LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Lunes, 2 de diciembre
de 2013
Semana I° de Adviento
Feria – Morado
LECTURA DEL LIBRO DE
ISAÍAS 2, 1-5
Visión
de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén: En días futuros, el monte
de la casa del Señor será elevado en la cima de los montes, encumbrado sobre
las montañas, y hacia él confluirán todas las naciones. Acudirán pueblos
numerosos, que dirán: “Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios
de Jacob, para que él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus
sendas. Porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor”. Él
será el árbitro de las naciones y el juez de pueblos numerosos. De las espadas
forjarán arados y de las lanzas, podaderas; ya no alzará la espada pueblo
contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra. ¡Casa de Jacob, en marcha!
Caminemos a la luz del Señor.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL 121, 1-2. 4-9
R
Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
¡Qué
alegría sentí, cuando me dijeron:
“Vayamos
a la casa del Señor”! Y hoy estamos aquí,
Jerusalén,
jubilosos, delante de tus puertas /R
A ti, Jerusalén, suben las tribus, las tribus
del Señor,
según
lo que a Israel se le ha ordenado,
para
alabar el nombre del Señor /R
Digan
de todo corazón: “Jerusalén,
que
haya paz entre aquéllos que te aman,
dentro
de tus murallas y
que
reine la paz en cada casa” /R
Por
el amor que tengo a mis hermanos,
voy
a decir: “La paz esté contigo.
Y
por la casa del Señor,
mi
Dios, pediré para ti todos los bienes /R
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 8,5-11
En
aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le
dijo: “Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico y sufre
mucho”. Él le contestó: “Voy a curarlo”.
Pero
el oficial le replicó: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con
que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo
disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘¡Ve!’, él va;
al otro: ‘¡Ven!’, y viene; a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.
Al
oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: “Yo les
aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que
muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y
Jacob en el Reino de los cielos”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
HOMILIA
DEL PAPA FRANCISCO EN LA CASA SANTA MARTA
VATICANO,
02 Dic. 13 / 03:42 pm (ACI).- Prepararse para la Navidad con la oración, la
caridad y la alabanza: con un corazón abierto a dejarse encontrar por el Señor
que todo renueva: es la invitación hecha por el Papa Francisco en la Misa
presidida en la Casa de Santa Marta en este primer lunes del Tiempo de
Adviento.
Comentando
el pasaje del Evangelio del día en el que el centurión romano pide con gran fe
a Jesús la curación del siervo, el Santo Padre recordó que en estos días
"comenzamos un camino nuevo", un "camino de Iglesia… hacia la
Navidad". Vamos al encuentro del Señor, "porque la Navidad
-puntualizó- no es sólo una conmemoración temporal o un recuerdo de una cosa
bella":
"La
Navidad es algo más: nosotros vamos por este camino para encontrar al Señor.
¡La Navidad es un encuentro! Y caminamos para encontrarlo: encontrarlo con el
corazón, con la vida; encontrarlo viviente, como es Él; encontrarlo con fe. Y
no es fácil vivir con la fe. El Señor, en la palabra que hemos escuchado, se
maravilló de este centurión: se maravilló de la fe que él tenía. Había
emprendido un camino para encontrar al Señor, pero lo había hecho con fe. Por
esto no solamente él ha encontrado al Señor, sino que ha sentido la alegría de
ser encontrado por el Señor. Y este es precisamente el encuentro que queremos:
¡el encuentro de la fe!".
Y
más que ser nosotros los que encontramos al Señor, dijo, es importante
"dejarse encontrar por Él". "Cuando solamente somos nosotros los
que encontramos al Señor, somos nosotros –entre comillas, digámoslo– los dueños
de este encuentro; pero cuando nos dejamos encontrar por Él, es Él que entra
dentro de nosotros, es Él que renueva todo, porque ésta es la venida, aquello
que significa cuando viene Cristo: renovar todo, renovar el corazón, el alma,
la vida, la esperanza, el camino. ¡Nosotros estamos en camino con fe, con la fe
de este centurión, para encontrar al Señor y principalmente para dejarnos
encontrar por Él!".
