viernes, 24 de enero de 2014

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Viernes, 24 de Enero de 2014


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Viernes, 24 de Enero de 2014
II semana del tiempo ordinario
Nuestra Señora Reina de la Paz

ANTÍFONA DE ENTRADA (1 S 2, 35)
Yo elegiré para mi pueblo un sacerdote fiel, que obre según mi corazón y mis deseos, dice el Señor.

ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que para salvación de los hombres concediste a san Francisco de Sales el don de servir con extremada amabilidad a todos, ayúdanos a demostrar, a ejemplo suyo, en una actitud servicial con nuestros hermanos, toda la delicadeza de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

No pondré la mano sobre el ungido del Señor.

DEL PRIMER LIBRO DE SAMUEL: 24, 3-21

En aquellos días, Saúl tomó consigo tres mil hombres valientes de todo Israel y marchó en busca de David y su gente, en dirección de las rocas llamadas "las Cabras Monteses", y llegó hasta donde había un redil de ganado, junto al camino. Había allí una cueva, y Saúl entró en ella para satisfacer sus necesidades.
David y sus hombres estaban sentados en el fondo de la cueva. Ellos le dijeron: "Ha llegado el día que te anunció el Señor, cuando te hizo esta promesa: 'Pondré a tu enemigo entre tus manos, para que hagas con él lo que mejor te parezca' ".
David se levantó sin hacer ruido y cortó la punta del manto de Saúl. Pero a David le remordió la conciencia por haber cortado el manto de Saúl y dijo a sus hombres: "Dios me libre de levantar la mano contra el rey, porque es el ungido del Señor". Con estas palabras contuvo David a sus hombres y no les permitió atacar a Saúl.
Saúl salió de la cueva y siguió su camino. David salió detrás de él y le gritó: "Rey y señor mío". Y cuando Saúl miró hacia atrás, David le hizo una gran reverencia, inclinando la cabeza hasta el suelo, y le dijo: "¿Por qué haces caso a la gente que dice: 'David trata de hacerte mal'? Date cuenta de que hoy el Señor te puso en mis manos en la cueva y pude matarte, pero te perdoné la vida, pues me dije: `No alzaré mi mano contra el rey, porque es el ungido del Señor'. Mira la punta de tu manto en mi mano. Yo la corté y no te maté. Reconoce, pues, que en mí no hay traición y que no he pecado contra ti. Tú, en cambio, andas buscando la ocasión de quitarme la vida. Que el Señor sea nuestro juez, y que Él me haga justicia. Yo no alzaré mi mano contra ti, porque como dice el antiguo proverbio: los malos obran mal'. ¿Contra quién has salido a guerrear, rey de Israel? ¿A quién persigues? A un perro muerto, a una pulga. Que el Señor sea el juez y nos juzgue a los dos. Que él examine mi causa y me libre de tu mano".
Cuando David terminó de hablar, Saúl le respondió: "¿Eres tú, David, hijo mío, quien así me habla?" Saúl rompió a llorar y, levantando la voz, le dijo: "Tú eres más justo que yo, porque sólo me haces el bien, mientras que yo busco tu mal. Hoy has demostrado conmigo tu gran bondad, pues el Señor me puso en tus manos, y tú no me has quitado la vida. ¿Qué hombre, que encuentra a su enemigo, le permite seguir su camino en paz? Que el Señor te recompense por lo que hoy has hecho conmigo. Ahora estoy cierto de que llegarás a ser rey y de que el reino de Israel se consolidará en tus manos".

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 56
R/. Señor, apiádate de mí.

Apiádate de mí, Señor, apiádate, pues en ti me refugio; me refugio a la sombra de tus alas hasta que pase el infortunio. R/.

Voy a clamar al Dios altísimo, al Dios que me ha colmado de favores; desde el cielo, su amor y su lealtad me salvarán de mis perseguidores. R/.

Señor, demuestra tu poder y llénese la tierra de tu gloria; pues tu amor es más grande que los cielos y tu fidelidad las nubes toca. R/.

ACLAMACIÓN (2 Co 5, 19)
R/. Aleluya, aleluya.

Dios reconcilió al mundo consigo, por medio de Cristo, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación. R/.

Jesús llamó a los que Él quiso, para que se quedaran con Él.


DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 3, 13-19

Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce, a los que les dio el nombre de Apóstoles, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.
Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús

Santos: San Francisco de Sales, fundador. Beata Paula Gambara Costa, laica.
Memoria (Blanco)


Reflexión

1Sam. 24, 3-21. ¿Quién es justo, sino sólo Dios? ¿Quien de nosotros pudiera decir que no tiene pecado, para lanzar la primera piedra contra los pecadores?
Dios quiere que reconozcamos nuestra propia realidad, aquella que sólo Él conoce, pues ante Él estamos como desnudos: todo está patente ante sus ojos. Él podría habernos condenado; pero el amor que nos tiene le llevó incluso a enviarnos a su propio Hijo para que, libres por medio de Él de todo pecado, podamos presentarnos ante Él santos, purificados y convertidos en hijos suyos.
No condenemos y no seremos condenados; no juzguemos y no seremos juzgados. Y aun cuando tengamos a nuestro enemigo a la altura de nuestra mano jamás nos hagamos justicia, pues nosotros hemos sido enviados como signos del amor de Cristo para salvar a todos, pues el juicio sólo le corresponde a Dios; y Él nos tiene paciencia y retarda su juicio hasta el final de nuestra vida; mientras, como un Padre amoroso, espera nuestro retorno para recibirnos llenos de alegría en su casa.
Amemos, por tanto, a nuestros hermanos, como nosotros hemos sido amados por Dios.

