sábado, 17 de junio de 2017



LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Y REFLEXIÓN
SÁBADO 17 DE JUNIO DE 2017
X SÁBADO DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

2 Cor 5, 14-21; Sal 102; Mt 5, 33-37




ANTÍFONA DE ENTRADA

Te aclamamos, santa madre de Dios, porque has dado a luz al Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos.

ORACIÓN COLECTA

Señor Dios, concédenos a nosotros, tus siervos, gozar siempre de completa salud de alma y cuerpo, y, por la intercesión de la gloriosa siempre Virgen María, líbranos de las tristezas de esta vida y concédenos disfrutar de las alegrías eternas. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo "pecado" por nosotros.

De la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios: 5, 14-21

Hermanos: El amor de Cristo nos apremia, al pensar que si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
Por eso nosotros ya no juzgamos a nadie con criterios humanos. Si alguna vez hemos juzgado a Cristo con tales criterios, ahora ya no lo hacemos. El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado; ya todo es nuevo.
Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos confirió el ministerio de la reconciliación. Porque, efectivamente, en Cristo, Dios reconcilió al mundo consigo y renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es Dios mismo el que los exhorta a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios.
Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo "pecado" por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 102, 1-2. 3-4. 8-9. 11-12.
R/. El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios. R/.
El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura. R/.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. El Señor no estará siempre enojado, ni durará para siempre su rencor. R/.
Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia; como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien lo ama. R/.



ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Sal 118, 36. 29
R/. Aleluya, aleluya.

Inclina, Dios mío, mi corazón a tus preceptos y dame la gracia de cumplir tu voluntad. R/.

EVANGELIO

Les digo que no juren ni por el cielo ni por la tierra.

Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 33-37

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Han oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento. Pero yo les digo: No juren de ninguna manera, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es donde él pone los pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro uno solo de tus cabellos. Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Recibe, Señor, las oraciones de tu pueblo, junto con las ofrendas que te presentamos, para que, por la intercesión de santa María, la Madre de tu Hijo, ningún buen propósito quede sin realizarse y ninguna de nuestras súplicas quede sin respuesta. Por Jesucristo, nuestro Señor. Prefacio de Santa María Virgen.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Lc 11, 27

Dichoso el vientre de la Virgen María, que llevó al Hijo del eterno Padre.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Al recibir el sacramento celestial en la conmemoración de la santísima Virgen María, te pedimos, Padre misericordioso, que, a imitación suya, nos concedas ponernos dignamente al servicio del misterio de nuestra redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.



REFLEXIÓN

2 Co 5,14-21: Para Pablo, el modelo en todo momento de su agitada vida es Jesús: «nos apremia el amor de Cristo, que murió por todos». Es lo que le da ánimos para seguir actuando como apóstol a pesar de todo.
Pablo describe la obra de la reconciliación que realizó Cristo: con su muerte, hizo que todos pudiéramos vivir. «Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo». Y esto ha tenido dos consecuencias:
- todo es nuevo, todo ha cambiado de sentido, «el que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado»,
- y, además, a la comunidad cristiana, así reconciliada, le ha encargado el ministerio de reconciliar a los demás. Ministerio del que Pablo se siente particularmente satisfecho.
¡Qué hermosa la descripción del papel que juega en este mundo la Iglesia de Jesús: «nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar»!
Los cristianos estamos agradecidos por haber sido reconciliados por Cristo y haber sido hechos, por tanto, «criaturas nuevas», para que -como dice la Plegaria Eucarística IV del Misal, copiando el pensamiento de Pablo- «no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó».
Al mismo tiempo, nos sentimos convocados a servir de mediadores en la reconciliación de todos con Dios. Aunque esta mediación la ejerce la Iglesia sobre todo por sus ministros y pastores, es toda la comunidad la reconciliadora: «Toda la Iglesia, como pueblo sacerdotal, actúa de diversas maneras al ejercer la tarea de reconciliación que le ha sido confiada por Dios:
- no sólo llama a la penitencia por la predicación de la Palabra de Dios,
- sino que también intercede por los pecadores
- y ayuda al penitente con atención y solicitud maternal, para que reconozca y confiese sus pecados y así alcance la misericordia de Dios, ya que sólo él puede perdonar los pecados.
- Pero, además, la misma Iglesia ha sido constituida instrumento de conversión y absolución del penitente
- por el ministerio entregado por Cristo a los apóstoles y a sus sucesores» (Ritual de la Penitencia, n.8).
La Iglesia va repitiendo desde hace dos mil años: «en nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios». Deberíamos sentirnos orgullosos de este encargo como Pablo: «nosotros actuamos como enviados de Cristo y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro». Y eso, tanto a la hora de aprovechar nosotros mismos este don de Cristo -sobre todo en el sacramento de la Penitencia-, como a la de comunicar a los demás la buena noticia del amor misericordioso de Dios.
Después de participar en la Eucaristía, que es comunión con el Cristo que quita el pecado del mundo y se ha entregado para reconciliarnos con Dios, ¿somos signos creíbles de su amor en la vida de cada día? ¿somos personas que concilian y reconcilian, que ayudan a otros a conectar con Dios? ¿de veras «nos apremia el amor de Cristo»?
Después de la comunión, podríamos rezar lentamente, por nuestra cuenta, el salmo de hoy, un canto entrañable al amor de Dios (uno de los que más veces aparece en nuestras Eucaristías como responsorial): «el Señor es compasivo y misericordioso... él perdona todas tus culpas...».
 
