lunes, 25 de abril de 2011

LECTURAS Y REFLEXION DE LA MISA DEL DIA MARTES 26 DE ABRIL DE 2011

Martes, 26 de Abril de 2011

MARTES
DE LA OCTAVA DE PASCUA

Conviértanse y háganse bautizar
en el Nombre de Jesucristo

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2, 36-41

El día de Pentecostés, Pedro dijo a los judíos:
«Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías».
Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?»
Pedro les respondió: «Que cada uno de ustedes se convierta y se haga bautizar en el Nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquéllos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar».
Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa.
Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.

Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL    32, 4-5. 18-20. 22

R.    La tierra está llena del amor del Señor.

La palabra del Señor es recta
y Él obra siempre con lealtad;
Él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor. R.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.

Nuestra alma espera en el Señor;
Él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en Ti. R.

SECUENCIA
Como el Domingo de Pascua, Misa del día



EVANGELIO

He visto al Señor y me ha dicho estas palabras

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 11-18

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?»
María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el cuidador del huerto, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo».
Jesús le dijo: «¡María!»
Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir, «¡Maestro!» Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: "Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes"».
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que Él le había dicho esas palabras.

Palabra del Señor.


 Reflexión

Hech. 2, 36-41. Terrible problema en el que estamos metidos. Dios ha constituido Señor y Mesías a Jesús de Nazaret. Pedro afirma esta realidad y nos la hace saber con toda certeza. Él ha sido testigo de la glorificación de Jesús a través de su muerte, resurrección y exaltación a la diestra del Padre Dios; Él sabe que Jesús es el Hijo amado en quien el Padre se complace. Muchos le rechazaron persiguieron y asesinaron. Pero los culpables no son los que históricamente efectuaron ese crimen. Pedro nos dice: Ustedes lo han crucificado. La responsabilidad pesa sobre toda clase de persona pecadora. y ¿quién está libre de pecado?
Dios, a pesar de esta responsabilidad que pesa sobre nosotros, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Preocupados por las consecuencias de nuestra maldad podemos preguntar, tal vez, como aquella gente: ¿Y ahora, qué tenemos que hacer?.
En primer lugar se nos hace un llamado al arrepentimiento, a la conversión aceptando que Jesús es el Mesías, Aquel en cuyo único Nombre podemos salvarnos. Esto nos debe llevar a renunciar a continuar rechazando a Cristo, y a no dejarnos dominar por los falsos dioses, como lo pueden ser el afán del poder, del dinero o de la satisfacción de intereses personales sin importarnos si para lograrlos necesitáramos pisotear la dignidad de nuestros hermanos. Este llamado es para todos, sean de la religión que sean, puesto que la Salvación no es para un grupo determinado, sino una oferta que Dios hace a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares.
En seguida se nos pide abrir las puertas de nuestra vida al Redentor para que habite en nosotros. Esto sólo será posible a través del bautizo en su Nombre, lo cual indica que nos sumergimos en el Hijo de Dios para participar de su Vida y de su Espíritu, llegando así, junto con Él, a ser hijos de Dios.
Así, sólo así, serán perdonados nuestros pecados, seremos reconciliados con Dios y hechos hijos suyos. A esto mira nuestra vocación.
Finalmente recibiremos el Espíritu Santo, que nos hará criaturas nuevas para no volver ni a traicionar a Cristo, ni a volver a los falsos dioses; entonces seremos testigos fidedignos, tanto por nuestras palabras como por nuestras obras y nuestra vida misma, del Resucitado que nos amó hasta entregarse por nosotros.
Esta es la invitación que recibimos para que nuestra fe en Cristo se renueve y no se quede en una fe muerta, sino que manifieste su vitalidad por nuestras buenas obras, a través de las cuales pasemos haciendo el bien a nuestros hermanos.

