martes, 18 de julio de 2017



LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MARTES 18 DE JULIO DE 2017
XV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

Ex 2, 1-15; Sal 68: Mt 11, 20-24



ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Sal 16, 6. 8

Te invoco, Dios mío, porque tú me respondes; inclina tu oído y escucha mis palabras. Cuídame, Señor, como a la niña de tus ojos y cúbreme bajo la sombra de tus alas.

ORACIÓN COLECTA

Dios todopoderoso y eterno, haz que nuestra voluntad sea siempre dócil a la tuya y que te sirvamos con un corazón sincero. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Le puso por nombre Moisés, porque fue sacado del agua. —Cuando Moisés creció, fue a visitar a sus hermanos.

Del libro del Éxodo: 2, 1-15

En aquellos días, un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de su misma tribu. La mujer concibió y dio a luz un hijo; y viendo que era hermoso, lo tuvo escondido tres meses. Pero como ya no podía ocultarlo por más tiempo, tomó una canastilla de mimbre, la embadurnó con betún y con brea, metió en ella al niño y la dejó entre los juncos, a la orilla del río. Entre tanto, la hermana del niño se quedó a cierta distancia para ver lo que sucedía.
Bajó la hija del faraón a bañarse en el río, y mientras sus doncellas se paseaban por la orilla, vio la canastilla entre los juncos y envió a una criada para que se la trajera. La abrió y encontró en ella un niño que lloraba. Se compadeció de él y exclamó: "Es un niño hebreo". Entonces se acercó la hermana del niño y le dijo a la hija del faraón: "¿Quieres que vaya a llamar a una nodriza hebrea para que te críe al niño?" La hija del faraón le dijo que sí. Entonces la joven fue a llamar a la madre del niño. La hija del faraón le dijo a ésta: "Toma a este niño; críamelo y yo te pagaré". Tomó la mujer al niño y lo crió.
El niño creció y ella se lo llevó entonces a la hija del faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, que significa: "De las aguas lo he sacado".
Cuando Moisés creció, fue a visitar a sus hermanos y se dio cuenta de sus penosos trabajos; vio también cómo un egipcio maltrataba a uno de sus hermanos hebreos. Entonces Moisés miró para todas partes, no vio a nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena. Al día siguiente salió y vio que dos hebreos se estaban peleando. Le dijo entonces al culpable: "¿Por qué le pegas a tu compañero?". Pero él le contestó: "¿Quién te ha nombrado jefe y juez de nosotros? ¿Acaso piensas matarme como al egipcio?" Lleno de temor, Moisés pensó: "Sin duda que ya todo el mundo lo sabe". Se enteró el faraón de lo sucedido y buscó a Moisés para matarlo, pero él huyó lejos del faraón y se fue a vivir al país de Madián. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 68, 3.14. 30-31. 33-34.

R/. Busquen al Señor y vivirán.

Me estoy hundiendo en un lodo profundo y no puedo apoyar los pies; he llegado hasta el fondo de las aguas y me arrastra la corriente. R/.
A ti, Señor, elevo mi plegaria, ven en mi ayuda pronto; escúchame conforme a tu clemencia, Dios fiel en el socorro. R/.
Mírame enfermo y afligido; defiéndeme y ayúdame, Dios mío. En mi cantar exaltaré tu nombre; proclamaré tu gloria, agradecido. R/.
Se alegrarán al verlo los que sufren; quienes buscan a Dios tendrán más ánimo, porque el Señor jamás desoye al pobre ni olvida al que se encuentra encadenado. R/.



ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO cfr. Sal 94, 8
R/. Aleluya, aleluya.

Hagámosle caso al Señor, que nos dice: "No endurezcan su corazón". R/.

EVANGELIO

El día del juicio será menos riguroso para Tiro, Sidón y Sodoma que para otras ciudades.

Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 20-24

En aquel tiempo, Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido. Les decía:
"¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han hecho en ustedes, hace tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Pero yo les aseguro que el día del juicio será menos riguroso para Tiro y Sidón, que para ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo, porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros que en ti se han hecho, quizás estaría en pie hasta el día de hoy. Pero yo te digo que será menos riguroso el día del juicio para Sodoma que para ti".
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Concédenos, Señor, el don de poderte servir con libertad de espíritu, para que, por la acción purificadora de tu gracia, los mismos misterios que celebremos nos limpien de toda culpa. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Sal 32, 18-19

Los ojos del Señor están puestos en sus hijos, en los que esperan en su misericordia; para librarlos de la muerte, y reanimarlos en tiempo de hambre.

O bien: Mc 10, 45

El Hijo del hombre ha venido a dar su vida como rescate por la humanidad, dice el Señor.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Te rogamos, Señor, que la frecuente recepción de estos dones celestiales produzca fruto en nosotros y nos ayude a aprovechar los bienes temporales y alcanzar con sabiduría los eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor.


