jueves, 5 de diciembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Jueves, 5 de diciembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Jueves, 5 de diciembre de 2013
Semana I° de Adviento


LECTURA DEL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS 26,1-6

Aquel día se cantará este canto en el país de Judá: “Tenemos una ciudad fuerte; ha puesto el Señor, para salvarla, murallas y baluartes. Abran las puertas para que entre el pueblo justo, el que se mantiene fiel, el de ánimo firme para conservar la paz, porque en ti confió. Confíen siempre en el Señor, porque el Señor es nuestra fortaleza para siempre; porque él doblegó a los que habitaban en la altura; a la ciudad excelsa la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó hasta el polvo donde la pisan los pies, los pies de los humildes, los pasos de los pobres”.

 Palabra de Dios.
 Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL 117, 1.8-9. 19-21. 25-27ª
R Bendito el que viene en el nombre del Señor.

Te damos gracias, Señor, porque eres bueno,
porque tu misericordia es eterna. Más vale refugiarse en el Señor,
que poner en los hombres la confianza; más vale refugiarse en el Señor,
que buscar con los fuertes una alianza /R

Ábranme las puertas del templo,
que quiero entrar a dar gracias a Dios.
Ésta es la puerta del Señor y por ella entrarán los que le viven fieles.
Te doy gracias, Señor, pues me escuchaste y fuiste para mí la salvación /R

Libéranos, Señor, y danos tu victoria.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Que Dios desde su templo nos bendiga.
 Que el Señor, nuestro Dios, nos ilumine /R



EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 7,21.24-27

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No todo el que me diga ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron completamente”.

 Palabra del Señor.
 Gloria a ti, Señor Jesús.



Reflexión
Is. 26, 1-6. Por medio de Jesús, Dios se ha hecho cercanía para la humanidad de todos los tiempos y lugares.
Dios jamás ha abandonado a los suyos.
Para los Israelitas la Palabra de Dios se ha hecho Ley que los guía; por eso tratan, no sólo de entenderla, sino de cumplirla hasta los más mínimos detalles, y le entonan cantos de alabanza.
Para algunos Israelitas más abiertos al Señor, su Palabra también ha tomado cuerpo en los profetas, a quienes escuchan como al mismo Dios y se dejan conducir por Él.
Llegada la plenitud de los tiempos la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, no sólo mostrándonos el camino que nos conduce al Padre, sino haciéndose Camino, Verdad y Vida para nosotros.
En nuestros días la Palabra se ha hecho Iglesia, no al margen de Jesús, pues lo tiene a Él por Cabeza. A la Iglesia corresponde la responsabilidad de continuar haciendo presente en la historia al Hijo Encarnado, Salvador de todo.
Dios así ha querido exaltar a los humildes y humillar hasta el suelo a los poderosos para que sirvan de camino que pisan los pies de los humildes y los pobres.
Ojalá y que, fortalecidos y guiados por el Espíritu de Dios, nos mantengamos fieles al Señor y seamos, en verdad, la manifestación del Reino de Dios en nuestro mundo, no humillados, sino exaltados a la diestra del Padre por nuestra fe en Cristo Jesús, aun cuando tengamos que pasar por la humillación de nuestra propia cruz, entregando nuestra vida por el bien de todos.

Sal 118 (117) Confiemos siempre en el Señor, pues Él nos ama con un amor siempre fiel. Dios ha venido a nosotros, descendiendo desde su cielo, y haciéndose uno como nosotros. A nosotros corresponde abrirle las puertas de nuestro corazón para que ahí se digne morar como en un templo.
A pesar de que tal vez el pecado ha manchado nuestra vida, el Señor se acerca a nosotros como poderoso salvador. Él quiere que su victoria sobre el pecado y la muerte sea también nuestra victoria; por eso nos invita a una constante purificación para que su presencia en nosotros realmente se convierta en una bendición y no en motivo de maldición, de destrucción y de muerte.
El Señor que se acerca a nosotros viene para convertirse en luz que nos ilumine para que dejemos de caminar en las tinieblas del pecado y en las sombras de muerte. Dejémonos amar y purificar por Él para que podamos ser signos de su presencia en el mundo por medio de quienes le hemos de vivir fieles.

