jueves, 30 de junio de 2016

Papa Francesco Omelia Messa Festa Santi Pietro e Paolo 2016.HD





Homilía del Papa Francisco en la Solemnidad de San Pedro y San Pabloe Junio de 2016



"La Palabra de Dios de esta liturgia contiene un binomio central: cierre - apertura. A esta imagen podemos  unir el símbolo de las llaves, que Jesús promete a Simón Pedro para que pueda abrir la entrada al Reino de los cielos, y no cerrarlo para la gente, como hacían algunos escribas y fariseos hipócritas a los que Jesús reprende.



La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos presenta tres encierros: el de Pedro en la cárcel; el de la comunidad reunida en oración; y – en el contexto cercano de nuestro pasaje – el de la casa de María, madre de Juan, llamado Marcos, donde Pedro va a llamar después de haber sido liberado.



Con respecto a los encierros, la oración aparece como la principal vía de salida: salida de la comunidad, que corre el peligro de encerrarse en sí misma debido a la persecución y al miedo; salida para Pedro, que al comienzo de su misión que le había sido confiada por el Señor, es encarcelado por Herodes, y corre el riesgo de ser condenado a muerte.



Y mientras Pedro estaba en la cárcel, «la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él». Y el Señor responde a la oración y le envía a su ángel para liberarlo, «arrancándolo de la mano de Herodes». La oración, como humilde abandono en Dios y en su santa voluntad, es siempre una forma de salir de nuestros encierros personales y comunitarios. Es la gran vía de salida de las cerrazones.



También Pablo, escribiendo a Timoteo, habla de su experiencia de liberación, la salida del peligro de ser, él también, condenado a muerte; en cambio, el Señor estuvo cerca de él y le dio fuerzas para que pudiera llevar a cabo su trabajo de evangelizar a los gentiles. Pero Pablo habla de una «apertura» mucho mayor, hacia un horizonte infinitamente más amplio: el de la vida eterna, que le espera después de haber terminado la «carrera» terrena.



Es muy bello ver la vida del Apóstol toda «en salida» gracias al Evangelio: toda proyectada hacia adelante, primero para llevar a Cristo a cuantos no le conocen, y luego para saltar, por así decirlo, en sus brazos, y ser llevado por él que lo salvará llevándolo a su reino celestial».



Volvamos a Pedro. El relato Evangélico de su profesión de fe y la consiguiente misión confiada por Jesús nos muestra que la vida de Simón, pescador de Galilea ? como la vida de cada uno de nosotros ? se abre, florece plenamente cuando acoge de Dios la gracia de la fe.



Entonces, Simón se pone en el camino – un camino largo y duro – que le llevará a salir de sí mismo, de sus seguridades humanas, sobre todo de su orgullo mezclado con valentía y con generoso altruismo. En este su camino de liberación, es decisiva la oración de Jesús: «yo he pedido por ti (Simón), para que tu fe no se apague».



Es igualmente decisiva la mirada llena de compasión del Señor después de que Pedro le hubiera negado tres veces: una mirada que toca el corazón y disuelve las lágrimas de arrepentimiento. Entonces Simón Pedro fue liberado de la prisión de su ego orgulloso, de su ego miedoso, y superó la tentación de cerrarse a la llamada de Jesús a seguirle por el camino de la cruz.



Como ya he dicho, en el contexto inmediato del pasaje de los Hechos de los Apóstoles, hay un detalle que nos puede hacer bien resaltar. Cuando Pedro se encuentra milagrosamente libre, fuera de la prisión de Herodes, va a la casa de la madre de Juan, llamado Marcos. Llama a la puerta, y desde dentro responde una sirvienta llamada Rode, la cual, reconociendo la voz de Pedro, en lugar de abrir la puerta, incrédula y llena de alegría corre a contárselo a su señora.



El relato, que puede parecer cómico, y que puede dar inicio al llamado complejo de Rode, nos hace percibir el clima de miedo en el que vivía la comunidad cristiana, que permanecía encerrada en la casa, y cerrada también a las sorpresas de Dios. Pedro llama a la puerta: “¡Mira!”. Está la alegría, está el miedo… “Pero. ¿abrimos, no abrimos?”. Y él corre peligro, porque la policía puede tomarlo… Pero el miedo hace que nos detengamos, ¡nos detiene siempre! Nos cierra, nos cierra a las sorpresas de Dios.



