miércoles, 23 de febrero de 2011

LECTURAS Y REFLEXION DE LA MISA DEL MIERCOLES 23 DE FEBRERO DE 2011


Dios ama a los que aman la sabiduría

Lectura del libro del Eclesiástico 4, 11-19

La sabiduría encumbra a sus hijos
      y cuida de aquellos que la buscan.
El que la ama, ama la vida,
      y los que la buscan ardientemente serán colmados de gozo.
El que la posee heredará la gloria,
      y dondequiera que vaya, el Señor lo bendecirá.
Los que la sirven rinden culto al Santo
      y los que la aman son amados por el Señor.
El que la escucha juzgará a las naciones
      y el que le presta atención habitará segur.
El que confía en ella la recibirá en herencia
      y sus descendientes también la poseerán.

Al comienzo, ella lo conducirá por un camino sinuoso.
      le infundirá temor y estremecimiento
y lo hará sufrir con su disciplina,
      hasta que tenga confianza en él
      y lo haya probado con sus exigencias.
Después, volverá a él por el camino recto,
      lo alegrará y le revelará sus secretos.
Si él se desvía, ella lo abandonará
      y lo dejará librado a su propia caída.

Palabra de Dios.
Te alabamos Señor.





SALMO RESPONSORIAL   118, 165. 168. 171-172. 174-175

R.   ¡Tu ley es mi alegría, Señor!

Los que aman tu ley gozan de una gran paz,
nada los hace tropezar.
Yo observo tus mandamientos y tus prescripciones,
porque Tú conoces todos mis caminos.  R.

Que mis labios expresen tu alabanza,
porque me has enseñado tus preceptos.
Que mi lengua se haga eco de tu promesa,
porque todos tus mandamientos son justos.  R.

Yo ansío tu salvación, Señor,
y tu ley es toda mi alegría.
Que yo viva y pueda alabarte,
y que tu justicia venga en mi ayuda.  R.








EVANGELIO

El que no está contra nosotros está con nosotros


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos  9, 38-40

Juan le dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros».
Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros».


Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.





Reflexión

Eclo. 4, 12-22. La Sabiduría de Dios se hace amiga de los hombres. Hoy se nos dice que se convierte en maestra de los hombres. Escuchándola, y haciéndole caso, uno se hace amigo de Dios, y recibirá la bendición del Señor en todo lo que emprenda. Cuando uno se confía a ella, la Sabiduría le pone a prueba para calar si su confianza es o no verdadera. Si la prueba es superada, entonces ella le revelará sus secretos; pero si no le hace caso, ella lo abandonará y lo dejará seguir su camino de perdición. No es malo aspirar a tener con nosotros la Sabiduría de Dios; al contrario, es lo mejor que podemos desear para conocer a Dios y amarlo en verdad. Malo es querer utilizar la Sabiduría para nuestros propios intereses, y querer brillar personalmente a costa de ella conforme a lo que el Señor quiera manifestarnos sobre el Camino que nos conduce a Él. De acuerdo a esta gracia del Señor podemos hablar cosas muy grandiosas acerca del Señor y de la forma de ir a Él. Si nosotros no los primeros en ir por ese camino, de nada nos aprovechará el gran amor que Dios nos haya manifestado. Antes de que el Señor nos llame para que seamos sus testigos ante los demás, nos llama a que estemos con Él, a que lo conozcamos, a que lo amemos y vivamos nuestro compromiso personal con Él; después vendrá el testimonio ante los demás de acuerdo a lo que hayamos oído, a lo que hayamos visto con nuestros ojos y lo que hayamos contemplado y hayan tocado nuestras manos acerca de la Palabra de la vida. Mientras no tengamos esa experiencia personal del Señor nuestra vida no tendrá la autoridad suficiente para ayudar a los demás a ir a su propio encuentro personal con Él, ya que la fe se expresa, antes que con los labios, con las buenas obras que dan testimonio de la presencia del Señor en nosotros.

Sal. 119 (118) La Ley fue el camino que unía al hombre con Dios, ya que al haberla dado Dios a Moisés el Señor se comprometió a salvar, por ese camino, a todo aquel que la cumpliera. Esa persona disfrutaría de la paz y no tendría tropiezos en la vida: Por eso aquel que quisiera alabar a Dios debería dejarse ayudar por la Ley del Señor. Jesucristo no ha venido a abolir la Ley sino a darle plenitud. Desde Cristo ya no somos conducidos por la Ley sino por la Gracia. Nuestra fe se basa en la persona de Jesús, y nuestra salvación está aceptarlo y en amarlo e identificarnos con Él. Sólo quien viva unido a Él, como las ramas están unidas al tronco, tendrá la salvación. Sin embargo, de nada nos serviría decir que vivimos unidos a Él si no cumplimos sus mandatos; sería tanto como tener cerrados los oídos para no escuchar la voz del Señor y evitar vivir de acuerdo a sus enseñanzas. Por eso el Señor nos dice: Quien me ama cumplirá mis mandatos; a ese vendremos mi Padre y Yo y haremos en él nuestra morada.

