sábado, 13 de mayo de 2017



LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
SABADO 13 DE MAYO DE 2017
CUARTA SEMANA DE PASCUA
NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA

Hech 13, 44-52; Sal 97; Jn 14, 7-14.



ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 29,12

Cambiaste mi llanto en gozo, Señor, y me vestiste de fiesta. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Dios y Padre nuestro, que nos diste a la Madre de tu Hijo como Madre nuestra, concédenos que, preservando en la penitencia y en la oración a favor de la salvación del mundo, podamos promover cada vez con más eficacia el reinado de Cristo, Hijo tuyo y Señor nuestro. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Ahora nos dirigiremos a los paganos.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 13, 44-52

El sábado siguiente casi toda la ciudad de Antioquía acudió a oír la Palabra de Dios. Cuando los judíos vieron una concurrencia tan grande, se llenaron de envidia y comenzaron a contradecir a Pablo con palabras injuriosas. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con valentía: "La Palabra de Dios debía ser predicada primero a ustedes; pero como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos. Así nos lo ha ordenado el Señor, cuando dijo: Yo te he puesto como luz de los paganos, para que lleves la salvación hasta los últimos rincones de la tierra".
Al enterarse de esto, los paganos se regocijaban y glorificaban la Palabra de Dios, y abrazaron la fe todos aquellos que estaban destinados a la vida eterna. La Palabra de Dios se iba propagando por toda la región. Pero los judíos azuzaron a las mujeres devotas de la alta sociedad y a los ciudadanos principales, y provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé, hasta expulsarlos de su territorio. Pablo y Bernabé se sacudieron el polvo de los pies, como señal de protesta, y se marcharon a Iconio, mientras los discípulos se quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo. 

Palabra de Dios. 
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 97, l. 2-3ab. 3cd-4.

R/. Cantemos las maravillas del Señor. Aleluya.

Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas. Su diestra y su santo brazo le han dado la victoria. R/.
El Señor ha dado a conocer su victoria y ha revelado a las naciones su justicia. Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad hacia Israel. R/.
La tierra entera ha contemplado la victoria de nuestro Dios. Que todos los pueblos y naciones aclamen con júbilo al Señor. R/.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 8, 31. 32
R/. Aleluya, aleluya.

Si se mantienen fieles a mi palabra, dice el Señor, serán verdaderamente discípulos míos y conocerán la verdad. R/.

EVANGELIO

Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.

Del santo Evangelio según san Juan: 14, 7-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto". Le dijo Felipe: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le replicó: "Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Entonces por qué dices: 'Muéstranos al Padre'? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre; y cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre".
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Recibe, Padre santo, la ofrenda de nuestra humildad que, llenos de alegría, te presentamos al celebrar la conmemoración de la santísima Virgen María y concédenos que, asociados al sacrificio de Cristo, recibamos el consuelo en la vida presente y los gozos de la salvación eterna. Él que vive y reina por los siglos de los siglos.

Prefacio I- V de santa María Virgen en la conmemoración, pp. 526-530 (527-531).

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN

Alégrate, Virgen Madre, porque Cristo ha resucitado del sepulcro. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Fortalecidos con los sacramentos pascuales, te rogamos, Señor, que quienes celebramos la memoria de la Madre de tu Hijo, manifestemos la vida de Jesús en nuestra carne mortal. Por Jesucristo, nuestro Señor.



REFLEXIÓN
Hech. 13, 44-52. Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él. quien puede cerrarse a la salvación es uno mismo rechazando la oferta divina.
No podemos marginar a nadie; incluso, aun cuando pareciera que alguien está al borde de la condenación y viviese empecinado en la herejía o en el pecado o vicio, hemos de ser como el Buen Pastor que busca a la oveja descarriada hasta encontrarla y, lleno de alegría, la carga sobre sus hombros y la lleva de vuelta al redil.
Cuando alguien desprecia el anuncio del Evangelio y la aceptación de la fe en Jesucristo, tal vez dirijamos nuestros pasos hacia gente de mejor voluntad, pero esto no puede dispensarnos de continuar esforzándonos para que el Señor sea conocido, aceptado y amado por toda clase de personas.
Aun cuando Pablo indica que, puesto que los Judíos han rechazado la vida eterna, se dirigirá ahora a los paganos, escucharemos más adelante otros momentos en que Pablo vuelve a anunciar a los Judíos el Nombre de Jesús; y en una de sus cartas se angustiará diciendo que preferiría verse convertido en un anatema y un condenado, con tal de que se salven los de su raza.
La Iglesia no puede centrar el anuncio de la fe sólo a los pequeños grupos o pequeñas comunidades que ya estén respondiendo a la fe y haciendo mucho ruido, halagando así los oídos de sus pastores. Es necesario volver la mirada hacia los paganos, hacia los pecadores, hacia los herejes. Es necesario atraer a todos para que se forme un solo rebaño bajo el cayado de un solo Pastor, Cristo Jesús.

