LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Viernes, 6 de
diciembre de 2013
Semana I° de Adviento
LECTURA DEL LIBRO DEL
PROFETA ISAÍAS 29,17-24
Esto
dice el Señor: “¿Acaso no está el Líbano a punto de convertirse en un vergel y
el vergel en un bosque? Aquel día los sordos oirán las palabras de un libro;
los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad; los oprimidos volverán
a alegrarse en el Señor y los pobres se gozarán en el Santo de Israel; porque
ya no habrá opresores y los altaneros habrán sido exterminados. Serán
aniquilados los que traman iniquidades, los que con sus palabras echan la culpa
a los demás, los que tratan de enredar a los jueces y sin razón alguna hunden
al justo”.
Esto
dice a la casa de Jacob el Señor que rescató a Abraham: “Ya no se avergonzará
Jacob, ya no se demudará su rostro, porque al ver mis acciones en medio de los
suyos, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob y temerá al Dios de
Israel. Los extraviados de espíritu entrarán en razón y los inconformes
aceptarán la enseñanza”.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL 26, 1. 4. 13-14
R
El Señor es mi luz y mi salvación.
El
Señor es mi luz y mi salvación,
¿a
quién voy a tenerle miedo?
El
Señor es la defensa de mi vida,
¿quién
podrá hacerme temblar? /R
Lo
único que pido, lo único que busco
es
vivir en la casa del Señor toda mi vida,
para
disfrutar las bondades del Señor y
estar
continuamente en su presencia /R
La
bondad del Señor
espero
ver en esta misma vida.
Ármate
de valor y fortaleza y
en
el Señor confía /R
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 9,27-31
Cuando
Jesús salía de Cafarnaúm, lo siguieron dos ciegos, que gritaban: “¡Hijo de
David, compadécete de nosotros!” Al entrar Jesús en la casa, se le acercaron
los ciegos y Jesús les preguntó: “¿Creen que puedo hacerlo?” Ellos le
contestaron “Sí, Señor”. Entonces les tocó los ojos, diciendo: “Que se haga en
ustedes conforme a su fe”. Y se les abrieron los ojos. Jesús les advirtió
severamente: “Que nadie lo sepa”. Pero ellos, al salir, divulgaron su fama por
toda la región.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Is.
29. 17-24. Si Dios está con nosotros, quién podrá levantarse victorioso sobre
nosotros; el Señor es nuestro auxilio y defensa; el Señor está de parte
nuestra; Él es el Dios-con-nosotros, y permanece con nosotros todos los días
hasta el fin del mundo.
Muchas
veces nos han deslumbrado las cosas pasajeras; y a veces hemos querido cifrar
nuestra felicidad en las posesión de los bienes terrenos; sin embargo el Señor
nos promete participar de su propia vida; y nos pide que trabajemos por su
Reino; si lo hacemos, todo lo demás vendrá a nosotros por añadidura.
Por
eso hemos de abrir los ojos de nuestro espíritu para contemplar el gran amor
que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo Jesucristo.
Y
hemos de abrir los oídos de nuestro corazón para que descienda a él la Palabra
que Dios pronuncia sobre nosotros, de tal forma que, como una buena semilla en
un buen terreno, produzca abundantes frutos de salvación.
Entonces
seremos constructores de paz, y viviremos como hermanos, pues aquellos que
hacían el mal, o inducían a otros al pecado habrán desaparecido, pues todos
habrán conocido a Dios y le alabarán tanto con sus palabras, como con sus
obras, sus actitudes y su vida misma.
Entonces
la Iglesia de Cristo será realmente un recinto de justicia, de alegría, de paz
y de amor fraterno.
Vivamos
comprometidos a fondo con el Evangelio; sólo así podremos realmente colaborar
para que surja entre nosotros una humanidad renovada en Cristo Jesús.
Sal.
27 (26) Nuestra única esperanza de salvación es el Señor. Confiemos
continuamente en Él.
Es
verdad que muchas veces, por desgracia, pusimos nuestra confianza en las obras
de nuestras manos, y puesto que quisimos atrapar vientos, sólo viento dimos a
luz.
El
Señor ha salido a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón, su Vida y su
Espíritu para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino para que lo seamos
en verdad.
Ciertamente
continuaremos siempre sujetos a una diversidad de tentaciones que quisieran deslumbrarnos
y alejarnos de Dios y de los caminos del bien. Sin embargo el Señor viene en
nuestro auxilio en medio de nuestra fragilidad para que no nos detengamos en el
anuncio que, como testigos valientes, hemos de hacer del Evangelio, y para que,
juntos como hermanos unidos por el amor, nos dirijamos con seguridad hacia la
posesión de los bienes definitivos.
