lunes, 20 de junio de 2016

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL LUNES XII DEL T. ORDINARIO 20 DE JUNI...

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL LUNES XII DEL T. ORDINARIO 20 DE JUNI...: No juzguen y no serán juzgados; porque así como juzguen los juzgarán. RESPUESTAS DE FE S.D.A. SANTOS MÁRTIRES DE INGLATER...

REFLEXIÓN
2Re. 17, 5-8. 13-15. 18. Teniendo como fondo el Capítulo 12 del Deuteronomio sobre la centralidad del culto en el Templo (que finalmente será el Templo de Jerusalén), es como podemos entender el crimen de desobediencia contra los mandatos de Dios que aquí se nos narra.
Desde Cristo nosotros hemos sido hechos el Templo del Espíritu Santo. El Señor quiere que le pertenezcamos de un modo total, de tal forma que no entreguemos nuestro corazón a otros dioses. Él quiere que sea nuestra la Patria eterna. Pero no podremos encaminar nuestros pasos con seguridad hacia ella mientras el Señor haya sido expulsado de nuestra vida.
Dios nos quiere con Él eternamente; pero nuestra unión a Él debe iniciarse ya desde esta vida en el amor y la fidelidad. Dios nos quiere como hijos amados junto a Él, y no como expulsados de su Reino por culpa nuestra.
 
Sal. 60 (59). Dios jamás se olvida de que es nuestro Padre. Él vela siempre por nosotros, pues quiere conducirnos sanos y salvos a su Reino celestial.
Cuando nosotros nos alejamos de su presencia, nosotros mismos acarreamos las desgracias sobre nuestra cabeza.
El Señor nos llama continuamente a la conversión, pues Él no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.
Arrepentidos y vueltos a su presencia con gran amor, dirijamos a Él nuestras súplicas para que nos restaure, para que haga desaparecer de nosotros la aridez que nos resquebraja, y para que nos haga fecundos en buenas obras, pues sólo con Él haremos maravillas, y nuestro enemigo será vencido definitivamente gracias a la Victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte.
 
Mt. 7, 1-5. Si queremos juzgar a alguien, juzguémonos primero a nosotros mismos para poder iniciar un camino de conversión, dejando a un lado aquellas maldades y pecados que el Espíritu Santo nos hace reconocer en nosotros mismos, pues sólo Él nos convencerá de nuestro propio pecado, no para condenarnos, sino para que volvamos al Señor y encontremos en Él el perdón y la paz.
Es buena la corrección fraterna, hecha por la solicitud que tengamos de que nuestro prójimo posea en mayor abundancia la Gracia Divina. Pero antes que nada esa misma solicitud la debemos tener por nosotros mismos, para rectificar nuestros caminos y no convertirnos en unos hipócritas, que hablan de Dios, pero que no lo tienen consigo en su corazón.
En la presencia de Dios para celebrar la Eucaristía, con humildad reconozcamos que somos pecadores, y que a pesar de nuestra maldad, el Señor nos ha amado siempre, y, entregando su Vida por nosotros, nos llama para que unidos a Él seamos hechos dignos hijos de Dios.
El Señor no ha venido a condenarnos sino a salvarnos. Él bien sabe de nuestra realidad pecadora; a Él no se le ocultan nuestros delitos, pues conoce hasta lo más profundo de nuestro ser. Su gran amor lo ha llevado a salir, como el Buen Pastor, para buscarnos a nosotros, ovejas descarriadas, hasta encontrarnos y llevarnos, cargados sobre sus hombros, de vuelta al Redil, a la Casa eterna del Padre.
Él ha preparado para nosotros este Banquete Eucarístico, con su Cuerpo y con su Sangre, pues quiere celebrar con nosotros la alegría de habernos encontrado y de que retornamos a Él como pecadores arrepentidos.
Amados por Dios, comprendidos por Dios, no juzgados, sino perdonados por Dios. Así como hemos sido amados por Dios, así hemos de amar nosotros a nuestro prójimo. Aquel que se pone como juez de su prójimo no conoce a Dios, sino que vive endiosado consigo mismo.
Conocernos a nosotros mismos nos hace tomar conciencia de nuestra propia fragilidad; desde nosotros conocemos lo frágil de nuestro prójimo, pues participamos de la misma naturaleza.
Por eso nadie puede gloriarse de sí mismo ante Dios, ya que Él conoce nuestra fragilidad, y en lugar de despreciarnos, ha salido a nuestro propio encuentro por medio de su Hijo para tendernos la mano, para levantarse victorioso sobre el autor del pecado y de la muerte.
Quienes creemos en Cristo hemos de seguir sus huellas de tal forma que jamás hemos de juzgar  ni condenar a los demás, sino que conociendo sus miserias, nos hemos de acercar a ellos para ayudarlos a levantarse de sus esclavitudes.
Cuando procedamos con ese amor fraterno el Señor reconocerá en nosotros el amor de su propio Hijo, y, junto con Él, nos dará la Vida eterna.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber abandonar los ídolos nacidos de nuestro egoísmo, y saber amarlo a Él amando a nuestro prójimo conforme al ejemplo que nos dio Jesús, Hijo suyo y Señor nuestro. Amén.

Homilia catolica





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