viernes, 20 de diciembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Sábado, 21 de Diciembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Sábado, 21 de Diciembre de 2013
Semana III° de Adviento
Feria - Blanco

LECTURA DEL CANTAR DE LOS CANTARES 2, 8-14
Aquí viene mi amado saltando por los montes, retozando por las colinas. Mi amado es como una gacela, es como un venadito, que se detiene detrás de nuestra tapia, espía por las ventanas y mira a través del enrejado.

Mi amado me habla así: “Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven. Mira que el invierno ya pasó; han terminado las lluvias y se han ido. Las flores brotan ya sobre la tierra; ha llegado la estación de los cantos; el arrullo de las tórtolas se escucha en el campo; ya apuntan los frutos en la higuera y las viñas en flor exhalan su fragancia.

Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven. Paloma mía, que anidas en las hendiduras de las rocas, en las grietas de las peñas escarpadas, déjame ver tu rostro y hazme oír tu voz, porque tu voz es dulce y tu rostro encantador”.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL  32, 2-3. 11-12. 20-21
R Demos gracias a Dios, al son del arpa.

Demos gracias a Dios, al son del arpa,
que la lira acompañe nuestros cantos;
cantemos en su honor nuevos cantares,
al compás de instrumentos alabémoslo /R

Los proyectos de Dios duran por siempre;
los planes de su amor, todos los siglos.
Feliz la nación cuyo Dios es el Señor;
dichoso el pueblo que escogió por suyo /R

En el Señor está nuestra esperanza,
pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo;
en el Señor se alegra el corazón y
en él hemos confiado /R .


EVANGELIO
EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS 1, 39-45

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Reflexión

Cant. 2, 8-14. Se acerca el Señor venido de Dios, pues es su Hijo unigénito, que viene a salvarnos.
Él se acerca a nosotros lleno de amor. No viene a destruirnos, sino a convertirse en el Dios-con-nosotros, que caminará delante nuestro hasta introducirnos en el gozo eterno.
A nosotros corresponde no sólo esperarlo con gran amor, sino prepararle el camino con un corazón sincero, y con obras y actitudes renovadas en el amor.
No podemos permanecer en el invierno estéril, que nos impida dar abundantes frutos de salvación, pues con el Sol que nace de lo alto se nos abre la posibilidad de iniciar un camino de justicia, de santidad, de bondad, de misericordia y de amor fraterno.
Dejemos que el Señor nos una a Él en una Alianza mucho más fuerte que la alianza matrimonial, de tal forma que, hechos uno con Él, podamos continuar su obra de salvación en el mundo.
El Señor nos habla al corazón para levantarnos del sepulcro de nuestros pecados, y para que vayamos hacia Él de tal forma que conociendo sus caminos, y hecha nuestra su Misión salvadora, después de haber experimentado en nosotros su amor misericordioso, vayamos como testigos suyos a través de la historia anunciando su Evangelio desde nuestra propia vida, haciéndolo llegar hasta las grietas de las peñas, hasta las montañas escarpadas y hasta el último rincón de la tierra procurando que todos puedan contemplar el rostro salvador del Señor, escuchar su voz y vivir comprometidos con su Palabra salvadora.

Sal. 33 (32). Dios tiene un proyecto de salvación sobre todo lo creado: Él quiere salvarnos, hacernos hijos suyos y hacernos participar de su Gloria eternamente. Y para llevar adelante este Plan de salvación nos envió a su propio Hijo, hecho uno de nosotros, para conducirnos sanos y salvos a su Reino celestial.
Alegrémonos porque el Señor nos ha escogido para que formemos parte de su Pueblo Santo. Entonémosle un cántico nuevo no sólo con instrumentos externos a nosotros; ni sólo con nuestra voz. Que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su Santo Nombre.
Confiemos siempre en el amor de Dios, pues Él jamás nos ha abandonado, a pesar de que muchas veces nuestro cántico ha sido un cántico destemplado a causa de nuestras maldades y pecados. Sin embargo, a pesar de como haya sido nuestra vida, el Señor nos vuelve a llamar para que en Cristo encontremos el perdón y el Camino que lleve a unirnos a Él eternamente.
Pongamos nuestra vida en manos del Señor, confiando en Él no sólo para que nos conceda cosas pasajeras, sino para que vivamos comprometidos con Él en la construcción de un mundo renovado cada vez más en Cristo Jesús.