Sal. 57 (56). Dios es nuestro poderoso refugio; quienes confiamos en Él jamás seremos defraudados.
Sin embargo esto no elude nuestras responsabilidades, ni puede hacernos temerosos en el anuncio del Evangelio. Dios nos quiere fuertes en la fe y en el testimonio de la Buena Nueva que nos ha confiado, sabiendo que, aun cuando los demás nos persigan y acaben con nuestra vida, Dios nos levantará victoriosos al final del tiempo.
Nosotros no buscamos, de un modo enfermizo, camuflado en una falsa espiritualidad, morir por el Evangelio, sino el anunciarlo con toda lealtad, aceptando, con amor, todo aquello que podría venírsenos como consecuencia del cumplimiento de la Misión que el Señor nos ha confiado.

Mc. 3, 13-19. De entre la multitud Jesús escoge doce, a los que da el nombre de Apóstoles. Hay una finalidad: Para que se queden con Él; para mandarlos a predicar y para que tuvieran el poder de expulsar a los demonios.
En primer lugar debemos tener una experiencia personal del Señor. Un enviado debe convivir con quien lo envía, y saber cuáles son sus planes, sus proyectos; en nuestro caso: conocer el plan, el proyecto de salvación de Dios sobre la humanidad.
Además no sólo conocer la voluntad de Dios, sino ser uno mismo objeto de esa voluntad salvífica. Entonces podrá uno ir no sólo como profeta, sino como testigo del amor y de la misericordia de Dios.
Aquel que va, no en nombre propio, sino en Nombre de Jesús, participa de su Misión, la que Él recibió del Padre; y participa también de su poder para vencer al mal. Así, el enviado se convierte en la prolongación espiritual de Jesús en la historia; es el memorial del Señor que continúa salvando, que continúa liberando al hombre de sus esclavitudes y que continúa entregando su vida para que a todos llegue el perdón de Dios y la Vida y el Espíritu que Él ofrece a quienes crean en Él.
Para los que hemos sido llamados como testigos de Cristo en el mundo, el reunirnos para la celebración de la Eucaristía se convierte para nosotros en una necesidad que nos lleva tanto a estar con el Señor, como a escuchar su Palabra para hacerla nuestra, para conformar a ella nuestra vida.
Sólo después de haber estado con el Señor podremos anunciar con verdad su Nombre a los demás.
Cristo nos quiere siempre unidos a Él. Y nuestra unión a Él se realiza, especialmente en la Eucaristía; pero también se realiza a través de nuestra unión a quienes Él escogió como apóstoles suyos y como sucesores de ellos en la Iglesia.
Aquel que viva fiel en la escucha y en la puesta en práctica de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, puede decir que entra en intimidad con Cristo y permanece en la Verdad. Por eso, a la par que vivimos nuestra unión con el Señor en la celebración del Memorial de su Pascua, aprendamos a vivir unidos a aquellos que legítimamente han sido constituidos en Pastores y Cabeza del Pueblo de Dios.
Dios ha enviado a su Iglesia a proclamar el Evangelio.
La Buena noticia del amor de Dios no podemos proclamarla sólo por habernos convertido en eruditos de la predicación. Quien no entre en una relación de intimidad con el Señor no puede sentirse autorizado a proclamar el Evangelio de Salvación a los demás, pues no son los medios humanos, sino el Espíritu Santo el que da la eficacia necesaria al anuncio del Evangelio para que se convierta en Palabra de Salvación para el mundo.
A partir de vivir unidos a Jesucristo por la fe podremos ver con sus ojos el mundo y su historia; entonces podremos sentir como nuestras las miserias de los demás y buscaremos soluciones adecuadas a las mismas, no desde nuestras imaginaciones, sino desde el corazón amoroso y misericordioso de Dios.
Sólo entonces no permaneceremos indiferentes al pecado del mundo, sino que, incluso con la entrega de nuestra propia vida, trabajaremos para que la salvación llegue a todos.
Aquel que vive lejos de Dios y se dedica a proclamar su Nombre, lo único que hará es tratar de pasar como un sabio, conforme a los criterios del mundo, esperando la alabanza de los demás por sus discursos bien elaborados, pero será incapaz de involucrarse en la acción salvífica de Dios aceptando incluso dar su vida por el bien de los demás.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir de tal forma unidos a Jesucristo, su Hijo, que no sólo anunciemos su Nombre a los demás con las palabras, sino que nuestra vida misma se convierta en un signo de su amor salvador para toda la humanidad. Amén.

Reflexión de Homilía católica. Org

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