domingo, 29 de mayo de 2016

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL DOMINGO IX DEL T. ORDINARIO 29 DE MAY...

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL DOMINGO IX DEL T. ORDINARIO 29 DE MAY...: Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. RESPUESTAS DE FE S.D.A. SANTA ÚRSULA LEDOCHOWSKA RELIGIOSA...

REFLEXION:


LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA DE CRISTO
1.- Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. Dentro del pensamiento paulino, tal como leemos hoy en la primera carta de san Pablo a los Corintios, escrita bastantes años antes de la publicación de los evangelios, la eucaristía es la mejor expresión de la nueva alianza que Cristo hizo con su Padre, ofreciéndole el sacrificio de su propia sangre. En el Antiguo Testamento se habla de otras alianzas que Dios hizo con su pueblo. Los sacerdotes de las antiguas alianzas ofrecían a Yahvé la sangre de algún animal sacrificado y era la sangre de ese animal sacrificado y ofrecido a Dios la que sellaba la alianza que Dios hacía con su pueblo. En la nueva alianza es la propia sangre de Cristo la que sella de una manera definitiva y para siempre la alianza de Dios con los hombres. Dios ya no quiere sacrificios de toros, ni otras ofrendas, para perdonar los pecados del pueblo; es la sangre –la vida, pasión y muerte de Cristo– ofrecida sobre el ara de la cruz, lo que perdona nuestros pecados. En la eucaristía, cada vez que comemos el pan sacramentado y bebemos el vino, renovamos esta nueva alianza, en la que Dios perdona nuestros pecados por la sangre de Cristo.
2.- Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Si seguimos con san Pablo, cada vez que nos acercamos a recibir el cuerpo de Cristo, debemos ser conscientes de que estamos comulgando con el Cristo que se entregó, libre y voluntariamente, por nosotros. Recibimos un cuerpo entregado, ofrecido libremente a Dios, para obtener el perdón de nuestros pecados. No es que Cristo buscara la muerte por amor a la muerte; Cristo, como ser humano que era, temía la muerte, pero aceptó con amor la muerte y ofreció su vida al Padre, porque esa era la condición necesaria para quitar el pecado del mundo. Cristo, cordero inmolado, aceptó una muerte humanamente cruel e injusta, entregándose por nosotros, para salvarnos a nosotros. La muerte de Cristo fue una muerte redentora, una muerte por amor a sus hermanos los hombres. Por eso, cada ver que nosotros anunciamos la buena noticia de Cristo, su evangelio, debemos ser conscientes de que estamos anunciando la vida y muerte de una persona que sacrificó su vida luchando contra el mal y contra la injusticia del mundo, precisamente para salvar al mundo. De todo esto debemos ser muy conscientes cada vez que nos acercamos a comulgar con el cuerpo y la sangre de Cristo, un cuerpo entregado por nosotros…
3.- Haced esto en memoria mía. Sigue diciéndonos san Pablo que Cristo mandó a sus discípulos que cada vez que se reunieran para comer el pan y beber el cáliz lo hicieran en memoria suya. La eucaristía es la renovación del sacrificio de Cristo; como venimos diciendo, la eucaristía es la memoria del sacrificio de la vida de Cristo. Cristo fue el primer mártir del cristianismo, lo mataron porque no se acobardó ante la persecución injusta de los que le mataron, sino que, por amor a su Padre, Dios, eligió la muerte, antes que ceder ante las presiones de sus enemigos. Si de verdad celebramos conscientemente nuestras eucaristías, debemos hacerlo recordando la primera eucaristía que Cristo celebró con sus discípulos, inmediatamente antes de recorrer el camino hacia el calvario, donde ofrecería su vida al Padre, sobre el ara de la cruz.
4.- Dadles vosotros de comer. En el evangelio de hoy hemos leído el relato de la multiplicación de los panes y los peces. En esta fiesta del Corpus, debemos entender este relato también en lenguaje eucarístico. Nuestras eucaristías nos dicen que Cristo ofreció su vida para salvar a todos los hombres, sin excepción alguna. Nuestras eucaristías no pueden quedarse en un acto piadoso individual, sino que deben implicar un propósito de salvar al mundo, especialmente a los más necesitados, poniendo nuestras vidas al servicio de la vida de aquellas personas que más nos necesitan. Hoy es el día del amor fraterno y nuestra eucaristía de hoy debe animarnos a querer salvar, por amor, a todas las personas necesitadas. En nuestra tierra hay recursos suficientes para que nadie se muera de hambre, es nuestro egoísmo, el egoísmo humano, el que condena a la muerte por hambre a muchas personas. En esta eucaristía de la fiesta del Corpus, ofrezcamos cada uno de nosotros todo lo que podamos, para que nadie se muera de hambre por culpa de nuestro egoísmo. Demos nosotros de comer a las personas que nos necesitan, cada uno según sus posibilidades.
 