Este detalle nos habla de la tentación que existe siempre para la Iglesia: de cerrarse en sí misma de cara a los peligros. Pero incluso aquí hay un resquicio a través del cual puede pasar a la acción de Dios: dice Lucas que en aquella casa, «había muchos reunidos en oración». La oración permite a la gracia abrir una vía de salida: del cerramiento a la apertura, del miedo a la valentía, de la tristeza a la alegría. Y podemos añadir: de la división a la unidad.



Sí, lo decimos hoy junto a nuestros hermanos de la delegación enviada por el querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, para participar en la fiesta de los Santos Patronos de Roma. Una fiesta de comunión para toda la Iglesia, como pone de manifiesto la presencia de los Arzobispos Metropolitanos venidos para la bendición de los Palios, que les serán impuestos por mis Representantes en sus respectivas sedes.



Que los santos Pedro y Pablo intercedan por nosotros, para que podamos hacer este camino con la alegría, experimentar la acción liberadora de Dios y testimoniarla a todos."



Fuente: ACI Prensa,.


miércoles, 29 de junio de 2016

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28 DE JUNIO DE 2016

sábado, 25 de junio de 2016

Descubriendo el Vaticano- Capilla sixtina

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REFLEXIÓN


Lam. 2, 2. 10-14. 18-19. Dios se dirige a su Pueblo por medio de aquellos a quienes ha confiado el anuncio y la administración de la Salvación.
El auténtico profeta no puede cerrar los ojos ante las injusticias y pecados incluso de los poderosos. No puede poner en boca de Dios palabras engañosas para adular a los soberanos de este mundo y ganarse así su favor.
El auténtico profeta debe ser fiel al mensaje recibido para no hacerse responsable de la sangre de los demás. En medio de incomprensiones y persecuciones ha de cumplir con su misión, sabiendo que así está colaborando para que los pecadores vuelvan al camino correcto y alcancen la salvación.
Cuando el mal se ha abatido sobre uno mismo, sobre la familia o sobre la sociedad debemos seguir confiando en que Dios es nuestro Padre, y que volverá sus ojos, lleno de misericordia, sobre nosotros, sus hijos, que clamamos a Él humillados y contritos. Entonces Él se llenará de celo por su Pueblo y nos librará de la mano de nuestros enemigos y de la de aquellos que nos odian.
Por eso debemos no tanto quejarnos de nuestros males, sino pedirle a Dios que nos ayude a no caer en la tentación y a vernos libres de la influencia del Malo sobre nuestra vida; le hemos de pedir que nos dé un corazón humilde y dócil para escuchar su Palabra y ponerla en práctica con gran amor; sólo entonces Él nos contemplará como a sus hijos amados y nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial.
 
Sal. 74 (73). El Salmista parece haber entrado hasta la presencia del Señor para presentar su queja, pues parece que Dios ha abandonado a los suyos.
En un afán de que Dios se dé cuenta de lo que los enemigos han hecho con su Pueblo y con su Santuario, conduce a Dios hasta la puerta, o por lo menos abre la puerta y le dice al Señor: Ven a ver estas ruinas interminables. Ante lo que ha sucedido se le pide a Dios que se acuerde de su alianza, que se acuerde de su misericordia para que el humilde no salga defraudado, y los pobres y afligidos alaben su Nombre.
Sabemos que Dios jamás se olvidará de nosotros; más bien somos nosotros los que nos hemos olvidado de Él y hemos atraído sobre nosotros muchas desgracias, pues, como nos dirá san Pablo: el salario del pecado es la muerte.
Acudamos a nuestro Dios y Padre para suplicarle que nos libre de todo mal, pero también para vivir comprometidos en la fidelidad a su nueva y eterna Alianza con nosotros, en la que Él se compromete a ser nuestro Padre y nosotros a ser y a vivir como hijos suyos.
 
