martes, 17 de mayo de 2016

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL MARTES VII DEL T. ORDINARIO 17 DE MAY...

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL MARTES VII DEL T. ORDINARIO 17 DE MAY...: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. RESPUESTAS DE FE S.D.A. SAN PASCUAL BAILÓN RELIGIOSO ...

REFLEXIÓN
Sant. 4, 1-10. ¡Cuántas divisiones entre los pueblos, y cuántas guerras se han generado propiciadas por la codicia y la ambición por lo pasajero.
Se es capaz de mentir, de levantar falsos contra los demás con tal de justificar las propias acciones provocadas por las malas pasiones que siempre están en guerra dentro de uno mismo.
Los que creemos en Cristo no podemos continuar siendo esclavos del mal, del pecado y de la muerte, que han sido vencidos por medio de la Pascua del Señor.
Aquel que se diga hijo de Dios pero continúe sometido al diablo no podrá convertirse en un signo creíble del Señor, pues a pesar de proclamar su Nombre ante las naciones, sus obras estarán siendo ocasión de burla, de descrédito y de ofensa al Señor.
Acerquémonos a Dios para que Él se acerque a nosotros; resistamos al malo, no con nuestras armas, ni con nuestras solas fuerzas, sino auxiliados por el Señor que ha prometido venir y hacer su morada en los corazones rectos y sinceros. Pongamos en Él nuestra confianza y Dios saldrá en defensa nuestra para librarnos de nuestro enemigo y de la mano de todos los que nos odian, y para afianzar nuestro pasos en el camino del bien, y podamos, así vivir fraternalmente unidos y podamos ser capaces, por la presencia de su Espíritu en nosotros, de pasar haciendo el bien a todos, a imagen de como lo hizo Jesucristo en favor nuestro.
 
Sal. 55 (54). Jesús ha rogado a su Padre por nosotros; no le ha pedido que nos saque del mundo, sino que nos preserve del mal. Al final de nuestra vida el Señor nos llevará como en alas de águila hacia las moradas eternas.
Pero mientras llega ese día no podemos vivir como cobardes, encerrándonos lejos del mundo, no por cumplir una vocación venida de lo Alto, sino por cobardía ante el compromiso que todos tenemos de vivir en medio del mundo como la levadura que va haciendo fermentar la masa para que se convierta en un pan sabroso y nutritivo, y deje de ser una masa amorfa, a merced de cualquier doctrina.
Aquel que posee el Espíritu de Dios y se ha dejado dominar por Él se convierte en un signo profético del amor, de la salvación y de la entrega de Dios para salvar a todos aquellos que habían sido dominados por el pecado, y que estaban destinados a la muerte.
Si realmente somos personas de fe no pasemos de largo ante el pecado y la miseria de la humanidad; no huyamos del mundo, no seamos cobardes al tener que enfrentar las estructuras de pecado para sanearlas con la Gracia de Dios y con la Fuerza de su Espíritu Santo en nosotros.
Vayamos a cumplir nuestra misión como Luz con todos los riesgos que ha de afrontar, con amor, aquel que ha sido elegido por el Señor para esta misión, y que unido a sus hermanos forma la Iglesia y familia de Dios.
 
Mc. 9, 30-37. Dios no abandonó a la muerte a su siervo Jesús. Sus enemigos gritaban junto a la Cruz: Puso su confianza en Dios, pues que Él lo salve. Y efectivamente así fue. Él padeció y murió en la cruz. Pero su camino no desembocó en su muerte sino en su resurrección y en su glorificación a la diestra del Padre.
Aquel que quiera ser su discípulo ha de seguir sus huellas no tanto teniendo en mente el sufrimiento y la muerte, sino la glorificación que nos espera junto con Cristo en la casa del Padre.
Tal vez a veces nos dé miedo preguntar sobre ese camino; y esto porque podría ser que más nos interesara el ser los más importantes, conforme a los criterios humanos, que identificarnos con el Señor, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida por nosotros, abajándose hasta identificarse con el siervo inútil que lava los pies de los invitados al banquete.
Así debemos acoger en nuestro corazón a los que son como los niños por su edad, por su pobreza, por sus limitaciones, por sus desánimos, por sus taras sicológicas, sabiendo que no por los justos, sino por los pecadores y desgraciados Cristo murió en la Cruz para hacerlos también a ellos hijos de Dios. Recibirlos en nuestro corazón en nombre de Jesús y hacerlo y darlo todo por ellos, significa que hemos recibido la misma misión de Cristo para que su amor siga llegando a todos los que han quedado atrapados en algún mal o dominados por la maldad; sólo entonces podremos decir que realmente estamos colaborando para que, a costa de todos los riesgos que implique nuestra entrega por ellos, puedan llegar a identificarse con Cristo Jesús, el Señor, y alcancen, junto con nosotros, la posesión de los bienes eternos.
En esta Eucaristía nos reunimos en torno al Siervo de Dios, que cargó sobre si la miseria del hombre para redimirlo y hacerlo hijo de Dios. Él, habiendo presentado en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente, y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que lo obedecen.
Hemos venido para escuchar al Señor que nos pide convertirnos en siervos de los demás, especialmente de los más frágiles. ¿Estamos dispuestos a obedecerlo aun cuando tengamos que pasar por el cáliz amargo de la cruz y de la muerte? o, por el contrario, ¿Seguiremos instalados en una fe vacía de compromiso con el Señor?
Identificarnos con Cristo no es sólo acudir a la Celebración Eucarística, no es sólo hacernos amigos de los curas y de las monjas, no es sólo dar una cantidad a favor de los necesitados. El mundo y la Iglesia nos necesitan a nosotros como signos de amor y de salvación. Lo material es frío, no tiene sentimientos aun cuando los manifiesta. Sin embargo es la persona, es su cercanía lo único que da paz, alegría, y ánimo para levantarse y seguir caminando. Y esto cuesta renuncias, sacrificios, desvelos; pues la vida del que sufre será nuestra propia vida y su cruz nuestra propia cruz. Entonces el Sacrificio de Cristo, cuyo memorial estamos celebrando, se prolongará en y desde nosotros en la vida ordinaria para recibir con el corazón misericordioso de Cristo en nosotros a los niños y a los que son como ellos por lo frágil de su vida.
Qué alegría encontrar a muchos que viven preocupados por los pobres, por los necesitados, por los que sufren una serie de enfermedades o carencias en muchos niveles de su vida. Llevar a Cristo en nuestra vida no es sólo motivo de santidad interna, ni de luz encendida y puesta bajo una olla. Hay que dejar que la luz del Señor ilumine, alegre y dé firmeza al caminar de toda la humanidad. Y esto se logrará sólo cuando en verdad en nombre de Cristo, y con Él en nosotros, nos convirtamos en el lenguaje de amor y de misericordia de Dios para todos.
Procuremos ser los primeros en identificarnos con el Señor. Seamos los primeros en ir tras sus huellas. Seamos los primeros testigos del Evangelio que se nos ha confiado, y que hemos de anunciar no sólo con nuestras palabras, sino con nuestras obras y con nuestra vida misma.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Sierva del Señor, la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos en auténticas personas de fe que estén al servicio del Evangelio en favor de los demás, de tal forma que, a pesar de las persecuciones, de las renuncias, de los sufrimientos que sean consecuencia de anunciar a Cristo, sepamos que los caminos de Dios no son nada sencillos. Sin embargo en todo saldremos más que victoriosos, y nada podrá separarnos del amor de Dios, manifestado a nosotros en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.

Homilia catolica

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