Gabriel González del Estal
 
DADLES VOSOTROS DE COMER
1.- Rey de justicia y de paz. Melquisedec es presentado en el relato del Génesis como «rey de justicia», que reina en «ciudad de paz»; sacerdote del Dios altísimo, que ofrece pan y vino y bendice a Abrahán. Puestos a buscar una figura del Mesías, pocas tan conseguidas como Melquisedec. Cuando el autor de la carta a los Hebreos quiso buscar una justificación del sacerdocio de Cristo, enseguida se acordó de este importante personaje. También el salmo 109 había aplicado al Mesías este sacerdocio. Figura misteriosa y luminosa. Es símbolo de las mejores aspiraciones y esperanzas de los hombres, encuentro vivo de la paz y la justicia. Su ciudad parece abierta a las mejores relaciones humanas, donde se acoge al peregrino y se comparte el pan y el vino de la fraternidad, donde se ha olvidado el sentido de las armas, donde se está abierto a la trascendencia. Todo el que acoge, bendice y comparte, será rey de justicia y de paz, y será sacerdote del Dios altísimo o, mejor, cercanísimo.
2.- Un nuevo reino y un nuevo sacerdocio. La segunda lectura es el texto más antiguo referente a la institución de la Eucaristía. Recoge una tradición venerable que llega hasta Jesús. La Eucaristía está ahí, en el centro de la historia: recordando, por una parte, la muerte del Señor y el gran amor que lo llevó hasta la entrega; anunciando, por otra parte, el retorno del Señor. Un recuerdo que compromete y se hace esperanza, pues el retorno del Señor tenemos que prepararle. Lo que Melquisedec simbolizaba se hace realidad en Cristo, verdadero rey de justicia y de paz, el que es todo bendición, el que ofrece el pan y el vino de más hondo significado, memorial del amor más grande, signo de la unión más perfecta y anuncio de los bienes definitivos. En Cristo empieza un nuevo reino y un nuevo sacerdocio.
3.- “La nueva imaginación de la caridad”. La multiplicación de los panes y de los peces aparece en los cuatro evangelistas. El relato está configurado como un diálogo entre Jesús y los doce. Los doce consideran inviable la propuesta de Jesús de dar de comer a tanta gente, pero estarían dispuestos a poner los medios para hacerla viable: ante la imposibilidad de dar de comer a todos con cinco panes y dos peces, proponen ir a comprar al pueblo. El diálogo se desarrolla, pues, en términos de propuestas y contrapropuestas normales; no hay nada que haga pensar en una intervención milagrosa, ni siquiera cuando Jesús pide a sus discípulos que hagan sentar a la gente. Sólo al final aparece la intervención milagrosa de Jesús. Literariamente hablando, se trata de una intervención inesperada. Esto quiere decir que Lucas no está interesado en resaltar lo extraordinario de la escena, aunque indudablemente lo presupone. Una vez más, Lucas ha elaborado el relato en perspectiva catequética. Catequesis a los doce sobre cómo tienen que actuar en la comunidad cristiana. Esta actuación no debe ser el desentendimiento (¡que se las arreglen como puedan!), por muy comprensible y razonable que pueda éste parecer. Su actuación debe ser la entrega, la disponibilidad, la búsqueda de soluciones, por muy costosas que éstas sean. “Dadles vosotros de comer”, les pide Jesús. Es entonces cuando se produce el milagro. El milagro de una comunidad donde no hay necesidades, donde todo fluye a raudales y que incluso sobra. El milagro que se produjo allí es el compartir. Ya el Papa Benedicto XVI nos había hablado de la nueva “imaginación de la caridad”. La Eucaristía, como Jesús la entendió, es la gran señal de una comunidad en torno a una misma mesa, donde a nadie le falta nada y donde todo es alegría de vivir. Así lo expresó también San Agustín:
“Danos los bienes eternos, danos los temporales. La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro pan de cada día; pero recibámoslo de manera que no sólo alimentemos el vientre, sino también la mente. La fuerza que en él se simboliza es la unidad, para que agregados a su cuerpo, hechos miembros suyos, seamos lo que recibimos. Entonces será efectivamente nuestro pan de cada día”.
 
