Lunes, 28 de Marzo de 2011
Había muchos leprosos en Israel,
pero ninguno fue sanado, sino Naamán, el sirio
Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 1-15
Naamán, general del ejército del rey de Arám, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Arám. Pero este hombre, guerrero valeroso, era leproso.
En una de sus incursiones, los arameos se habían llevado cautiva del país de Israel a una niña, que fue puesta al servicio de la mujer de Naamán. Ella dijo entonces a su patrona: «¡Ojalá mi señor se presentara ante el profeta que está en Samaría! Seguramente, él lo libraría de su lepra».
Naamán fue y le contó a su señor: «La niña del país de Israel ha dicho esto y esto».
El rey de Arám respondió: «Está bien, ve, y yo enviaré una carta al rey de Israel».
Naamán partió llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez trajes de gala, y presentó al rey de Israel la carta que decía: «Junto con esta carta, te envío a Naamán, mi servidor, para que lo libres de su lepra».
Apenas el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras y dijo: «¿Acaso yo soy Dios, capaz de hacer morir y vivir, para que este me mande librar a un hombre de su lepra? Fíjense bien y verán que él está buscando un pretexto contra mí».
Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras, mandó a decir al rey: «¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que él venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel».
Naamán llegó entonces con sus caballos y su carruaje, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. Eliseo mandó un mensajero para que le dijera: «Ve a bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio».
Pero Naamán, muy irritado, se fue diciendo: «Yo me había imaginado que saldría él personalmente, se pondría de pie e invocaría el nombre del Señor, su Dios; luego pasaría su mano sobre la parte afectada y sanaría la lepra. ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Parpar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio?» Y dando media vuelta, se fue muy enojado.
Pero sus servidores se acercaron para decirle: «Padre, si el profeta te hubiera mandado una cosa extraordinaria ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si él te dice simplemente: Báñate y quedarás limpio!»
Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio.
Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: «Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 41, 2-3; 42, 3-4
R. ¡Mi alma tiene sed del Dios viviente!
Como la cierva sedienta
busca las corrientes de agua,
así mi alma suspira
por ti, mi Dios. R.
Mi alma tiene sed de Dios,
del Dios viviente:
¿Cuándo iré a contemplar
el rostro de Dios? R.
Envíame tu luz y tu verdad:
que ellas me encaminen
y me guíen a tu santa Montaña,
hasta el lugar donde habitas. R.
Y llegaré al altar de Dios,
el Dios que es la alegría de mi vida;
y te daré gracias con la cítara,
Señor, Dios mío. R.
EVANGELIO
Jesús, como Elías y Eliseo,
no es enviado solamente a los judíos
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4, 24-30
Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga:
«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio» .
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Palabra del Señor.
Reflexión
2Re. 5, 1-15. ¡Qué interesante! Naamán, general del ejército de Siria, gozaba de la estima y del favor de su rey, pues por su medio había dado el Señor la victoria a Siria. ¡Los caminos de Dios! Todo ha de ser leído desde la Providencia Divina. Hay quienes ni se enteran que han sido escogidos para llevar adelante la obra de Dios. Y el Señor no se fija sólo en los buenos, en los sanos, en los ricos, en los poderosos. Naamán, este gran guerrero era leproso. Aún por medio del más grande de los pecadores puede Dios darnos un signo de su amor, de su cercanía, de su poder salvador. Recuerda la historia de un hombre que fue dejado mal herido, y que fue recogido por un hombre considerado enemigo suyo, el cual cuidó de él y dejó una fuerte suma de dinero para que cuidaran de él; y nunca se nos dice que aquel hombre, una vez recuperado, le haya dado las gracias a su bienhechor. Así son los caminos del amor convertido en servicio, que no espera ser recompensado. Así son los caminos de Dios, cuyo amor se manifiesta de manera que muchas veces se sale de lo común. Pero Dios quería que Naamán no fuese sólo un instrumento en sus manos, sino un hombre a quien salva la fe en el único Dios. Y Dios hace que Naamán recobre la salud desde la sencillez del profeta Eliseo y del río Jordán. Dios no se acerca a nosotros con signos que nos deslumbren y nos hagan caer de rodillas ante Él. Él viene en medio de signos sencillos, viene hecho uno de nosotros para manifestarnos cuánto nos ama. Ponernos en manos de Dios; dejarnos sanar por Él no sólo de nuestras enfermedades físicas, sino también espirituales, nos hace ser hombres de fe y portadores de su amor salvador. Aquellos que entren en contacto con nosotros no se irán con las manos vacías, pues les daremos lo más preciado que tenemos: El Dios-Amor-Misericordia. Ojalá y no sólo lo adoremos, sino que lo escuchemos y nos dejemos conducir por su Espíritu. Entonces estrenaremos un corazón que, como el de los niños, amará sin fronteras y, abandonando todo gesto amenazador y destructor, aprenderá a vivir en amor fraterno con todos, sintiendo que todos somos hijos de un mismo Dios y Padre.
