martes, 25 de abril de 2017



LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MIERCOLES 26 DE ABRIL DE 2017
SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

Hech 5,17-26; Sal 33; Jn 3,16-21


ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Sal 17, 50; 21, 23

Te alabaré, Señor, ante las naciones y anunciaré tu nombre a mis hermanos. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Al conmemorar cada año los misterios por los que devolviste a la naturaleza humana su dignidad original y le infundiste la esperanza de la resurrección, te suplicamos, Señor, confiadamente, que en tu clemencia, nos concedas recibir con perpetuo amor lo que conmemoramos llenos de fe. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Los hombres que habían metido en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 5, 17-26

En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido, que eran los saduceos, llenos de ira contra los apóstoles, los mandaron aprehender y los metieron en la cárcel. Pero durante la noche, un ángel del Señor les abrió las puertas, los sacó de ahí y les dijo: "Vayan al templo y pónganse a enseñar al pueblo todo lo referente a esta nueva vida". Para obedecer la orden, se fueron de madrugada al templo y ahí se pusieron a enseñar.
Cuando llegó el sumo sacerdote con los de su partido convocaron al sanedrín, es decir, a todo el senado de los hijos de Israel, y mandaron traer de la cárcel a los presos. Al llegar los guardias a la cárcel, no los hallaron y regresaron a informar: "Encontramos la cárcel bien cerrada y a los centinelas en sus puestos, pero al abrir no encontramos a nadie adentro".
Al oír estas palabras, el jefe de la guardia del templo y los sumos sacerdotes se quedaron sin saber qué pensar; pero en ese momento llegó uno y les dijo: "Los hombres que habían metido en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo".
Entonces el jefe de la guardia, con sus hombres, trajo a los apóstoles, pero sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9

R/. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor. Aleluya.

Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor que se alegre su pueblo al escucharlo. R/.
Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder. Cuando acudí al Señor, me hizo caso y me libró de todos mis temores. R/.
Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias. R
Junto a aquellos que temen al Señor el ángel del Señor acampa y los protege. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor. Dichoso el hombre que se refugia en él. R

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 3, 16
R/. Aleluya, aleluya.

Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que el que crea en él, tenga vida eterna.

R/. Aleluya.

EVANGELIO

Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.

Del santo Evangelio según san Juan: 3, 16-21

Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Dios nuestro, que por el santo valor de este sacrificio nos hiciste participar de tu misma y gloriosa vida divina, concédenos que, así como hemos conocido tu verdad, de igual manera vivamos de acuerdo con ella. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I- V de Pascua, p. 499-503 (500-504).

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Jn 15, 16. 19

Yo los elegí del mundo, dice el Señor, y los destiné para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Señor, muéstrate benigno con tu pueblo, y ya que te dignaste alimentarlo con los misterios celestiales, hazlo pasar de su antigua condición de pecado a una vida nueva. Por Jesucristo, nuestro Señor.

REFLEXION

Hech. 5, 17-26. Por medio del Bautismo Dios ha querido unirnos a su Hijo único. En Cristo hemos sido hecho partícipes de la misma vida de Dios, y su Espíritu habita en nosotros como en un templo.
Así podemos decir que la Iglesia continúa la obra salvífica de Jesús en la historia. Participando de la vida y de la Misión de Jesús, su Iglesia no escapa de la persecución y de la muerte. Finalmente el signo de la Cruz de Cristo sigue siendo la máxima prueba de amor que la Iglesia no sólo anuncia, sino vive cada día en favor de todos; y este testimonio no podemos darlo llenos de angustia, sino llenos de alegría por saber que hemos unido nuestra vida a la de Aquel que nos amó y se entregó por nosotros.
Muchos querrán tal vez hacernos enmudecer; sin embargo, estemos donde estemos, aprovechando cualquier oportunidad, hemos de ponernos a enseñar al pueblo todo lo referente a la Nueva Vida, a la Buena Nueva sobre Jesús. Este anuncio valiente, decidido y audaz no procede de nuestro espíritu, muchas veces timorato, sino de la fuerza del Espíritu de Dios en nosotros, que nos hace actuar libres de nuestros temores, y confiados, no en nosotros, sino en Dios.
Ante la fidelidad a la Misión que Dios nos confía no podemos esperar para mañana. Anunciar a Jesucristo y hacer el bien como Él lo ha hecho con nosotros debe despertarnos de nuestro sueño y liberarnos de las cárceles y cadenas de nuestros egoísmos para proclamar a Cristo a tiempo y destiempo, pues nosotros, por voluntad de Dios, para eso hemos nacido y venido al mundo: para dar testimonio de la Verdad con las obras y con las palabras.
 