Confiemos
siempre en el Señor; pero al mismo tiempo esforcémonos por hacer vida en
nosotros su Evangelio para que, transformados en Él, también el mundo pueda
experimentar, desde la Iglesia, la cercanía amorosa y misericordiosa de Dios.
Mt.
9, 27-31. Nuestro seguimiento del Señor nos ha de llevar a confrontar nuestra
vida ante los criterios del Evangelio, y ante las obras y la vida misma de
Cristo.
Cuando
realmente vayamos tras de Él, como discípulos, podremos comprender que hay
muchas cosas que nos han deslumbrado, e incluso enceguecido, de tal forma que
en lugar de hacer el bien hacemos el mal.
Y
para superar nuestros pecados no basta una buena voluntad de parte nuestra,
pues en este caso la Redención de Cristo sería algo ocioso de parte de Dios. Si
el Señor se ha hecho uno de nosotros para entregar su Vida y perdonar nuestros
pecados, y para resucitar y darnos Vida nueva, es porque no hay otro camino de
salvación para nosotros, ni otro nombre, ni siquiera el nuestro, en el que
podamos salvarnos.
Pero
para que la Redención que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús sea eficaz en
nosotros necesitamos depositar en Él nuestra fe, y creer que en realidad puede
cambiar nuestros corazones para que dejemos de hacer el mal y comencemos a
hacer el bien; y esto no por nuestras débiles fuerzas, sino por la fuerza del
Espíritu Santo que el Señor ha derramado en los creyentes.
Y
el cambio, la conversión, se generará en nosotros de acuerdo a nuestra fe; por
eso no nosotros, sino la Gracia de Dios con nosotros será lo que dé eficacia a
la Salvación que Dios nos ofrece y que quiere que actúe en nosotros.
Sólo
a partir de esa transformación que realice la Gracia en nosotros podremos
convertirnos en fieles testigos de aquello que hayamos recibido, y del amor de
Dios que hayamos experimentado.
Por
eso oremos con humildad, con amor y con gran fe al Señor para que tenga compasión
de nosotros.
Cegados
por tantas cosas que nos han esclavizado, hemos seguido a Cristo hasta
encontrarnos con Él en esta su Casa, que no es solamente este recinto sagrado,
sino su Iglesia, su Comunidad de fe.
Y
Él, conforme a nuestra fe sincera, nos ha abierto los ojos de nuestro espíritu
para que contemplemos y experimentemos el amor que nos tiene hasta el extremo.
Amor que nos une a nosotros como hermanos, y nos convierte en un signo visible
del amor de Dios en el mundo.
Por
eso podemos decir que, a partir de la Eucaristía, la Iglesia es, en Cristo,
como un Sacramento, es decir, como un signo de amor que nos une con Dios, y un
signo de amor que nos une a nosotros como hermanos.
Y
el Señor nos quiere libres de toda esclavitud a lo pasajero, y con los ojos
abiertos y vigilantes para emprender, sin tropiezos, nuestro camino hacia la
posesión de los bienes definitivos, cargando nuestra cruz de cada día, y yendo
tras las huellas del Señor, hasta ingresar a la Casa eterna del Padre, para
contemplar su Rostro y disfrutar de su Vida para siempre.
Los
que creemos en Cristo y vivimos unidos a Él por la fe y el bautismo; los que
renovamos con Él nuestra Alianza de amor y permanecemos en Él, tenemos el deber
de avanzar continuamente hacia la consumación de la meta, a la que ha llegado
ya Aquel que es nuestro Principio y Cabeza.
Pero
nuestro caminar no es en un camino físico, ni siquiera temporal que vislumbra
el final a causa de la edad o de la enfermedad, o alguna otra causa de este
mundo.
Nosotros
avanzaremos en el camino de nuestra total perfección cuando en verdad amemos
con mayor perfección a nuestro prójimo, cuando procuremos su bien, cuando
hagamos que desaparezcan de entre nosotros los odios, rencores, persecuciones,
y muertes injustificadas.
En
la medida en que procuremos la paz sin destruir a nuestros hermanos estaremos
amando como Dios nos ama a nosotros, y esteremos contemplando al mundo con la
claridad de la luz del amor del mismo Dios; y las cegueras que se habían
provocado en nosotros por el egoísmo, por los desequilibrios provocados por las
ansias de poder descontroladas, o por cualquier otra causa esclavizante y
miope, habrán desaparecido de entre nosotros; y entonces nos manifestaremos
realmente como discípulos de Cristo, y, por nuestra unión a Él, nuestra
condición de hijos de Dios.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de saber vivir como discípulos suyos que, bajo el impulso del
Espíritu Santo, trabajemos para que su Reino vaya haciéndose realidad, ya desde
ahora, entre nosotros. Amén.
Reflexión
de Homilía católica.
Santoral
San
Nicolás, Santa Dionisia y compañeros mártires, Beata Carmen Sallés.
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