Sal. 33 (32). El Señor tiene compasión de su pueblo, y ha enviado su Palabra que, haciéndose uno de nosotros, nos manifiesta el amor providente de Dios para aquellos que lo temen y en su bondad confían.
Cristo Jesús es la cercanía de Dios con nosotros. Puesto que Él ama la justicia y el derecho, ha venido a nosotros para enseñarnos a ir por ese camino, de tal forma que seamos gratos a Dios y, así, la tierra se llene de sus bondades.
A nosotros corresponde aceptar, con gran fe, esa Vida que Dios nos ofrece. Entonces podremos construir realmente un mundo que se desarrolle en la civilización del amor, convirtiéndose en un signo del Reino de Dios entre nosotros.

Jn. 20, 11-18. ¡Lo que alcanza el amor! Los discípulos sólo vieron el sepulcro vacío y creyeron en la resurrección de Cristo. María Magdalena piensa que se han robado el cadáver de Jesús y permanece llorosa junto a la tumba abierta y vacía. El Apóstol Juan nos hablará de un acontecimiento que, como prueba irrefutable, se convertirá en el testimonio de algo vivido por María Magdalena, que viene a demostrar la mentira sobre el robo del cadáver, difundida por los soldados silenciados por el soborno de los Sumos sacerdotes para que no dijesen la verdad acerca de la resurrección de Jesús.
María Magdalena contempla a Jesús; no lo reconoce, pues Él ya está glorificado. No puede vérsele sino a través de su entrega por nosotros que lo hace ser no tanto nuestro Maestro, sino el Señor de todo lo creado. María reconoce a Jesús cuando éste la llama por su nombre. Esta frase, de gran importancia, encierra lo que es la respuesta de fe del verdadero discípulo de Jesús, quien, al apropiarse la imagen del Buen Pastor, dijo respecto a sus ovejas: Yo las conozco, las llamo por su nombre, ellas me conocen y escuchan mi voz.
A Cristo, resucitado, Señor nuestro, lo contemplamos no por exterioridades. Por eso, las manifestaciones de nuestra fe no pueden consistir únicamente en exterioridades, como el abrazarle los pies, el arrodillarnos ante Él, el cantarle con sentimentalismos. Hay que superar esa forma de honrar a Cristo y aceptémoslo como lo que es en realidad: Aquel que ha sido constituido Señor y Mesías por su fidelidad, por su entrega, por su obediencia hasta la muerte y muerte de Cruz, y que nos pide seguir sus huellas.
En la Eucaristía la fe nos ha traído no a encontrarnos con la tumba vacía; hemos venido a contemplar a Cristo, a escuchar su palabra, a ser testigos del amor que nos tiene, tan grande, que ha dado la vida por nosotros para que, liberados del pecado vivamos, unidos a Él, como hijos de Dios.
Los que participamos de la celebración Eucarística adquirimos el compromiso de entrar en Comunión de Vida con el Resucitado. Antes debimos habernos arrepentido de nuestros pecados, para que sumergidos en la Vida Divina y llenos del Espíritu Santo vivamos no sólo fieles a Cristo, sino también como hijos en el Hijo para alabar a Dios, y para convertirnos en testigos de Aquel que se nos ha hecho encontradizo para enviarnos a proclamar su amor en todos los momentos, circunstancias y ambientes de nuestra vida.
No podemos quedarnos contemplando a Cristo abrazados a sus pies. Hay que amarlo sirviéndolo en nuestros hermanos; el camino de Jesús hemos sido nosotros, a quienes Él ha liberado de la esclavitud del pecado, a quienes ha socorrido, alimentado, sanado y levantado. Ese es el mismo camino de la Iglesia, que, al entrar en una relación personal con Cristo en la oración, siente el santo impulso de ir a vivir siguiendo el mismo camino de su Señor.
Hay que cumplir con aquel: Ve a decirle a mis hermanos. Contarles con las palabras, con las obras, con la vida misma que Dios es no sólo nuestro Dios sino, especialmente, nuestro Padre, y que para subir a Él hay que seguir las huellas del amor comprometido que nos señaló Cristo Jesús, su Hijo y hermano nuestro.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser sus testigos alegres, que lleven su Salvación, y no la tristeza ni el sufrimiento, a los demás. Que el Espíritu del Señor impulse y fortalezca nuestra vida de fe y de testimonio del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, su Hijo y hermano nuestro. Amén.

Reflexión de Homiliacatolica. com
Fuente: celebrando la vida . com

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