martes, 27 de junio de 2017


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MARTES 27 DE JUNIO DE 2017
XII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO -A-
NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO.

Gén 13, 2. 5-18; Mt 7, 6. 12-14




ANTÍFONA DE ENTRADA

Te aclamamos, santa madre de Dios, porque has dado a luz al Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos.

ORACIÓN COLECTA

Señor nuestro Jesucristo, que en tu santísima Madre, la Virgen María, has querido darnos una madre dispuesta siempre a socorrernos, concédenos, por su intercesión maternal, experimentar en nosotros los frutos de tu redención. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Que no haya pleitos entre tú y yo, pues somos hermanos.

Del libro del Génesis: 13, 2. 5-18

Abram era muy rico en ganado, plata y oro. También Lot, que acompañaba a Abram, poseía ovejas, vacas y tiendas. La tierra no era suficiente para los dos y ya no podían vivir juntos, porque sus rebaños habían aumentado mucho. Hubo pleitos entre los pastores de Abram y los de Lot. (Además, los cananeos y los perezeos habitaban por entonces en el país).
Entonces Abram le dijo a Lot: "Que no haya pleitos entre tú y yo ni entre nuestros pastores, pues tú y yo somos hermanos. Tienes todo el país por delante. Sepárate de mí. Si te vas por la izquierda, yo me iré por la derecha; y si tú tomas la derecha, yo tomaré la izquierda".
Lot levantó los ojos y vio que todo el valle del Jordán, hasta llegar a Soar, era de regadío (esto sucedía antes de que el Señor destruyera a Sodoma y Gomorra); era como el paraíso o como la región fértil de Egipto. Entonces Lot escogió todo el valle del Jordán y se trasladó al oriente, y así se apartaron el uno del otro. Abram se estableció en Canaán, y Lot en las ciudades del valle, donde plantó sus tiendas hasta Sodoma. Los habitantes de Sodoma eran malvados y pecaban gravemente contra el Señor.
Después de que Lot se separó, el Señor le dijo a Abram: "Alza tus ojos y, desde el lugar en donde estás, mira hacia el norte y el sur, hacia el oriente y el poniente. Pues bien, toda la tierra que ves te la voy a dar a ti y a tus descendientes para siempre. Voy a hacer a tu descendencia tan numerosa como el polvo de la tierra: el que pueda contar el polvo de la tierra, podrá contar a tus descendientes. Anda, recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque te lo voy a dar a ti".
Y Abram fue a plantar sus tiendas en el encinar de Mambré, en Hebrón y construyó ahí un altar al Señor. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 14, 2-3ab. 3cd-4ah. 5
R/. ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?

El hombre que procede honradamente y obra con justicia; el que es sincero en todas sus palabras y con su lengua a nadie desprestigia. R/.
Quien no hace mal al prójimo ni difama al vecino; quien no ve con aprecio a los malvados, pero honra a quienes temen al Altísimo. R/.
Quien presta sin usura y quien no acepta soborno en perjuicio de inocentes, ése será agradable a los ojos de Dios eternamente. R/.



ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 8, 12
R/. Aleluya, aleluya.

Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida. R/.

EVANGELIO

Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes.

Del santo Evangelio según san Mateo: 7, 6. 12-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No den a los perros las cosas santas ni echen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes y los despedacen.
Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas.
Entren por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y amplio el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por él. Pero ¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que conduce a la vida, y qué pocos son los que lo encuentran!"

 Palabra del Señor. 
Gloria a ti, Señor Jesús.



ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Recibe, Señor, las oraciones de tu pueblo, junto con las ofrendas que te presentamos, para que, por la intercesión de santa María, la Madre de tu Hijo, ningún buen propósito quede sin realizarse y ninguna de nuestras súplicas quede sin respuesta. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I- V de Santa María Virgen (en las misas votivas: en la conmemoración), pp. 526-530 (527-531)

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Lc 11, 27

Dichoso el vientre de la Virgen María, que llevó al Hijo del eterno Padre.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Al recibir el sacramento celestial en la conmemoración de la santísima Virgen María, te pedimos, Padre misericordioso, que, a imitación suya, nos concedas ponernos dignamente al servicio del misterio de nuestra redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.