Mt. 8, 5-17. Pertenecemos al nuevo Pueblo de Dios, no por la circuncisión, sino porque a causa de nuestra fe en Cristo nos unimos a Él y en Él somos hijos de Dios e hijos de Abraham.
Nuestra fe nos lleva a reconocer en Cristo el Poder de Dios no sólo para sanar nuestras enfermedades que, incluso, parecen ponernos al borde de la muerte, sino para darnos la salvación eterna.
Esa fe no puede dejarnos inmóviles, desligados de la realidad, sino puestos al servicio del bien mediante el amor fraterno, compartiendo con los demás la vida que Dios nos ha confiado. Así, libres de todo aquello que nos encadena al mal, podremos no sólo buscar nuestro propio bien y nuestra salvación, sino que seremos capaces, incluso, de cargar con las miserias de nuestro prójimo para que pueda encontrarse con Dios con un corazón puro.
Seamos, no sólo un signo de Cristo, sino portadores de su Evangelio y de su Gracia hasta los últimos rincones de la tierra.
Nos reunimos en esta Celebración Eucarística para renovar nuestra Alianza con Dios mediante la Sangre derramada del Cordero Inmaculado. Entramos en una verdadera comunión de Vida con el Señor.
A pesar de que somos pecadores, hemos venido ante el Señor porque, llamados por Él, hemos decidido vivir en una continua conversión, de tal forma que la Vida su vida se manifieste desde nosotros cada día con mayor claridad.
Jesucristo ha dado su vida por nosotros; Él hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores. Él ha clavado en la cruz el documento que nos condenaba, para destruirlo y para que podamos presentarnos, libres de toda culpa ante su Dios y nuestro Dios, ante su Padre y nuestro Padre. Aprovechemos esta oportunidad que hoy nos concede el Señor.
No podemos negar que en nuestro mundo actual hay muchos signos de maldad y de muerte. El egoísmo se ha posesionado de muchas mentes y de muchos corazones. Muchos, cegados por el poder o por el dinero, han desequilibrado su propia vida y han perdido la capacidad del amor fraterno. Hemos asistido a acontecimientos que nos dejan tremendamente preocupados, pues pareciera que estamos entrando en una espiral de violencia.
Tal vez queramos que Dios vuelva la mirada sobre nuestro mundo y acabe con todos aquellos que causan tantos males y tanto dolor entre los inocentes y desprotegidos. Y Dios responde, amorosamente, a la humanidad de nuestro tiempo. Él intervendrá para que estos males sean remediados y todos disfrutemos de la paz.
Él ha infundido su Espíritu Santo en nosotros, para que, desde nosotros, Él vaya trabajando para que surja una nueva humanidad y el Reino de Dios se afiance entre nosotros.
Ojalá y seamos fieles a esa misión que el Señor ha confiado a su Iglesia. Ojalá y no sólo nos sintamos los beneficiados de la Gracia de Dios, sino los responsables de hacerla llegar a todos.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber trabajar con la valentía que nos viene del Espíritu de Dios, que habita en nosotros para que su Reino, traducido en amor fraterno y solidario, se haga realidad entre nosotros. Amén.

Homilia catolica

Liturgia de las horas: 25 DE JUNIO SÁBADO XII DEL T. ORDINARIO

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jueves, 23 de junio de 2016

Liturgia de las horas: 23 DE JUNIO JUEVES XII DEL T. ORDINARIO

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Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL JUEVES XII DEL T. ORDINARIO 23 DE JUN...

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL JUEVES XII DEL T. ORDINARIO 23 DE JUN...: Jesús dijo a sus discípulos: "No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!', entrará en el Reino de los cielos... RESPUES...



REFLEXIÓN

2Re 24, 8-17. Dios es fiel a sus promesas, y nunca abandona a los suyos. A pesar del castigo a Judá, Dios sigue conservando en el trono a un descendiente de David. Aún hay un resto pobre del pueblo que habita la tierra prometida. Y uno de los profetas: Jeremías, permanece en medio de ellos. Así se asegura que la Palabra del Señor continúe guiando, iluminando a su Pueblo.
En muchas ocasiones pudiera parecernos como si el Señor ya se hubiese olvidado de nosotros. Sin embargo Él jamás ha dejado de amarnos. Más aún: nos amó hasta el extremo al entregarnos a su propio Hijo como Camino, Verdad y Vida, para que cuantos creamos en Él, en Él tengamos vida eterna.
Sin embargo esto no es sino una oferta de parte de Dios hacia nosotros, pues somos nosotros mismos quienes hemos de corresponder a ese amor, de tal forma que no hagamos de la Gracia un fracaso en nosotros.
 
