domingo, 27 de marzo de 2011

LLAMADOS A LA PENITENCIA

Llamados a la penitencia
 
"A lo largo del Evangelio resuenan las palabras
"arrepentíos y haced penitencia" (Juan Pablo II, Homilía en Fátima.).
Jesús comenzara su misión pidiendo penitencia:
"Haced penitencia, porque esta cerca el Reino de los Cielos"(Mt. 4,17).

La virtud de la penitencia ha de estar presente,
de alguna manera, en las acciones corrientes de todos los días:
en el cumplimiento exacto del horario que te has fijado,
aunque el cuerpo se resista o la mente pretenda evadirse
con ensueños quiméricos. Penitencia es levantarse a la hora.
Y también, no dejar para más tarde, sin un motivo justificado,
esa tarea que resulta más difícil y costosa.

La penitencia está en saber compaginar tus obligaciones con Dios,
con los demás y contigo mismo, exigiéndote de modo que logres
encontrar el tiempo que cada cosa necesita.
Eres penitente cuando te sujetas amorosamente a tu plan de oración,
a pesar que estés rendido, desganado o frío.

Penitencia es tratar siempre con la máxima caridad a los otros,
empezando por los tuyos. Es atender con la mayor delicadeza
a los que sufren, a los enfermos, a los que padecen.
Es contestar con paciencia a los cargantes e inoportunos.
Es interrumpir o modificar nuestros programas, cuando las circunstancias
(los intereses buenos y justos de los demás, sobre todo) así lo requieran.

La penitencia consiste en soportar con buen humor las mil pequeñas
contrariedades de la jornada; en no abandonar la ocupación,
aunque de momento se te haya pasado la ilusión con que la comenzaste;
en comer con agradecimiento lo que nos sirven, sin importunar con caprichos.

Penitencia, para los padres, y en general, para los que tienen una misión
de gobierno o educativa, es corregir cuando haya que hacerlo,
de acuerdo con la naturaleza del error, y con las condiciones
del que necesita ayuda, por encima de subjetivismos necios y sentimentales.
El espíritu de penitencia lleva a no apegarse desordenadamente a ese boceto
monumental de los proyectos futuros, en el que ya hemos previsto
cuáles serán nuestros trazos y pinceladas maestras.

¡Que alegría damos a Dios cuando sabemos renunciar a nuestros garabatos
y brochazos de maestrillo, y permitimos que sea Él quien añada los rasgos
y colores que más le plazcan! ¡Qué buena obra maestra entonces!

También la Santísima Virgen quiso reforzar en sus apariciones de Fátima
y Lourdes la necesidad de la conversión y de la penitencia.
Quiso nuestra Madre poner de relieve que la humanidad fue redimida
en la Cruz, y el valor redentor actual del dolor, del sufrimiento
y de la mortificación voluntaria.

Lo que los hombres consideran, con mirada sólo humana,
como un gran mal, con ojos de buenos cristianos puede ser un gran bien:
la enfermedad, la pobreza, el dolor, el fracaso, la difamación,
la falta de trabajo. En momentos humanamente muy difíciles,
podemos descubrir, con la ayuda de la gracia, en la Oración
y los Sacramentos, que esa situación de debilidad es un gran camino
para una sincera humildad, al sentirnos necesitados
y en especial dependencia de Dios.

La enfermedad, o cualquier otra desgracia, puede ayudarnos mucho
a despegarnos un poco más de las cosas de la tierra,
en las que, casi sin darnos cuenta, estábamos quizás demasiado metidos.
Él conoce nuestras fuerzas y nos no pedirá nunca más de lo que podemos dar.
Las contrariedades de la vida son buenas ocasión para llevar a la práctica
el consejo de San Agustín: "Hacer todo lo que se puede y pedir lo que no se puede"
(San Agustín, Tratado de la naturaleza y la Gracia).

Nos aliviara las penas y sufrimientos el no pensar excesivamente
en ellos, porque hemos de dejarlos en las manos de Dios;
y tampoco en las consecuencias futuras de los males que padecemos,
pues aun no tenemos las gracias para sobrellevarlas... y quizás no se presenten.
"Bástale a cada día su propio afán"
(Mt. 6,34). No olvidemos que
"que todos estamos llamados a sufrir, pero no todos en el mismo grado
y de la misma manera; cada uno seguirá en esto su llamada,
correspondiendo a ella generosamente.

El sufrimiento, que desde el punto de vista humano,
es tan desagradable, se convierte en fuente de santificación
y de apostolado, cuando lo aceptamos con amor y en unión con Jesús..."
(A. Tanquerey, La divinización del sufrimiento).

Acudamos a Maria.
Ella nos atenderá siempre.
Nos alcanzará lo que pedimos,
o nos conseguirá gracias mayores y más abundantes
para que "de los males saquemos bienes;
y de los grandes males, grandes bienes".


Fuente: celebrando la vida . com

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