LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Martes, 3 de
diciembre de 2013
Semana I° de Adviento
San Francisco Javier
Memoria obligatoria –
Blanco
LECTURA DEL LIBRO DEL
PROFETA ISAÍAS 11,1-10
En
aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá La
revelación que Jesús hace en esta oración nos sitúa en el corazón de la Buena
Noticia. Primera revelación: Para Jesús, Dios es su Padre; se relaciona como un
hijo. Todo lo ha recibido de él. Nadie puede conocer quién es el Padre, si
Jesús no se lo revela. Por otra parte, nadie puede conocer al Hijo, si el Padre
no se lo da a conocer. Segunda revelación: Este maravilloso misterio, Dios se
lo ha ocultado a los sabios y poderosos de este mundo. Se lo ha dado a conocer
a la gente sencilla: a “los pequeños”, que son los grandes en el reino de Dios.
Transportados también por el Espíritu, oremos al Padre en este Adviento, para
que nos revele quién es el Hijo cuyo nacimiento celebramos en Navidad. El santo
de hoy: S. Francisco Javier (1506-1552) Nace en el castillo de Javier (España).
Se graduó en la universidad de París, donde tuvo como compañero a san Ignacio
de Loyola. Formó parte del grupo de fundadores de la Compañía de Jesús
(Jesuitas). En 1537 fue ordenado presbítero. Trabajó en Roma al lado de san
Ignacio. La partida para las Misiones de Oriente marcó definitivamente su vida.
Se incorporó al grupo de misioneros. En aquellas tierras recorrió miles y miles
de kilómetros anunciando el Evangelio. Sobre todo desplegó su actividad misionera
en la India. Partió para el Japón, siendo el primer misionero en poner los pies
en aquellas tierras. Cuando se dirigía a China, le sorprendió la muerte en la
isla de San Choan. Es uno de los grandes misioneros de la Iglesia universal. Su
celo misionero le mereció ser proclamado Patrono de las Misiones. P. Antonio
Danoz, redentorista de su raíz. Sobre él se posará el espíritu del Señor,
espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu
de piedad y temor de Dios.
No
juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al
desamparado y con equidad dará sentencia al pobre; herirá al violento con el
látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío. Será la justicia
su ceñidor, la fidelidad apretará su cintura.
Habitará
el lobo con el cordero, la pantera se echará con el cabrito, el novillo y el
león pacerán juntos y un muchachito los apacentará. La vaca pastará con la osa
y sus crías vivirán juntas.
El
león comerá paja con el buey. El niño jugará sobre el agujero dela víbora; la
creatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni
estrago por todo mi monte santo, porque así como las aguas colman el mar, así
está lleno el país de la ciencia del Señor. Aquel día la raíz de Jesé se alzará
como bandera de los pueblos, la buscarán todas las naciones y será gloriosa su
morada.
Palabra de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17
R
Ven, Señor, rey de paz y de justicia.
Comunica,
Señor, al rey tu juicio y
tu
justicia, al que es hijo de reyes;
así
tu siervo saldrá en defensa de tus pobres y
regirá
a tu pueblo justamente /R
Florecerá en sus días la justicia y
reinará
la paz, era tras era.
De
mar a mar se extenderá su reino y
de
un extremo al otro de la tierra /R
Al
débil librará del poderoso y
ayudará
al que se encuentra sin amparo;
se
apiadará del desvalido y
pobre
y salvará la vida al desdichado /R
Que
bendigan al Señor eternamente y
tanto
como el sol, viva su nombre.
Que
sea la bendición del mundo entero y
lo
aclamen dichoso las naciones /R
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 10,21-24
En
aquella misma hora Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó:
“¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente
sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha
entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es
el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Volviéndose
a sus discípulos, les dijo aparte: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes
ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que
ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.
Palabra del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
HOMILIA
DEL PAPA FRANCISCO EN LA CASA DE SANTA MARTA EL DIA MARTES 03 DE DICIEMBRE 2013
La
Iglesia debe ser siempre alegre como Jesús. La Iglesia está llamada a
transmitir la alegría del Señor a sus hijos, una alegría que dona la verdadera
paz.
En
la primera Lectura tomada del Libro de Isaías notamos el deseo de paz que todos
albergamos. Una paz que, dice Isaías, nos llevará al Mesías. En el Evangelio,
en cambio, “podemos percibir un poco el alma de Jesús, el corazón de Jesús: un
corazón alegre”:
“Pensamos
siempre en Jesús cuando predicaba, cuando sanaba, cuando caminaba, iba por las
calles, también durante la Última Cena… Pero no estamos tan acostumbrados a
pensar en Jesús sonriente, alegre. Jesús estaba lleno de alegría: lleno de
alegría. En aquella intimidad con su Padre: ‘Exultó de alegría en el Espíritu
Santo y alabó al Padre’. Es precisamente el misterio interno de Jesús, aquella
relación con el Padre en el Espíritu. Es su alegría interna, su alegría
interior que Él nos da”.