Sal. 79 (78). Hay que orar pidiendo a Dios perdón de nuestras maldades. Pero nuestra oración ha de ser totalmente sincera, de tal forma que reconociendo lo que somos y hemos hecho, vislumbremos un nuevo camino hacia nuestra pascua, hacia nuestra total liberación; y que, guiado por el Espíritu de Dios, nos pongamos en camino para lograr la meta de nuestras esperanzas.
Dios, Dios misericordioso y fiel; Él escucha nuestros ruegos y está siempre dispuesto a perdonarnos, pues es nuestro Dios y Padre, y no enemigo a la puerta.
Por eso acudamos al Señor con el corazón contrito. Descubramos ante Él nuestra propia realidad, tanto personal como social. Y pidámosle que nos perdone; que infunda en nosotros su Vida y su Espíritu; y que nos ayude a caminar decididamente hacia nuestra perfección en Cristo Jesús.
 
Mt. 7, 21- 29. Jesús está concluyendo las enseñanzas que ha dado a sus discípulos, no sólo para que las escuchen como una hermosa doctrina, sino para que se vivan como un caminar con el Señor, como un vivir en la fidelidad amorosa a la voluntad de Dios.
No son los preceptos, es el Señor el que va con nosotros y nos quiere santos como Él es Santo. Amarlo a Él no es sólo llamarlo Señor, Señor; no podemos decir que creemos en Él porque en su Nombre arrojemos demonios, o porque en su Nombre hagamos milagros, o porque hablemos en Nombre de Él. Son nuestras obras las que han de manifestar, finalmente, si somos o no de Dios, si su salvación está o no en nosotros.
Asentar nuestra vida en roca firme significa unirla a Cristo, Roca fundamental de la Salvación y de la Iglesia.
Algo nos debe unir a Él de modo indisoluble: el Espíritu Santo, Amor que hará que ni siquiera la persecución y la muerte nos aparten de Cristo.
En la Eucaristía vivimos el amor sin hipocresías. No es el querer cumplirle externamente al Señor. No podemos venir por simple curiosidad o por costumbre.
Ojalá y nunca nos acostumbremos a estar con el Señor. Ojalá y cada Eucaristía sea una verdadera novedad entre Dios y nosotros. Ojalá y cada Eucaristía sea un compromiso renovado de vivir en la fidelidad, en la escucha y en la puesta en práctica de la Palabra de Dios, de tal forma que, por obra del Espíritu Santo, nos convirtamos en la Encarnación de esa misma Palabra, que se prolonga en la historia, haciendo presente al Señor entre nosotros, por medio de su Iglesia, con todo el compromiso y entrega de su Misterio Pascual.
No basta predicar; no basta dar catequesis y dedicarse a llevar el Evangelio a tierras de misión. Si Jesús dijo de su propia Madre que ella no era bienaventurada por haberle llevado en su seno y haberlo amamantado con sus pechos, sino porque escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica, ¿Qué no esperará de nosotros?
No pensemos que porque seamos ministros del Señor, o laicos comprometidos en el anuncio del Evangelio vayamos a tener asegurado un lugar en la eternidad. Si no queremos que al final se nos cierren las puertas, no seamos lobos rapaces disfrazados de ovejas; no seamos predicadores insignes pero obradores de maldad. Seamos congruentes con el Evangelio, anunciándolo con las obras, con la vida misma; entonces podremos hablar del Señor como testigos venidos de un auténtico encuentro y compromiso de fe con Él.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que nuestro sí a la voluntad de Dios en nosotros no se nos quede helado en los labios, sino que tenga el calor de un corazón que esté siempre dispuesto a amar a Dios y al prójimo aceptando todas sus consecuencias. Amén.