Mt. 5, 33-37. Comprometidos con Cristo, con su Evangelio. Llamados por el Señor para anunciar a todo el mundo el Mensaje de Salvación. Pero antes que nada hemos de ser los primeros en adentrarnos en el Evangelio, para vivirlo con toda decisión.
No podemos vivir como burócratas del Evangelio. No podemos cumplir con el anuncio del mismo durante alguna catequesis, y después olvidarnos de que somos hijos de Dios. El Señor nos pide lealtad y un sí firme, seguro, comprometido. Quienes nos traten sabrán que se encuentran no con un espejismo engañoso, ni con arenas movedizas, sino con quienes, por medio de una vida íntegra, manifiestan que Dios realmente vive en nosotros.
Así, el que ha sido escogido y enviado por Dios para evangelizar va con sus obras, con su compromiso personal proclamando el amor que Dios nos tiene y cómo quiere salvarnos a todos.
Ante una vida íntegra no es necesario emitir juramentos, pues, finalmente seremos siempre dignos de crédito y jamás seremos considerados unos hipócritas.
En la Eucaristía, que estamos celebrando, se concretiza la vocación que el Señor nos hace para proclamar su Evangelio. Él es el Evangelio viviente del Padre. Él nos ha manifestado el amor de Dios; Él se ha hecho cercano al hombre que sufre; Él bajó hasta nuestros pecados para liberarnos de ellos mediante la entrega de su propia vida; Él proclamó el amor que el Padre Dios nos tiene; Él nos da su misma Vida y su mismo Espíritu.
Llegar ante el Señor y ser testigos de todo esto nos compromete a vivir conforme al ejemplo que Él nos ha dado.
A Eliseo Dios le llama cubriéndole con el manto del profeta Elías. A nosotros el Padre Dios nos hace entrar en comunión de vida con su propio Hijo, de tal forma que, revestidos de Cristo, no sólo anunciemos el Evangelio, sino que, junto con Él, seamos el Evangelio viviente que el Padre Dios sigue pronunciando en el mundo por medio de su Iglesia para la salvación de todos.
Retornaremos a nuestras actividades diarias. Vayamos con la fuerza y el poder del Espíritu que el Señor ha infundido en nuestros corazones.
Nuestro Padre Dios quiere prolongar el ministerio de su propio Hijo por medio de la Iglesia, Esposa de Cristo. Él nos ha escogido para que seamos suyos. Sin embargo esto no pude llevarnos a sentirnos amados por Dios y a vivir en un intimismo estéril.
El Señor nos quiere totalmente comprometidos con su Reino, de tal forma que, siendo coherentes con nuestra fe, colaboremos para que la salvación llegue a todos.
Seamos el Evangelio viviente del Padre, por nuestra unión a Cristo. No denigremos el Nombre de Dios entre las naciones cuando, anunciando el Evangelio de Cristo, en lugar de vivir como hijos de Dios, viviésemos destruyendo a los demás, despreciando a los pobres, escandalizando a los débiles.
Si somos de Cristo no lo digamos sólo con las palabras, sino que demostrémoslo con las obras y la vida misma.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir como verdaderos testigos del Evangelio de su Hijo, sostenidos por la Fuerza del Espíritu Santo. Amén.
 
Homilia.católica.com


No hay comentarios:

Publicar un comentario