LA EUCARISTÍA Y LA FAMILIA
"No os dejaré huérfanos" (Jn.14, 18)
II
En la presencia de Jesucristo encontramos, además, nuestra protección y salvaguardia. Jesús ha dicho: "no hagáis resistencia al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha preséntale también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto" (Mt.5,39-40).
Parece que Jesús aquí en la tierra no nos concede como cristianos más que un derecho, el derecho a la persecución y a la maldición de los hombres.
Pues bien, si se nos quita la Eucaristía, ¿a dónde iremos a pedir la fuerza que necesitamos para practicar tal doctrina?
Una vida así no sería soportable. Jesús nos habría condenado a insoportables galeras. ¿Podría Jesús rey abandonar a su pueblo, después de haberse empeñado con él en sangrienta guerra?
Tenemos, es cierto, la esperanza del cielo. Pero ¡aparece a nuestros ojos tan lejana esta recompensa! ¡Cómo! ¿En los veinte o cuarenta años que tenga que vivir en esta tierra de miserias habré de vivir tan sólo de una esperanza tan remota?
Mas el corazón tiene necesidad de un consuelo; necesita desahogarse con algún amigo.
Aunque quiera no podré hallar este amigo en el mundo. ¿A quién iré, pues? El que no tiene fe en la Eucaristía responde: "Abandonaré mi religión y abrazaré otra que me deje en completa libertad." Es lógico; no es posible vivir continuamente penando, sin gozar jamás de consuelo alguno, es imposible vivir sin Jesús.
Id, pues, a buscarle en su Sacramento. Él es vuestro amigo, vuestro guía, vuestro padre. El hijo que acaba de recibir un beso de su madre no es más feliz que el alma fiel que ha estado conversando con Jesús.
No comprendo que haya hombres que sufran sin tener una gran devoción a la Eucaristía; sin ella caerían en la desesperación. Y no es extraño, puesto que a san Pablo, dotado de gracias tan extraordinarias, se le hacía la vida pesada y fastidiosa. ¡Oh, sí, sin las presencia de Aquél que dice a las pasiones: "No subiereis más alto, no invadiereis la cabeza y el corazón de este hombre", se cae en la locura.
¡Qué bueno ha sido Jesús quedándose perpetuamente en la Eucaristía!
III
Su sola presencia disminuye el poder de los demonios, y les impide dominar como antes de la Encarnación. Por eso, desde la venida del Salvador, es escaso relativamente el número de los posesos; en los países infieles abundan más que en los nuestros, y el reinado del demonio se acrecienta a medida que disminuye la fe en la Eucaristía.
Y vuestras tentaciones tan terribles y furiosas algunas veces, ¿no se calman con frecuencia en cuanto entráis en una iglesia y os ponéis en relación con Jesús sacramentado? Entendedlo bien, Él es quien manda a las tempestades.
Jesús está con nosotros, y mientras haya un adorador sobre la tierra, estará con él para protegerle.
He aquí la explicación de la vida indeficiente de la Iglesia. ¿Se teme a los enemigos de la Iglesia? Pues es señal de falta de fe.
Pero es necesario honrar y servir a nuestro Señor en su sacramento. ¿Qué podría hacer un padre de familia a quien se menospreciase e insultase? Se marcharía del hogar.
Guardemos bien a Jesús y nada tenemos que temer. Si amamos a Jesús en la Eucaristía, si nos arrepentimos de nuestras faltas cuando con ellas le hemos causado alguna pena, no nos abandonará.
Lo esencial es que no le abandone yo primero, a fin de que pueda Él siempre decir: "Tengo una casa mía." Y cuando el fuerte armado custodia la casa, la familia descansa tranquila.
San Pedro Julián Eymard
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