miércoles, 28 de junio de 2017




LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MIÉRCOLES 28 DE JUNIO DE 2017
XII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

Gén 15, 1-12. 17-18; Sal 104; Mt 7, 15-20



ANTÍFONA DE ENTRADA Mal 2, 6

En su boca había una enseñanza verdadera y en sus labios no se halló maldad; me fue enteramente fiel y apartó a muchos del mal.

ORACIÓN COLECTA

Dios nuestro, que concediste al obispo san Ireneo consolidar felizmente la doctrina verdadera y la paz en la Iglesia, concédenos, por su intercesión, que renovados en la fe y en la caridad, nos esforcemos siempre en fomentar la unidad y la concordia. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo, e hizo una alianza con él.

Del libro del Génesis: 15, 1-12. 17-18

En aquel tiempo, el Señor se le apareció a Abram y le dijo: "No temas, Abram. Yo soy tu protector, y tu recompensa será muy grande". Abram le respondió: "Señor, Señor mío, ¿qué me vas a poder dar, puesto que voy a morir sin hijos? Ya que no me has dado descendientes, un criado de mi casa será mi heredero".
Pero el Señor le dijo: "Ése no será tu heredero, sino uno que saldrá de tus entrañas". Y haciéndolo salir de la casa, le dijo: "Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes". Luego añadió: "Así será tu descendencia". Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo.
Entonces le dijo: "Yo soy el Señor, el que te sacó de Ur, ciudad de los caldeos, para entregarte en posesión esta tierra". Abram replicó: "Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla?" Dios le dijo: "Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos de tres años; una tórtola y un pichón".
Tomó Abram aquellos animales, los partió por la mitad y puso las mitades una enfrente de la otra, pero no partió las aves. Pronto comenzaron los buitres a descender sobre los cadáveres y Abram los ahuyentaba.
Estando ya para ponerse el sol, Abram cayó en un profundo letargo, y un terror intenso y misterioso se apoderó de él. Cuando se puso el sol, hubo densa oscuridad y sucedió que un brasero humeante y una antorcha encendida, pasaron por entre aquellos animales partidos.
De esta manera hizo el Señor, aquel día, una alianza con Abram, diciendo: "A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates". 

Palabra de Dios. 
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 104, 1-2. 3-4. 6-7. 8-9.
R/. El Señor nunca olvida sus promesas.

Aclamen al Señor y denle gracias, canten sus maravillas a los pueblos. Entonen en su honor himnos y cantos y celebren sus portentos. R/.
Del nombre del Señor enorgullézcanse y siéntase feliz el que lo busca. Recurran al Señor y a su poder, y a su presencia acudan. R/.
Descendientes de Abraham, su servidor; estirpe de Jacob, su predilecto, escuchen: el Señor es nuestro Dios y gobiernan la tierra sus decretos. R/.
Ni aunque transcurran mil generaciones, se olvidará el Señor de sus promesas, de la alianza pactada con Abraham, del juramento a Isaac, que un día le hiciera. R/.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 15, 4. 5
R/. Aleluya, aleluya.

Permanezcan en mí y yo en ustedes, dice el Señor; el que permanece en mí da fruto abundante. R/.



EVANGELIO

Por sus frutos los conocerán.

Del santo Evangelio según san Mateo: 7, 15-20

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuidado con los falsos profetas. Se acercan a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?
Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos y un árbol malo no puede producir frutos buenos. Todo árbol que no produce frutos buenos es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los conocerán". 

Palabra del Señor. 
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Que te glorifique, Señor, el sacrificio que alegres te ofrecemos en la festividad de san Ireneo, y que nos obtenga amar la verdad, para que conservemos íntegra la fe de la Iglesia y afiancemos su unidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Jn 15, 4-5

Permanezcan en mí y yo en ustedes, dice el Señor; el que permanece en mí y yo en él, da fruto abundante.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Por estos sagrados misterios, te rogamos, Señor, que, en tu bondad, nos hagas crecer en la fe por la que gloriosamente murió san Ireneo, y que esa misma fe nos justifique también a nosotros, que con sinceridad la profesamos. Por Jesucristo, nuestro Señor.