Homilia catolica

El Santo del Dia: 23 DE JUNIO SAN JOSÉ CAFASSO CONFESOR

El Santo del Dia: 23 DE JUNIO SAN JOSÉ CAFASSO CONFESOR: SAN JOSÉ CAFASSO SACERDOTE CONFESOR PALABRA DE DIOS DIARIA A pesar de no haber durado su existencia cincuenta años, llenó...

miércoles, 22 de junio de 2016

Santa Misa: miércoles 22 de junio de 2016 (de nazaret.tv)

PAPA FRANCESCO CATECHESI UDIENZA 22 GIUGNO 2016.HD





Catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 22 de junio de 2016

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

“Señor, si quieres, puedes purificarme!” (Lc 5, 12): Es la petición que hemos escuchado dirigir a Jesús por un leproso. Este hombre no pide solamente ser sanado, sino ser “purificado”, es decir, resanado integralmente, en el cuerpo y en el corazón. De hecho, la lepra era considerada una forma de maldición de Dios, de impureza profunda. El leproso tenía que estar lejos de todos, no podía acceder al templo ni a ningún servicio divino. Lejos de Dios y lejos de los hombres. Triste vida hacía esta gente.

A pesar de eso, ese leproso no se resigna ni a la enfermedad ni a las disposiciones que hacen de él un excluido. Para llegar a Jesús, no temió infringir la ley y entrar en la ciudad, cosa que no tenía que hacer, que era prohibido, y cuando lo encontró “se postró ante él y le rogó: ‘Señor, si quieres, puedes purificarme’”.

¡Todo lo que este hombre considerado impuro hace y dice es expresión de su fe! Reconoce el poder de Jesús: está seguro que tiene el poder de sanarlo o que todo depende de su voluntad. Esta fe es la fuerza que le han permitido romper toda convicción y buscar el encuentro con Jesús, arrodillándose delante de Él y llamarlo ‘Señor’.

La súplica del leproso muestra que cuando nos presentamos a Jesús no es necesario hacer largos discursos. Bastan pocas palabras, siempre y cuando estén acompañadas por la plena confianza en su omnipotencia y en su bondad. Confiarse a la voluntad de Dios significa de hecho entrar en su infinita misericordia.

Aquí hago una confidencia personal: por la noche, antes de ir a la cama, rezo esta breve oración: “Señor si quieres puedes purificarme” y rezo cinco Padre Nuestro, uno por cada llaga de Jesús, porque Jesús nos ha purificado con las llagas. Esto lo hago yo, y lo pueden hacer también todos en su casa. Y decir: “Señor, si quieres puedes purificarme”. Pensar en las llagas de Jesús y decir un Padre Nuestro por cada una. Y Jesús nos escucha siempre.

Jesús es profundamente tocado por este hombre. El Evangelio de Marcos subraya que “Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: ‘Lo quiero, queda purificado’”(1,41). El gesto de Jesús acompaña sus palabras y hace más explícita la enseñanza. Contra la disposición de la Ley de Moisés, que prohibía acercarse a un leproso  (cfr Lv 13,45-46), Jesús, contra la prescripción, extiende la mano e incluso lo toca.

¡Cuántas veces encontramos a un pobre que viene a nuestro encuentro! Podemos ser incluso generosos, podemos tener compasión, pero normalmente no lo tocamos. Le damos una moneda, pero evitamos tocar la mano, la tiramos ahí. ¡Y olvidamos que eso es el cuerpo de Cristo! Jesús nos enseña a no tener miedo de tocar al pobre y excluido, porque Él está en ellos.

Tocar al pobre puede purificarnos de la hipocresía e inquietarnos por su condición. Tocar a los excluidos. Hoy me acompañan aquí estos chicos. Muchos piensan de ellos que sería mejor que se hubieran quedado en su tierra, pero allí sufrían mucho. Son nuestros refugiados. Pero muchos les consideran excluidos. Por favor, son nuestros hermanos. El cristiano no excluye a nadie, da sitio a todos, deja venir a todos.

Después de haber sanado al leproso, Jesús le pide que no hable con nadie, pero le dice: “Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio” (v. 14).