El
Papa dijo que para esto es necesario un "¡Corazón abierto, para que Él me
encuentre! Y me diga aquello que Él quiera decirme, que no siempre es aquello
que yo quiero que me diga! Él es el Señor y Él me dirá lo que tiene para mí,
porque el Señor no nos mira a todos juntos, como a una masa. ¡No, no! Nos mira
a cada uno en la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así, abstracto:
¡es amor concreto! De persona a persona: El Señor, persona, me mira a mí,
persona. Dejarse encontrar por el Señor es justamente esto: ¡dejarse amar por
el Señor!".
En
este camino hacia la Navidad, concluyó, nos ayudan algunas actitudes: "la
perseverancia en la oración, rezar más; laboriosidad en la caridad fraterna,
acercarse más a aquellos que tienen necesidad; y la alegría en la alabanza del
Señor". Por lo tanto: "la oración, la caridad y la alabanza",
con el corazón abierto "para que el Señor nos encuentre"
Fuente: ACI Prensa
Reflexión
Is. 2, 1-5. Ciudad construida en
lo alto de un monte. Ojalá y sea contemplada como ciudad santa, ciudad de paz,
porque esas sean las notas características de sus habitantes. Ojalá y no se
dirija la mirada hacia ella para maldecirla por sus muchos pecados. De la
Ciudad santa salió la Palabra como Palabra salvadora, pues en ella Dios-Hombre
dio su vida por nuestra salvación. Quienes creemos en Él hemos depuesto las
armas y somos constructores de la paz, pues el amor de Dios ha sido infundido en
nuestros corazones, y nuestro caminar con el prójimo es un caminar en el amor
fraterno. Ya han desaparecido de nosotros las tinieblas del pecado, pues,
instruidos por el Señor, caminamos a su luz haciendo que surja un mundo nuevo
en el que reine la justicia, el amor y la paz. Llegada la plenitud de los
tiempos el Señor ha hecho que todos vuelvan su mirada hacia Jerusalén, pues
Dios ha querido atraer a todos hacia sí, cuando en Sión fue elevado para que
reinara en nosotros la nueva ley del Amor. Su Iglesia va propiciando en la
historia el Reinado de Dios entre los hombres. Ojalá y el Mesías Salvador que
nos ha sido dado como enviado del Padre y nacido de María Virgen, sea aceptado
en la fe por todos los hombres para que seamos constructores y no destructores
de la paz, y de la alegría de sentirnos hermanos entre nosotros, hijos de un
mismo Dios y Padre.
Sal. 122 (121). Ciudad de paz. A eso
está llamada a ser la Iglesia de Cristo. Nos alegramos porque muchos trabajan
por la paz; esa paz que nace del perdón y de la reconciliación sincera; esa paz
que brota de sabernos hermanos; esa paz que no nos eleva sobre los demás para
pisotearles sus derechos. Hay muchos signos de amor y de perdón. Hay muchos que
se comprometen a trabajar por el bien de los demás sin odios, sin fronteras,
sin marginaciones. Pero nos hemos de lamentar de muchos que son generadores de
violencia; incapaces de trabajar por el retorno de los malvados al camino del
bien, y que, en lugar de salvarlos, los condenan y los asesinan. Los verdaderos
creyentes en Cristo no podemos inventarnos un camino de salvación y
santificación del mundo al margen de los criterios de Cristo. Él nos dice que
nadie tiene amor más grande que aquel que da su vida por los que ama. Y no
podemos amar sólo a los que nos aman, o a los que nos hacen el bien; eso hasta
los paganos lo hacen. El Señor nos pide amar, incluso, a los que nos hacen el
mal, a los que nos maldicen y persiguen, para que lleguemos a ser perfectos,
como el Padre Dios es perfecto. Esforcémonos, guiados por el Espíritu Santo y
fortalecidos con la Gracia Divina, en ser los primeros constructores de paz. A
partir de ese momento la Iglesia se convertirá en un recinto en el que reine la
paz en cada casa y en cada corazón, y dará alegría encaminarse a ella para encontrarse
con una comunidad de hermanos, que se encaminan jubilosos hacia la Casa eterna
del Padre.