REFLEXIÓN

Ex. 2, 1-15. Al principio, el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas; entonces se inicia la creación que Dios hace por amor. Para librarse del diluvio, Noé por orden de Dios, construye un arca y la recubre con brea por dentro y por fuera. El inicio de la liberación de los Israelitas tiene lugar con la liberación de las aguas de un niño hebreo, que había sido colocado en una cestilla, cubierta de betún y brea. El mismo pueblo de Israel quedará libre de la esclavitud en Egipto pasando por en medio de las aguas del Mar de las Cañas o Mar Rojo. Dios nos ha salvado de la esclavitud del pecado mediante la Sangre de su Hijo. Esa Salvación se hace nuestra mediante nuestra fe en Jesús y el Bautismo en Agua recibido en su nombre.
Dios quiere que todos se salven; y así como escogió a Moisés para liberar a su Pueblo de la esclavitud en Egipto, así nos ha enviado a su propio Hijo para que, liberados de la esclavitud del pecado, nos encaminemos hacia la posesión de la Patria eterna. Por eso, alegrémonos en el Señor que nos ama y que nos salva.
 
Sal. 69 (68). Si Dios cuida de las aves del cielo para que no mueran de hambre, cuánto más velará de nosotros, que somos sus hijos.
Ciertamente nuestra naturaleza humana no podrá tan fácilmente librarse del sufrimiento, de la enfermedad, de la muerte.
En los momentos de prueba invoquemos al Señor, no tanto para vernos libres de aquello que es consecuencia del deterioro de nuestro organismo, sino para que, aun en medio de grandes sufrimientos, sepamos que el Señor está con nosotros para fortalecernos y hacer que toda nuestra vida sea una manifestación de su amor redentor en nosotros y, desde nosotros, para todo el mundo.
 
Mt. 11, 20-24. Jesús nos llama continuamente a la conversión. Él se ha manifestado a nosotros como el Rostro misericordioso de Dios. Ha hablado a nuestro corazón no sólo con palabras, sino con la entrega de su propia vida a favor nuestro.
Quien conoce el amor de Dios no puede cerrarle su corazón, pues no hay ni habrá otro nombre en el que podamos encontrar la salvación. Por eso el Señor nos llama a una sincera conversión, para que dejados nuestros caminos equivocados, abramos nuestro corazón a su vida y nos dejemos guiar por su Espíritu Santo.
Cuando el Señor envía a sus discípulos a proclamar la Buena Nueva del Reino les indica que quien crea se salvará; el que se resista a creer será condenado; y eso, no porque Él haya venido a condenar a alguien, sino porque la Palabra misma de salvación, rechazada, juzgará a quien no quiso aceptarla.
El Señor pone ante nosotros el agua y el fuego; a donde nosotros queramos extender la mano podemos hacerlo; la responsabilidad no será de Dios, sino nuestra.
Ojalá y al final, por nuestra fidelidad al Señor, seamos hechos partícipes de la misma vida de Dios y no seamos condenados como las ciudades que, aún viendo, no quisieron hacer suya la vida que Dios les ofrecía en Cristo.
En la Eucaristía que estamos celebrando el Señor sale a nuestro encuentro con el Milagro más grande de su amor por nosotros. A base de celebrarlo con tanta frecuencia pudimos habernos sentido seguros por nuestra fidelidad al culto. Sin embargo no basta ser testigos de las maravillas del Señor; no basta orar, no basta escuchar la voz de Dios, no basta, incluso, hacer milagros o expulsar demonios utilizando el Nombre de Cristo.
No podemos decir que somos testigos cualificados del Señor por haber experimentado personalmente su amor. No es la cercanía de Dios lo que nos salva, sino la aceptación de Él como el único Señor y Dios de nuestra vida.
Sólo con las obras, nacidas del amor, podremos manifestar si en verdad estamos, o no, en comunión con Dios.
Personas de fe que dan testimonio del Señor en medio de las realidades de cada día; esa es la misión que tenemos quienes creemos en Cristo, quienes hemos hecho nuestra su vida, su Misión y la proclamación de su Evangelio.
Jesús ha manifestado la llegada del Reino mediante las señales que realizó entre nosotros. Muchos lo aceptaron; otros lo rechazaron. Él, finalmente, no se detuvo ni se desanimó a causa de sentir que muchos endurecieron su vida como roca y se resistieron a creer.
Nuestra fe no puede quedarse en vana palabrería; si en verdad somos Personas de fe debemos manifestarla con las obras.
Teniendo a Cristo en nosotros y siendo portadores de su Evangelio de Salvación, quienes creemos en Él debemos manifestar que en verdad hemos dejado nuestros caminos de maldad y, ahora, trabajamos por la justicia, por el amor fraterno, por la paz; trabajando, incluso con la disposición de dar nuestra vida para que nuestro prójimo no sólo disfrute de una existencia más digna aquí en la tierra, sino que pueda ser un signo del amor liberador de Dios porque, viviendo unido a Cristo, pueda, junto con nosotros, ser capaz, guiado por el Espíritu Santo, de continuar su obra de salvación entre aquellos que nos rodean.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser dóciles a las enseñanzas de Jesús, no sólo escuchándolo sino poniendo en práctica su Palabra, siendo, así, dignos de alcanzar la eterna bienaventuranza. Amén.
 
Homilia  catolica.-


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