jueves, 23 de junio de 2016

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL JUEVES XII DEL T. ORDINARIO 23 DE JUN...

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL JUEVES XII DEL T. ORDINARIO 23 DE JUN...: Jesús dijo a sus discípulos: "No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!', entrará en el Reino de los cielos... RESPUES...



REFLEXIÓN

2Re 24, 8-17. Dios es fiel a sus promesas, y nunca abandona a los suyos. A pesar del castigo a Judá, Dios sigue conservando en el trono a un descendiente de David. Aún hay un resto pobre del pueblo que habita la tierra prometida. Y uno de los profetas: Jeremías, permanece en medio de ellos. Así se asegura que la Palabra del Señor continúe guiando, iluminando a su Pueblo.
En muchas ocasiones pudiera parecernos como si el Señor ya se hubiese olvidado de nosotros. Sin embargo Él jamás ha dejado de amarnos. Más aún: nos amó hasta el extremo al entregarnos a su propio Hijo como Camino, Verdad y Vida, para que cuantos creamos en Él, en Él tengamos vida eterna.
Sin embargo esto no es sino una oferta de parte de Dios hacia nosotros, pues somos nosotros mismos quienes hemos de corresponder a ese amor, de tal forma que no hagamos de la Gracia un fracaso en nosotros.
 
Sal. 79 (78). Hay que orar pidiendo a Dios perdón de nuestras maldades. Pero nuestra oración ha de ser totalmente sincera, de tal forma que reconociendo lo que somos y hemos hecho, vislumbremos un nuevo camino hacia nuestra pascua, hacia nuestra total liberación; y que, guiado por el Espíritu de Dios, nos pongamos en camino para lograr la meta de nuestras esperanzas.
Dios, Dios misericordioso y fiel; Él escucha nuestros ruegos y está siempre dispuesto a perdonarnos, pues es nuestro Dios y Padre, y no enemigo a la puerta.
Por eso acudamos al Señor con el corazón contrito. Descubramos ante Él nuestra propia realidad, tanto personal como social. Y pidámosle que nos perdone; que infunda en nosotros su Vida y su Espíritu; y que nos ayude a caminar decididamente hacia nuestra perfección en Cristo Jesús.
 
Mt. 7, 21- 29. Jesús está concluyendo las enseñanzas que ha dado a sus discípulos, no sólo para que las escuchen como una hermosa doctrina, sino para que se vivan como un caminar con el Señor, como un vivir en la fidelidad amorosa a la voluntad de Dios.
No son los preceptos, es el Señor el que va con nosotros y nos quiere santos como Él es Santo. Amarlo a Él no es sólo llamarlo Señor, Señor; no podemos decir que creemos en Él porque en su Nombre arrojemos demonios, o porque en su Nombre hagamos milagros, o porque hablemos en Nombre de Él. Son nuestras obras las que han de manifestar, finalmente, si somos o no de Dios, si su salvación está o no en nosotros.
Asentar nuestra vida en roca firme significa unirla a Cristo, Roca fundamental de la Salvación y de la Iglesia.
Algo nos debe unir a Él de modo indisoluble: el Espíritu Santo, Amor que hará que ni siquiera la persecución y la muerte nos aparten de Cristo.
En la Eucaristía vivimos el amor sin hipocresías. No es el querer cumplirle externamente al Señor. No podemos venir por simple curiosidad o por costumbre.
Ojalá y nunca nos acostumbremos a estar con el Señor. Ojalá y cada Eucaristía sea una verdadera novedad entre Dios y nosotros. Ojalá y cada Eucaristía sea un compromiso renovado de vivir en la fidelidad, en la escucha y en la puesta en práctica de la Palabra de Dios, de tal forma que, por obra del Espíritu Santo, nos convirtamos en la Encarnación de esa misma Palabra, que se prolonga en la historia, haciendo presente al Señor entre nosotros, por medio de su Iglesia, con todo el compromiso y entrega de su Misterio Pascual.
No basta predicar; no basta dar catequesis y dedicarse a llevar el Evangelio a tierras de misión. Si Jesús dijo de su propia Madre que ella no era bienaventurada por haberle llevado en su seno y haberlo amamantado con sus pechos, sino porque escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica, ¿Qué no esperará de nosotros?
No pensemos que porque seamos ministros del Señor, o laicos comprometidos en el anuncio del Evangelio vayamos a tener asegurado un lugar en la eternidad. Si no queremos que al final se nos cierren las puertas, no seamos lobos rapaces disfrazados de ovejas; no seamos predicadores insignes pero obradores de maldad. Seamos congruentes con el Evangelio, anunciándolo con las obras, con la vida misma; entonces podremos hablar del Señor como testigos venidos de un auténtico encuentro y compromiso de fe con Él.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que nuestro sí a la voluntad de Dios en nosotros no se nos quede helado en los labios, sino que tenga el calor de un corazón que esté siempre dispuesto a amar a Dios y al prójimo aceptando todas sus consecuencias. Amén.

Homilia catolica

No hay comentarios:

Publicar un comentario