José María Martín OSA
 
CORPUS DE LA MISERICORDIA
El Papa Francisco, en su convocatoria del Año Santo Jubilar, nos afirmaba que “la caridad es la viga de la vida cristiana”. Es así: caridad hacia Dios (para no perderlo) y caridad hacia los demás (para no olvidar que la fe es compromiso).
Hoy, con Cáritas, caemos en la cuenta que una cosa lleva a la otra: ir a la fuente a por agua implica, a continuación, compartirla con el que siente sed. Encontrarse con Cristo, en la oración, en la eucaristía o en los sacramentos, nos exige buscar esos otros “cristos” que deambulan por el ancho mundo reclamando justicia, pan, derechos o una mirada de amor.
1. La festividad del Corpus Christi, no obstante, nos hace colocar en el centro de la atención de este día el Misterio de la Eucaristía: el Cuerpo y la Sangre del Señor. En Jueves Santo, Jesús, se nos dio y nos mandó perpetuar este Misterio. ¿Qué hemos hecho de él? ¿Rutina o vida? ¿Obligación o necesidad? ¿Encuentro o rito?
La misericordia de Dios se expresa especialmente, y visceralmente, en la Eucaristía. Es donde caemos en la cuenta de los quilates del amor de Dios. ¿Qué Padre es capaz de ofrecer a su único para y por salvar a alguien? Dar la vida por los demás por unas horas, por un mes o por un año…resulta fácil. ¿Y darnos totalmente? ¿O entregarnos en cuerpo y alma? ¿Y dejarnos clavar, insultar, lacerar o escupir por la salvación de los demás?
A la Eucaristía, por si lo hemos olvidado, no venimos para que nos entretengan. Mucho menos venimos a que, un grupo de guitarras o el coro de turno, nos la hagan más llevadera. Eso, entre otras cosas, sería un insulto a lo más sagrado que ella tiene y ella encierra: Cristo. Sería tanto como acudir a un gran banquete, en el mejor de los restaurantes, y una vez servida la comida llamar al camarero y decirle: “Por favor; ¿puede conectar la música de ambiente porque, la comida, no me gusta?”. Nos hace falta fe, y mucha, para gustar, sentir y disfrutar este Misterio. ¿Cómo vamos a manifestarlo en la calle, en la solemne procesión del Corpus, cuando tal vez por dentro y por fuera nos ha dejado indiferentes?
2.- En el Año de la Misericordia, contemplando a Cristo en el centro de nuestras custodias, caemos en la cuenta de que hemos de ser nosotros los portadores de Jesucristo. El futuro de la fe en nuestra sociedad, en nuestra familia y en nuestros ambientes, depende muchísimo del cómo la vivimos primero nosotros. Sin Eucaristía, la de cada domingo, nos convertimos en simples autómatas del bien (lo hacemos pero porque está de moda el encumbrar ciertos valores altruistas). Nos situamos al margen de Dios (como si comprometernos por el otro fuese responsabilidad nuestra y sin iniciativa de Dios). Nos agotamos en el intento (porque, a la primera de cambio, sentimos que la caridad no es recompensada ni agradecida por un mundo egoísta y egocéntrico).
El “Tomad y comed” y “Tomad y bebed” llena nuestras entrañas y nuestras venas del mismo Cuerpo y Sangre de Cristo y, cuando así lo creemos y sentimos, vemos que nuestros cuerpos y nuestra sangre se mueven y se desviven por lo mismo que conmovió a Jesucristo: la gloria de Dios y el bienestar de los hermanos.
No es lógico, por lo tanto en este día del Corpus Christi, acentuar exclusivamente el dolor de los cuerpos de los hermanos (aunque tengamos que salir en su auxilio). Hoy, especialmente hoy, clavamos nuestros ojos en el Cuerpo de Cristo, saboreamos su Sangre redentora para que, luego, nos infunda su valor, su valentía y su radicalidad para luchar lo que haga falta, donde haga falta para que, nuestra misericordia, sea humana y divina, constante y sin tacha, alegre y virtuosa, respetuosa y humilde, silenciosa e ilimitada. ¿Cómo? Con el Sacramento de la Eucaristía.
Salgamos con el Señor a las calles y, luego, seamos –por supuesto– manos que luchen por la justicia, que repartan generosidad y que trabajen por la fraternidad entre todos.
 
Javier Leoz

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