Mt. 7, 21. 24-27. Dios nos ha enviado su Palabra, que se ha hecho uno de nosotros, no para que vuelva al cielo con las manos vacías, sino para que, haciendo la voluntad de quien le Envió, nos libere de la esclavitud del Pecado, y nos haga hijos de Dios y participantes de su Gloria.
No podemos conformarnos con escuchar la Palabra de Dios a la ligera. No basta con rezar para salvarse, pues no todo el que llame a Jesús Señor se salvará, sino sólo el que cumpla la voluntad de su Padre, que está en los cielos.
La cercanía del Señor a nosotros no es sólo para que nos alegremos con Él, sino para que vivamos un auténtico compromiso de fe con Él, de tal forma que toda nuestra vida se edifique en Él; y que, por tanto, seamos en el mundo un verdadero reflejo del amor que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo.
Cuando el Señor vuelva, nuestro amor en Él debe estar tan enraizado, que podamos mantenernos firmes ante Él; pues si sólo le llamamos Señor con los labios mientras nuestras obras eran inicuas, al final lo único que sucederá es que nos derrumbemos irremediablemente.
Pero, mientras aún es de día, dejemos que el Señor haga su obra de salvación en nosotros para que lleguemos a ser dignos hijos de Dios tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y toda nuestra vida misma.
En la Eucaristía el Señor dirige a nosotros su Palabra, y nos manifiesta que no hemos de amar sólo con los labios, sino con la vida misma que se entrega en favor de los demás para liberarlos de sus esclavitudes.
El Señor ha entregado su vida por nosotros. Esta entrega en un amor hasta el extremo por nosotros es lo que nos reúne en torno a Él en estos momentos. Así Dios se manifiesta para nosotros como el Camino que hemos de seguir quienes creemos en Él y queremos serle fieles. Por eso, la Eucaristía no sólo es un acto litúrgico con el que damos culto a Dios, sino que es también todo un compromiso para nosotros que, al unir nuestra vida a Cristo, junto con Él tomamos nuestra cruz de cada día, dispuestos a amar a nuestro prójimo hasta el extremo, con tal de hacerlo participar de la vida y del amor que Dios nos manifestó en su Hijo Jesús.
En el Padre nuestro, con que oramos durante la Eucaristía, nos comprometemos a hacer la voluntad de Dios como la ha realizado su propio Hijo, en un compromiso de totalidad de amor hacia su Padre y hacia nosotros.
No podemos decir que hacemos la voluntad de Dios cuando llamamos a Jesús: Señor, Señor. No podemos decir que al final podamos decirle a Dios que hicimos lo que nos pidió porque nos sentamos a su mesa y le oímos predicar por nuestras plazas, y porque en su nombre hicimos curaciones y expulsamos demonios.
No pensemos que alguien es santo porque realiza todas esas obras. No sea que vayamos a quedarnos con la mano tapando nuestra boca, llenos de admiración cuando veamos a todos esos santos falsos condenados eternamente.
Quien ha asentado firmemente su vida en Cristo como en roca firme debe hacer suyas las bienaventuranzas con las que empieza el sermón del monte, y que nos llevan a realizar las obras de misericordia con las que culminará el juicio sobre la humanidad, cuando el Señor nos diga: porque lo que hicieron o dejaron de hacer al más insignificante de mis hermanos, a mí me lo hicieron, o a mí me lo dejaron de hacer.
Asentar nuestra vida en Cristo debe hacernos personas firmes que pasen siempre haciendo el bien; y que no dan marcha atrás en esa realización a pesar de ser perseguidos y asesinados por defender los derechos de sus hermanos y por trabajar por una mayor justicia social. Cristo nos pide no sólo una fe de rodillas en su presencia, no sólo una fe de mera palabrería, sino una fe que, alimentada por la oración e iluminada por la meditación profunda de la Palabra de Dios, se transforme en obras de salvación para todos.
El Señor, que se acerca a nosotros, desea que le abramos las puertas de nuestra vida para que, conducidos por Él, aprendamos a amar a nuestro prójimo con el mismo amor con que nosotros hemos sido amados por Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar su Palabra y de ponerla en práctica, para ser así, no sólo discípulos fieles de Jesús, sino, en el mismo Cristo, hijos amados del Padre. Amén.

Reflexión: Homilía católica.



Santoral:
San Sabás, Santa Atalía y San Geraldo.



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