Sal. 42 - 43 (41 - 42). Muchas personas, angustiadas, buscan a Dios, pues pareciera que el Señor les hubiese escondido su rostro y no respondiese a sus llamados. A pesar de la prueba, de lo que los santos llaman la noche oscura, la persona no pierde la esperanza de que el Señor le dé un rayo de su luz y de su verdad, que le conduzcan hasta donde Él habita. Entonces, a pesar de la prueba sufrida, la persona se alegrará en el Señor y le entonará himnos de acción de gracias. El seguimiento del Señor no es algo sencillo. Hay que pasar por muchas pruebas hasta que el corazón quede anclado sólo en Dios. Al final entenderemos que todo tenía sentido, pues los planes del Señor y sus caminos distan mucho de los nuestros. Recordemos, finalmente, que Dios no permitirá que suframos pruebas más allá de lo que pueden soportar nuestras fuerzas, pues Él es justo y desea, no nuestra perdición, sino nuestra salvación. Pero, así como el oro se acrisola en el fuego, así el justo es acrisolado en la prueba. Dios estará siempre con nosotros aun en los momentos más difíciles de la vida, para que, no por nosotros, sino por su poder, salgamos victoriosos de cualquier prueba y angustia a las que seamos sometidos, hasta que lleguemos a ser puros y santos como lo es Él.
Lc. 4, 24-30. El camino de Jesús es el camino de su Iglesia. Dios ha infundido en ella su Espíritu para anunciar el Evangelio a los pobres, para proclamar la liberación a los cautivos, dar vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Tal vez muchos, en lugar de aceptar la salvación que Dios nos ofrece en Cristo, persigan a quienes proclamamos su Evangelio. El Evangelio de este día es como un resumen programático de toda la obra realizada por Jesús, y que será también el programa de vida del creyente. Antes que nada, son los Judíos los primeros a quienes, en su Sinagoga, se les proclama la Buena Nueva de salvación. Puesto que la rechazan, serán los gentiles quienes se beneficien de la misma. Jesús será perseguido y crucificado (simbolizado en el querer despeñarlo). pero pasará de la muerte a la vida (pasando en medio de ellos). Entonces el Evangelio se hará camino que se aleja de los Judíos y se acerca a todo hombre de buena voluntad.
Nos reunimos en esta Eucaristía no sólo para dar culto al Señor en el interior de los templos. Hemos de anunciarlo en todos los momentos y circunstancias de la vida. Los que creemos en Él no nos hemos de conformar con anunciar su Nombre a quienes profesan la misma fe que nosotros. La Iglesia debe convertirse en signo de salvación para todos los hombres. Y ante esta misión nadie puede cargar la responsabilidad sobre los demás. Todos los bautizados hemos de proclamar a Jesucristo, y nos hemos de convertir en fermento de santidad para todos los pueblos. Hay muchas heridas que sanar; hay muchas enfermedades que curar; hay muchas injusticias y egoísmos que deben ser superados; hay muchas cobardías que impiden trabajar por la paz. Sólo contemplando a Cristo glorificado en su muerte y resurrección podremos cobrar ánimo para no tener miedo en proclamar su Evangelio de salvación, asumiendo todos los riesgos que por ello tengamos que afrontar.
Día a día estamos llamados a encarnar el Evangelio. Nada debe apartarnos del amor a Cristo; ni la espada, ni la desnudez, ni el hambre, ni la persecución, ni la muerte. Hay muchos corazones que se han deteriorado a causa de la maldad. Esas lepras interiores merecen nuestra atención. Contemplemos la destrucción que ha causado el alcoholismo, la drogadicción, los excesos y las desviaciones sexuales, las injusticias que fabrican pobres y marginados, las ansias del poder que, para conservarlo, llevan a pisotear los derechos de los demás e incluso a asesinarlos. No podemos encerrarnos como en un refugio antiaéreo en una fe personalista. Necesitamos que, por medio nuestro, el Evangelio se haga camino hacia todos los hombres para salvarlos y poder, así, construir un mundo en donde el amor nos haga vivir a impulsos del Espíritu de Dios, y no a impulsos de la maldad y de los signos de muerte.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber proclamar las maravillas del Señor ante todos los pueblos para que, con la luz de Cristo, nuestra historia tome el rumbo de la paz auténtica y del amor sincero. Amén.
Homiliacatolica.com
Fuente: celebrando la vida . com
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