martes, 23 de mayo de 2017



LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MARTES 23 DE MAYO DE 2017
SEXTA SEMANA DE PASCUA

Hech 16, 22-34; Sal 137; Jn 16, 5-11


ANTÍFONA DE ENTRADA Apoc 19, 7. 6

Alegrémonos, regocijémonos, y demos gracias, porque el Señor, nuestro Dios omnipotente, ha empezado a reinar. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Dios omnipotente y misericordioso, concédenos poder alcanzar una verdadera participación en la resurrección de Jesucristo, tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y tu familia.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 16, 22-34

En aquellos días, la gente de la ciudad de Filipos se alborotó contra Pablo y Silas, y los magistrados ordenaron que los desnudaran y los azotaran. Después de azotarlos mucho, los metieron en la cárcel y le ordenaron al carcelero que los vigilara bien. Siguiendo esta orden, él los metió en el calabozo de más adentro y les aseguró los pies en el cepo.
A eso de la medianoche, Pablo y Silas estaban en oración, cantando himnos al Señor, y los otros presos los escuchaban. De pronto sobrevino un temblor tan violento, que se sacudieron los cimientos de la cárcel, las puertas se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas. El carcelero se despertó, y al ver las puertas de la cárcel abiertas de par en par, pensó que los presos se habían fugado y sacó su espada para matarse. Pero entonces Pablo le gritó: "No te hagas ningún daño; aquí estamos todos". El carcelero pidió una lámpara, se precipitó hacia dentro, y temblando, se arrojó a los pies de Pablo y Silas. Después los sacó de allí y les preguntó: "¿Qué debo hacer para salvarme?" Ellos le contestaron: "Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y tu familia". Y les explicaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. El carcelero se los llevó aparte, y en aquella misma hora de la noche les lavó las heridas y en seguida se bautizó él con todos los suyos. Después los invitó a su casa, les preparó la mesa y celebraron una fiesta familiar por haber creído en Dios. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 137, 1-2a. 2bcd-3. 7c-8

R/. Señor, tu amor perdura eternamente. Aleluya.

De todo corazón te damos gracias, Señor, porque escuchaste nuestros ruegos. Te cantaremos delante de tus ángeles, te adoraremos en tu templo. R/.
Señor, te damos gracias por tu lealtad y por tu amor; siempre que te invocamos nos oíste y nos llenaste de valor. R/.
Tu mano, Señor, nos pondrá a salvo, y así concluirás en nosotros tu obra. Señor, tu amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones. R/.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO cfr. Jn 16, 7. 13
R/. Aleluya, aleluya.

Yo les enviaré el Espíritu de la verdad, y Él los irá guiando hacia la verdad plena, dice el Señor. R/.

EVANGELIO

Si no me voy, no vendrá a ustedes el Consolador.

Del santo Evangelio según san Juan: 16, 5-11

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Me voy ya al que me envió y ninguno de ustedes me pregunta: `¿A dónde vas?' Es que su corazón se ha llenado de tristeza porque les he dicho estas cosas. Sin embargo, es cierto lo que les digo: les conviene que me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Consolador; en cambio, si me voy, yo se lo enviaré.
Y cuando El venga, establecerá la culpabilidad del mundo en materia de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque ellos no han creído en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me verán ustedes; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está condenado". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Concédenos, Señor, vivir siempre llenos de gratitud por estos misterios pascuales que celebramos, para que, continuamente renovados por su acción, se conviertan para nosotros en causa de eterna felicidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Lc 24, 46. 26

Era necesario que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos, y así entrara luego en su gloria. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Señor y Dios nuestro, escucha nuestras oraciones, para que la participación en los sacramentos de nuestra redención nos ayude en la vida presente y nos alcance las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

REFLEXIÓN

Hech. 16, 22-34. Los caminos de Dios son tan distintos de los de los hombres. La Palabra de Dios no está encadenada. Quien ha recibido la misión de proclamar el Evangelio no puede cerrar la boca ante las persecuciones, las burlas y las amenazas de muerte. Aun en la cárcel o en el destierro debe uno convertirse en testigo del Señor y llamar a todos a la fe en Él.
Esta misión no sólo corresponde a unos cuantos, sino a toda la Comunidad de los fieles en Cristo, es decir, a toda la Iglesia.
Dios quiere que todas las gentes se salven, que se conviertan de su mala vida, que crean en Cristo, que se bauticen y participen del Banquete que nos hace entrar en una continua comunión de vida con el Señor.
Nosotros, convocados en Cristo para proclamar su Evangelio, somos responsables ante Dios y ante la humanidad, de que el Señor continúe presente entre nosotros con toda su fuerza salvadora.