Sal. 98 (97). El Pueblo que Dios hizo suyo, el Pueblo que Dios liberó de la Esclavitud de Egipto y lo condujo hacia la tierra prometida, el Pueblo liberado por Dios de su destierro y que vuelve a casa entre cánticos de alabanza, es un vivo testimonio del amor que Dios siente por él. Quienes lo vean deben alegrarse con el Dios de Israel, fiel a sus promesas y siempre lleno de misericordia para quienes le invocan y le viven fieles.
La Iglesia, Pueblo nuevo del Señor y Esposa del Cordero Inmaculado, comunidad de fieles que ha sido liberada de la esclavitud del pecado, Iglesia conducida por el Espíritu de Dios hacia la posesión de los bienes definitivos, no puede vivir temerosa en su testimonio acerca de Aquel que le ha amado y se ha entregado por ella para santificarla.
Aquel que entre en contacto con la Iglesia de Cristo debe tener sobradas razones para alabar al Señor por encontrar en ella un verdadero signo viviente del amor, de la paz, de la bondad y de la misericordia de Dios. Mientras los creyentes en Cristo no manifestemos esa luz del Señor ante los demás estaremos siendo un fraude de fe para los demás y unos traidores a la confianza que Dios ha depositado en nosotros.

Jn. 14, 7-14. Jesús, el Hijo de Dios que procede del Padre, es el único que nos puede revelar, dar razón de quién es el Padre. Jesús nos ha hablado de Dios con lenguaje humano. Lo que nos ha dicho de Dios no lo ha pronunciado sólo con los labios, sino con sus obras y su vida misma. En razón de estar Él en el Padre y el Padre en el Hijo, Jesús hace las obras que le ve hacer a su Padre. Quien contempla la Obra del Hijo está contemplando la Obra del Padre. En esto conocemos el Amor que el Padre Dios nos tiene: en que envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él.
Habiéndose hecho hermano nuestro, viviendo nosotros unidos a Él y adoptados en Él como hijos en el Hijo, pidamos a Dios, en Nombre de Jesús, lo que queramos y Dios nos lo va a conceder para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Sólo poseyendo el Espíritu de Dios en nosotros pediremos, no conforme a nuestros caprichos e inclinaciones perversas, sino conforme a la voluntad de Dios.
La iglesia, Esposa de Cristo, al continuar la obra de Dios en la historia, se convierte en el instrumento mediante el cual Dios sigue salvando a toda la humanidad.
No fuimos llamados a vivir unidos a Cristo en alianza de amor eterno para convertirnos en destructores o en condenadores de los demás, sino para ser motivo de salvación para todos; y esto brota, no de nuestro ser humano y frágil, sino de nuestro permanecer unidos como miembros de un solo cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, mediante el cual participamos de un mismo Espíritu que nos une y nos convierte en testigos del Señor, y en instrumentos de su salvación para todos los pueblos.
Cristo nos reúne en esta Eucaristía para que vivamos la unidad. Su Palabra no puede convertirse en motivo de división para quienes le escuchamos. Sólo cuando la Palabra de Dios es escuchada e interpretada al margen del Espíritu se crean conflictos y divisiones. Por eso debemos, juntos, ponernos a los pies del Maestro y aceptar, con todas sus consecuencias, sin acomodos personales, su Palabra salvadora, para que, guiados por el Espíritu de Dios, nos encaminemos hacia la posesión de los bienes definitivos y nos convirtamos en guías de nuestro prójimo para conducirlos hacia Cristo, no por discursos eruditos y altivos, sino por el ejemplo de nuestras obras, que manifiesten la fe que hemos depositado en el Señor, que nos santifica y nos hace testigos suyos; pues, no son los sabios, sino los santos quienes se convertirán en instrumentos de la salvación que Dios ofrece a todos.
Cuando contemplamos la vida como una carrera en la que hemos de conquistar una corona inmortal, ante las exigencias, la disciplina y las renuncias, muchos pueden cansarse y abandonar su esfuerzo por lograr aquello que pretendían; o, antes de iniciar la carrera, abandonar todo esfuerzo y retirarse.
Ante las exigencias de Cristo muchos dieron marcha atrás, otros se retiraron apesadumbrados, a pesar de haber manifestado al principio buena voluntad.
El Señor nos pide perdonar, amar sin fronteras, proclamar su Nombre aceptando todos los riesgos del anuncio de su Evangelio. Nos pide que no seamos mediocres; que no nos quedemos en palabras y discursos llenos de ciencia humana; nos pide poner los pies sobre la tierra y trabajar, a brazo partido, tratando de lograr que el Reino de Dios se haga realidad entre nosotros.
Ante lo exigente del amor verdadero hacia Dios y hacia el prójimo muchos pueden, hipócritamente, tratar de hacer convivir su pecado y cobardía, con una respuesta tibia al Señor, pensando que son gratos a Dios porque le cumplen asistiendo a misa y orando; muchos podrán hacer a un lado su fe para poder continuar siendo unos malvados y destructores de la vida.
Dios espera de nosotros el compromiso de la fe que se demuestra no sólo con palabras o con actos de piedad y de culto, sino con las obras de la vida diaria: amando, comprendiendo, socorriendo, perdonando; dando, finalmente, nuestra vida por los demás al estilo de como Cristo nos amó a nosotros. Sólo así podremos decir que los demás conocerán a Dios, no porque les hablemos de Él sino porque se lo manifestemos desde nuestra propia vida, unida a Cristo, el Hijo de Dios.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que meditando las palabras de su Hijo las comprendamos y, como María, las pongamos en práctica, de tal forma que viendo los demás nuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Dios y Padre, que está en los cielos. Amén.

Homilia  catolica.-



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