*San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor de la Iglesia,

San Cirilo, obispo de Alejandría (370-444), está íntimamente ligado con el Concilio de Éfeso, durante el cual fue condenado Nestorio, que le negaba a la Virgen María el título de Madre de Dios (431). Cirilo no era una persona especialmente amable, pero la posteridad lo ha aclamado como "el invencible defensor" y el cantor lírico de la maternidad de la Virgen María.
Del Común de pastores: para un obispo, pp. 896 (935) o del Común de doctores de la Iglesia, pp. 909 (948)

ORACIÓN COLECTA

Dios nuestro, que hiciste del obispo san Cirilo de Alejandría un invencible defensor de la maternidad divina de la santísima Virgen María, concede, a quienes la reconocemos como verdadera Madre de Dios, ser salvador por la encarnación de Jesucristo, tu Hijo. El que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.



REFLEXIÓN

Gen. 13, 2. 5- 18. A nosotros, descendencia de Jesús, no se nos ha prometido la posesión de una tierra temporal, sino la posesión de los bienes definitivos. Desde Cristo ya no podemos continuar considerándonos expulsados del paraíso, sino que hemos vuelto a Él, a la unión con Dios como Padre nuestro, pues por medio de Cristo hemos sido reconciliados con Él. Ahora a nosotros corresponde creer en Dios y dejar que Él lleve a cabo su obra salvadora en nosotros no conforme a nuestros planes, caprichos o imaginaciones, sino conforme a su voluntad. Sólo entonces nos dará en herencia la Patria eterna que Él ha preparado para nosotros. Es verdad que muchas veces el egoísmo, la avidez por los bienes pasajeros y el afán por el poder podrían ponernos unos en contra de los otros. Sin embargo siempre hemos de buscar caminos de solución para vivir como hermanos y no como enemigos. Efectivamente Jesucristo vino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido; pero vino también a reunir en un solo pueblo a los hijos de Dios que el pecado había dispersado. Demos testimonio del amor que Dios ha infundido en nosotros amándonos los unos a los otros como hermanos y viviendo hijos de un mismo Dios y Padre.
Sal. 15 (14). Es verdad que nuestro culto ha de ser siempre grato a Dios cuando lo realizamos con un amor verdadero hacia Él. Ese amor nos ha de llevar a estar atentos a su Palabra para dejarla tomar cuerpo en nosotros, convirtiéndonos así en un signo de su amor para todos los que nos rodean. Efectivamente, aquel que cree en Cristo y ha unido su vida a Él, no sólo proclamará el Evangelio con sus labios, sino que Él mismo se convertirá en un Evangelio viviente, pues a través de su persona los demás podrán experimentar el amor, la paz, la misericordia y la cercanía de Dios. Cuando nosotros no hagamos mal a nuestro prójimo; cuando con nuestra lengua a nadie desprestigiemos; cuando a nadie difamemos; cuando no seamos usureros con los demás ni nos dejemos sobornar por los poderosos, entonces seremos un signo del amor de Dios que continúa su obra salvadora por medio de su Iglesia en el mundo. Entonces seremos gratos al Señor, pues nuestra fe, alimentada en la oración, se vivirá como un compromiso concreto en la vida diaria y en las diversas situaciones sociales a las que tengamos que dar una respuesta de amor, de paz, de solidaridad y de misericordia desde nuestra fe en Cristo.