 REFLEXIÓN

Gen. 15, 1-12. 17-18. Abram, por creer en la Palabra de Dios fue considerado por el Señor como justo. La fe que Abram deposita en Dios lo lleva a ser obediente a aquello que Dios le va indicando. Creerle a Dios y serle obediente es lo que el Señor espera de nosotros. Dios ha sacado a Abram de su tierra y su parentela con una intención especificada en el v. 7: Yo soy el Señor, el que te sacó de Ur, ciudad de los caldeos, para entregarte en posesión esta tierra. Cuando Dios nos pide caminar obedeciéndole a la luz de la fe, es porque quiere darnos en posesión los bienes definitivos. No importa que nuestra vida parezca no tener ya esperanza. Muchas veces el mal pudo encadenarnos; pero Dios envió a su propio Hijo para liberarnos de nuestras esclavitudes y elevarnos a la dignidad de hijos suyos. Y esto para que caminemos, no para que nos quedemos estacionados, anclados en lo pasajero. Nuestra vida de fe es vida de peregrinos; el final del camino es la Casa del Padre. No podemos llegar a ella en la soledad, sino en la unidad de un solo cuerpo, con la descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y como las arenas de las playas. Dios nos quiere con Él; y para eso ha sellado una alianza con nosotros; en esa Alianza Él es quien ha tenido la iniciativa, Él es quien ha salido a nuestro encuentro para hacernos partícipes de su Vida y de su Espíritu. Esta Alianza Padre-Hijo Encarnado (y en Él nosotros), se ha sellado con la sangre del Cordero inmaculado. Caminemos pues, a la luz de la fe y de la obediencia amorosa a nuestro Dios y Padre, tomando nuestra cruz de cada día y siguiendo las huellas de Jesús hacia la Glorificación eterna.
Sal. 105 (104). Dios jamás se arrepiente ni se olvida de sus promesas. El Pueblo de la antigua alianza sigue siendo su pueblo. Dios sigue ofreciéndole la salvación y la esperanza de la posesión de los bienes definitivos. No porque hayan rechazado el cumplimiento de las promesas en Cristo Jesús han quedado al margen de la salvación; no pueden, por ningún motivo, considerarse una raza, un pueblo maldito. Dios espera que algún día ellos, incluso en masa, abran su corazón y depositen su fe en Aquel en quien Dios nos dio la salvación y nos abrió las puertas de la patria eterna, esperada, contemplada en la fe por los Patriarcas. Quienes creemos en Cristo ¿estaremos también lejos de la fe y de la Patria eterna? no son las palabras, ni los sacramentos recibidos, sino las obras las que deben dar testimonio de la fe que realmente tenemos.
Mt. 7, 15-20. El profeta, aquel que no sólo proclama el Evangelio y lo explica magistralmente, sino aquel que ha hecho suya la Palabra y que ha permitido que sea sembrada en su corazón, y deja que dé fruto abundante de buenas obras, ese viene de Dios. Ese no hablará desde los libros ni de oídas, sino desde su experiencia personal del Señor. Ese podrá decir: El Señor dice esto y aquello otro; porque habrá oído al Señor y habrá hecho vida en sí mismo la Palabra de Dios. En cambio, el falso profeta viene a destruir al rebaño con su mal ejemplo, con sus actitudes y obras pecaminosas, aunque hable magistralmente acerca del Señor. No son sólo las palabras, sino especialmente las obras las que deben manifestar si realmente nos presentamos o no con la autoridad de Dios o si sólo lo hacemos a nombre propio.
El Señor en esta Eucaristía nos dice: Yo estoy contigo. Él vive en nosotros y nosotros en Él. Él va con nosotros y se convierte, para nosotros, en alimento de vida eterna. Él nos sigue amando, a pesar de nuestras miserias. Él quiere sacarnos de la poza cenagosa, quiere afianzar nuestro pies sobre roca firme y consolidar nuestros pasos. El Dios del amor no se ha convertido para nosotros en un espejismo engañoso. Su amor ha sido concreto, y hasta el extremo. Hoy celebramos ese amor en este Memorial de su Pascua. Él nos habla del amor del Padre; y no lo hace sólo con palabras, sino con sus obras y con su vida misma. Él nos invita a seguir ese camino de fe, de esperanza, de amor y de testimonio dado con nuestra propia vida. Él nos envía para cumplir su voluntad de amarlo a Él y amar a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios, de tal forma que no hayamos pronunciado inútilmente las palabras del Padre Nuestro: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Con espíritu de gran fe y con el compromiso de una fidelidad auténtica, aprendamos a decir Amén, aceptando amar y actuar a la altura de Cristo en nosotros.
Demos razón de nuestra esperanza en nuestra vida diaria. Los que creemos en Cristo no podemos pasar por la vida haciendo el mal. Dios quiere darnos en posesión la vida eterna, que es Él mismo. Ser hombres de fe significa aceptar en nosotros la alianza de ser y vivir como hijos de Dios. La vida moral del Cristiano manifiesta si en verdad habita o no el Señor en Él. Y la vida moral no es cuestión personal únicamente, sino social. Si nos conocerán por nuestros frutos, es porque, incluso con nuestra vida alimentamos la fe, la esperanza y el amor de nuestro prójimo. Pero si nuestros frutos son venenosos, aun cuando oremos piadosamente, y aparentemente abramos los oídos para escuchar la Palabra del Señor, seríamos como las aguas engañosas y traicioneras que ponen en peligro la vida, la seguridad y la salvación de los demás. Cristo nos llama no sólo para que lo honremos con los labios, sino con el corazón, con la vida que se abre a Él para que su Espíritu habite en nosotros, y así podamos producir abundantes frutos de salvación, obras buenas hechas de tal forma que, al verlas los hombres glorifiquen a nuestro Padre Dios que está en los cielos.
Roguémosle a Dios que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no sólo llamarnos hijos de Dios, sino serlo en verdad. Amén.

Homilia  catolica


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