Esta disposición de Jesús muestra al menos tres cosas. La primera: la gracia que actúa en nosotros no busca el sensacionalismo. Normalmente esta se mueve con discreción y sin clamor. Para medicar nuestras heridas y guiarnos en el camino de la santidad, esta trabaja modelando con paciencia nuestro corazón sobre el Corazón del Señor, para asumir cada vez más los pensamientos y los sentimientos.

La segunda: haciendo verificar oficialmente la sanación a los sacerdotes y celebrando un sacrificio expiatorio, el leproso es readmitido en la comunidad de los creyentes y en la vida social. Su reintegro contempla la sanación. ¡Como él mismo había suplicado, ahora está completamente purificado! Finalmente, presentándose a los sacerdotes el leproso les da testimonio sobre Jesús y su autoridad mesiánica. La fuerza de la compasión con la que Jesús ha sanado al leproso ha llevado la fe de este hombre a abrirse a la misión. Era un excluido ahora es uno de nosotros.

Pensemos en nosotros, en nuestras miserias. Cada uno tiene la propia, pensemos con sinceridad. ¡Cuántas veces las cubrimos con la hipocresía de las “buenas maneras”! Y precisamente entonces es necesario estar solos, ponerse de rodillas delante de Dios y rezar: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Y es necesario hacerlo, hacerlo antes de ir a la cama, todas las noches. Y ahora hacemos esta bonita oración: ‘Señor si quieres, puedes purificarme’. Todos juntos, tres veces, todos: ‘Señor, si quieres, puedes purificarme. Señor, si quieres, puedes purificarme. Señor, si quieres, puedes purificarme’. Gracias”.

Fuente: Zenit.

martes, 21 de junio de 2016

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL MARTES XII DEL T. ORDINARIO 21 DE JUN...

Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL MARTES XII DEL T. ORDINARIO 21 DE JUN...: ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que conduce a la vida, y qué pocos son los que lo encuentran! RESPUESTAS D...



REFLEXIÓN
2Re. 19, 9-11. 14-21. 31-35. 36. El Señor jamás se olvida de los suyos; y Él protege a los que en Él confían. Buscar al Señor en su Templo no debe convertir ese lugar como en una especie de amuleto. Nuestra confianza sólo está puesta de un modo definitivo en Dios. A Él es al que buscamos; con Él nos encontramos; su Palabra es escuchada y vivida por nosotros.
Nuestro Dios, el único Dios vivo y verdadero, nos contempla con amor de Padre, pues no sólo lo llamamos Padre, sino que lo tenemos por Padre en verdad.
Nuestro Dios y Padre, para librarnos de la mano de nuestros enemigos y de la de aquellos que nos odian, nos envió a su propio Hijo.
Tras las huellas de Cristo nos encaminamos hacia la plena unión con Dios, unidos a Aquel que nos amó y se entregó por nosotros.
Dios jamás se olvidará de nosotros; confiemos en Él y no sólo digamos que lo tenemos por Padre, sino que vivamos como hijos suyos con toda lealtad.
 
Sal 49 (48). Dios habita con su pueblo. De un modo especial está en su Templo, desde donde nos contempla con gran amor, escucha nuestras oraciones y se convierte para nosotros en poderoso protector. Por eso, cuando acudimos al Templo vamos con la ilusión de encontrarnos con el Señor, pero también con el gran compromiso de escuchar su Palabra para ponerla en práctica.
Nuestro encuentro con el Señor debe afectar constantemente nuestra vida para hacer el bien. La Iglesia de Cristo, lugar de encuentro de todos con su Dios, debe ser un signo creíble de su amor para todas las naciones. Convertida en defensa del pobre, alivio para el agobiado y en alegría para los tristes cumplirá así con su Misión de proclamar, de un modo viviente, el Evangelio a ella confiado.
Que los que no sólo vean nuestras buenas obras, sino que experimenten el amor de Dios desde nosotros, alaben al Señor continuamente.
 