Mt. 8, 5-11. Contemplamos el
dolor, la enfermedad, la pobreza, el sufrimiento de muchos hermanos nuestros.
Hay enfermedades que marginan y confinan a quienes las padecen, como si fueran
unos malditos, unos parias a los que no deba uno acercarse por temor a
contaminarse. Pero no faltan signos de un servicio hecho, siempre con gran
amor, a aquellos que han sido despreciados; son gentes de las que nuestro mundo
no ha sido digno de recibirlas, pero que se acercaron a nosotros como signo de
una Realidad de amor que está más allá de nuestros ojos humanos. Aunque no
faltan aquellos que tratan de apagar la vida de los que consideran como una
carga familiar y social, de la que hay que deshacerse lo más pronto posible
mediante la eutanasia, o marginándolos en lugares lejos de la familia y de la
sociedad. El Señor nos quiere en camino para curar las heridas de la
enfermedad, del pecado, de la desesperanza, de la soledad, de la marginación,
del desprecio. No hemos sido enviados a apagar la fe y la esperanza de los demás,
sino a acercarnos a ellos para sentarlos a nuestra mesa, con la misma dignidad
a la que todos tenemos derecho, hasta que, algún día, todos seamos dignos de
entrar en la Casa eterna del Padre.
Hoy
el Señor nos reúne en torno a su Mesa para alimentarnos con el Pan de Vida. Nos
reúne sin distinción alguna, pues para Él todos tenemos el mismo valor, ya que
sus criterios son muy distintos a nuestros criterios mundanos. En Cristo
encontramos la reconciliación, la paz y una auténtica vida fraterna. Nuestras
reuniones sagradas han de provocar a todos a participar en ellas, no tanto por
acciones externas que sean atractivas, pero huecas de fe, sino porque aquí sea
posible encontrarse con una comunidad de hermanos, que acogen a todos con gran
amor y se preocupan de ellos, especialmente cuando, incluso los suyos, los ha
despreciado y abandonado. No somos dignos de estar en la casa del Señor, pero
Él quiere sanar las heridas que en nosotros ha abierto el pecado y el egoísmo.
Por eso, los que participamos de la Eucaristía, hemos de abrir nuestros
corazones a la acción salvadora de Dios; y, libres de nuestras opresiones, nos
hemos de poner al servicio de nuestro prójimo para hacerle siempre el bien,
amándole como Cristo nos ha amado a nosotros.
No
cerremos los ojos ante el dolor, ante el sufrimiento, ante el abandono, ante la
pobreza, ante las injusticias de que han sido víctimas muchas personas. El
Señor quiere que su Iglesia sea portadora de paz. Esa paz que se gana a brazo
partido; esa paz que reclama incluso nuestra propia sangre. Ante una humanidad
deteriorada por la maldad, pongámonos inmediatamente en camino para dedicarnos
a trabajar, con todos los medios posibles a nuestro alcance, para crear una
humanidad más sana, más justa, más fraterna y más en paz. No seamos portadores
de violencia. Trabajemos conforme a los criterios del Evangelio de Cristo, el
cual nos dice que no ha venido a condenarnos, sino a salvarnos. La Iglesia es
el vástago del Señor del que se esperan frutos de salvación y no de
condenación, ni de destrucción, ni de muerte. Vivamos comprometidos en hacer
siempre el bien a todos, de tal forma que en verdad pueda resplandecer, con
toda claridad, el Rostro salvador de Cristo Jesús en su Iglesia.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de trabajar constantemente en la construcción entre nosotros
del Reino de Dios, como un signo de unidad y de paz en el mundo entero. Amén.
Reflexión
de Homilía católica.
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