Martes, 22 de Marzo de 2011
Aprendan a hacer el bien. Busquen el derecho.
Lectura del libro de Isaías 1, 10. 16-20
¡Escuchen la palabra del Señor,
jefes de Sodoma!
¡Presten atención a la instrucción de nuestro Dios,
pueblo de Gomorra!
¡Lávense, purifíquense,
aparten de mi vista
la maldad de sus acciones!
¡Cesen de hacer el mal,
¡aprendan a hacer el bien!
¡Busquen el derecho,
socorran al oprimido,
hagan justicia al huérfano,
defiendan a la viuda!
Vengan, y discutamos
-dice el Señor-.
Aunque sus pecados sean como la escarlata,
se volverán blancos como la nieve;
aunque sean rojos como la púrpura,
serán como la lana.
Si están dispuestos a escuchar,
comerán los bienes del país;
pero si rehúsan hacerlo y se rebelan,
serán devorados por la espada,
porque ha hablado la boca del Señor.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 49, 8-9. 16bc-17. 21. 23
R. El que sigue buen camino
gustará la salvación de Dios.
No te acuso por tus sacrificios:
¡tus holocaustos están siempre en mi presencia!
Pero Yo no necesito los novillos de tu casa
ni los cabritos de tus corrales. R.
¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos
y a mencionar mi alianza con tu boca,
tú, que aborreces toda enseñanza
y te despreocupas de mis palabras? R.
Haces esto, ¿y Yo me voy a callar?
¿Piensas acaso que soy como tú?
Te acusaré y te argüiré cara a cara.
El que ofrece sacrificios de alabanza, me honra de verdad. R.
EVANGELIO
No hacen lo que dicen
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 23, 1-12
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar "mi maestro" por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar "maestro", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen "padre", porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco "doctores", porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
El mayor entre ustedes será el que los sirve, porque el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.
Palabra del Señor.
Reflexión
Is. 1, 10. 16-20. Mito o realidad; pero son todo un signo de maldad esas ciudades depravadas, castigadas, consumidas por el fuego y sepultadas en un mar de sal.
Dios, por medio del profeta Isaías, llega hasta el extremo de la manifestación de su bondad y de su misericordia, ofreciendo su perdón a quienes, siendo como los habitantes de esas ciudades inicuas, se arrepientan, dejen de obrar el mal y aprendan a hacer el bien.
El Señor nos dice: Aunque su vida, a causa de sus culpas, haya quedado manchada como sangre, si se arrepienten, yo la dejaré blanca como la nieve. Lo único que nos pide es docilidad a su palabra y obediencia a sus enseñanzas y mandatos.
Cristo, durante su ministerio, nos dio numerosos ejemplos del perdón que Dios ofrece a todos, aun cuando sus faltas hayan sido muchas. Basta que amemos mucho para que seamos perdonados mucho. El amor nos reconcilia con Dios y con el prójimo ¿Qué más queremos?
Vemos a Jesús expulsando una legión de demonios de una persona, lo vemos perdonando al ladrón en la cruz, lo vemos llamando a la conversión a Zaqueo, a Mateo, a María de Magdala, de la que expulsa siete demonios. También a nosotros nos puede decir: Vete en paz, y no vuelvas a pecar.
La Cuaresma nos ha de llevar no sólo a confesarnos por costumbre o por obediencia a la Iglesia, sino a arrepentirnos de nuestros malos caminos, para iniciar una vida nueva bajo la guía del Espíritu de Dios. Sólo así la Pascua de Cristo habrá tenido sentido para nosotros, pues nos habremos renovado en Cristo.
Sal. 50 (49). Dios nos cita a juicio por infieles. Nuestro sacrificio es un sacrificio vacío de sentido cuando acudimos al Señor y después continuamos en nuestro pecado.
No es costumbre, debe ser vida, encuentro con el Señor, compromiso con Él lo que vivimos y celebramos en cada Eucaristía.