“Y
esta alegría es la verdadera paz: no es una paz estática, quieta, tranquila”. “La
paz cristiana es una paz alegre, porque nuestro Señor es alegre”. Es alegre
“cuando habla del Padre: ama tanto al Padre que no puede hablar del Padre sin alegría”.
Nuestro Dios es alegre”. Y Jesús “ha querido que su esposa, la Iglesia, también
fuese alegre”. “No se puede pensar en una Iglesia sin alegría y la alegría de
la Iglesia es justamente eso: anunciar el nombre de Jesús. Decir: ‘Él es el
Señor. Mi esposo es el Señor. Es Dios. Él nos salva, Él camina con nosotros. Y
aquella es la alegría de la Iglesia, que en esta alegría de esposa se convierte
en madre. Pablo VI decía: la alegría de la Iglesia es precisamente evangelizar,
ir adelante y hablar de su Esposo. Y también transmitir esta alegría a los
hijos que ella hace nacer, que ella hace crecer”.
Y
así, contemplamos que la paz de la que nos habla Isaías “es una paz que se
mueve tanto, es una paz de alegría, una paz de alabanza”, una paz que podemos
definir “ruidosa, en la alabanza, una paz fecunda en la maternidad de nuevos
hijos”. Una paz, “que viene justamente de la alegría de la alabanza a la
Trinidad y de la evangelización, de ir a los pueblos a decir quién es Jesús”.
“Paz y alegría”, ha resaltado el Pontífice. Y subrayó sobre aquello que dice
Jesús, “una declaración dogmática”, cuando afirma: “Tú has decidido así, de
revelarte no a los sabios sino a los pequeños”:
“También
en las cosas tan serias, como ésta, Jesús es alegre, la Iglesia es alegre. Debe
ser alegre. También en su viudez - porque la Iglesia tiene una parte de viuda
que espera el regreso de su esposo - también en la viudez, la Iglesia es alegre
en la esperanza. Que el Señor nos dé a todos esta alegría, esta alegría de
Jesús, alabando al Padre en el Espíritu. Esta alegría de nuestra madre Iglesia
en el evangelizar, en el anunciar a su Esposo”.
(Traducción
del italiano: Raúl Cabrera- Radio Vaticano
Fuente:
Radio Vaticana
Reflexión
Is.
11, 1-10. ¿Quién de nosotros no tiene ansias de una felicidad, donde haya
armonía entre todos los humanos y en el universo completo? Cuántos esfuerzos se
realizan para construir un paraíso que podamos disfrutar en esta tierra. Muchas
veces se piensa que uno podrá realmente ser feliz por poseer la infinidad de
artículos que nos vende esta sociedad de consumo. Pero cuando se posee todo,
contempla uno sus manos y su corazón y se siguen viendo vacíos. Los bienes
materiales podrán embotar nuestro espíritu y nuestro corazón, pero jamás
llegarán a saciar nuestras ansias de felicidad. Hoy la escritura nos habla de
un descendiente de David que, lleno del Espíritu de Dios, hará que en verdad
llegue la felicidad al hombre. Reintegrarnos a la paz con el Creador y con el
prójimo, vivir amando y siendo realmente amados, es lo que nos hará felices.
Pero esto no será posible mientras haya luchas fratricidas y egoísmos que nos
impidan tender la mano fraternalmente a nuestro prójimo. La felicidad brota del
amor que se hace realidad en nosotros. Y el Mesías nos ha traído el perdón y la
reconciliación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. Quien crea en Él
y acepte ese don de lo alto estará encontrando el verdadero sentido de la
existencia. Y no importa que nuestra vida parezca un tronco casi seco; de Él
puede hacer el Señor que brote un renuevo que, lleno de su Espíritu, colme
nuestras esperanzas de felicidad por habernos renovado en el amor, en la
verdad, en la justicia y en la paz. La Iglesia de Cristo debe propiciar la
defensa con justicia del desamparado, y la repartición equitativa de los bienes
para que los pobres lleven una vida digna. Los que pertenezcamos a ella no
podemos hacer daño a nadie, pues el amor debe ser el motor que impulse el
actuar del hombre de fe. A la luz de Cristo, aún los más violentos sabrán no
sólo convivir con los demás como hermanos, sino que, a imagen de Cristo,
pasarán haciendo el bien a todos.
Sal.
72 (71) Quien ha recibido el Espíritu de Dios no puede pasar haciendo el mal a
los demás. Si el Señor nos ha comunicado su juicio y su justicia es para que
salgamos en defensa de los pobres y actuemos justamente a favor de todos los
pueblos. La Iglesia, llena del Espíritu de Dios, ha de trabajar para que
florezca la justicia y reine la paz en la tierra era tras era. Quienes somos
miembros de la Iglesia del Señor debemos examinar con lealtad nuestra vida para
darnos cuenta si en verdad buscamos el bien de los demás, especialmente de los
más frágiles y pobres, o si en lugar de ser una bendición para ellos nos hemos
convertido en motivo de dolor, sufrimiento y muerte. Por eso debemos
preguntarnos: ¿De qué espíritu estamos llenos? Ojalá y del Espíritu de Dios.