Mt. 7, 6. 12-14. Dios no nos creó para la condenación, ni se recrea en la muerte. Él nos llamó a la vida porque nos ama y quiere hacernos partícipes de su misma gloria. Para eso nos envió a su propio Hijo, para que quienes creamos en Él, en Él obtengamos el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Es verdad que muchas veces tendremos que enfrentar una variedad de tentaciones, que quisieran arrastrarnos por el camino del pecado; ante esas situaciones debemos reflexionar acerca de la sinceridad de nuestra fe en Cristo. No podemos vivir con hipocresías en nuestra relación con Dios, pues si llevamos una vida contraria a la fe que proclamamos lo único que estaremos propiciando será el que los demás se levanten en contra nuestra y nos destruyan. El Señor nos invita a renunciar, incluso, a nosotros mismos. Hemos, por tanto, de dejar a un lado todo aquello que obstaculice nuestra relación con Dios, o que destruya nuestra unión con el prójimo. Es verdad que hay muchas cosas a las que nos hemos acostumbrado, y que tal vez nos cueste demasiado abandonarlas; pero más nos vale entrar sin ellas en el Reino de los cielos que, junto con ellas ser arrojados lejos del Señor para siempre. Vivamos y caminemos en el amor, un amor que sea lo único que nos mueva especialmente en nuestro trato con los demás, de tal forma que si esperamos de los demás amor, cariño, respeto, comprensión y una auténtica convivencia en paz, o alguna otra cosa buena, que seamos los primeros en dar eso a ellos, pues hemos de tratar a los demás como queramos que ellos nos traten a nosotros.
Fijémonos en lo que el Señor ha preparado para nosotros pues, al recibirlo, después nosotros hemos de preparar lo mismo para Él. Y la forma de devolverle a Dios lo que Él ha puesto en nuestras manos será entregando a nuestro prójimo los dones que de Dios hemos recibido. Hoy el Señor nos reúne para sentarnos a su Mesa. No sólo nos ha entregado su Palabra que nos purifica, sino que también nos entrega su Vida y su Espíritu de tal forma que, unidos a Él y en Él hechos hijos de Dios, podamos llevar su Evangelio y su salvación al mundo entero. El Señor nos pide una continua purificación. Él siempre estará a nuestro lado para conducirnos por el camino del bien; nuestra apertura al Espíritu Santo hará que Él lleve a cabo su obra salvadora en nosotros hasta que se realice el plan de Dios en nosotros: que seamos conforme a la imagen de su propio Hijo. Vivamos, pues, esta Eucaristía como un compromiso de amor fiel al amor que Dios nos ha manifestado en su Hijo Jesucristo.
El Señor nos envía como evangelizadores al mundo entero para que su salvación llegue a todos. No podemos proclamar el Evangelio a los demás utilizando el mismo esquema para todos. Antes que nada hemos de saber a dónde llegamos y a quiénes nos dirigimos, pues el Evangelio no es algo que se venga a imponer a los demás conforme a las ideas del evangelizador, sino que es un acercar a Cristo al hombre en su contexto histórico para que desde su cultura se abra a la salvación. Hay muchos que, finalmente se encuentran sistemáticamente cerrados al Evangelio. Aun cuando no podemos dejar de esforzarnos en ganar a todos para Cristo, sin embargo nuestro empeño evangelizador no debe llevarnos hasta angustiarnos porque algunos se cierren a él, sino que hemos de saber que nosotros sembramos y Cristo es el único que dará el crecimiento, pues la obra de salvación no es nuestra sino de Él; nosotros sólo somos colaboradores del Evangelio. Más allá de nuestro esfuerzo evangelizador debe estar el testimonio de cada uno de nosotros, pues de nada aprovechará el proclamar el Nombre del Señor con los labios mientras nuestra vida haya tomado por caminos de maldad. Por eso procuremos ir por el camino estrecho del bien, de la rectitud, de la bondad, de la lealtad a nuestros compromisos de fe. Sólo cuando nuestras obras de amor manifiesten nuestra fe en Cristo podremos no sólo convertirnos en predicadores, sino en testigos del Evangelio para el mundo entero.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar con amor su Palabra, meditarla en nuestro corazón y ponerla en práctica para poder colaborar, de un modo especial con el testimonio de nuestra propia vida, en el esfuerzo evangelizador de toda la Iglesia. Amén.
Homilia  catolica.-


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