Sal 138 (137). Dios, Dios se ha fijado en la humildad de sus siervos y por su medio ha hecho obras grandes y maravillosas. Que el mismo Dios concluya, lleve a buen término su obra en nosotros.
Dios es siempre fiel a sus promesas. Él nos ha recibido como hijos suyos en Cristo Jesús y no se arrepiente de su amor por nosotros. Tendremos tentaciones, seremos perseguidos, pero Dios jamás nos abandonará ni nos dejará a merced de la maldad ni de la muerte. Somos obra suya, le pertenecemos; por eso confiamos en que jamás nos abandonará.
A nosotros corresponde no alejarnos, no desconfiar, no cerrar la puerta a su presencia, sino darle cabida amplia en nosotros de tal forma que Él viva en nosotros y nosotros en El.

Jn. 16, 5-11. Importantísima e insustituible la presencia de Cristo, y la realización de su Obra en la historia.
Él fue engendrado por obra del Espíritu Santo en el seno de María Virgen. El Espíritu del Señor bajó y se posó en Él, lo ungió y lo envió a Evangelizar a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor. Al final, habiendo cumplido todo lo que se le había confiado, entregó el Espíritu en manos del Padre para que lo distribuyera a todos los pueblos.
Jesús proclama la conveniencia de irse para enviarnos, desde el seno del Padre, ese Espíritu, fruto principal de su obra redentora. No podemos añorar la presencia física del Señor entre nosotros, pues Él continúa estando entre nosotros mediante su Cuerpo, que es la Iglesia, en la que habita el Espíritu Santo como en un templo.
Quien rechace al Espíritu Santo no puede decir que tenga la vida de Dios sino que continuará bajo la maldición del pecado; no puede tener la justificación pues Cristo, glorificado junto al Padre, es el único camino, el único medio por el que recibimos el Espíritu que nos justifica, que nos hace santos; no puede tener la salvación, pues al rechazar al Espíritu Santo no vivirá como hijo de Dios en Cristo, sino bajo la ley del pecado que conduce al juicio y a la condenación.
Vivamos con un corazón capaz de recibir el Don de Dios sin encerrarlo ni encadenarlo, sino con la mente y el corazón dispuestos a escuchar su voz y a dejarnos guiar por Él para convertirnos en testigos cualificados de la Verdad, que es Cristo.
Participar de la Eucaristía es abandonar las cadenas que nos atan al pecado y a las manifestaciones de maldad y de muerte. En Cristo hemos sido liberados del pecado y de sus consecuencias.
Quien acude a la Celebración Eucarística de un modo inconsciente y falto de fe y de compromiso, podrá aparentar mucha cercanía al Señor, pero sus obras, al no coincidir con su fe, estarán poniendo al descubierto su hipocresía a causa de su incongruencia entre fe y vida.
El Señor nos ha convocado para que, unidos a Él, participemos de su Espíritu y nos manifestemos como hijos de Dios. La Eucaristía es todo un compromiso que nos debe llevar a dejarnos poseer por el Espíritu del Señor para convertirnos en portadores de Aquel que ha venido a nosotros y en nosotros ha hecho su morada.
¡Cuánto cuesta despegarnos de aquellos o de aquello a lo que nos hemos acostumbrado! Muchos quisieran incluso no dejar el hogar para realizar su vida como personas maduras. Muchos padres no quisieran que sus hijos se alejaran sino que se quedaran encadenados para siempre al hogar. Muchos quisieran que la Iglesia se quedara con viejas costumbres que nos hicieron sentir bien y a gusto en la presencia de Dios; muchos quisieran resucitar viejos esquemas de una Iglesia en la que se encuentra la paz, la serenidad del espíritu en medio de un mundo lleno de ruidos y ajetreos, pero sin asumir compromisos de fe, sino sólo encontrando paz y consuelo interior.
El Señor nos pide atravesar campos, ciudades, calles proclamando a Jesucristo resucitado; proclamando con la vida que tiene sentido comprometerse a amar con todas sus consecuencias; proclamando la alegría que nace de sentirse amado por el Señor; proclamando con la voz alegre, ilusionada y esperanzada la cercanía con el Dios amado; proclamando con fe que no nos hemos derrumbado ni aún en las más grandes persecuciones.
Quien posee el Espíritu del Señor no puede vivir en la tristeza ni en la cobardía. Somos testigos de la esperanza de un mundo nuevo que ha sido redimido por la sangre del Cordero inmaculado. Si esto no es realidad entre nosotros tendremos que cuestionarnos acerca de la sinceridad de nuestro creer en Cristo y de haber sido marcados con el Sello de su Espíritu Santo.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que así como ella concibió, por obra del Espíritu Santo al Verbo de Dios hecho hombre, así nosotros, por obra del mismo Espíritu Santo en el seno de la Iglesia, vayamos siendo formados conforme a la imagen del Hijo de Dios y, fortalecidos por Él mismo, seamos, por nuestras obras y palabras, testigos de Cristo delante de todos. Amén.

Homilia  catolica


No hay comentarios:

Publicar un comentario