Mt. 7, 6. 12-14. El llamado a la santidad es universal. Sin embargo cuando el Señor nos pide que, después de haber corregido nuestra propia vida, quitando la viga que nos impida ver bien, tratemos de quitar la paja del ojo de nuestro hermano, nos está invitando a realizar la corrección fraterna con gran amor y no simple y sencillamente para tratar de orientar a nuestro prójimo por caminos de bondad que nosotros mismos no hemos hecho nuestros.
El anuncio del Evangelio nos ha de llevar a una unión cada vez más plena con el Señor. Esa unión la realizamos ya desde ahora mediante el contacto con lo sagrado: La Escritura, las acciones litúrgicas, La Iglesia, comunidad de fe.
Toda esta riqueza espiritual no podemos ponerla en manos de cualquiera que, sin tener fe, o teniendo intenciones equivocadas, en lugar de aprovecharlas personalmente y proclamarlas para la salvación de los demás, se volvería en contra nuestra y nos destrozaría.
El Señor nos pide también que veamos lo que hacemos y damos a los demás; pues en el dar está el recibir. Si construimos una vida sobre el egoísmo, sobre las injusticias, sobre los desprecios, sobre el odio, eso será lo que cosecharemos venido de los demás, pues ellos nos tratarán como nosotros los hayamos tratado.
Caminar en el bien no es sencillo, pues debemos renunciar a muchas cosas que nos impiden manifestarnos como hijos de Dios.
La puerta que se nos abre para ingresar en la eternidad con Dios sólo tiene la medida del amor. Si vamos cargados de egoísmos, maldades e injusticias nos quedaremos fuera.
Tratemos, por tanto, de vivir en el amor a Dios y al prójimo para que sea nuestra la salvación que el Señor ofrece a todos.
Mediante la celebración de la Eucaristía entramos en contacto con lo trascendente, con lo divino. En la Eucaristía nos encontramos de frente con el Señor, que nos ha llamado a su presencia para encontrarse con nosotros, con el mismo amor y ternura con que se encuentra un padre con su hijo amado.
Entrando en comunión de vida con el Señor Él nos concede su Espíritu Santo; y junto con Él su fuerza y el arrojo necesarios para trabajar continuamente en la construcción de un mundo más fraterno, más justo, más lleno del amor que procede de Dios.
Contemplamos a todos aquellos a quienes hemos de llevar no sólo el mensaje de salvación, sino la salvación misma, que es Cristo.
No podemos ir a ellos temerosos, pues el Señor va con nosotros para que, incluso en las grandes persecuciones, sepamos que el Señor no se olvida de sus fieles ni dejará que suframos la corrupción, pues, aun cuando tengamos que pasar por la cruz, Él quiere llevarnos sanos y salvos a su Reino celestial.
El Señor ha llamado a su Iglesia como su signo profético en el mundo. Ella es la voz viva de Dios en el mundo. Ella llama a la conversión; ella entrega el Evangelio y la Salvación a toda persona de buena voluntad. En medio de persecuciones y amenazas de muerte, la Iglesia, permaneciendo fiel a su Señor, interpreta los diversos acontecimientos de la vida y genera nuevos comportamientos individuales y colectivos.
La Iglesia no puede generar desprecios ni violencias. Lo que hagamos a los demás se revertirá a favor o en contra nuestra. En un diálogo fraterno con las personas de todas las razas, culturas y religiones, no podemos claudicar en aquello que debemos anunciar con amor y valentía, tratando, engañosamente, de ganarnos a los demás renunciando a la fidelidad que debemos a Cristo y a su Evangelio.
Amar con una entrega total a favor de los demás; convertirnos en voz de los desvalidos; trabajar por la justicia y la paz, propiciar una auténtica convivencia en el amor fraterno, son cosas por las que luchamos los que nos llamamos y somos hijos de Dios.
El Señor nos ha dado la fuerza de su Espíritu para que, en su Nombre, continuemos su obra de salvación en el mundo y su historia. Seamos fieles al Señor y fieles a aquellos a quienes hemos sido enviados para salvarlos, aun a costa de la entrega de nuestra propia vida.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber transparentar a Cristo mediante una vida renovada en Él, y mediante el trabajo a favor de su Evangelio, guiados no por nuestras imaginaciones, sino por su Espíritu Santo, que habita en nosotros como en un templo. Amén.

Homilia catolica