo la obra de nuestra
redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (1 Co 11, 24-25)
Éste
es mi Cuerpo, que se da por ustedes. Este cáliz es la nueva alianza establecida
por mi Sangre; cuantas veces lo beban, háganlo en memoria mía, dice el Señor.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Señor,
tú que nos has concedido el gozo de participar en esta Eucaristía, memorial de
la muerte y resurrección de tu Hijo, haz que, unidos siempre a Él, vivamos como
verdaderos hijos tuyos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
REFLEXIÓN: AL QUE PRODUCE SE LE DARÁ
2
S 7, 18-19. 24-29; Mc 4, 21-25
Cualquiera
que conozca la historia de Israel sabe que David fu una figura excepcional que
consolidó las fronteras de Israel, organizó una estructura social y política
eficiente, generó condiciones suficientes para que campesinos y artesanos
vivirán en armonía, sustentando a su familia de manera modesta pero digna. En
sintonía con la parábola de san Marcos, podemos decir que David escuchó el
mensaje del Señor, lo asumió con generosidad, entendiendo que sus habilidades
guerreras y estratégicas tendrían que ser puestas al servicio de la libertad de
su pueblo. Las guerras con sus vecinos ponían en riesgos sus cosechas, sus
rebaños y sus vidas. Las victorias militares de David acarrearon prosperidad y
tranquilidad para los hijos de Israel. (www misal. com . mx)
REFLEXIÓN
2Sam.
7, 18-19. 24-29. Ciertamente Dios no procede como proceden los hombres. A pesar
de las miserias de David, puesto que supo humillarse y pedir perdón, Dios no le
retiró su favor; más aún lo bendijo extendiendo sus promesas a sus
descendientes. Dios nos conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón. Ante
Él están patentes nuestras obras y hasta los más recónditos de nuestros
pensamientos. Él sabe que somos frágiles; por eso, cuando nos ve caídos espera
nuestro retorno como un Padre amoroso, siempre dispuesto a perdonarnos. Pero
esto no puede llevarnos a convertirnos en unos malvados pensando que finalmente
Dios nos perdonará, sino a vivir vigilantes para no alejarnos de Dios.
Manifestemos continuamente nuestro amor a Dios pidiéndole que nos fortalezca
para permanecer fieles a su voluntad. Cuando Dios nos contemple siempre
dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, derramará su
bendición sobre nosotros, nos llenará de su Espíritu y nos contemplará como a
sus hijos amados, a quienes bendecirá con la más grande de las gracias que
pidiéramos esperar: participar de su vida eternamente unidos a su Hijo que,
para conducirnos a la vida eterna, dio su vida por nosotros. ¿Cómo no vivir
agradecidos con Dios cuando conociendo nuestra vida Él nos ha amado y nos ha
llamado para que seamos sus hijos? ¿Quiénes somos nosotros ante Dios? ¿Qué significamos
para Él? Si Él nos amó primero, sea bendito por siempre.
Sal.
132 (131). Si Dios bendice a Sión por amor a David su siervo, Dios nos bendice
a nosotros por amor a Jesús, su Hijo, en quien Dios cumplió las promesas hechas
a David. Trabajemos constantemente conforme a los bienes que de Dios hemos
recibido. Que nuestra apertura a la vida de la gracia y a dejarnos guiar por el
Espíritu Santo nos ayude a llegar a ser una digna morada de Dios. Esa morada
que no es construida con manos humanas, ni con materiales de este mundo, pues
es Dios mismo quien la construye mediante su Amor que derrama en nuestros
corazones. Cuando en verdad el amor sea lo único que rija nuestra existencia,
entonces Dios podrá reinar en nuestra propia vida y seremos descendencia, linaje
de Dios; entonces sabremos que en verdad estamos llamados a permanecer
eternamente ante Dios, pues Dios, que nos amó primero, concede la salvación a
quienes le aman y le viven fieles.
Mc.
4, 21-25. El Hijo de Dios hecho hombre es la luz que el Padre Dios encendió
para que iluminara nuestras tinieblas. Y esa Luz Divina ha brillado entre
nosotros mediante sus buenas obras. Por medio del anuncio del Evangelio, por
medio del perdón de nuestros pecados, por medio de los milagros, de las
curaciones, de la expulsión del Demonio, pero sobre todo por medio de su
Misterio Pascual, Dios ha venido como una luz ante la cual no puede resistir el
dominio del mal, ni la oscuridad del pecado, ni el dominio de los injustos. La
luz que brilla es porque en verdad disipa las tinieblas; una luz que no
alumbra, sino que se oculta debajo de las cobardías será cómplice de las
maldades que han dominado muchos corazones. Dios nos quiere como luz; como luz
brillante, como luz fuerte que no se apaga ante las amenazas, ni ante los vientos
contrarios, ni ante la entrega de la propia vida por creer en Cristo y, desde
Él, amar al prójimo. Dios nos llama para que colaboremos en la disipación de
todo aquello que ha oscurecido el camino de los hombres; vivamos fieles a la
vocación que de Dios hemos recibido. Si lo damos todo con tal de hacer llegar
la vida, el amor, la paz y la misericordia de Dios a los demás, esa misma
medida la utilizará Dios cuando, al final de nuestra existencia en este mundo,
nos llame para que estemos con Él eternamente.
¿Y
cuál es la medida de amor que Dios ha usado para nosotros? Contemplemos a
Cristo muerto y resucitado por nosotros. En Él conocemos el amor que Dios nos
ha tenido. Al reunirnos para celebrar el Memorial de su Pascua Cristo nos
ilumina intensamente con su Palabra y convierte a su Iglesia en luz para todas
las naciones; y para que siempre brillemos con la Luz que nos viene de Él, nos
alimenta constantemente con su Cuerpo entregado por nosotros y con su Sangre
derramada para el perdón de nuestros pecados para que nos seamos una luz débil
ni opacada por nuestros pecados. Siendo portadores de Cristo debemos ser un
signo claro de su amor para todos los hombres. Por eso, al celebrar la
Eucaristía, hacemos nuestro el compromiso de dejar que el Señor nos convierta
en un signo claro, nítido, brillante de su amor en el mundo.
Quienes
participamos de la Eucaristía no podemos pasarnos la vida como destructores de
nuestro prójimo. No podemos vivir una fe intimista, de santidad personalista.
Dios nos ha llenado de su propia vida haciéndonos hijos suyos para que nos
manifestemos sin cobardías, sino con la fuerza y valentía que nos vienen del
mismo Dios. Por eso, quienes formamos la Iglesia debemos ser los primeros en
luchar por la paz; los que estemos dispuestos a dar voz a los desvalidos y que
son injustamente tratados; los primeros en trabajar por una auténtica justicia
social. Si sólo profesamos nuestra fe en los templos y después vivimos como
ateos no tenemos derecho a volver a Dios para escucharlo sólo por costumbre y
para volver, malamente, a vivir hipócritamente un fe que, aparentemente decimos
tener en los templos y en la vida privada, pero que nos da miedo hacerla
patente en los diversos ambientes en que se desarrolla nuestra vida. Los
cristianos somos los responsables de que el mundo sea cada vez más justo, más
recto, más fraterno. ¿Seremos capaces de permitirle al Espíritu de Dios que
realice su obra de salvación en el mundo por medio nuestro?
Roguémosle
al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos
conceda la gracia de vivir como un signo vivo, creíble y valiente del Reino de
Dios entre nosotros. Amén.
Reflexión
de: Homilía católica. com
Santos
Jacinta Mariscotti, religiosa; Batilde de Chelles, reina; Lesmes o Adelelmo de Burgos, abad. Feria (Verde)
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