martes, 7 de junio de 2016

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL MARTES X DEL T. ORDINARIO 7 DE JUNIO ...

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL MARTES X DEL T. ORDINARIO 7 DE JUNIO ...: Ustedes son la sal de la tierra.  Ustedes son la luz del mundo. RESPUESTAS DE FE S.D.A. SAN ISAAC DE CÓRDOBA MONJE Y MÁRT...



REFLEXIÓN
1Re. 17, 7-16. Cuando alguien se pone en un grave peligro, incluso con gran riesgo para su vida, decimos que se metió, por sí mismo, en la boca del lobo.
Sidón era la tierra de Jezabel, esposa de Ajab. Ella había inducido al rey a adorar a Baal, pues ese era su dios, el dios de su patria. A causa de esa idolatría el Dios de Israel había enviado una gran sequía sobre los suyos. Elías había salido, conforme a la orden de Dios, para refugiarse cerca de un torrente. Pero ahora recibe la orden de ir hacia Sidón. Ahí vivirá al refugio de una viuda pobre, la cual llegará a reconocer al Dios de Israel como el verdadero Dios, y a Elías como verdadero profeta de Dios.
Con esto el Señor nos está indicando que no podemos despreciar a nuestro prójimo, que no podemos huir de aquellos que se han ido por caminos equivocados. El pecado, que ha dominado y enceguecido a muchos corazones, debe ser vencido con la Victoria de Cristo, de la cual nosotros somos portadores.
No podemos proclamar el Evangelio solo a quienes consideramos gente buena por no querer contaminarnos con el trato de los pecadores. Dios quiere que su Iglesia, al igual que su propio Hijo, baje hasta el fondo de la maldad en que muchos se han hundido, para rescatarlos aún a costa de la entrega de nuestra propia vida.
 
Sal. 4. Dios es para nosotros un Padre lleno de amor, de ternura y de misericordia. Él está siempre junto a nosotros no para castigarnos. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Él está dispuesto siempre a velar por los suyos y a librarlos de todo mal.
Si alguien se aleja de Él, él mismo se hace responsable de su propia perdición.
Por eso, sabiendo que somos pecadores, y que tal vez muchas veces nos hemos alejado del Señor, con un corazón humilde volvamos al Él, que es rico en misericordia para con todos aquellos que lo invocan y lo buscan con sinceridad.
Hagamos la prueba, y veremos qué bueno es el Señor.
 
Mt. 5, 13-16. Los que hemos unido nuestra vida a Cristo hemos recibido el "Sabor" que nos viene de Él.
Aquel que entre en contacto con la Iglesia de Cristo sabrá de su amor, de su entrega, de su cercanía, de su perdón, de su misericordia, de su Vida eterna.
Hemos sido formados por Dios del costado abierto de su Hijo para que le demos un nuevo rumbo a la historia.
Pero si perdemos el sabor de Cristo, si en lugar de que los demás encuentren en nosotros la Verdad y la Vida sólo encontraran destrucción, muerte y desprecio, por muy eruditos que sean nuestros discursos sobre Cristo sólo serviremos de burla para los demás, y no serviremos sino para ser expulsados de la Casa del Padre par ser pisoteados, eternamente humillados por vivir como los hipócritas.
Por eso, la Vida que Dios ha infundido en nosotros es como una luz, que el mismo Dios ha encendido en nosotros. No podemos ocultarla bajo nuestras cobardías. El Señor nos quiere testigos suyos. Testigos de la Verdad y de su Vida, de la que nos ha hecho partícipes.
En la Eucaristía el Señor no sólo ilumina nuestra vida, sino que hace que nosotros también seamos convertidos en fuego que ilumine al mundo y el camino de la humanidad hacia su plena realización en Cristo.
La Iglesia es Luz que hace brillar el Rostro resplandeciente de su Señor a través de la historia. Pero esta Luz no es algo propio de la humanidad, sino un Don que Dios nos hace por medio de su Hijo. Quienes creemos en Él no podemos empañar esa luz con nuestros pecados. El Señor quiere que su Iglesia sea un signo claro de su amor, de su bondad y de su misericordia. Y para ello entregó su vida por nosotros.
Celebrar la Eucaristía y participar de ella significa todo un compromiso para trabajar en orden a hacer llegar la Vida de Dios y su Espíritu hasta el último rincón de la tierra, como la Buena Noticia del Amor de Dios que se nos ha comunicado por medio de Cristo Jesús.
Esa Vida divina debe dar frutos de buenas obras en nosotros. Quienes disfruten de esos frutos, quienes sean objeto de nuestro amor, de nuestro trabajo por la paz y la justicia, de nuestra misericordia, de nuestra generosidad, estarán experimentando a Dios desde nosotros y lo glorificarán a Él, pues no buscamos nuestra gloria, sino la de Aquel que es el único autor de todo bien.
Habiendo pues recibido el Don de Dios, no lo ocultemos. No guardemos únicamente para nosotros la santidad de vida que Dios nos ha concedido. Seamos portadores de ese regalo que el Señor quiere hacer llegar a todos.
El Señor no quiere que su Iglesia sea una comunidad de cobardes. Él no le ha pedido a su Padre que nos saque del mundo, sino que nos preserve del mal, pues, siendo de Dios, permanecemos en el mundo como testigos del amor y de la verdad.
Con la valentía y la fuerza que nos viene del Espíritu de Dios, que hemos recibido, debemos abrir los ojos ante tantas miserias y pecados que han atrapado a buena parte de la sociedad. Junto con el Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, reflexionamos que no sólo se nos ha perdido una de las 100 ovejas del rebaño, sino una gran parte del mismo.
Con el corazón de Cristo hemos de llegar hasta los lugares más riesgosos y peligrosos en busca de quienes se dispersaron en un día de nubarrones y oscuridad.
El Señor quiere que vayamos totalmente definidos a favor de la Verdad, de la Vida y del Amor que proceden de Dios hacia nosotros. Que vayamos como luz, dispuestos a iluminar y a no dejarnos apagar en la misión que se nos ha confiado.
Muchos habrá que querrán comprarnos para sí y silenciar la voz de profeta que le corresponde a la Iglesia. Tratemos de no hacerle el juego al mal ni a los poderosos de este mundo. Aprendamos a cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado, dispuestos a correr todos los riesgos que nos vengan por creer en Cristo Jesús.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber convertirnos en auténticos testigos de su amor en el mundo, de tal forma que seamos una verdadera Iglesia profética que cumpla y viva todo lo que decimos acerca del Dios amor, y que, por tanto, no sólo lo anunciamos con nuestros labios. Amén.

Homilia catolica

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