lunes, 4 de abril de 2011

LA EUCARISTIA Y LA FAMILIA

LA EUCARISTÍA Y LA FAMILIA

"No os dejaré huérfanos" (Jn.14, 18)

II

            En la presencia de Jesucristo encontramos, además, nues­tra protección y salvaguardia. Je­sús ha dicho: "no hagáis resistencia al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha pre­sén­tale también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto" (Mt.5,39-40).
            Parece que Jesús aquí en la tierra no nos concede como cristianos más que un derecho, el de­recho a la persecución y a la maldición de los hombres.
            Pues bien, si se nos quita la Eucaristía, ¿a dónde iremos a pedir la fuerza que necesita­mos para practicar tal doctrina?
            Una vida así no sería soportable. Jesús nos habría conde­nado a insoportables galeras. ¿Podría Jesús rey abandonar a su pueblo, después de haberse empeñado con él en sangrienta gue­rra?
            Tenemos, es cierto, la esperanza del cielo. Pero ¡aparece a nuestros ojos tan lejana esta re­compensa! ¡Cómo! ¿En los veinte o cuarenta años que tenga que vivir en esta tierra de mise­rias ha­bré de vivir tan sólo de una esperanza tan remota?
            Mas el corazón tiene necesidad de un consuelo; necesita desahogarse con algún amigo.
            Aunque quiera no podré hallar este amigo en el mundo. ¿A quién iré, pues? El que no tiene fe en la Eucaristía responde: "Abandonaré mi religión y abrazaré otra que me deje en com­pleta li­ber­tad." Es lógico; no es posible vivir continuamente penando, sin gozar jamás de consuelo alguno, es impo­si­ble vivir sin Jesús.
            Id, pues, a buscarle en su Sacramento. Él es vuestro amigo, vuestro guía, vuestro padre. El hijo que acaba de recibir un beso de su madre no es más feliz que el alma fiel que ha estado con­ver­sando con Jesús.
            No comprendo que haya hombres que sufran sin tener una gran devoción a la Eucaristía; sin ella caerían en la desesperación. Y no es extraño, puesto que a san Pablo, dotado de gracias tan ex­traordinarias, se le hacía la vida pesada y fastidiosa. ¡Oh, sí, sin las presencia de Aquél que dice a las pasiones: "No subiereis más alto, no invadiereis la cabeza y el corazón de este hombre", se cae en la locura.
            ¡Qué bueno ha sido Jesús quedándose perpetuamente en la Eucaristía!

III

            Su sola presencia disminuye el poder de los demonios, y les impide dominar como antes de la Encarnación. Por eso, desde la venida del Salvador, es escaso relativamente el número de los po­se­sos; en los países infieles abundan más que en los nuestros, y el reinado del demonio se acre­cienta a medida que disminuye la fe en la Eucaristía.
            Y vuestras tentaciones tan terribles y furiosas algunas ve­ces, ¿no se calman con fre­cuencia en cuanto entráis en una iglesia y os ponéis en relación con Jesús sacramentado? Enten­dedlo bien, Él es quien manda a las tempestades.
            Jesús está con nosotros, y mientras haya un adorador sobre la tierra, estará con él para pro­te­gerle.
            He aquí la explicación de la vida indeficiente de la Iglesia. ¿Se teme a los enemigos de la Igle­sia? Pues es señal de falta de fe.
            Pero es necesario honrar y servir a nuestro Señor en su sa­cramento. ¿Qué podría hacer un padre de familia a quien se me­nospreciase e insultase? Se marcharía del hogar.
            Guardemos bien a Jesús y nada tenemos que temer. Si amamos a Jesús en la Eucaristía, si nos arrepentimos de nuestras faltas cuando con ellas le hemos causado alguna pena, no nos aban­do­nará.
            Lo esencial es que no le abandone yo primero, a fin de que pueda Él siempre decir: "Tengo una casa mía." Y cuando el fuerte armado custodia la casa, la familia descansa tranquila.

San Pedro Julián Eymard

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