viernes, 27 de mayo de 2016

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL VIERNES VIII DEL T. ORDINARIO 27 DE M...

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL VIERNES VIII DEL T. ORDINARIO 27 DE M...: Si ustedes no perdonan tampoco el Padre, que está en el cielo, les perdonará a ustedes sus ofensas. RESPUESTAS DE FE S.D.A. ...



REFLEXIÓN

1 Pedro 4,7-13: Es el último pasaje que leemos de la primera carta de Pedro.

En los escritos de la primera generación se nota la creencia que tenían de que el fin del mundo estaba próximo, que la vuelta gloriosa del Resucitado era inminente. A veces sus autores argumentan a partir de esta convicción: «El fin de todas las cosas está cercano: sed, pues, moderados y sobrios, para poder orar».

Pero las actitudes a las que invitan valen igual si no va a ser tan inminente el fin: por ejemplo la fortaleza que un cristiano ha de tener frente al «fuego abrasador» o las persecuciones que le puedan poner a prueba su fe.

Una serie de recomendaciones que siguen teniendo ahora, después de dos mil años, toda su actualidad.

Sea cuando sea el fin del mundo, un cristiano debe mirar hacia delante y vivir vigilante, en una cierta tensión anímica, que es lo contrario de la rutina, la pereza o el embotamiento mental.

Los consejos de Pedro nos ofrecen un programa muy sabio de vida: tener el espíritu dispuesto a la oración, llevar un estilo de vida sobrio y moderado, mantener firme el amor mutuo, practicar la hospitalidad, poner a disposición de la comunidad las propias cualidades, todo a gloria de Dios.

No está mal que la carta termine aludiendo a sufrimientos y persecuciones. Tal vez aquí se refiere a alguna persecución contra los cristianos por los años 60 (cuando murieron Pedro y Pablo en Roma). Pero estas pruebas han sido continuas a lo largo de los dos mil años de la comunidad cristiana y siguen existiendo también ahora en la comunidad y en la vida de cada uno: pruebas que dan la medida de nuestra fidelidad a Dios y nos van haciendo madurar en nuestro seguimiento de Cristo.

Desde luego, si la carta es de Pedro, supone un cambio muy notorio en su actitud, porque antes, cuando Jesús anunciaba la cruz en el programa de su camino, Pedro era el primero en protestar y no aceptar el sufrimiento como parte del Reino mesiánico. Ahora lo ha asimilado, lo recomienda en la carta y, sobre todo, da pruebas de conversión con su testimonio de fe ante el sanedrín, y finalmente ante el emperador Nerón, hasta el martirio.

Sería ya el ideal que llegáramos a la consigna final de Pedro: «Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo».



J. Aldazabal

Enséñame Tus Caminos



Mc. 11, 11-26. No se puede ocupar el terreno inútilmente. No basta con ofrecer sacrificios y ofrendas a Dios. El Señor no quiere que nos sintamos seguros en su presencia, pensando que la salvación ya es nuestra porque nos hemos arrodillado unos momentos ante Él. No basta ni siquiera el que ofrezcamos al Padre el Memorial de la Pascua de Jesucristo. Más allá de una fe expresada en nuestra unión y confianza en Dios se esperan frutos que manifiesten, en nuestra vida ordinaria, que en verdad permanecemos en Dios y Él en nosotros, de tal forma que continuamente demos testimonio de nuestro ser de hijos de Dios.

El Señor ha esperado, tal vez, muchos años, encontrar frutos de amor fraterno, de justicia, de solidaridad, de misericordia en nosotros. Él ha hecho hasta lo imposible para que esto sea realidad en nosotros; pero tal vez nosotros hemos permanecido lejos de Él, honrándolo sólo con los labios. Por eso permitámosle al Señor que nos purifique de todo pecado, de todo signo de maldad y de muerte, y que nos ayude para que podamos dar frutos abundantes de salvación, no sólo buscando nuestros intereses personales, sino el bien de aquellos que nos rodean.

Aprendamos a trabajar buscando la salvación de todos, pues el Señor es el Lugar de Encuentro de toda la humanidad con Dios; nadie tiene derecho a apropiárselo como si fuese exclusivo de alguien; todos deben tener abierto el camino que los conduzca a Él, pues Él ha venido como Salvador de toda la humanidad, de todos los tiempos y lugares.

El Señor nos reúne en este día en torno a Él para que celebremos y participemos en su Misterio Pascual. Tal vez durante mucho tiempo hemos acudido a esta celebración litúrgica; y tal vez el amor de Dios se ha derramado en nosotros de un modo inútil cuando sólo nos hemos contentado con alabar a Dios con los labios, mientras nuestro corazón permanece lejos de Él.

Por eso en este día el Señor nos hace un fuerte llamado a una sincera conversión para que le permitamos que inicie en nosotros una auténtica purificación de nuestra vida.

No basta con darle culto al Señor; hay que convertirse en un templo digno en el que habite el Espíritu Santo; pero esto no ha de ser sólo para que sintamos que nuestra conciencia nada nos reprocha, sino para que, desde nosotros, los que creemos en Cristo, se vaya iniciando el caminar de la humanidad hacia un nuevo rumbo: una vida más fraterna, más justa, más solidaria, más en paz; y todo esto porque en verdad nos dejemos guiar por el Espíritu Santo.

Que al participar de esta Eucaristía en verdad dejemos que la vida de Dios llegue a nosotros con toda su fuerza salvadora para que podamos comunicar a los demás lo mismo que nosotros hemos recibido de Dios.

Como consecuencia de nuestra participación en la Eucaristía, y de haber escuchado al Señor, vayamos a nuestras labores diarias como personas justificadas por Él, de tal forma que colaboremos en la construcción del Reino de Dios entre nosotros.

No ocultemos nuestra fe debajo de nuestras cobardías; no nos quedemos sólo en una fe aparente, sin fruto que nos haga alimentar el hambre de fe, de esperanza, de justicia, de alegría, de paz y de amor que padecen muchos hermanos nuestros.

Que desde nosotros brille el amor de Dios para todos; que desde nosotros el Señor se haga cercanía para todos. Por eso le hemos de pedir que nos purifique de todo aquello que pudiera hacer de nosotros una cueva de ladrones y no un templo santo de Dios, pues, efectivamente, nosotros hemos sido enviados por el Señor no para robar y matar las ilusiones de nuestros semejantes, sino para dar, incluso si es necesario, nuestra propia vida, con tal de salvarlos.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber estar al servicio de la salvación de nuestro prójimo con un corazón humilde, con una vida intachable y con una fe inquebrantable de tal forma que el amor y la salvación de Dios puede llegar, incluso, a aquellos a quienes más ha deteriorado el pecado, pues Dios ha venido a buscar, a purificar y a salvar todo lo que se había perdido. Amén.



Homilia catolica

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