Lc. 1, 39-45. A la pregunta sobre la razón de nuestra fe en el Señor, Cristo Jesús, debe corresponder el ponernos presurosos en camino para encontrarnos con aquellos en quienes sabemos se va formando la presencia del Salvador. Vamos a ellos como servidores afanosos, para colaborar, con todos los medios a nuestro alcance, en ayudarlos en su progreso espiritual. Y no vamos a nombre propio; es el Señor el que se hace cercano a los demás por medio nuestro, y los llena de su gozo y de su paz.
Dios nos ama como un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos. Él nos quiere con Él eternamente. Él siempre está dispuesto a perdonarnos y a levantarnos de nuestras miserias. Nuestra fe en Él no puede dejarnos al margen del servicio a nuestro prójimo, pues una fe sincera en Cristo se debe traducir en obras de amor.
Ojalá y seamos bienaventurados por creer que se cumplirá lo que se nos ha prometido de parte del Señor. Y creeremos realmente cuando, aceptando el perdón y la salvación que proceden de Dios, manifestemos con las obras que el Espíritu Santo nos ha llenado y nos conduce por el camino del bien.
Jesús Eucaristía, engendrado por obra del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia, nos llena de alegría y nos hace saltar de gozo por hacernos sentir amados por Dios.
En la Iglesia la Palabra de Dios continúa llegando a nosotros con toda su fuerza salvadora. Ojalá y no sólo llegue a nuestros oídos, sino que descienda hasta nuestro corazón donde, meditada a la luz del Espíritu Santo, vaya haciéndose realidad en nosotros.
El Señor se hace cercano a nosotros. Más aún: nosotros entramos en comunión de vida con Él mediante nuestra participación en la Eucaristía. Todo esto nos manifiesta que el Señor jamás ha dejado de amarnos, y que, a pesar de que los demás pudieran rechazarnos a causa de nuestras miserias y pecados, el Señor está siempre junto a nosotros amándonos, y llenándose de júbilo por nuestra causa.
Alegrémonos por este amor que Dios nos tiene y, suceda lo que suceda, jamás dejemos de confiar en Él.
Somos una Iglesia que el amor ha hecho peregrina hacia el encuentro de nuestro prójimo, para caminar, en comunión con él, al encuentro de nuestro Dios y Padre, unidos por un mismo Espíritu.
Nuestra fe nos debe hacer muy solícitos en el bien que hemos de procurar por los más pequeños, por los pobres, por los más desprotegidos. El Señor nos ha ungido con su Espíritu para que hagamos llegar la Buena Nueva de la Salvación a los pobres, a los enfermos, a los cautivos, a los ciegos y a los cojos. Mientras aquellos a quienes les anunciemos el Nombre del Señor no salten de alegría por haber recuperado su dignidad de hijos de Dios, y por llegar a ser reconocidos como hermanos nuestros, no podemos considerarnos realmente portadores de Cristo.
Aquel cuyas palabras produzcan miedo, y cuyas obras destruyan a su prójimo a causa de las injusticias o de cualquier actitud malévola, no puede decir que en verdad sea un enviado del Señor para buscar y salvar todo lo que se había perdido.
Seamos portadores de la salvación, de la alegría y de la paz; sólo así la Iglesia será reconocida como el auténtico Signo de Cristo que une a las personas con Dios, y que nos une a nosotros por medio del amor fraterno.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser una Iglesia auténticamente portadora de Cristo, para que todo aquel que se encuentre con el Señor por medio nuestro encuentre la salvación, la alegría y la paz verdaderas que tanto anhelamos todos. Amén.


Reflexión de Homilía católica

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