También yo, Señor, quiero salir
Cuando me digas “sal de ahí”,
quiero dejar la fría losa que me inmoviliza,
que me detiene en la oscuridad
y me recuerda que Tú ya no existes,
que pregona que, la nada o el absurdo,
serán mis acompañantes para siempre.
También yo, Señor, quiero salir.
Y, al verte conmovido porque ya no estaré muerto sino vivo,
darte las gracias porque, ante todo, me darás la vida Señor.
Porque, tus promesas, son más fuertes que la misma muerte,
porque tu fama, Señor, desde siempre me ha impresionado.
También yo, Señor, quiero salir.
Abandonando las vendas de la tiniebla y del llanto
para, después de resucitar, cantar eternamente tu gloria,
y con el resto de los que creen y esperan como yo,
enterrar las dudas y las desesperanzas,
sabiendo que Tú, Señor, tienes palabras de vida eterna.
También yo, Señor, quiero salir.
Pero, mientras no llegue ese momento,
guárdame en tu corazón, amigo y Señor,
no olvides que, mientras estuve y caminé en la tierra,
pensé en Ti, di gracias por haberte conocido,
cerré los ojos al mundo con el sueño de poder
escuchar un día: ¡AMIGO, SAL DE AHÍ!
Haz, Señor, que mientras asoma ese instante de partir,
cuando algunos lloren y otros recen por mí,
te siga amando con todo mi corazón, fuerza y afecto.
Amén.
P. Javier Leoz
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