Sal. 34 (33). Parece como que nos encontramos ante el Magnificat pronunciado por María. Dios no ha cerrado sus oídos ante el clamor de los pobres. Dios se ha hecho cercano a nosotros al hacer suya nuestra naturaleza humana.
Pero nosotros, tal vez por ese afán de no querernos comprometer con Él ni querer comprometernos con los demás hemos desfigurado la imagen de Cristo y de su Iglesia para que queden muy lejos de nosotros.
A Aquel pobre de Nazaret lo hemos despojado de su servicio, de su cercanía a todos, de su preocupación por los pobres, por los pecadores y por los que sufren; lo hemos despojado de su amor hasta el extremo y lo hemos llenado de coronas y mantos de oro, y lo hemos sentado en un trono ricamente adornado para que se quede tranquilo, y sus palabras y ejemplo ni nos molesten ni nos acicateen para trabajar por su Reino de servicio y de amor fraterno.
A su Iglesia la hemos desfigurado haciéndola semejante a la imagen falsa que de Jesús nos hemos formado. En lugar de servir buscamos ser servidos y brillar para deslumbrar, no para iluminar el camino de nuestro prójimo. Iglesia lejana al hombre, Iglesia lejana a la salvación que se le ha confiado.
El Señor nos pide que seamos un signo creíble de Él de tal forma que Él, por medio de su Iglesia, siga liberándonos de nuestros pecados, de nuestras angustias de nuestros temores. No decepcionemos a quienes buscan al Señor; que por culpa nuestra no se vayan renegando, ni tristes, ni decepcionados; sino que, desde nosotros experimenten qué bueno es el Señor para con todos, pues el Poderoso quiere seguir haciendo obras grandes por medio de su Iglesia. Vivamos a fondo nuestro compromiso de fe con el Señor.
 
Jn. 3, 16-21. Dios ha cumplido su parte en la nueva y definitiva Alianza con nosotros, comprometiéndose a ser nuestro Padre y nosotros comprometiéndonos a ser sus hijos. Esta aceptación en la fe se ha concretizado en nosotros por medio del Bautismo, y se ha sellado con la Sangre del Hijo de Dios hecho uno de nosotros. Así vemos la Misión del Hijo de Dios como el signo más grande que Dios pudo darnos de su amor, manifestándonos la voluntad que tiene de que todos nos salvemos. Y salvarnos es la vocación que nos ha dado para que estemos con Él eternamente. ¿Para que sólo lo contemplemos eternamente? San Juan nos da la respuesta: Hermanos queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que , cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es.
Por eso la urgencia de que aceptemos al Espíritu Santo y nos dejemos conducir por Él, ya que sólo con Él, unido a nuestra vida, seremos capaces de entrar en contacto con una Realidad que está muy por encima de lo que nosotros somos. Sin Él estamos rechazando la luz y la salvación. Y quien aborrece la luz y quiere seguir bajo la esclavitud del pecado, y obrando el mal, está indicando su obcecación que le impide ser y vivir como hijo de Dios, como hijo de la Luz.
En la Eucaristía vivimos el momento de la entrega del Hijo de Dios para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Nuestra presencia ante Dios no puede ser parte de una costumbre, ni de una tradición, ni del huir, ni del querer desembarazarnos por un momento de los problemas familiares, laborales o sociales y estar, siquiera por un momento, en un remanso de paz.
La Eucaristía no es un huir de nuestras responsabilidades. Tal vez en lugar de encontrar la paz salgamos más inquietos porque habremos descubierto, bajo la luz de Cristo, que hay mucho trabajo por delante para darle un nuevo rumbo a nuestra vida personal, familiar o social; y que todo esto está reclamando no sólo nuestras oraciones, sino también nuestro trabajo a favor del Reino.
La razón de encontrarnos con el Señor es el querer dejar nuestras obras malas, y volver a caminar no sólo en la luz, sino haciendo realidad aquella encomienda del Señor: Ustedes son la luz del mundo; brillen vuestras obras de tal forma ante los hombres, que viéndolas, glorifiquen a su Padre que está en los cielos.
En la Eucaristía reforzamos nuestra comunión con Cristo y retomamos, con mayor generosidad, el compromiso de obrar el bien conforme a la verdad; y ese obrar el bien es pasar haciendo el bien a todos los que nos rodean.
Finalmente, seremos un signo de la Pascua de Cristo que levanta a los decaídos, conforta a los abatidos, socorre a los necesitados y devuelve la paz a los que la habían perdido.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que en verdad, como ella, seamos portadores de Cristo, Luz que alumbra a todas las naciones, y que nos conduce a la Paz, siguiendo las huellas de amor y entrega en favor de todos que nos ha dejado el Redentor. Amén.

Homilia catolica.-

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