Dios no cierra los ojos ante nuestras maldades; Él conoce hasta el fondo nuestra vida. Si en verdad queremos honrarlo, no podemos hacerlo únicamente con los labios mientras nuestro corazón quede lejos de Él. Él ciertamente es misericordioso, siempre dispuesto a perdonarnos, pero ¿Estamos dispuestos a recibir su perdón y a iniciar una vida nueva?
Mt. 23, 1-12. Nuestra vida de fe no puede convertirse en una hipocresía. Se es hombre de fe en el templo y fuera de él. Se vive el amor, la fraternidad, la paz en el templo y fuera de él. El que en verdad ha llegado a la grandeza del mismo Dios, o por lo menos se acerca cada día a una identificación mayor con Él, se convierte en el servidor de todos; en signo del Señor que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida por nosotros.
A Él no lo vimos como maniquí en escaparate; no se paseó ilusamente ante nosotros; no vivió con aires de grandeza, ni reclamó para sí los mejores lugares.
Al paso del tiempo nos hemos creado una imagen de Él como rey terreno y hemos cargado sus imágenes de piedras y metales preciosos; lo hemos sentado en un trono de gloria y hemos quedado deslumbrados por la imagen de un Dios hecho según nuestros criterios. Sin embargo, Él sólo vino a servir, a vivir con humildad y pobreza, libre de toda esclavitud a lo terreno y a caminar entre caminos polvosos para proclamar la buena nueva a los pobres, socorrer a los necesitados, liberar a los cautivos del pecado y proclamar el año de gracia del Señor. Ese es el Dios en quien creemos. ¿En verdad es nuestro Dios, nuestro Padre, nuestro Maestro, nuestro Guía? La respuesta no la podemos dar sino con nuestra propia vida.
En la Eucaristía el Señor nos hace ver que nos ha tomado en serio. No ha jugado con nosotros; sus palabras se han hecho vida en Él mismo. Por eso Él es el Evangelio viviente del Padre. Nos ha hecho saber cuánto nos ama Dios. Y esto lo ha proclamado con sus palabras, con sus obras y con su vida misma.
La celebración del memorial de su misterio pascual en que nos encontramos es la prueba más grande de su amor por nosotros, de la cual somos testigos. Dentro de nosotros sabemos de nuestras fragilidades y miserias. Tal vez algunas demasiado graves. Dios no juzga nuestra maldad, sólo espera nuestro amor para que todo lo que haya sido pecado desaparezca de nosotros. Por eso vivamos intensamente este encuentro con el Señor.
No podemos estar ante el Dios del amor misericordioso sólo por costumbre, sino con un gran amor hacia Aquel que sabemos nos ama.
Al final volveremos a nuestra casa, a nuestro trabajo, a la vida diaria en los diversos ambientes del mundo. Vayamos con un corazón nuevo. Sepamos amar como Dios nos ha amado en Cristo.
A partir de nuestro encuentro con el Señor busquemos la justicia, auxiliemos al oprimido, defendamos los derechos del huérfano y la causa de la viuda.
Vivamos con humildad haciéndonos siervos de todos, sin buscar nuestra gloria, sino sólo la gloria de Dios y el servicio callado, amoroso a nuestro prójimo.
Que esto sea lo que contemple nuestro Padre del Cielo, para que al final sólo Él sea la parte que nos corresponda en herencia.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que como ella, la Humilde Sierva, también nosotros aprendamos a dejarnos conducir por el Espíritu de Dios, no para hacer nuestros caprichos, sino la voluntad de Dios, que se resume en el precepto del amor y en la aceptación en nuestra vida, del Enviado del Padre, viviendo de tal forma en comunión con Él, que quien nos contemple, contemple al mismo Cristo con toda su entrega, su servicio y su amor. Amén.
Reflexión de Homiliacatolica. com
Fuente: celebrando la vida . com
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