Pero esa respuesta no puede darse sólo con los labios, sino de un modo vital:
con el corazón que, lleno de Dios, nos lleva a realizar obras buenas y toda una
vida entregada para el bien y la salvación de todos los que buscan, tal vez a tientas,
al Señor.
Lc.
10, 21, 24. En Jesús se han cumplido las esperanzas de los reyes, de los
profetas y de los antiguos padres. A nosotros nos ha tocado disfrutar de toda
la obra de salvación que Dios ofrece al hombre. El reino del mal ha sido
derrumbado, y el demonio ha caído como un rayo sobre la tierra. Quienes son de
Cristo lucharán constantemente con la fuerza del Espíritu de Dios en ellos para
que, en su paso por este mundo, ningún mal les haga daño. Quien ha aceptado la
revelación de Dios, manifestado a nosotros como el Amor que se hace cercanía
nuestra, posee la fuerza de Dios y, por su unión con Él podrá actuar no con el
poder de los hombres, sino con el poder del mismo Dios. Porque el Reino de Dios
ya está dentro de nosotros; porque las fuerzas del mal han sido derrotadas;
porque el hombre de fe convertido en comunidad de creyentes, asegura el paso
del Señor en la historia como salvación para todos, demos gracias a nuestro
Padre, Señor del cielo y de la tierra. Pero no sólo le hemos de dar gracias con
los labios, sino con una vida intachable que manifieste que, desde nosotros, el
Señor continúa ofreciendo a todos su amor, su salvación y su llamada a ser sus
hijos por nuestra unión a Aquel que, enviado por Él y hecho uno de nosotros, se
ha convertido en el único camino que nos conduce al Padre.
Ante
el Señor nos presentamos a celebrar esta Eucaristía, no con un corazón
altanero, sino con la sencillez de quien se siente amado por Dios. Él nos
comunica su Vida y su Espíritu para que, uniéndonos como hijos de un mismo Dios
y Padre, vivamos la unidad querida por Cristo, para que el mundo crea. Dios ha
salido al encuentro de todo hombre de buena voluntad, para ayudar al que se
encuentra sin amparo y salvar la vida al desdichado. Su Misterio Pascual, que
estamos celebrando, no sólo nos recuerda el amor que Dios nos tiene, sino que
también nos trae a la memoria el compromiso que tenemos de proclamar su amor a
todos los pueblos. Esa proclamación que nace de sabernos amados por Dios,
reconciliados y salvados por Él. Con la sencillez de los niños vengamos a Él,
no para hacer alarde de lo que tenemos, sino para reconocer que sin Él nosotros
nada podemos hacer. Al entrar en comunión de vida con el Señor, dejémonos
transformar por Él continuamente en hijos de Dios hasta lograr la perfección
que en Cristo tenemos como nuestro destino. Entonces no sólo nos llamaremos
hijos de Dios, sino que los demás sabrán que el Señor continúa en medio de
ellos, con toda su sencillez, con todo su amor, con toda su bondad y
misericordia mediante la Iglesia, comunidad de creyentes fieles en Cristo.
Dios
nos ha comunicado su Espíritu, que nos llena de sus dones para que seamos
constructores de un mundo que se renueve constantemente en el amor. Dios nos ha
manifestado su amor y su misericordia, no sólo para que lo contemplemos cercano
a nosotros, sino para que, participando de su misma vida, vayamos con la fuerza
de su Espíritu de amor en nosotros, a trabajar, especialmente con nuestro
testimonio, para que la vida del hombre tome un nuevo rumbo. Desde que el Hijo
de Dios tomó nuestra naturaleza, quienes lo aceptamos en nuestra vida no
podemos continuar viviendo sujetos al pecado, a la destrucción, a la muerte, al
egoísmo, a las injusticias. Dios vino como Salvador. Y esa es la misión que
hemos de continuar cumpliendo en la vida. Así, la Iglesia, unida a Cristo, será
la forma mediante la cual Dios siga revelándose como Padre amoroso y
misericordioso a quienes quieran recibirlo con la sencillez de los niños y de
los pobres. Que nuestra Iglesia sea un lugar de paz, de armonía, de convivencia
en amor fraterno. Que no hagamos daño a nadie, sino que pasemos haciendo el
bien a todos como Cristo nos ha enseñado.
Que
Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre,
la gracia de prepararnos para la venida de nuestro Señor Jesucristo, con una
vida intachable, humilde, sencilla; pero también con un amor fiel traducido en
buenas obras y en la proclamación del Evangelio desde nuestra propia vida.
Amén.
Reflexión
de Homilía católica
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