Mc. 9, 38-40. En el Evangelio el Señor nos invita a no vivir en un grupo cerrado desde el que se quiera monopolizar al Salvador y a la salvación. Los que nos gloriamos en ser discípulos de Cristo y de formar su Iglesia tenemos la más alta responsabilidad de ser sus testigos dejando de pensar que por sólo pronunciar el Nombre Divino nos vamos a salvar. Antes que nada es una vida congruente con nuestra fe lo que indica si no sólo de palabra sino de hecho pertenecemos al Señor. Además del amor a Dios y del culto que le tributemos hemos de escuchar su voz y ponerla en práctica; hemos de amar a nuestro prójimo y servirlo sin fronteras, sin elitismos, sin divisiones. Nadie puede decir que tiene los derechos de autor sobre Dios y que, por tanto, los demás no pueden acceder a Él sino por medio de su grupo. Nos dice la Iglesia en uno de sus Documentos: Para que los cristianos puedan dar con fruto su testimonio de Cristo, deben unirse con los hombres de las diversas culturas con antiguas tradiciones religiosas, y descubrir gozosa y respetuosamente las semillas del Verbo latentes en ellas. Todo aquel que haga el bien en el Nombre del Señor, aun cuando sea sólo dar un vaso de agua fresca a los sedientos, no quedará sin su recompensa. No apaguemos el Don del Espíritu de Dios en aquellas mechas que aún humean, ni terminemos de arrancar la caña resquebrajada por el viento. Más bien tratemos de que la plenitud de la Vida de Dios llegue a todas las personas, sabiendo que en todos Dios ha conservado algunos elementos que pueden ser el principio de nuestra apertura total al Evangelio.
En esta Eucaristía nos hemos reunido para vivir con el Señor los momentos más importantes de nuestro día. No sólo escuchamos su voz, somos también testigos de la forma en que nos sigue amando. Él no juzga a quienes hemos acudido para encontrarnos con Él. Cada uno sabe cómo está su conciencia ante Él; sin embargo, independientemente de razas, de sexos o de condiciones sociales, Él nos ha recibido y nos está manifestando cuánto nos ama. Sin embargo, el compromiso nuestro es saber escucharlo para que nuestra amistad con Él no sea sólo venir a que Él nos escuche y nos conceda lo que le pedimos. ¿De qué nos serviría conocer la grandeza de sus palabras, de qué nos serviría ser testigos del amor sin distinción que nos tiene si después nosotros no vivimos conforme a ese mismo estilo de vida?
El Señor espera de nosotros que seamos constructores de unidad y nunca de división; que vivamos el amor sin fronteras y no hagamos de nuestra comunidad o de nuestros grupos apostólicos lugares cerrados y encerrados en sí mismos. Una Iglesia sólo para un sector de la sociedad; un grupo apostólico no abierto a toda clase de personas no puede llamarse Iglesia, sino secta que da una respuesta muy corta a la expectativa del Señor cuando nos pide vivir como hermanos y trabajar juntos por su Reino. Es cierto que tenemos que trabajar para que quien no conoce a Cristo primero lo conozca y lo ame, para después poderlo anunciar tanto con su vida, como con sus obras, y con sus palabras. Sin embargo no podemos convertirnos en los únicos y eternos maestros de los demás, sin jamás dar a otros la oportunidad de trabajar junto con nosotros a favor del Reino de Dios. No desconozcamos los dones que, a manos llenas, ha derramado Dios en el corazón de todos. Lo único que hemos de hacer es buscar descubrir esos dones como el que busca un tesoro en el campo. Y, una vez descubiertos, reconocerlos y alegrarnos por ello, sabiendo que, con la diversidad de carismas, y en la unidad de un mismo Espíritu, podremos, con la Gracia de Dios, ser mejores portadores de la Verdad que es Dios. Una Iglesia dividida por discordias y egoísmos podrá ser una Iglesia paternalista, pero nunca engendradora de la vida, ni educadora de sus hijos en el testimonio que corresponde a todos. La Sabiduría no pertenece a unos cuantos. Dios la ha derramado en todas sus criaturas. Ojalá y sepamos trabajar para que todos disfruten de ella y de la salvación que Dios ofrece a todos. Seamos, pues, portadores de la Gracia de Dios tanto con las palabras como con la vida y las actitudes, a la par que con nuestras obras, especialmente con el amor fraterno y comprometido con el Evangelio del Señor para trabajar en la salvación, no sólo de los nuestros, sino del mundo entero.
Roguémosle a Dios que nos conceda por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que, viviendo en torno a Jesús, su Hijo, nos esforcemos en vivir la unidad y en hacer que la Sabiduría divina reine en el corazón de todos. Amén. 

Reflexión de Homiliacatolica .com
Fuente: celebrando la vida . com



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