viernes, 15 de julio de 2016

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL VIERNES XV DEL T. ORDINARIO 15 DE JUL...

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL VIERNES XV DEL T. ORDINARIO 15 DE JUL...: Yo digo que aquí hay alguien más grande que el templo. RESPUESTAS DE FE S.D.A. SAN BUENAVENTURA OBISPO Y DOCTOR DE LA IGL...



REFLEXION
Is. 38, 1-6. 21-22. 7-8. Nosotros esperamos la posesión de los bienes futuros. Esto no nos desliga de nuestras obligaciones diarias; esto no nos hace eludir el empeño que debemos poner, junto con muchas otras personas de buena voluntad, en la construcción de la ciudad terrena.
Dios nos ha concedido la vida dándonos muchos carismas que deben ordenarse al bien de todo el Cuerpo de la Iglesia y de todo el entramado de la vida social. Sabiendo hacia dónde se dirige nuestra vida, que es el encuentro con Dios como Padre nuestro, ya desde ahora hemos de vivir trabajando por la justicia, por la paz y por el amor fraterno preocupándonos del bien unos de otros.
Así es como vamos dando razón de nuestra esperanza, pues somos los primeros en esforzarnos por la unidad de la humanidad entera en torno al amor y la verdad.
Algún día, por más que se nos prolongue la vida, ésta llegará finalmente al momento de partir al encuentro definitivo de nuestro Dios y Padre. Vivamos, por tanto, ya desde esta vida como hijos suyos y como hermanos entre nosotros, procurando el bien de todos.
 
Is. 38, 10-12. 16. Para quienes creemos en Cristo Jesús la vida terrena es un continuo caminar hacia la posesión de los bienes definitivos.
Día a día vamos construyendo, con la gracia de Dios, una digna morada para Él en nuestra propia vida; y vamos colaborando para que su Iglesia sea realmente un recinto de paz, de justicia y de amor entre nosotros, desde el cual el Señor se pueda manifestar para el mundo entero como el Dios lleno de amor, de misericordia y de ternura para con sus hijos.
Dios quiere la salvación de todos los suyos. Él no quiere que enrollemos nuestra vida y, recogiendo todo lo nuestro, nos vayamos lejos de Él a malgastarlo todo, después de cortar los lazos de amor que nos unen a Él.
Busquemos al Señor; contemplémoslo en esta tierra no sólo en la oración para alabarlo y adorarlo, sino también en nuestro prójimo para amarlo y servirlo.
Sólo entonces, puestos en las manos de Dios, viviremos eternamente con Él, pues ya desde ahora nuestra vida le pertenece con un amor indivisible.
 
Mt. 12, 1-8. El Hijo del hombre es dueño del Sábado. Ese día no le pertenece a Él; ese día, más bien, nosotros somos exclusivamente del Señor.
En el día del descanso se simboliza nuestro ingreso a las moradas eternas, en que finalmente Dios estará en nosotros y nosotros en Él.
Cuando ya desde ahora, no un día, sino siempre, vivamos como aquellos que le pertenecen al Señor y en Él vivamos, nos movamos y seamos, nos convertiremos en un signo de su amor misericordioso en medio de nuestros hermanos. Entonces contemplaremos el hambre, la desnudez, la enfermedad, la angustia, la soledad y la pobreza de quienes han sido azotados por estos males, y jamás descansaremos en hacerles el bien, pues no seremos unos filántropos, con una serie de actividades programadas en días y horarios precisos, sino que seremos un signo del amor de Dios para ellos; de ese Dios que vela por sus hijos día y noche.
Por eso, quienes nos gloriamos en tener a Dios por Padre, no podemos vivir como trabajadores conforme a los criterios de este mundo, sino conforme al amor que procede de Dios y que Él ha infundido en nuestros corazones.
El Señor nos reúne en este Banquete para ofrecérsenos Él mismo como Pan de Vida eterna.
Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; pues Dios a nadie creó para la muerte, ni se deleita en ella. Dios nos ha llamado a la vida porque, amándonos, nos quiere con Él dese ahora y para siempre. Esta es la vocación a la que hemos sido llamados.
En medio de nuestras fragilidades gozamos de la Vida de Aquel que nos amó y se entregó por nosotros para que nosotros tengamos vida, y vida en abundancia. Por eso, quienes participamos de la Eucaristía no lo hacemos sólo por costumbre, o por la inercia de la tradición familiar, sino que venimos, personalmente comprometidos, a encontrarnos con el Señor, para volver a tener en Él la vida, que muchas veces hemos perdido o deteriorado a causa de nuestras imprudencias o pecados.
Esa vida que el Señor nos concede es para que vayamos y la manifestemos en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia. Dios nos quiere en el mundo como testigos de su amor, de su gracia, de su bondad y de su misericordia. En medio de las realidades temporales hemos de manifestar que, sin olvidar nuestras obligaciones terrenas, tenemos fija la mirada en Cristo, Autor y Consumador de nuestra salvación. Por eso no sólo nos hemos de preocupar en trabajar para lograr mejores condiciones de vida, sino que también nos hemos de esforzar por darle su verdadera dimensión a nuestro paso por este mundo.
La persona humana debe llegar a su madurez en Cristo. Nuestras obras, nuestros comportamientos y nuestras actitudes serán el fruto que nazca desde nuestro corazón y que revelará realmente quiénes somos.
Los que formamos la Iglesia de Cristo hemos de ser los primeros en trabajar por la paz, por la unión fraterna y por el bien unos de otros. Que incluso nuestros trabajos por el bien temporal y por los avances técnicos se conviertan en un verdadero servicio nacido del amor que procede de Dios, y que nos hace vernos como hermanos y no pasar de largo ante el sufrimiento de nuestro prójimo.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber aprovechar nuestra vida no sólo para buscar nuestros propios intereses, sino para buscar el bien de todos. Amén

Homilia  catolica.-

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